martes, 29 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, Canto XXX

CANTO XXX


Acaso a seis mil millas de distancia


hierve aquí la hora sexta, y este mundo


horizontal reclina ya la sombra,


cuando el centro del cielo, tan profundo,


se pone de tal forma, que en el fondo


van desapareciendo las estrellas;


y cuando se adelanta la sirviente

clarísima del sol, apaga el cielo

una por una hasta la más hermosa.


No de otro modo el triunfo que se goza


en torno al punto que antes me cegara,


creyéndolo incluido en lo que incluye,


se apagó poco a poco de mi vista;


por lo cual el amor y el no ver nada


me hicieron que a Beatriz volviera el rostro.


Si cuanto de ella he dicho hasta el presente


fuese encerrado todo en una loa,


poco sería a conseguir mi intento.


La belleza que vi no sobrepasa


solamente a nosotros, mas yo creo


que sólo su creador la goce entera.


Vencido me confieso en este paso


más que nunca en un punto de su obra


fue superado el trágico o el cómico:


pues, como el sol la vista menos firme,


así el recuerdo de su dulce risa


a mí mismo me priva de mi mente.


Desde el día primero que su rostro


en esta vida vi, hasta esta visión,


he podido seguirla con mi canto;


mas es forzoso que desista ahora


de seguir su belleza, poetizando,


cual todo artista que a su extremo llega.


Y ella, cual yo la dejo a voz más digna


que la de mi trompeta, que se acerca


a dar fin a materia tan difícil,


con ademán y voz de guía experto


«Hemos salido ya -volvió a decirme-


del mayor cuerpo al cielo que es luz pura:


luz intelectual, plena de amor;


amor del cierto bien, pleno de dicha;


dicha que es más que todas las dulzuras.


Aquí verás a una y otra milicia


del paraíso, y una de igual modo


que en el juicio final habrás de verla.»


Como un súbito rayo que nos ciega

los visivos espíritus, e impide

que vea el ojo aun cosas muy brillantes,


así circumbrillóme una luz viva,


y cubrióme la cara con tal velo


de su fulgor, que nada pude ver.


«El amor que este cielo tiene inmóvil


siempre recibe en él de igual manera,


por disponer una vela a su llama.»


Apenas penetraron dentro de mí


estas breves palabras, comprendí


que sobre mi virtud estaba alzado;


y de una vista nueva disfrutaba


tal, que ninguna luz es tan brillante,


que con mis ojos no la resistiera;


y vi una luz que un río semejaba


fulgiendo fuego, entre sus dos orillas


pintadas de admirable primavera.


Salían del torrente chispas vivas,


que entre las flores se desparramaban,


cual rubíes que el oro circunscribe;


después, como embriagadas del aroma,


al raudal asombroso se arrojaban


de nuevo, y si una entraba otra salía.


«El gran deseo que ahora te urge y quema,


de que te diga qué es esto que ves,


más me complace cuanto más intento;


mas de este agua es preciso que bebas


antes que tanta sed en ti se sacie.»


De este modo me habló el sol de mis ojos.


Y después: «Son el río y los topacios


que entran y salen, y el prado riente,


sólo de su verdad velados prólogos.


No que de suyo estén aún inmaduros;


más el defecto está de parte tuya,


que aún no tienes visión tan elevada.»


No hay un chiquillo que corra tan raudo


con la vista a la leche, si despierta


mucho más tarde de lo que acostumbra,


como yo, para hacer mejor espejo mis ojos,

agachándome a las ondas,

que para enmejorarnos van fluyendo;

y en el momento que bebió de aquellas

el borde de mis párpados, creí

que redonda se hacía su largura.

Después, como la gente enmascarada,


que otra que antes parece, si se quita


el semblante no suyo que la esconde,


así en mayores gozos se trocaron


las chispas, y las flores, y ver pude


las dos cortes del cielo manifiestas.


¡Oh divino esplendor por quien yo vi


el alto triunfo del reino veraz,


ayúdame a decir cómo lo vi!


Hay arriba una luz que hace visible


el Creador a aquellas criaturas


que en su visión tan sólo paz encuentran.


Y en circular figura se derrama,


tanto que al sol sería demasiado


cinturón con su gran circunferencia.


De un rayo reflejado en lo más alto


del Primer Móvil viene su apariencia,


que de él recibe su poder y vida.


Y cual loma en el agua de su base


se espejea cual viéndose adornada,


cuando de hierba y flores es más rica,


superando a la luz en torno suyo,


vi espejearse en más de mil peldaños


cuanto arriba volvió de entre nosotros.


Y si el último grado luz tan grande


abarca, ¡cuál la anchura no sería


de esta rosa en las hojas más lejanas!


Mi vista ni en lo ancho ni en lo alto


desfallecía, comprendiendo todo


el cuánto y cómo de aquella alegría.


Allí el cerca ni el lejos quita o pone:


que donde Dios sin ministros gobierna,


las leyes naturales nada pueden.


A lo amarillo de la rosa eterna,


que se degrada y se extiende y transmina


loas al sol que siempre es primavera,


como a aquel que se calla y quiere hablar


me llevó Beatriz y dijo: «¡Mira


el gran convento de las vestes blancas!


Ve cómo abre su círculo este reino,


mira nuestros escaños tan repletos,


que poca gente más aquí se espera.


Y en el gran trono en que pones los ojos,


por la corona que está sobre él puesta,


antes de que a estas bodas te conviden,


vendrá a sentarse el alma, abajo augusta,


del gran Enrique, que a guiar a Italia


vendrá sin que a ésta encuentre preparada.


Esa ciega codicia que os enferma


os ha vuelto lo mismo que al chiquillo


que muere de hambre y echa a la nodriza.


Y habrá un prefecto en el foro divino


entonces tal, que oculto o manifiesto,


no seguirá con él la misma ruta.


Mas Dios lo aguantará por poco tiempo


en la santa tarea, y será echado


donde Simón el mago el premio tiene,


y hará al de Anagni hundirse más abajo.


Castellano, paraíso, Canto XXIX

CANTO XXIX


Cuando uno y otro hijo de Latona,


por debajo de Libra y del Carnero,


son límites los dos de un horizonte,


cuanto hay desde el momento de equilibrio


hasta que el uno u otro de aquel cinto,


cambiando de hemisferio, se desata,


tanto, la risa pintada en su rostro,


muda estuvo Beatriz mirando fijo


el punto que me había derrotado.


Dijo después: «Diré, sin que preguntes,


lo que quieres oír, porque lo he visto


donde convergen todo quando y ubi.


No por acrecentar sus propios bienes,


que es imposible, mas porque su luz


pudiese, en su esplendor decir "Subsisto",


allí en su eternidad, fuera de toda


comprensión y de tiempo, libremente,


se abrió en nuevos amores el eterno.


No es porque antes ocioso estuviera;


pues ni después ni antes precedió


el discurrir de Dios sobre estas aguas.


Forma y materia, ya puras o juntas,


salieron a existir sin fallo alguno,


como de arco tricorde tres saetas.


Y como en vidrio, en ámbar o en cristales


el rayo resplandece, de tal modo


que el llegar y el lucir es todo en uno,


de igual forma irradió el triforme efecto


de su Sir a su ser a un tiempo mismo


sin que hubiese ninguna diferencia.


Concreado fue el orden y dispuesto


a las sustancias; y del mundo cima


fueron aquellas hechas acto puro;


a la potencia pura puso abajo;


la potencia y el acto, en medio, atadas


tal nudo que jamás se desanuda.


Jerónimo escribió que muchos siglos


antes fueron los ángeles creados


de que el resto del mundo fuera hecho;


mas en muchos parajes que escribieron


los inspirados, se halla esta verdad;


y si bien juzgas te avendrás a ello;


y en parte la razón también lo prueba,


pues no admite motores que estuviesen


sin su perfecto estado mucho tiempo.


Ya sabes dónde y cuándo estos amores


y cómo fueron hechos: ya apagados


tres ardores ya están en tu deseo.


Hasta veinte, contando, no se llega


tan pronto, como parte de los ángeles


turbó el más bajo de los elementos.


La otra quedóse, y dio comienzo el arte


que puedes ver, y con tanto deleite,


que de sus giros nunca se ha apartado.


La ocasión de caer fue la maldita


soberbia de quien viste que oprimían


las pesadumbres todas de este mundo.


Esos que ves aquí fueron humildes,


admitiendo existir por la bondad


que a tanto conocer hizo capaces:


por lo que fue su vista acrecentada


por méritos y gracia iluminante,


y tienen voluntad constante y plena;


y no quiero que dudes, mas que sepas,


que recibir la gracia es meritorio


según como el afecto la recibe.


Por lo que a este colegio se refiere


ya comprendes bastante, si entendiste


lo que te dije, ya sin otra ayuda.


Mas como en las escuelas de la tierra


se enseña que la angélica natura


es tal que entiende, que recuerda y quiere,


aún te diré, para que pura sepas


la verdad, que allí abajo se confunde,


porque equivocan los significados.


Estas sustancias, desde que gozaron

de la cara de Dios, no apartan de ella

la mirada, a quien nada está escondido:


Así pues no interceptan su mirada


nuevos objetos, y no necesitan


recordar con conceptos divididos;


y así allá abajo, sin dormir, se sueña,


creyendo y no creyendo en lo que dicen;


pero éstos tienen más vergüenza y culpa.


Vais por distintas rutas los que abajo


filosofáis: pues que os empuja tanto


el afán de que os tengan como sabios.


Y aún esto es admitido aquí en lo alto


con un rigor menor que si se olvida


la sagrada escritura o se confunde.


No meditáis en cuánta sangre cuesta


sembrarla allá en el mundo, y cuánto agrada


el que con ella humilde se conforma.


Por la apariencia pruebas dan de ingenio


y de imaginación; y quien predica


dase a esto y se calla el Evangelio.


Que se volvió la luna, dice el uno,


en la pasión de Cristo, y se interpuso


para ocultar la luz del sol abajo;


y otro que por sí misma se escondió


la luz, y que en la India y en España


hubo eclipse lo mismo que en Judea.


No hay en Florencia tantos Lapi y Bindi


cuantas fábulas tales en un año,


aquí y allá en los púlpitos se gritan:


y así las ovejuelas, que no saben,


vuelven del prado pacidas de viento,


y que el daño no vean no es excusa.


No dijo a su primer convento Cristo:


"Id y patrañas predicad al mundo";


sino les dio cimientos de certeza;


y ésta sonó en sus bocas solamente,


de modo que luchando por la fe


del Evangelio escudo y lanza hicieron.


Y ahora con bufonadas y con trampas

se predica, y con tal que cause risa,

la capucha se hincha y más no pide.


Mas tal pájaro anida en el capuz,


que si lo viese el vulgo, allí vería


qué indulgencias tendrá confiando en ése:


que en la tierra acrecientan la estulticia,


de tal manera que, sin prueba alguna


de su certeza, corren tras de ellas.


Esto engorda al cebón de San Antonio,


y a otros muchos más cerdos todavía,


que pagan con monedas no acuñadas.


Mas como es larga ya la digresión,


vuelve los ojos a la recta vía,


y se abrevien el tiempo y el camino.


Esta naturaleza tanto aumenta


en número al subir, que no hay palabras


ni conceptos mortales que las sigan;


y si recuerdas lo que se revela


en Danïel, verás que en sus millares


y millares su número se esconde.


La luz primera que toda la alumbra,


de tantas formas ella en sí recibe,


cual son las llamas a las que se une.


Y así, al igual que al acto que concibe


sigue el afecto, de amor la dulzura


ardiente o tibio en ella es diferente.


Ve pues la excelsitud y la grandeza


del eterno poder, puesto que tantos


espejos hizo en que multiplicarse,


permaneciendo en sí uno como antes.

Castellano, paraíso, Canto XXVIII

CANTO XXVIII


Luego que contra la vida presente


de los ruines mortales, me mostró


la verdad quien mi mente emparaísa,


cual la llama de un hacha en un espejo

ve quien con ella por detrás se alumbra,


antes de que la vea o la imagine,


y atrás se vuelve para ver si el vidrio


le dice la verdad, y ve que casa


con ella cual la música y su texto;


de igual forma recuerda mi memoria


que hice mirando a los hermosos ojos


donde hizo Amor su cuerda para herirme.


Y al volverme y al golpear los míos


lo que en aquellos cielos aparece,


cada vez que en sus giros se repara,


vi un punto que irradiaba tan aguda


luz, que la vista que enfocaba en ella


por tan grande agudeza se cerraba;


y la estrella que aquí menor parece,


luna parecería junto a ella,


si se pusieran una junto a otra.


Acaso tanto cuanto cerca vemos


de su halo la luz que lo desprende


cuando son más espesos sus vapores,


distante de ese punto un círculo ígneo


giraba tan veloz, que vencería


el curso que más raudo el mundo ciñe;


y aquél era por otro rodeado,


y de un tercero aquél, y éste de un cuarto,

de un quinto el cuarto, y por un sexto el quinto. 


El séptimo seguía tan extenso


sobre ellos, que de Juno el emisario


abarcarlo del todo no podría.


Y el octavo, y el nono; y cada uno


más lento se movía, cuanto estaba


en número del uno más distante;


y una más clara llama desprendía


el más cercano de la lumbre pura,


pues más, yo creo, de ella participa.


Al verme preocupado mi señora


y sorprendido, dijo: «De ese punto


depende el cielo y toda la natura.


Ve el círculo que está de él más cercano;

y sabrás que tan rápido se mueve


por el amor ardiente que le impulsa.»


«Si estuviera dispuesto -dije el mundo


con el orden que veo en estas ruedas,


satisfecho me habría lo que dices;


mas el mundo sensible nos enseña


que las vueltas son tanto más veloces,


cuanto del centro se hallan más lejanas.


Por lo cual, si debiera terminarse


mi desear en este templo angélico


que sólo amor y luz lo delimitan,


aún debiera escuchar cómo el ejemplo


y su copia no marchan de igual modo,


que en vano por mí mismo pienso en ello.»


«Si tus dedos no son para tal nudo


suficientes, no debes extrañarte,


¡tan difícil lo ha hecho el no intentarlo!»


Dijo así mi señora; y luego: «Atiende


si es que quieres saciarte, a lo que digo;

y sobre estas cuestiones sutiliza.


Las esferas corpóreas son más amplias


o estrechas según sea la virtud


que se difunde por todas sus partes.


Da una bondad mayor mayores bienes;


y a un bien mayor contiene un mayor cuerpo,


siendo sus partes igual de perfectas.


Así pues este círculo que arrastra


todo el otro universo, corresponde


con aquel que más ama y que más sabe:


y si aplicaras pues a la virtud


tus medidas, y no a las apariencias


de los seres que en círculo se muestran,


la proporción perfecta admirarías


de más con más, y de menor con menos,


cada cielo, con cada inteligencia


Como se queda espléndido y sereno


el aéreo hemisferio cuando sopla


Bóreas con su mejilla más suave,


y se disuelven y limpian las brumas


que le turbaban, y sonríe el cielo


con las bellezas todas de su corte;


así hice yo, después que mi señora


tan claro respondió, y como en el cielo


brilla una estrella supe la verdad.


Y cuando terminaron sus palabras,


no de otro modo el hierro centellea


candente, cual los círculos hicieron.


Su incendio cada chispa propagaba;


y tantas eran, que el número de ellas


más que el doblar del ajedrez subía.


Yo escuchaba hosanar de coro en coro


al punto fijo que los tiene ubi


y siempre los tendrá, en que siempre fueron.


Y aquella que las dudas de mi mente


sabía, dijo: «Los primeros círculos


te muestran Serafines y Querubes.


Tras sus vínculos siguen tan aprisa

por parecerse al punto cuanto puedan;

y tanto pueden cuanto están más altos.

Esos amores que en torno se encuentran,


llámanse Tronos del poder divino,


y acaba en ellos el primer ternario;


y deberás saber que todos gozan


cuando se profundiza su mirada


en la verdad que aquieta el intelecto.


De aquí se puede ver cómo se funda


la beatitud en el acto de ver,


no en el de amar, que detrás de aquél viene;


y del ver son los méritos medida,


que genera la gracia y buen deseo:


así es como sucede grado a grado.


El siguiente ternario que florece


en esta sempiterna primavera


que nocturno carnero no despoja,


perpetuamente «Hosanna» jubilea


en triple melodía, por los tres


órdenes de alegría en que se enterna.


En esa jerarquía hay otras diosas:


Dominaciones, y después Virtudes;


de Potestades es el tercer orden.


Luego en los dos penúltimos festejos


Principados y Arcángeles dan vueltas;


todo el último de ángeles dichosos.


Estos órdenes miran a lo alto,


y abajo tanto influyen, que hacia Dios


son arrastrados y de todo arrastran.


Y Dionisio con tanto deseo


a contemplar se dedicó estos órdenes


que como yo, los nombra y los distingue.


Pero de él se apartó luego Gregorio;


y en cuanto abrió los ojos en el cielo


de sí mismo por esto se reía.


Y si mostrado fue tanto secreto


por un mortal, no quiero que te admires:


porque se lo enseñó quien vio aquí arriba,


y otras muchas verdades de este mundo!»

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