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lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XXIX

CANTO XXIX


La mucha gente y las diversas plagas,

tanto habian mis ojos embriagado,

que quedarse llorando deseaban;

mas Virgilio me dijo: «¿En qué te fijas?


¿Por qué tu vista se detiene ahora


tras de las tristes sombras mutiladas?


Tú no lo hiciste así en las otras bolsas;


piensa, si enumerarlas crees posible,


que millas veintidós el valle abarca.


Y bajo nuestros pies ya está la luna:


Del tiempo concedido queda poco,


y aún nos falta por ver lo que no has visto.»


«Si tú hubieras sabido le repuse


la razón por la cual miraba, acaso


me hubieses permitido detenerme.»


Ya se marchaba, y yo detrás de él,


mi guía, respondiendo a su pregunta


y añadiéndole: «Dentro de la cueva,


donde los ojos tan atento puse,


creo que un alma de mi sangre llora


la culpa que tan caro allí se paga.»


Dijo el maestro entonces: «No entretengas


de aquí adelante en ello el pensamiento:


piensa otra cosa, y él allá se quede;


que yo le he visto al pie del puentecillo


señalarte, con dedo amenazante,


y llamarlo escuché Geri del Bello.


Tan distraído tú estabas entonces


con el que tuvo Altaforte a su mando,


que se fue porque tú no le atendías.»


«Oh guía mío, la violenta muerte


que aún no le ha vengado yo repuse-


ninguno que comparta su vergüenza,


hácele desdeñoso; y sin hablarme


se ha marchado, del modo que imagino;


con él por esto he sido más piadoso.»


Conversamos así hasta el primer sitio


que desde el risco el otro valle muestra,


si hubiese allí más luz, todo hasta el fondo.


Cuando estuvimos ya en el postrer claustro

de Malasbolsas, y que sus profesos

a nuestra vista aparecer podían,


lamentos saeteáronme diversos,


que herrados de piedad dardos tenían;


y me tapé por ello los oídos.


Como el dolor, si con los hospitales


de Valdiquiana entre junio y septiembre,


los males de Maremma y de Cerdeña,


en una fosa juntos estuvieran,


tal era aquí; y tal hedor desprendía,


como suele venir de miembros muertos.


Descendimos por la última ribera


del largo escollo, a la siniestra mano;


y entonces pude ver más claramente


allí hacia el fondo, donde la ministra


del alto Sir, infalible justicia,


castiga al falseador que aquí condena.


Yo no creo que ver mayor tristeza


en Egina pudiera el pueblo enfermo,


cuando se llenó el aire de ponzoña,


pues, hasta el gusanillo, perecieron


los animales; y la antigua gente,


según que los poeta aseguran,


se engendró de la estirpe de la hormiga;


como era viendo por el valle oscuro


languidecer las almas a montones.


Cuál sobre el vientre y cuál sobre la espalda,


yacía uno del otro, y como a gatas,


por el triste sendero caminaban.


Muy lentamente, sin hablar, marchábamos,


mirando y escuchando a los enfermos,


que levantar sus cuerpos no podían.


Vi sentados a dos que se apoyaban,


como al cocer se apoyan teja y teja,


de la cabeza al pie llenos de pústulas.


Y nunca vi moviendo la almohaza

a muchacho esperado por su amo,


ni a aquel que con desgana está aún en vela, 


como éstos se mordían con las uñas

a ellos mismos a causa de la saña

del gran picor, que no tiene remedio;


y arrancaban la sarna con las uñas,


como escamas de meros el cuchillo,


o de otro pez que las tenga más grandes.


«Oh tú que con los dedos te desuellas


se dirigió mi guía a uno de aquellos


y que a veces tenazas de ellos haces,


dime si algún latino hay entre éstos


que están aquí, así te duren las uñas


eternamente para esta tarea.»


«Latinos somos quienes tan gastados


aquí nos ves llorando uno repuso;


¿y quién tú, que preguntas por nosotros?»


Y el guía dijo: «Soy uno que baja


con este vivo aquí, de grada en grada,


y enseñarle el infierno yo pretendo.»


Entonces se rompió el común apoyo;


y temblando los dos a mí vinieron


con otros que lo oyeron de pasada.


El buen maestro a mí se volvió entonces,


diciendo: «Diles todo lo que quieras»;


y yo empecé, pues que él así quería:


«Así vuestra memoria no se borre


de las humanas mentes en el mundo,


mas que perviva bajo muchos soles,


decidme quiénes sois y de qué gente:


vuestra asquerosa y fastidiosa pena


el confesarlo espanto no os produzca.»


«Yo fui de Arezzo, y Albero el de Siena


repuso uno púsome en el fuego,


pero no me condena aquella muerte.


Verdad es que le dije bromeando:


“Yo sabré alzarme en vuelo por el aire”


y aquél, que era curioso a insensato,


quiso que le enseñase el arte; y sólo


porque no le hice Dédalo, me hizo


arder así como lo hizo su hijo.


Mas en la última bolsa de las diez,


por la alquimia que yo en el mundo usaba,

me echó Minos, que nunca se equivoca.»


Y yo dije al maestro: «¿Ha habido nunca


gente tan vana como la sienesa?


cierto, ni la francesa llega a tanto.»


Como el otro leproso me escuchara,


repuso a mis palabras: «Quita a Stricca,


que supo hacer tan moderados gastos;


y a Niccolò, que el uso dispendioso


del clavo descubrió antes que ninguno,


en el huerto en que tal simiente crece;


y quita la pandilla en que ha gastado


Caccia d'Ascian la viña y el gran bosque,


y el Abbagliato ha perdido su juicio.


Mas por que sepas quién es quien te sigue


contra el sienés, en mí la vista fija,


que mi semblante habrá de responderte:


verás que soy la sombra de Capoccio,


que falseé metales con la alquimia;


y debes recordar, si bien te miro,


que por naturaleza fui una mona.»

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...