Mostrando entradas con la etiqueta Ulises. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ulises. Mostrar todas las entradas

martes, 29 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, Canto XXVII

CANTO XXVII


«Al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo


-empezó- Gloria» -todo el Paraíso,


de tal modo que el canto me embriagaba.


Lo que vi parecía una sonrisa


del universo; y mi embriaguez por esto


me entraba por la vista y el oído.


¡Oh inefable alegría! ¡Oh dulce gozo!


¡Oh de amor y de paz vida completa!


¡Oh sin deseo riqueza segura!


Delante de mis ojos encendidas


las cuatro antorchas vi, y la que primero


vino, empezó a avivarse de repente,


y su aspecto cambió de tal manera,


cual cambiaría jove si él y Marte


cambiaran su plumaje siendo pájaros.


La providencia, que allí distribuye

cargas y oficios, al dichoso coro

puesto había silencio en todas partes,


cuando escuché: «Si mudo de color


no debes asombrarte, pues a todos


éstos verás cambiarlo mientras hablo.


Quien en la tierra mi lugar usurpa,


mi lugar, mi lugar que está vacante


en la presencia del Hijo de Dios,


en cloaca mi tumba ha convertido


de sangre y podredumbre; así el perverso


que cayó desde aquí, se goza abajo.»


Del color con que el sol contrario pinta


por la mañana y la tarde las nubes,


entonces vi cubrirse todo el cielo.


Y cual mujer honrada que está siempre


segura de sí misma, y culpas de otras,


sólo con escucharlas, ruborizan,


así cambió el semblante de Beatriz;


y así creo que el cielo se eclipsara


cuando sufrió la suprema potencia.


Luego continuaron sus palabras


con una voz cambiada de tal forma,


que más no había cambiado el semblante:


«No fue nutrida la Esposa de Cristo


con mi sangre, de Lino, o la de Cleto,


para ser en el logro de oro usada;


mas por lograr este vivir gozoso


Sixto y Urbano y Pío y Calixto


tras muchos sufrimientos la vertieron.


No fue nuestra intención que a la derecha


de nuestros sucesores, se sentara


parte del pueblo, y parte al otro lado;


ni que las llaves que me confiaron,


se volvieran escudo en los pendones


que combatieran contra bautizados;


ni que yo fuera imagen en los sellos,


de privilegios vendidos y falsos,


que tanto me avergüenzan y me irritan.


En traje de pastor lobos rapaces


desde aquí pueden verse prado a prado:

Oh protección divina, ¿por qué duerme?


Cahorsinos y Gascones se apresuran


a beber nuestra sangre: ¡oh buen principio,


a qué vil fin has venido a parar!


Pero la providencia, que de Roma


con Escipión guardar la gloria pudo,


pronto nos salvará, según lo pienso;


y tú, hijo mío, que a la tierra vuelves


por tu peso mortal, abre la boca,


y tú no escondas lo que yo no escondo.»


Cual vapores helados nos envía


abajo el aire nuestro, cuando el cuerno


de la cabra del cielo el sol tropieza,


así yo vi que el éter adornado


subía despidiendo los vapores


triunfantes, que estuvieron con nosotros.


Con mis ojos seguia sus semblantes,


hasta que la distancia, al ser ya mucha,


les impidió seguir detrás de ellos.


Por ello mi señora, al verme libre


de mirar hacia arriba, dijo: «Baja


la vista y mira cuánta vuelta has dado.»


Desde el momento en que mire primero


vi que había corrido todo el arco


que hace del medio al fin el primer clima;


viendo, pasado Cádiz, la insensata


ruta de Ulises, y la playa donde


fue dulce carga Europa al otro lado.


Y hubiera descubierto aún más lugares


de aquella terrezuela, pero el sol


bajo mis pies distaba más de un signo.


La mente enamorada, que requiebra


siempre a mi dama, más que nunca ardía


por dirigir de nuevo a ella mis ojos;


y si es el cebo el arte o la natura


que atrae los ojos, y la mente atrapan


ya con la carne viva o ya pintada,


juntas nada serían comparadas

al divino placer que me alumbró,

al dirigirme a sus ojos rientes.


Y el vigor que me dio aquella mirada,


me dio impulso hasta el cielo más veloz


al separarme del nido de Leda.


Sus partes más cercanas o distantes


son tan iguales, que decir no puedo


la que escogió Beatriz para mi entrada.


Mas ella que veía mis deseos,


empezó con sonrisa tan alegre,


cual si Dios en su rostro se gozase:


«El ser del mundo, que detiene el centro


y hace girar en torno a lo restante,


tiene aquí su principio como meta;


y este cielo no tiene más comienzo


que la mente divina, donde prende


la influencia y amor que él llueve y gira.


El amor y la luz, a éste rodean


como a los otros éste; y solamente


a este círculo entiende quien lo ciñe.


Su movimiento no mide con otro,


pero los otros se miden con éste,


cual se divide el diez por dos o cinco;


y cómo el tiempo tenga en este vaso


su raíz y en los otros la enramada,


ahora podrás saberlo claramente.


¡Oh tú, concupiscencia que en tu seno


los mortales ahogas, sin que puedan


sacar los ojos fuera de tus ondas!


La voluntad florece en los humanos;


mas la lluvia constante hace volverse


endrinas las ciruelas verdaderas.


La inocencia y la fe sólo en los niños


se encuentran repartidas; luego escapan


antes de que se cubran las mejillas.


Tal, aún balbuciente, guarda ayuno,


y luego traga, con la lengua suelta,


cualquier comida bajo cualquier luna;


y tal, aún balbuciente, ama y escucha

a su madre, y teniendo el habla entera,

verla en la sepultura desearía.


Así se vuelve negra la piel blanca


en el rostro de aquella hermosa hija


de quien lleva la noche y trae el día.


Y tú, para que de esto no te asombres,


piensa que no hay quien en la tierra mande;


y así se pierde la humana familia.


Mas antes de que enero desinvierne,


por la centésima parte olvidada,


de tal manera rugirán los cielos,


que la tormenta que tanto se espera,


donde la popa está pondrá la proa,


y así la flota marchará derecha;


y tras las flores vendrán buenos frutos.

lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XXVI

CANTO XXVI


¡Goza, Florencia, ya que eres tan grande,


que por mar y por tierra bate alas,


y en el infierno se expande tu nombre!


Cinco nobles hallé entre los ladrones


de tus vecinos, de donde me vino


vergüenza, y para ti no mucha honra.


Mas si el soñar al alba es verdadero,


conocerás, de aquí a no mucho tiempo,


lo que Prato, no ya otras, te aborrece.


No fuera prematuro, si ya fuese:


¡Ojalá fuera ya, lo que ser debe!


que más me pesará, cuanto envejezco.


Nos marchamos de allí, y por los peldaños


que en la bajada nos sirvieron antes,


subió mi guía y tiraba de mí.


Y siguiendo el camino solitario,

por los picos y rocas del escollo,

sin las manos, el pie no se valía.


Entonces me dolió, y me duele ahora,


cuando, el recuerdo a lo que vi dirijo,


y el ingenio refreno más que nunca,


porque sin guía de virtud no corra;


tal que, si buena estrella, o mejor cosa,

me ha dado el bien, yo mismo no lo enturbie. 


Cuantas el campesino que descansa


en la colina, cuando aquel que alumbra


el mundo, oculto menos tiene el rostro,


cuando a las moscas siguen los mosquitos,


luciérnagas contempla allá en el valle,


en el lugar tal vez que ara y vendimia;


toda resplandecía en llamaradas


la bolsa octava, tal como advirtiera


desde el sitio en que el fondo se veía.


Y como aquel que se vengó con osos,


vio de Elías el carro al remontarse,


y erguidos los caballos a los cielos,


que con los ojos seguir no podia,


ni alguna cosa ver salvo la llama,


como una nubecilla que subiese;


tal se mueven aquéllas por la boca


del foso, mas ninguna enseña el hurto,


y encierra un pecador cada centella.


Yo estaba tan absorto sobre el puente,


que si una roca no hubiese agarrado,


sin empujarme hubiérame caído.


Y viéndome mi guía tan atento


dijo: « Dentro del fuego están las almas,


todas se ocultan en donde se queman.»


«Maestro le repuse , al escucharte


estoy más cierto, pero ya he notado


que así fuese, y decírtelo quería:


¿quién viene en aquel fuego dividido,

que parece surgido de la pira


donde Eteocles fue puesto con su hermano?» 


Me respondió: «Allí dentro se tortura


a Ulises y a Diomedes, y así juntos


en la venganza van como en la ira;


y dentro de su llama se lamenta


del caballo el ardid, que abrió la puerta


que fue gentil semilla a los romanos.


Se llora la traición por la que, muerta,


aún Daidamia se duele por Aquiles,


y por el Paladión se halla el castigo.»


«Si pueden dentro de aquellas antorchas


hablar le dije pídote, maestro,


y te suplico, y valga mil mi súplica,


que no me impidas que aguardar yo pueda


a que la llama cornuda aquí llegue;


mira cómo a ellos lleva mi deseo.»


Y él me repuso: «Es digno lo que pides


de mucha loa, y yo te lo concedo;


pero procura reprimir tu lengua.


Déjame hablar a mí, pues que comprendo


lo que quieres; ya que serán esquivos


por ser griegos, tal vez, a tus palabras.»


Cuando la llama hubo llegado a donde


lugar y tiempo pareció a mi guía,


yo le escuché decir de esta manera:


«¡Oh vosotros que sois dos en un fuego,


si os merecí, mientras que estaba vivo,


si os merecí, bien fuera poco o mucho,


cuando altos versos escribí en el mundo,


no os alejéis; mas que alguno me diga


dónde, por él perdido, halló la muerte.»


El mayor cuerno de la antigua llama


empezó a retorcerse murmurando,


tal como aquella que el viento fatiga;


luego la punta aquí y acá moviendo,


cual si fuese una lengua la que hablara,


fuera sacó la voz, y dijo: «Cuando


me separé de Circe, que sustrajóme

más de un año allí junto a Gaeta,


antes de que así Eneas la llamase,


ni la filial dulzura, ni el cariño


del viejo padre, ni el amor debido,

que debiera alegrar a Penélope,


vencer pudieron el ardor interno


que tuve yo de conocer el mundo,


y el vicio y la virtud de los humanos;


mas me arrojé al profundo mar abierto,


con un leño tan sólo, y la pequeña


tripulación que nunca me dejaba.


Un litoral y el otro vi hasta España,


y Marruecos, y la isla de los sardos,


y las otras que aquel mar baña en torno.


Viejos y tardos ya nos encontrábamos,


al arribar a aquella boca estrecha


donde Hércules plantara sus columnas,


para que el hombre más allá no fuera:


a mano diestra ya dejé Sevilla,


y la otra mano se quedaba Ceuta.»


«Oh hermanos dije , que tras de cien mil


peligros a occidente habéis llegado,


ahora que ya es tan breve la vigilia


de los pocos sentidos que aún nos quedan,


negaros no queráis a la experiencia,


siguiendo al sol, del mundo inhabitado.


Considerar cuál es vuestra progenie:


hechos no estáis a vivir como brutos,


mas para conseguir virtud y ciencia.»


A mis hombres les hice tan ansiosos


del camino con esta breve arenga,


que no hubiera podido detenerlos;


y vuelta nuestra proa a la mañana,


alas locas hicimos de los remos,


inclinándose siempre hacia la izquierda.


Del otro polo todas las estrellas


vio ya la noche, y el nuestro tan bajo


que del suelo marino no surgía.


Cinco veces ardiendo y apagada


era la luz debajo de la luna,


desde que al alto paso penetramos,


cuando vimos una montaña, oscura

por la distancia, y pareció tan alta


cual nunca hubiera visto monte alguno.


Nos alegramos, mas se volvió llanto:


pues de la nueva tierra un torbellino


nació, y le golpeó la proa al leño.


Le hizo girar tres veces en las aguas;


a la cuarta la popa alzó a lo alto,


bajó la proa como Aquél lo quiso


hasta que el mar cerró sobre nosotros.

Portfolio

       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...