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viernes, 2 de octubre de 2020

El Convivio, castellano

Transcurrieron los años juveniles de El Dante en aquella deleitosa paz del Cardenal Latino, que gozó Florencia al ver acabadas las duras guerras de mediados del siglo XIII, y antes de las atroces revueltas que ensangrentaron su fin. En tal tregua de Dios, el amor a la vida renació con vigor primaveral; y síntesis suprema de este amor fue la común devoción a la ciencia pura, en que cifraron su existencia aquellos hombres de que es el Alighieri la más noble representación en la memoria de los tiempos.

¿Qué ciencia era aquélla que tan arrebatada adhesión suscitaba, y cuáles podían ser sus atractivos para un espíritu juvenil? Primeramente, una ciencia cristiana, la posesión de la eterna verdad revelada por Dios. Mas la ciencia cristiana, merced a la doctrina de los frailes de Santo Domingo, comprendía en una enciclopedia inmensa desde los conocimientos materiales más precisos, a la razón pura, a la extática contemplación de la verdad absoluta. Y no sólo satisfacía la inteligencia, sino el corazón; no sólo en la razón tenía sus cimientos, pero también en el amor. De otra parte, había algo en ciencia tal, que no podía por menos de refrigerar el ánimo de un toscano: el pensamiento latino de que estaba imbuida. En el transcurso de los siglos, el alma latina no se había desentendido de la influencia profunda de los poetas, filósofos y oradores de la antigüedad griega y romana. Tomás de Aquino, conquistando la antigua filosofía a la verdad evangélica, había cristianizado el peripatetismo y bautizado a Aristóteles.

El Dante, afiliado desde muy joven a uno de los grupos intelectuales que ya anunciaban en Florencia las célebres academias futuras, comparte con los poetas, presididos por Guido Cavalcanti, «el primero de sus amigos», el cultivo del dolce stil nuovo, importado de Bolonia, donde su inventor, Guido Guinizelli, había trazado las normas que espiritualizaban en un idealismo simbólico la poesía amatoria de los trovadores.

Nacen entonces las canciones y sonetos de la Vita Nova y del Convivio.

Es por demás conocido, aun para quienes no han leído el poema de la juventud de Alighieri, el argumento de su inspiración. Casi al abrir los ojos a la vida aparécesele la gentilísima Beatriz, que ha de ser, desde aquel punto y hora, la noble dama de sus pensamientos. Cifra y compendio de toda perfección humana, en que se refleja la suprema, en el puro amor y alabanza de Beatriz halla el poeta su ventura, y con ella el alimento de su canto. Muere la amada, y el poeta la sigue al cielo con la mente, inmortalizándola en la divina alegoría de la Commedia.

Tema constante de la investigación erudita ha sido el determinar hasta qué punto la inspiración de El Dante tenía raíces en la realidad cotidiana; se trata, en suma, de discernir el realismo y el simbolismo de la obra dantesca. No creemos que se vea asaltado de semejantes dudas el ingenuo lector, que, sin más prejuicio que el de bañar su espíritu en las purísimas ondas de la poesía de Alighieri, pretenda adivinar su sentido. Que así veremos en la Vita Nova la fiel narración del hecho humano y en el Convivio la consolación filosófica, que se resumen en la sublime música de la Commedia divina.

Dividido el partido güelfo en dos bandos, que presto fueran irreconciliables, de blancos y negros, defensores los primeros, entre los cuales se contaba el Alighieri, de los privilegios ciudadanos contra la excesiva ingerencia del poder pontificio de Bonifacio VIII, viose aquél desterrado de su patria en 1302 y sujeto a vagar por las tierras itálicas hasta su muerte en Rávena, diez y nueve años más tarde. Data la composición de este Convivio, o banquete ideal, de los primeros de su destierro.

A cuanto en él nos dice, era propósito de El Dante hacer un comentario filosófico a catorce canciones. Tal como la crítica ha logrado reconstruir el tratado, a través de las diversas lecciones, sólo tres son las que el poeta ofrece a nuestro gusto, dándolo por terminado en su cuarta parte.

Manifiéstanos el poeta, desde luego, que su intención no es otra que la de consolarse de sus tribulaciones, ofreciendo a los míseros que no se sientan a la mesa de la ciencia un festín espiritual: la consideración de la dama de sus pensamientos, es decir, la Filosofía, en que ha tomado forma incorpórea aquel su amor primero, que se fue al cielo con la Beatriz de su juventud.

Y apartándose del uso escolástico que sólo del latín se servía para expresar las disquisiciones puramente intelectuales, emplea el lenguaje vulgar, el toscano de sus compatriotas, en que había de renacer la cultura clásica.

No tenemos noticia de que hasta la fecha se haya traducido el Convivio de El Dante al castellano. Ardua es la empresa, y no otra nuestra pretensión que la de mostrar al lector curioso el divino misterio del pensamiento de Alighieri; vano intento sería por nuestra parte el intentar descorrer el sutilísimo velo que lo envuelve. Si toda traducción es difícil, por la imposibilidad de interpretar con la mera versión de las palabras la pureza del original, mucho más ha de serlo ésta, en que a cada paso se nos ofrecen intrincadísimos problemas, cuya solución requeriría, no ya el enciclopédico saber que las páginas del Convivio denotan, pero la virtud poética, que constituye a nuestros ojos su gloria imperecedera.

Hemos procurado ajustarnos todo lo posible a la letra del texto, en la creencia de que así interpretaríamos mejor su espíritu que con ninguna adaptación. No se achaque, pues, únicamente a defecto de nuestra traducción la obscuridad en que a veces se pierde el lector por entre las razones sutiles del Convivio. La poesía tiene, como principal atributo de su condición divina, la de que su esencia ulterior y suprema no aparece paladinamente a los sentidos corporales. Las canciones de El Dante son poesía por excelencia. Doce años tardó el poeta inglés Coleridge en comprender una que tradujo luego de leerla diez veces cada año.

Hemos preferido, en gracia a la razón filosófica que preside la composición del Convivio, traducir las tres canciones con libertad absoluta de rima y ritmo, procurando, no obstante, conservar algo de la cantidad y el número del original.

Lejos de nuestro ánimo el ofrecer una obra definitiva a la consideración del lector, queremos tan sólo servirle de introductores al conocimiento del universo lírico de El Dante.

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