CANTO XXV
Si sucediera que el sacro poema
en quien pusieron mano tierra y cielo,
y me ha hecho enflaquecer por muchos años,
venciera la crueldad que me ha exiliado
del bello aprisco en el que fui cordero,
de los hostiles lobos enemigo;
con otra voz entonces y cabellos,
poeta volveré, y sobre la fuente
de mi bautismo habrán de coronarme;
porque en la fe, que hace que conozcan
a Dios las almas, aquí vine, y luego
Pedro mi frente rodeó por ella.
Después vino una luz hacia nosotros
de aquella esfera de la que salió
el primer sucesor que dejó Cristo;
y mi Señora llena de alegría
me dijo: «Mira, mira ahí al barón
por quien abajo visitan Galicia.»
Tal como cuando el palomo se pone
junto al amigo, y uno y otro muestra
su amistad, al girar y al arrullarse;
así yo vi que el uno al otro grande
príncipe glorïoso recibía,
loando el pasto que allí se apacienta.
Mas concluyendo ya los parabienes,
callados coram me se detuvieron,
tan ígneos que la vista me vencían.
Entonces dijo Beatriz riendo:
«Oh ínclita alma por quien se escribiera
la generosidad de esta basílica,
haz que resuene en lo alto la esperanza:
puedes, pues tantas veces la has mostrado,
cuantas Jesús os prefirió a los tres.»
«Alza el rostro y sosiega, pues quien viene
desde el mundo mortal hasta aquí arriba,
en nuestros rayos debe madurarse.»
Este consuelo del fuego segundo
me vino; y yo miré a aquellos dos montes
que me abatieron antes con su peso.
«Pues nuestro emperador te ha concedido
que antes de muerto puedas con sus condes
avistarte en la sala más secreta,
y viendo la verdad de este palacio,
la esperanza, que abajo os enamora,
a ti y a otros pueda consolaros,
dime qué es, y di cómo florece
en tu mente: y de dónde te ha venido.»
Así continuó la luz segunda.
Y la piadosa que guió las plumas
de mis alas a vuelo tan cimero,
previno de este modo mi respuesta:
«La iglesia militante hijo ninguno
tiene que más espere, como escrito
está en el sol que alumbra nuestro ejército:
por eso le otorgaron que de Egipto
venga a Jerusalén para que vea,
antes de concluir en su milicia.
Los otros puntos, que no por saber
le preguntaste, mas para que muestre
lo mucho que te place esta virtud,
a él se los dejo, pues que son sencillos
y no se jactará; que él os responda,
y esto merezca la divina gracia.»
Como el alumno que al doctor secunda
pronto y con gusto en eso que es experto,
para que se demuestre su valía.
«La esperanza repuse es cierta espera
de la gloria futura, que produce
la gracia con el mérito adquirido.
Muchas estrellas me han dado esta luz;
mas quien primero la infundió en mi pecho
fue el supremo cantor del rey supremo.
"Que esperen en ti dice en su divino
cántico los que saben de tu nombre":
¿quién que tenga mi fe no lo conoce?
Y con su inspiración tú me inspiraste
con tu carta después; y ahora estoy lleno,
y en los otros revierto vuestra lluvia.»
Dentro del vivo seno, cuando hablaba,
de aquel incendio tremolaba un fuego
raudo y súbito a modo de relámpago.
Luego dijo: «El amor en que me inflamo
aún por la virtud que me ha seguido
hasta el fin del combate y el martirio,
aún quiere que te hable, pues te gozas
con ella, y me complace que me digas
qué es lo que la esperanza te promete.»
Y yo: «Los nuevos y los viejos textos
fijan la meta, y esto me lo indica,
de quien desea ser de Dios amigo.
Dice Isaías que todos vestidos
en su patria estarán con dobles vestes:
¿y es que esta dulce vida no es su patria?
Y tu hermano de forma aún más patente,
al hablar de las blancas vestiduras,
esta revelación nos manifiesta.
Y primero, después de estas palabras,
«Sperent in te» se oyó sobre nosotros;
y replicaron todos los benditos.
Luego tras esto se encendió una luz
tal que, si en Cáncer tal fulgor hubiese,
sólo un día sería el mes de invierno.
Y como se alza y va y entra en el baile
una cándida virgen, para honrar
a la novicia, y no por vanagloria,
así vi yo al encendido esplendor
acercarse a los dos que daban vueltas
al ritmo que su ardiente amor marcaba.
Se ajustó allí a su canto y a su rueda;
y atenta los miraba mi señora,
como una esposa inmóvil y callada.
«Es éste quien yaciera sobre el pecho
de nuestro pelicano, y éste fue
desde la cruz propuesto al gran oficio.»
Dijo así mi señora; mas por esto
su vista no dejó de estar atenta después
como antes de que hubiera hablado.
Como es aquel que mira y que pretende
ver eclipsarse el sol por un momento,
y que, por ver, no vidente se vuelve
con el último fuego hice lo mismo
hasta que se me dijo: «¿Por qué ciegas
para ver una cosa que no existe?
Mi cuerpo es tierra en tierra, y lo será
con todos los demás, hasta que el número
al eterno propósito se iguale.
Con las dos vestes en el santo claustro
sólo están las dos luces que ascendieron;
y esto habrás de decir en vuestro mundo.»
Con esta voz el inflamado giro
se detuvo y con él la mezcolanza
que se formaba del sonido triple,
como para evitar riesgo o fatiga,
los remos que en el agua golpeaban,
todos se aquietan al sonar de un silbo.
¡Qué grande fue mi turbación entonces,
al volverme a Beatriz para mirarla,
y no la pude ver, aunque estuviese
en el mundo feliz, y junto a ella!