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martes, 29 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, Canto XIX

CANTO XIX


Apareció ante mí la bella imagen


con las alas abiertas, que formaban


las almas agrupadas en su dicha;


un rubí parecía cada una


donde un rayo de sol ardiera tanto,


que en mis ojos pudiera reflejarse.


Y lo que debo de tratar ahora


ni referido nunca fue, ni escrito,


ni concebido por la fantasía;


pues vi y también oí que hablaba el pico,


y que la voz decía «mío» y «yo»


y debía decir «nuestro» y «nosotros».


Y comenzó: «Por ser justo y piadoso


estoy aquí exaltado a aquella gloria


que vencer no se deja del deseo;


y dejé tan completa mi memoria


en la tierra, que abajo los malvados


aun sin seguir su ejemplo, la veneran.»


Como un solo calor de muchas brasas,


de entre muchos amores, de igual modo,


salía un solo son de aquella imagen.


Y entonces respondí. «Oh perpetuas flores


de la alegría eterna, que uno sólo


me hacéis aparecer vuestros aromas,


aclaradme, espirando, el gran ayuno

que largamente en hambre me ha tenido,

pues ningún alimento hallé en la tierra.


Bien sé que si en el cielo de otro reino


la justicia divina hace su espejo


veladamente el vuestro no la mira.


Sabéis que atentamente me: dispongo


a escucharos; sabéis cuál es la duda


que en ayunas me tuvo tanto tiempo.»


Como halcón al que quitan la capucha,


que mueve la cabeza y bate alas


ganas mostrando y haciéndose hermoso,


contemplé a aquella imagen, que con loas


a la divina gracia era formada,


con cantos que conoce el que lo goza.


Dijo después: «El que volvió el compás


hasta el confín del mundo, y dentro de éste


guardó lo manifiesto y lo secreto,


no podía imprimir su poderío


en todo el universo, de tal modo


que su verbo no fuese aún infinito.


Y esto confirma que el primer soberbio,


que de toda criatura fue la suma,


por no esperar la luz cayó inmaduro;


mostrando que cualquier naturaleza


menor, es sólo un corto receptáculo


del bien que no se acaba y no se mide.


Por lo cual nuestra vista, que tan sólo


ha salido de un rayo de la mente


de que todas las cosas están llenas,


no puede valer tanto por sí misma,


que no sepa que está mucho más lejos


su principio de lo que se le muestra.


Por eso en la justicia sempiterna


la vista que recibe vuestro mundo,


igual que el ojo por el mar, se adentra;


que, aunque en la orilla puede ver el fondo,


no lo ve en alta mar; y no está menos


allí, pero lo esconde el ser profundo.


No hay luz, si no procede de la calma

imperturbable; y fuera es la tiniebla,

o sombra de la carne, o su veneno.


Bastante ya te he abierto el escondrijo


que te escondía la justicia viva,


que con tanta frecuencia cuestionaste;


diciendo: "Un hombre nace en la ribera


del Indo, y no hay allí nadie que hable


de Cristo ni leyendo ni escribiendo;


y todos sus deseos y actos buenos,


por lo que entiende la razón del hombre,


están sin culpa en vida y en palabras.


Y muere sin la fe y sin el bautismo:


¿Dónde está la justicia al condenarle?


¿y dónde está su culpa si él no cree?"


¿Quién eres tú para querer sentarte


a juzgar a mil millas de distancia


con tu vista que sólo alcanza un palmo?


Cierto que quien conmigo sutiliza,


si sobre él no estuviera la Escritura,


su dudar llegaría hasta el asombro.


¡Oh animales terrenos! ¡Mentes zafias!


La voluntad primera, por sí buena,


de sí, que es sumo bien, nunca se mueve.


Sólo es justo lo que a ella se conforma:


ningún creado bien puede atraerla,


pero aquella, esplendiendo, los produce.»


Igual que sobre el nido vuela en círculos


tras cebar a sus hijos la cigüeña,


y como la contempla el ya cebado;


hizo así, y yo los ojos levanté,


esa bendita imagen, que las alas


movió impulsada por tantos espíritus.


Dando vueltas cantaba, y me decía:


«Lo mismo que mis notas, que no entiendes,


tal es el juicio eterno a los mortales.»


Al aquietarse las lucientes llamas


del Espíritu Santo, aún en el signo


que a Roma hizo temible en todo el mundo,


volvió a decir aquél: «No sube a este reino,

quien no creyera en Cristo, antes

o después de clavarle en el madero.


Mas sabe: muchos gritan "¡Cristo, Cristo!"


y estarán en el juicio menos prope de aquel,

que otros que a Cristo no conocen; 


serán por el etíope afrentados


cuando los dos colegios se separen,


los para siempre ricos y los pobres.


¿A vuestros reyes qué dirán los persas


al contemplar abierto el libro donde


escritos se hallan todos sus pecados?


La que muy pronto moverá las plumas


y que devastará el reino de Praga,


de Alberto podrá verse entre las obras.


La pena podrá verse que en el Sena


causará, la moneda falseando,


quien por un jabalí hallará la muerte.


La insaciable soberbia podrá verse,


que al de Inglaterra y al de Escocia ciega,


sin poder aguantarse en sus fronteras.


Veráse la lujuria y vida muelle


de aquel de España y del de la Bohemia,


que ni supo ni quiso del valor.


Veráse al cojo de Jerusalén


su bondad señalada con la I,


y con la M el contrario señalado.


Veráse la avaricia y la vileza


de quien guardando está la isla del fuego,


donde Anquises su larga edad dejara;


en abreviadas letras su escritura


para dar a entender cuán poco vale,


que mucho anotarán en poco espacio.


Enseñará las obras indecentes


de su tío y su hermano, que una estirpe


tan egregia y dos tronos ensuciaron.


El que está en Portugal y el de Noruega


allí se encontrarán, y aquel de Rascia


que mal ha visto el cuño de Venecia.


¡Dichosa Hungría, si es que no se deja


mal conducir! ¡y dichosa Navarra,


si se armase del monte que la cerca!


Y creer se debiera como muestra


de esto, que Nicosia y Famagusta


se reprueban y duelen de su bestia,


que del lado de aquéllas no se aparta.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...