Mostrando entradas con la etiqueta Rea. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Rea. Mostrar todas las entradas

lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XIV

CANTO XIV


Y como el gran amor del lugar patrio


me conmovió, reuní la rota fronda,


y se la devolví a quien ya callaba.


Al límite llegamos que divide


el segundo recinto del tercero,


y vi de la justicia horrible modo.


Por bien manifestar las nuevas cosas,


he de decir que a un páramo llegamos,


que de su seno cualquier planta ahuyenta.


La dolorosa selva es su guirnalda,


como para ésta lo es el triste foso;


justo al borde los pasos detuvimos.


Era el sitio una arena espesa y seca,


hecha de igual manera que esa otra


que oprimiera Catón con su pisada.


¡Oh venganza divina, cuánto debes


ser temida de todoa quel que lea


cuanto a mis ojos fuera manifiesto!


De almas desnudas vi muchos rebaños,


todas llorando llenas de miseria,


y en diversas posturas colocadas:


unas gentes yacían boca arriba;


encogidas algunas se sentaban,


y otras andaban incesantemente.


Eran las más las que iban dando vueltas,


menos las que yacían en tormento,


pero más se quejaban de sus males.


Por todo el arenal, muy lentamente,


llueven copos de fuego dilatados,


como nieve en los Alpes si no hay viento.


Como Alejandro en la caliente zona


de la India vio llamas que caían


hasta la tierra sobre sus ejércitos;


por lo cual ordenó pisar el suelo

a sus soldados, puesto que ese fuego


se apagaba mejor si estaba aislado,


así bajaba aquel ardor eterno;


y encendía la arena, tal la yesca


bajo eslabón, y el tormento doblaba.


Nunca reposo hallaba el movimiento


de las míseras manos, repeliendo


aquí o allá de sí las nuevas llamas.


Yo comencé: «Maestro, tú que vences


todas las cosas, salvo a los demonios


que al entrar por la puerta nos salieron,


¿Quién es el grande que no se preocupa


del fuego y yace despectivo y fiero,


cual si la lluvia no le madurase?»


Y él mismo, que se había dado cuenta


que preguntaba por él a mi guía,


gritó: « Como fui vivo, tal soy muerto.


Aunque Jove cansara a su artesano


de quien, fiero, tomó el fulgor agudo


con que me golpeó el último día,


o a los demás cansase uno tras otro,


de Mongibelo en esa negra fragua,


clamando: “Buen Vulcano, ayuda, ayuda”


tal como él hizo en la lucha de Flegra,


y me asaeteara con sus fuerzas,


no podría vengarse alegremente.»


Mi guía entonces contestó con fuerza


tanta, que nunca le hube así escuchado:


«Oh Capaneo, mientras no se calme


tu soberbia, serás más afligido:


ningún martirio, aparte de tu rabia,


a tu furor dolor será adecuado.»


Después se volvió a mí con mejor tono,


«Éste fue de los siete que asediaron


a Tebas; tuvo a Dios, y me parece


que aún le tenga, desdén, y no le implora;


mas como yo le dije, sus despechos


son en su pecho galardón bastante.


Sígueme ahora y cuida que tus pies

no pisen esta arena tan ardiente,


mas camina pegado siempre al bosque.»


En silencio llegamos donde corre


fuera ya de la selva un arroyuelo,


cuyo rojo color aún me horripila:


como del Bulicán sale el arroyo


que reparten después las pecadoras,

t
al corta a través de aquella arena.


El fondo de éste y ambas dos paredes


eran de piedra, igual que las orillas;


y por ello pensé que ése era el paso.


«Entre todo lo que yo te he enseñado,


desde que atravesamos esa puerta


cuyos umbrales a nadie se niegan,


ninguna cosa has visto más notable


como el presente río que las llamas


apaga antes que lleguen a tocarle.»


Esto dijo mi guía, por lo cual


yo le rogué que acrecentase el pasto,


del que acrecido me había el deseo.


«Hay en medio del mar un devastado


país me dijo que se llama Creta;


bajo su rey fue el mundo virtuoso.


Hubo allí una montaña que alegraban


aguas y frondas, se llamaba Ida:


cual cosa vieja se halla ahora desierta.


La excelsa Rea la escogió por cuna


para su hijo y, por mejor guardarlo,


cuando lloraba, mandaba dar gritos.


Se alza un gran viejo dentro de aquel monte,


que hacia Damiata vuelve las espaldas


y al igual que a un espejo a Roma mira.


Está hecha su cabeza de oro fino,


y plata pura son brazos y pecho,


se hace luego de cobre hasta las ingles;


y del hierro mejor de aquí hasta abajo,


salvo el pie diestro que es barro cocido:


y más en éste que en el otro apoya.


Sus partes, salvo el oro, se hallan rotas

por una raja que gotea lágrimas,


que horadan, al juntarse, aquella gruta;


su curso en este valle se derrama:


forma Aqueronte, Estigia y Flagetonte;


corre después por esta estrecha espita


al fondo donde más no se desciende:


forma Cocito; y cuál sea ese pantano


ya lo verás; y no te lo describo.»


Yo contesté: «Si el presente riachuelo

tiene así en nuestro mundo su principio,

¿como puede encontrarse en este margen?»


Respondió: «Sabes que es redondo el sitio,


y aunque hayas caminado un largo trecho


hacia la izquierda descendiendo al fondo,


aún la vuelta completa no hemos dado;


por lo que si aparecen cosas nuevas,


no debes contemplarlas con asombro.»


Y yo insistí «Maestro, ¿dónde se hallan


Flegetonte y Leteo?; a uno no nombras,


y el otro dices que lo hace esta lluvia.»


«Me agradan ciertamente tus preguntas


dijo , mas el bullir del agua roja


debía resolverte la primera.


Fuera de aquí podrás ver el Leteo,


allí donde a lavarse van las almas,


cuando la culpa purgada se borra.»


Dijo después: «Ya es tiempo de apartarse


del bosque; ven caminando detrás:


dan paso las orillas, pues no queman,


y sobre ellas se extingue cualquier fuego.»

Portfolio

       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...