CANTO X
Con el Amor que eternamente mana
del uno al otro, contemplando al Hijo
la Potencia primera e inefable
cuanto en espacio o mente se concibe
con tanto orden creó, que estar no puede
sin gustar de ello aquel que vuelve a verlo.
Alza, lector, hacia las altas ruedas
con la mía tu vista, hacia aquel sitio
donde dos movimientos se entrecruzan;
y allí comienza a disfrutar del Arte
de aquel maestro que tanto lo ama
en sí, que nunca de él quita la vista.
Mira cómo de allí se aparta el círculo
oblicuo que conduce los planetas,
satisfaciendo al mundo que los llama.
Pues no siendo inclinado su camino,
vano sería el influir del cielo
y casi muerta aquí cualquier potencia;
y si más o si menos se alejara
girando, de la perpendicular,
se rompería el orden de los mundos.
Quédate ahora, lector, sobre tu banco,
meditando en aquello que sugiero,
si quieres disfrutar y no cansarte.
Te lo he mostrado: come tú ahora de ello;
que a ella reclama todos mis cuidados
esa materia de que soy escriba.
De la naturaleza el gran ministro,
que la virtud del cielo imprime al mundo
y es la medida, con su luz, del tiempo,
a aquella parte arriba mencionada
junto, giraba por las espirales
que le traen cada día más temprano;
y yo estaba con él; mas del subir
no me di cuenta, como aquel que nota,
tras la idea, de dónde le ha venido.
Era Beatriz aquella que guiaba
de un bien a otro mejor, tan raudamente
que el tiempo no medía sus acciones.
¡Cuán luminosa debería ser
por sí, la que en el sol donde yo entraba
no por color, por luz era visible!
Aunque costumbre, ingenio y arte invoque
no diría lo nunca imaginado;
mas puede ser creído y desear verlo.
Y si son bajas nuestras fantasías
a tanta altura, no hay por qué extrañarse;
que más que el Sol no hay ojos que hayan visto.
Tal se mostraba la cuarta familia
del Alto Padre, que siempre la sacia,
mostrando cómo espira y cómo engendra.
Y comenzó Beatriz: «Dale las gracias
al angélico sol, puesto que a éste
sensible te ha traído a gusto suyo.»
Nunca hubo un corazón tan entregado
a devoción y a someterse a Dios
prestamente con toda gratitud,
como yo al escuchar esas palabras;
y tanto todo en él mi amor se puso,
que a Beatriz, eclipsó en el olvido.
No se enfadó; mas se rió en tal forma,
que el esplendor de sus risueños ojos
mi mente unida dividió en más cosas.
Muchos fulgores vivos y triunfantes
vi en torno nuestro como una corona,
en voz más dulce que en rostro lucientes:
ceñida así la hija de Latona
vemos a veces, cuando el aire es denso,
y retiene los restos de su halo.
En la corte celeste que he dejado,
bellas y ricas se hallan muchas joyas
que no pueden sacarse de aquel reino;
y de éstas era el canto de las luces;
quien no tiende sus plumas a lo alto,
como de un mudo espera las noticias.
Luego, cantando así, los rojos soles
a nuestro alrededor tres vueltas dieron,
cual astros cerca de los polos fijos,
pareciendo mujeres que no rompen
su danza, más calladas se detienen
para escuchar la nueva melodía;
y escuché dentro de una de ellas: «Cuando
el rayo de la gracia, en que se enciende
un verdadero amor que amando aumenta,
tanto ilumina en ti multiplicado,
que por esa escalera te conduce
que nadie baja sin subir de nuevo;
quien te negase el vino de su bota
para tu sed, más libre no sería
que el agua de correr hacia los mares.
Quieres saber qué flores engalanan
esta guirnalda con que se embellece
la hermosa dama que al cielo te empuja.
Yo fui cordero del rebaño santo
que conduce Domingo por la senda
que hace avanzar a quien no se extravía.
Este que a mi derecha está más cerca
fue mi hermano y maestro, él es Alberto
de Colonia, y yo soy Tomás de Aquino.
Y si quieres saber de los demás
sigue con tu mirada mis palabras
dando la vuelta en este santo círculo.
Sale aquel resplandor de la sonrisa
de Graziano, que al uno y otro fuero
dio su ayuda, ganando el paraíso.
Quien cerca de él adorna nuestro coro
fue el Pedro que al igual que aquella viuda,
su tesoro ofreció a la Santa Iglesia.
La quinta luz, de todas la más bella,
respira tanto amor, que todo el mundo
saber aquí desea sus noticias;
dentro está la alta mente, en la que tanto
saber latió, que si lo cierto es cierto,
a tanto ver no surgió aún un segundo.
Ve la luz de aquel cirio, junto a ella
que aun en carne mortal por dentro supo
la angélica natura y sus oficios.
En la luz pequeñita está riendo
el abogado de tiempos cristianos
cuyos latines a Agustín sirvieron.
Ahora si el ojo de la mente llevas
de luz en luz tras de mis alabanzas,
ya de la octava te encuentras sediento.
Viendo todos los bienes dentro goza
el alma santa que el mundo falaz
de manifiesto pone a quien le escucha:
el cuerpo del que fue arrojada yace
allá abajo en Cieldauro; y a esta calma
vino desde el martirio y el destierro
ve más allá las llamas del espíritu
de Isidoro, de Beda y de Ricardo,
que en su contemplación fue más que un hombre.
Esa de la cual pasa a mí tu vista,
es la luz de un espíritu que tarde
meditando, pensaba que moría:
esa es la luz eterna de Sigiero
que, enseñando en el barrio de la Paja,
silogismo verdades envidiadas.»
En fin, lo mismo que un reloj que llama
cuando la esposa del Señor despierta
a que cante maitines a su amado,
que una pieza a la otra empuja y urge,
tintineando con tan dulces notas,
que el alma bien dispuesta de amor llenan;
así vi yo la rueda gloriosa
moverse, voz a voz dando respuesta
tan suave y templada, que tan sólo
se escucha donde el gozo se eterniza.