CANTO VI
«Después que Constantino volvió el águila
contra el curso del cielo, que ella antes
siguió tras el esposo de Lavinia,
más de cien y cien años se detuvo
en el confín de Europa aquel divino
pájaro, junto al monte en que naciera;
a la sombra de las sagradas plumas
gobernó el mundo allí de mano en mano,
y así cambiando vino hasta las mías.
César fui, soy el mismo Justiniano
que quitó, inspirado del Espíritu,
lo excesivo y superfluo de las leyes.
Y antes de que a esta obra me entregara,
una naturaleza en Cristo sólo
creía, y esta fe me era bastante;
mas aquel santo Agapito, que fue
sumo pastor, a la fe verdadera
me encaminó con sus palabras santas.
Yo le creí; y claramente veo
lo que había en su fe, como tu ves
en la contradicción lo falso y cierto.
Y en cuanto que eché andar ya con la Iglesia,
por gracia a Dios le plugo el inspirarme
la gran tarea y me entregué de lleno;
y a Belisario encomendé las tropas,
quien gozó tanto del favor del cielo,
que fue señal de que en él reposara.
Ahora ya he contestado a tu primera
pregunta: mas me obliga a que te añada
su condición algunas otras cosas,
para que veas con cuánta injusticia
se mueve contra el signo sacrosanto
quien de él se apropia o quien a él se opone.
Mira cuánta virtud digno le hizo
de reverencia; ya desde la hora
en que murió Palante por su reino.
Sabes que en Alba tuvo su morada
más de trescientos años, hasta el día
que por él combatieron tres y tres
Y sabes lo que obró en siete reinados,
del mal de las Sabinas a Lucrecia,
venciendo en torno a los pueblos vecinos.
Y lo que obró llevado contra Breno
por los magnos romanos, contra Pirro,
y las otras repúblicas y príncipes;
donde Torcuato y Quincio, a quien dio nombre
su pelo descuidado, Fabios, Decios
ganaron fama que con gusto incienso.
Luego humilló el orgullo de los árabes
que tras Aníbal las alpestres rocas
de las que bajas tú, Po, atravesaron.
Bajo aquél, siendo aún jóvenes, triunfaron
Escipión y Pompeyo; y a ese monte
a cuyo pie naciste, le fue amargo.
Luego, cercano el tiempo en el que el cielo
quiso ordenar el mundo a su manera,
César por gusto de Roma lo obtuvo.
Y lo que obró desde el Varo hasta el Rin,
lo vio el Isara, el Era y lo vio el Sena
y los ríos que al Ródano engrandecen.
Lo que obró luego al marcharse de Rávena
y cruzó el Rubicón, fue tan aprisa
que ni pluma ni lengua alcanzarían.
Luego marchó con sus tropas a España,
luego a Durazzo, y tal golpe en Farsalia
dio, que hasta el Nilo se dolió del daño.
A Antandro y al Simoes, patria suya,
vio otra vez, y el lugar que a Héctor sepulta;
y partió para mal de Tolomeo.
De allí fue como un rayo contra Juba;
y desde allí se volvió al occidente
donde escuchó la trompa pompeyana.
Por lo que obró en las manos del siguiente,
en el infierno ladran Bruto y Casio,
y se dolieron Módena y Perugia.
Aún lo llora la triste de Cleopatra,
que, escapando de aquél, con la culebra
se dio la muerte atroz e inesperada.
Con él llegó a la orilla del mar Rojo,
con él en tanta paz al mundo puso,
que las puertas de Jano se cerraron.
Mas lo que el signo del que estoy hablando,
hizo primeramente y luego haría,
por el reino mortal al que subyuga,
se vuelve en apariencia oscuro y poco,
si en manos del tercer César la vemos
con vista clara y con afecto puro;
pues la viva justicia que me inspira,
le concedió, en las manos del que digo,
la gloria de vengar su santa cólera.
Y asómbrate de lo que digo ahora:
corrió después con Tito a hacer venganza
de la venganza del pecado antiguo.
Y al morder los lombardos a la Santa
Iglesia con sus dientes, Carlomagno
la socorrió, venciendo, con sus alas.
Ahora puedes juzgar a esos que antes
me escuchaste acusar, y sus pecados,
que son causa de todas vuestras penas.
Uno al signo común los amarillos
lirios opone, y otro se lo apropia,
y es difícil saber quién más se engaña.
Urdan los gibelinos, urdan tretas
bajo otro signo, que mal sigue a éste
aquel que de él aparta la justicia;
y que este nuevo Carlos no lo abata
con sus güelfos, mas tema de sus garras
que a leones más fuertes han vencido.
¡Muchas veces los hijos han llorado
por las culpas del padre, y no se crea
que Dios cambie su emblema por las lises!
Esta pequeña estrella se engalana
de los buenos espíritus activos
para que fama y honra les alcance;
y cuando a esto dirigen sus deseos,
desviándose así, más apagados
del verdadero amor los rayos sienten.
Mas comparar los méritos y el premio
de nuestra dicha también forma parte,
no viéndolos mayores ni menores.
Tal nos endulza la viva justicia
el afecto, y por ello no se puede
ya a la malicia nunca desviarlo.
Diversas voces cantan dulces notas;
tal los diversos grados de esta vida
dulce armonía en estas ruedas forman.
Y dentro de esta perla en la que estamos
luce la luz de Romeo, de quien
fue su gran obra mal agradecida.
Pero sus enemigos provenzales
no ríen; pues camina erradamente
el que se duele del bien de los otros.
Cuatro hijas tuvo, y las cuatro reinaron,
Raimundo Berenguer, y esto lo hizo
Romeo, un hombre humilde y peregrino
Y luego las calumnias le movieron a
pedirle las cuentas a este justo,
quien devolvió siete y cinco por diez,
tras de lo cual partió, viejo y mendigo;
y si el mundo supiera su coraje
mendigando su vida hogaza a hogaza
mucho lo alaba, y más lo alabaría.