CANTO XXVI
Mientras que por la orilla uno tras otro
marchábamos y el buen maestro a veces
«Mira decía como te he advertido»;
sobre el hombro derecho el sol me hería,
que ya, radiando, todo el occidente
el celeste cambiaba en blanco aspecto;
y hacía con mi sombra más rojiza
la llama parecer; y al darse cuenta
vi que, andando, miraban muchas sombras.
Esta fue la ocasión que les dio pie
a que hablaran de mí , y así empezaron
«Este cuerpo ficticio no parece»;
luego vueltos a mí cuanto podían,
se cercioraron de ello, con cuidado
siempre de no salir de donde ardiesen.
«Oh tú que vas, no porque tardo seas,
mas tal vez reverente, tras los otros,
respóndeme, que en este fuego ardo.
No sólo a mí aproveche tu respuesta;
pues mayor sed tenemos todos de ella
que de agua fría la India o la Etiopía.
Dinos cómo es que formas de ti un muro
al sol, de tal manera que no hubieses
aún entrado en las redes de la muerte.»
Así me hablaba uno; y yo me hubiera
ya explicado, si no estuviese atento
a otra novedad que entonces vino;
que por medio de aquel sendero ardiente
vino gente mirando hacia los otros,
lo cual, suspenso, me llevó a observarlo.
Apresurarse vi por todas partes
y besarse a las almas unas a otras
sin pararse, felices de tal fiesta;
así por medio de su hilera oscura
una a la otra se hocican las hormigas,
por saber de su suerte o su camino.
En cuanto dejan la acogida amiga,
antes de dar siquiera el primer paso,
en vocear se cansan todas ellas:
la nueva gente: «Sodoma y Gomorra»;
los otros: «En la vaca entra Pasifae,
para que el toro corra a su lujuria.»
Después como las grullas que hacia el Rif
vuelan en parte, y parte a las arenas,
o del hielo o del sol haciendo ascos,
una gente se va y otra se viene;
vuelven llorando a sus primeros cantos
y a gritar eso que más les atañe;
y acercáronse a mí, como hace poco
esos otros habíanme rogado,
deseosos de oír en sus semblantes.
Yo que dos veces viera su deseo;
«Oh almas ya seguras comencé
de conseguir la paz tras de algún tiempo,
no han quedado ni verdes ni maduros
allí mis miembros, mas aquí los traigo
con su sangre y sus articulaciones.
Subo para no estar ya nunca ciego;
una mujer me obtuvo la merced,
de venir con el cuerpo a vuestro mundo.
Mas vuestro anhelo mayor satisfecho
sea pronto, y así os albergue el cielo
que lleno está de amor y más se espacia,
decidme, a fin de que escribirlo pueda,
quiénes seáis, y quién es esa turba
que se marchó detrás a vuestra espalda.»
No de otro modo estúpido se turba
el montañés, y mira y enmudece,
cuando va a la ciudad , rudo y salvaje,
que en su apariencia todas esas sombras;
más ya de su estupor recuperadas,
que de las altas almas pronto sale,
«¡Dichoso tú que de nuestras regiones
volvió a decir aquel que habló primero ,
para mejor morir sapiencia adquieres!
La gente que no viene con nosotros,
pecó de aquello por lo que en el triunfo
César oyó que "reina" lo llamaban:
por eso vanse gritando "Sodoma",
reprobándose a sí, como has oído,
con su vergüenza el fuego acrecentando.
Hermafrodita fue nuestro pecado;
y pues que no observamos ley humana,
siguiendo el apetito como bestias,
en nuestro oprobio, por nosotros se oye
cuando partimos el nombre de aquella
que en el leño bestial bestia se hizo.
Ya sabes nuestros actos, nuestras culpas:
y si de nombre quieres conocemos,
decirlo no sabría, pues no hay tiempo.
Apagaré de mí, al menos, tus ganas:
Soy Guido Guinizzelli, y aquí peno
por bien antes del fin arrepentirme.»
Igual que en la tristeza de Licurgo
hicieron los dos hijos a su madre,
así hice yo, pero sin tanto ímpetu,
cuando escuché nombrarse él mismo al padre
mío y de todos, el mejor que rimas
de amor usaron dulces y donosas;
y pensativo, sin oír ni hablar,
contemplándole anduve un largo rato,
mas, por el fuego, sin aproximarme.
Luego ya de mirarle satisfecho,
me ofrecí enteramente a su servicio
con juramentos que a otros aseguran.
y él me dijo: «Tú dejas tales huellas
en mí, por lo que escucho, y tan palpables,
que no puede borrarlas el Leteo.
Mas si en verdad juraron tus palabras,
dime por qué razones me demuestras
al mirarme y hablarme tanto aprecio.»
Y yo le dije: «Vuestros dulces versos,
que, mientras duren los modernos usos,
harán preciada aun su misma tinta.»
«Oh hermano dijo, ése que te indico
y señaló un espíritu delante
fue el mejor artesano de su lengua.
En los versos de amor o en narraciones
a todos superó; y deja a los tontos
que creen que el Lemosín le aventajaba.
A las voces se vuelven, no a lo cierto,
y su opinión conforman de este modo
antes de oír a la razón o al arte.
Así hicieron antaño con Guittone,
de voz en voz corriendo su alabanza,
hasta que la verdad se ha impuesto a todos.
Ahora si tienes tanto privilegio,
que lícito te sea ir hasta el claustro
del colegio del cual abad es Cristo,
de un padre nuestro dile aquella parte,
que nos es necesaria en este mundo,
donde poder pecar ya no es lo nuestro.»
Luego tal vez por dar cabida a otro
que cerca estaba, se perdió en el fuego,
como en el agua el pez que se va al fondo.
Yo me acerqué a quien antes me indicara,
y dije que a su nombre mi deseo
un sitio placentero disponía.
Y comenzó a decirme cortésmente:
«Tan m' abellis vostre cortes deman,
qu' ieu non me puesc ni voil a vos cobrire.
Ieu sui Arnaut, que plor e vau cantan;
consiros vei la passada folor,
a vei jausen lo joi qu' esper, denan.
Ara voz prec, per aquella valor
que vos guida al som de l' escalina,
sovenha vos a temps de ma dolor.»
Luego se hundió en el fuego que le salva.