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lunes, 28 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto VI

CANTO VI


«Después que Constantino volvió el águila


contra el curso del cielo, que ella antes


siguió tras el esposo de Lavinia,


más de cien y cien años se detuvo


en el confín de Europa aquel divino


pájaro, junto al monte en que naciera;


a la sombra de las sagradas plumas

gobernó el mundo allí de mano en mano,

y así cambiando vino hasta las mías.


César fui, soy el mismo Justiniano


que quitó, inspirado del Espíritu,


lo excesivo y superfluo de las leyes.


Y antes de que a esta obra me entregara,


una naturaleza en Cristo sólo


creía, y esta fe me era bastante;


mas aquel santo Agapito, que fue


sumo pastor, a la fe verdadera


me encaminó con sus palabras santas.


Yo le creí; y claramente veo


lo que había en su fe, como tu ves


en la contradicción lo falso y cierto.


Y en cuanto que eché andar ya con la Iglesia,


por gracia a Dios le plugo el inspirarme


la gran tarea y me entregué de lleno;


y a Belisario encomendé las tropas,


quien gozó tanto del favor del cielo,


que fue señal de que en él reposara.


Ahora ya he contestado a tu primera


pregunta: mas me obliga a que te añada


su condición algunas otras cosas,


para que veas con cuánta injusticia

se mueve contra el signo sacrosanto

quien de él se apropia o quien a él se opone. 


Mira cuánta virtud digno le hizo


de reverencia; ya desde la hora


en que murió Palante por su reino.


Sabes que en Alba tuvo su morada


más de trescientos años, hasta el día


que por él combatieron tres y tres


Y sabes lo que obró en siete reinados,


del mal de las Sabinas a Lucrecia,


venciendo en torno a los pueblos vecinos.


Y lo que obró llevado contra Breno


por los magnos romanos, contra Pirro,


y las otras repúblicas y príncipes;


donde Torcuato y Quincio, a quien dio nombre

su pelo descuidado, Fabios, Decios

ganaron fama que con gusto incienso.


Luego humilló el orgullo de los árabes


que tras Aníbal las alpestres rocas


de las que bajas tú, Po, atravesaron.


Bajo aquél, siendo aún jóvenes, triunfaron


Escipión y Pompeyo; y a ese monte


a cuyo pie naciste, le fue amargo.


Luego, cercano el tiempo en el que el cielo


quiso ordenar el mundo a su manera,


César por gusto de Roma lo obtuvo.


Y lo que obró desde el Varo hasta el Rin,


lo vio el Isara, el Era y lo vio el Sena


y los ríos que al Ródano engrandecen.


Lo que obró luego al marcharse de Rávena


y cruzó el Rubicón, fue tan aprisa


que ni pluma ni lengua alcanzarían.


Luego marchó con sus tropas a España,


luego a Durazzo, y tal golpe en Farsalia


dio, que hasta el Nilo se dolió del daño.


A Antandro y al Simoes, patria suya,


vio otra vez, y el lugar que a Héctor sepulta;


y partió para mal de Tolomeo.


De allí fue como un rayo contra Juba;


y desde allí se volvió al occidente


donde escuchó la trompa pompeyana.


Por lo que obró en las manos del siguiente,


en el infierno ladran Bruto y Casio,


y se dolieron Módena y Perugia.


Aún lo llora la triste de Cleopatra,


que, escapando de aquél, con la culebra


se dio la muerte atroz e inesperada.


Con él llegó a la orilla del mar Rojo,


con él en tanta paz al mundo puso,


que las puertas de Jano se cerraron.


Mas lo que el signo del que estoy hablando,


hizo primeramente y luego haría,


por el reino mortal al que subyuga,


se vuelve en apariencia oscuro y poco,

si en manos del tercer César la vemos

con vista clara y con afecto puro;


pues la viva justicia que me inspira,


le concedió, en las manos del que digo,


la gloria de vengar su santa cólera.


Y asómbrate de lo que digo ahora:


corrió después con Tito a hacer venganza


de la venganza del pecado antiguo.


Y al morder los lombardos a la Santa


Iglesia con sus dientes, Carlomagno


la socorrió, venciendo, con sus alas.


Ahora puedes juzgar a esos que antes


me escuchaste acusar, y sus pecados,


que son causa de todas vuestras penas.


Uno al signo común los amarillos


lirios opone, y otro se lo apropia,


y es difícil saber quién más se engaña.


Urdan los gibelinos, urdan tretas


bajo otro signo, que mal sigue a éste


aquel que de él aparta la justicia;


y que este nuevo Carlos no lo abata


con sus güelfos, mas tema de sus garras


que a leones más fuertes han vencido.


¡Muchas veces los hijos han llorado


por las culpas del padre, y no se crea


que Dios cambie su emblema por las lises!


Esta pequeña estrella se engalana


de los buenos espíritus activos


para que fama y honra les alcance;


y cuando a esto dirigen sus deseos,


desviándose así, más apagados


del verdadero amor los rayos sienten.


Mas comparar los méritos y el premio


de nuestra dicha también forma parte,


no viéndolos mayores ni menores.


Tal nos endulza la viva justicia


el afecto, y por ello no se puede


ya a la malicia nunca desviarlo.


Diversas voces cantan dulces notas;

tal los diversos grados de esta vida

dulce armonía en estas ruedas forman.


Y dentro de esta perla en la que estamos


luce la luz de Romeo, de quien


fue su gran obra mal agradecida.


Pero sus enemigos provenzales


no ríen; pues camina erradamente


el que se duele del bien de los otros.


Cuatro hijas tuvo, y las cuatro reinaron,


Raimundo Berenguer, y esto lo hizo


Romeo, un hombre humilde y peregrino


Y luego las calumnias le movieron a


pedirle las cuentas a este justo,


quien devolvió siete y cinco por diez,


tras de lo cual partió, viejo y mendigo;


y si el mundo supiera su coraje


mendigando su vida hogaza a hogaza


mucho lo alaba, y más lo alabaría.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...