CANTO XXVIII
Luego que contra la vida presente
de los ruines mortales, me mostró
la verdad quien mi mente emparaísa,
cual la llama de un hacha en un espejo
ve quien con ella por detrás se alumbra,
antes de que la vea o la imagine,
y atrás se vuelve para ver si el vidrio
le dice la verdad, y ve que casa
con ella cual la música y su texto;
de igual forma recuerda mi memoria
que hice mirando a los hermosos ojos
donde hizo Amor su cuerda para herirme.
Y al volverme y al golpear los míos
lo que en aquellos cielos aparece,
cada vez que en sus giros se repara,
vi un punto que irradiaba tan aguda
luz, que la vista que enfocaba en ella
por tan grande agudeza se cerraba;
y la estrella que aquí menor parece,
luna parecería junto a ella,
si se pusieran una junto a otra.
Acaso tanto cuanto cerca vemos
de su halo la luz que lo desprende
cuando son más espesos sus vapores,
distante de ese punto un círculo ígneo
giraba tan veloz, que vencería
el curso que más raudo el mundo ciñe;
y aquél era por otro rodeado,
y de un tercero aquél, y éste de un cuarto,
de un quinto el cuarto, y por un sexto el quinto.
El séptimo seguía tan extenso
sobre ellos, que de Juno el emisario
abarcarlo del todo no podría.
Y el octavo, y el nono; y cada uno
más lento se movía, cuanto estaba
en número del uno más distante;
y una más clara llama desprendía
el más cercano de la lumbre pura,
pues más, yo creo, de ella participa.
Al verme preocupado mi señora
y sorprendido, dijo: «De ese punto
depende el cielo y toda la natura.
Ve el círculo que está de él más cercano;
y sabrás que tan rápido se mueve
por el amor ardiente que le impulsa.»
«Si estuviera dispuesto -dije el mundo
con el orden que veo en estas ruedas,
satisfecho me habría lo que dices;
mas el mundo sensible nos enseña
que las vueltas son tanto más veloces,
cuanto del centro se hallan más lejanas.
Por lo cual, si debiera terminarse
mi desear en este templo angélico
que sólo amor y luz lo delimitan,
aún debiera escuchar cómo el ejemplo
y su copia no marchan de igual modo,
que en vano por mí mismo pienso en ello.»
«Si tus dedos no son para tal nudo
suficientes, no debes extrañarte,
¡tan difícil lo ha hecho el no intentarlo!»
Dijo así mi señora; y luego: «Atiende
si es que quieres saciarte, a lo que digo;
y sobre estas cuestiones sutiliza.
Las esferas corpóreas son más amplias
o estrechas según sea la virtud
que se difunde por todas sus partes.
Da una bondad mayor mayores bienes;
y a un bien mayor contiene un mayor cuerpo,
siendo sus partes igual de perfectas.
Así pues este círculo que arrastra
todo el otro universo, corresponde
con aquel que más ama y que más sabe:
y si aplicaras pues a la virtud
tus medidas, y no a las apariencias
de los seres que en círculo se muestran,
la proporción perfecta admirarías
de más con más, y de menor con menos,
cada cielo, con cada inteligencia.»
Como se queda espléndido y sereno
el aéreo hemisferio cuando sopla
Bóreas con su mejilla más suave,
y se disuelven y limpian las brumas
que le turbaban, y sonríe el cielo
con las bellezas todas de su corte;
así hice yo, después que mi señora
tan claro respondió, y como en el cielo
brilla una estrella supe la verdad.
Y cuando terminaron sus palabras,
no de otro modo el hierro centellea
candente, cual los círculos hicieron.
Su incendio cada chispa propagaba;
y tantas eran, que el número de ellas
más que el doblar del ajedrez subía.
Yo escuchaba hosanar de coro en coro
al punto fijo que los tiene ubi
y siempre los tendrá, en que siempre fueron.
Y aquella que las dudas de mi mente
sabía, dijo: «Los primeros círculos
te muestran Serafines y Querubes.
Tras sus vínculos siguen tan aprisa
por parecerse al punto cuanto puedan;
y tanto pueden cuanto están más altos.
Esos amores que en torno se encuentran,
llámanse Tronos del poder divino,
y acaba en ellos el primer ternario;
y deberás saber que todos gozan
cuando se profundiza su mirada
en la verdad que aquieta el intelecto.
De aquí se puede ver cómo se funda
la beatitud en el acto de ver,
no en el de amar, que detrás de aquél viene;
y del ver son los méritos medida,
que genera la gracia y buen deseo:
así es como sucede grado a grado.
El siguiente ternario que florece
en esta sempiterna primavera
que nocturno carnero no despoja,
perpetuamente «Hosanna» jubilea
en triple melodía, por los tres
órdenes de alegría en que se enterna.
En esa jerarquía hay otras diosas:
Dominaciones, y después Virtudes;
de Potestades es el tercer orden.
Luego en los dos penúltimos festejos
Principados y Arcángeles dan vueltas;
todo el último de ángeles dichosos.
Estos órdenes miran a lo alto,
y abajo tanto influyen, que hacia Dios
son arrastrados y de todo arrastran.
Y Dionisio con tanto deseo
a contemplar se dedicó estos órdenes
que como yo, los nombra y los distingue.
Pero de él se apartó luego Gregorio;
y en cuanto abrió los ojos en el cielo
de sí mismo por esto se reía.
Y si mostrado fue tanto secreto
por un mortal, no quiero que te admires:
porque se lo enseñó quien vio aquí arriba,
y otras muchas verdades de este mundo!»