CANTO XXX
Cuando Juno por causa de Semele
odio tenía a la estirpe tebana,
como lo demostró en tantos momentos,
Atamante volvióse tan demente,
que, viendo a su mujer con los dos hijos
que en cada mano a uno conducía,
gritó: «¡Tendamos redes, y atrapemos
a la leona al pasar y a los leoncitos!»;
y luego con sus garras despiadadas.
agarró al que Learco se llamaba,
le volteó y le dio contra una piedra;
y ella se ahogó cargada con el otro.
Y cuando la fortuna echó por tierra
la soberbia de Troya tan altiva,
tal que el rey junto al reino fue abatido,
Hécuba triste, mísera y cautiva,
luego de ver a Polixena muerta,
y a Polidoro allí, junto a la orilla
del mar, pudo advertir con tanta pena,
desgarrada ladró tal como un perro;
tanto el dolor su mente trastornaba.
Mas ni de Tebas furias ni troyanas
se vieron nunca en nadie tan crueles,
ni a las bestias hiriendo, ni a los hombres,
cuanto en dos almas pálidas, desnudas,
que mordiendo corrían, vi, del modo
que el cerdo cuando deja la pocilga.
Una cogió a Capocchio, y en el nudo
del cuello le mordió, y al empujarle,
le hizo arañar el suelo con el vientre.
Y el aretino, que quedó temblando,
me dijo: « El loco aquel es Gianni Schichi,
que rabioso a los otros así ataca.»
«Oh le dije así el otro no te hinque
los dientes en la espalda, no te importe
el decirme quién es antes que escape.»
Y él me repuso: «El alma antigua es ésa
de la perversa Mirra, que del padre
lejos del recto amor, se hizo querida.
El pecar con aquél consiguió ésta
falsificándose en forma de otra,
igual que osó aquel otro que se marcha,
por ganarse a la reina de las yeguas,
falsificar en sí a Buoso Donati,
testando y dando norma al testamente.»
Y cuando ya se fueron los rabiosos,
sobre los cuales puse yo la vista,
la volví por mirar a otros malditos.
Vi a uno que un laúd parecería
si le hubieran cortado por las ingles
del sitio donde el hombre se bifurca.
La grave hidropesía, que deforma
los miembros con humores retenidos,
no casado la cara con el vientre,
le obliga a que los labios tenga abiertos,
tal como a causa de la sed el hético,
que uno al mentón, y el otro lleva arriba.
«Ah vosotros que andáis sin pena alguna,
y yo no sé por qué, en el mundo bajo
él nos dijo , mirad y estad atentos
a la miseria de maese Adamo:
mientras viví yo tuve cuanto quise,
y una gota de agua, ¡ay triste!, ansío.
Los arroyuelos que en las verdes lomas
de Casentino bajan hasta el Arno,
y hacen sus cauces fríos y apacibles,
siempre tengo delante, y no es en vano;
porque su imagen aún más me reseca
que el mal con que mi rostro se descarna.
La rígida justicia que me hiere
se sirve del lugar en que pequé
para que ponga en fuga más suspiros.
Está Romena allí, donde hice falsa
la aleación sigilada del Bautista,
por lo que el cuerpo quemado dejé.
Pero si viese aquí el ánima triste
de Guido o de Alejandro o de su hermano,
Fuente Branda, por verlos, no cambiase.
Una ya dentro está, si las rabiosas sombras
que van en torno no se engañan,
¿mas de qué sirve a mis miembros ligados?
Si acaso fuese al menos tan ligero
que anduviese en un siglo una pulgada,
en el camino ya me habría puesto,
buscándole entre aquella gente infame,
aunque once millas abarque esta fosa,
y no menos de media de través.
Por aquellos me encuentro en tal familia:
pues me indujeron a acuñar florines
con tres quilates de oro solamente.»
Y yo dije: «¿Quién son los dos mezquinos
que humean, cual las manos en invierno,
apretados yaciendo a tu derecha?»
«Aquí los encontré, y no se han movido
me repuso al llover yo en este abismo
ni eternamente creo que se muevan.
Una es la falsa que acusó a José;
otro el falso Sinón, griego de Troya:
por una fiebre aguda tanto hieden.»
Y uno de aquéllos, lleno de fastidio
tal vez de ser nombrados con desprecio,
le dio en la dura panza con el puño.
Ésta sonó cual si fuese un tambor;
y maese Adamo le pegó en la cara
con su brazo que no era menos duro,
diciéndole: «Aunque no pueda moverme,
porque pesados son mis miembros, suelto
para tal menester tengo mi brazo.»
Y aquél le respondió: « Al encaminarte
al fuego, tan veloz no lo tuviste:
pero sí, y más, cuando falsificabas.»
Y el hidrópico dijo: «Eso es bien cierto;
mas tan veraz testimonio no diste
al requerirte la verdad en Troya.»
«Si yo hablé en falso, el cuño falseaste
dijo Sinón y aquí estoy por un yerro,
y tú por más que algún otro demonio.»
«Acuérdate, perjuro, del caballo
repuso aquel de la barriga hinchada ;
y que el mundo lo sepa y lo castigue.»
«Y te castigue a ti la sed que agrieta
dijo el griego la lengua, el agua inmunda
que al vientre le hace valla ante tus ojos.»
Y el monedero dilo: «Así se abra
la boca por tu mal, como acostumbra;
que si sed tengo y me hincha el humor,
te duele la cabeza y tienes fiebre;
y a lamer el espejo de Narciso,
te invitarían muy pocas palabras.»
Yo me estaba muy quieto para oírles
cuando el maestro dijo: «¡Vamos, mira!
no comprendo qué te hace tanta gracia.»
Al oír que me hablaba con enojo,
hacia él me volví con tal vergüenza,
que todavía gira en mi memoria.
Como ocurre a quien sueña su desgracia,
que soñando aún desea que sea un sueño,
tal como es, como si no lo fuese,
así yo estaba, sin poder hablar,
deseando escusarme, y escusábame
sin embargo, y no pensaba hacerlo.
«Falta mayor menor vergüenza lava
dijo el maestro , que ha sido la tuya;
así es que ya descarga tu tristeza.
Y piensa que estaré siempre a tu lado,
si es que otra vez te lleva la fortuna
donde haya gente en pleitos semejantes:
pues el querer oír eso es vil deseo.»