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domingo, 20 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto II

CANTO II


Oh vosotros que en una barquichuela


deseosos de oír, seguís mi leño


que cantando navega hacia otras playas,


volved a contemplar vuestras riberas:


no os echéis al océano que acaso


si me perdéis, estaríais perdidos.


No fue surcada el agua que atravieso;


Minerva sopla, y condúceme Apolo


y nueve musas la Osa me señalan.


Vosotros, los que, pocos, os alzasteis


al angélico pan tempranamente


del cual aquí se vive sin saciarse,


podéis hacer entrar vuestro navío


en alto mar, si seguís tras mi estela


antes de que otra vez se calme el agua.


Los gloriosos que a Colcos arribaron


no se asombraron como haréis vosotros,


viendo a Jasón convertido en boyero.


La innata sed perpetua que tenía


de aquel reino deiforme, nos llevaba


tan veloces cual puede verse el cielo.


Beatriz arriba, y yo hacia ella miraba;


y acaso en tanto en cuanto un dardo es puesto

y vuela disparándose del arco,


me vi llegado a donde una admirable


cosa atrajo mi vista; entonces ella


que conocía todos mis cuidados,


vuelta hacia mí tan dulce como hermosa,

«Dirige a Dios la mente agradecida


dijo que al primer astro nos condujo.»


Pareció que una nube nos cubriera,


brillante, espesa, sólida y pulida,


como un diamante al cual el sol hiriese.


Dentro de sí la perla sempiterna


nos recibió, como el agua recibe


los rayos de la luz quedando unida.


Si yo era cuerpo, y es inconcebible


cómo una dimensión abarque a otra,


cual si penetra un cuerpo en otro ocurre,


más debiera encendernos el deseo


de ver aquella esencia en que se observa


cómo nuestra natura y Dios se unieron.


Podremos ver allí lo que creemos,

no demostrado, mas por sí evidente,

cual la verdad primera en que cree el hombre.


Yo respondí. «Señora, tan devoto


cual me sea posible, os agradezco


que del mundo mortal me hayáis sacado.


Mas decidme: ¿qué son las manchas negras


de este cuerpo, que a algunos en la tierra


hacen contar patrañas de Caín?»


Rió ligeramente, y «Si no acierta


me dijo la opinión de los mortales


donde no abre la llave del sentido,


punzarte no debieran ya las flechas


del asombro, pues sabes la torpeza


con que va la razón tras los sentidos.


Mas dime lo que opinas por ti mismo.»


Y yo: «Lo que aparece diferente,


cuerpos densos y raros lo producen.»


Y ella: «En verdad verás que lo que piensas


se apoya en el error, si bien escuchas


el argumento que diré en su contra.


La esfera octava os muestra muchas luces,


las cuales en el cómo y en el cuánto


pueden verse de aspectos diferentes.


Si lo raro y lo denso hicieran esto,


un poder semejante habría en todas,


en desiguales formas repartido.


Deben ser fruto las distintas fuerzas


de principios formales diferentes,


que, salvo uno, en tu opinión destruyes.


Aún más, si fuera causa de la sombra


la menor densidad, o tan ayuno


fuera de su materia en la otra parte


este planeta, o, tal como comparte


grueso y delgado un cuerpo, igual tendría


de éste el volumen hojas diferentes.


Si fuera lo primero, se vería


al eclipsarse el sol y atravesarla


la luz como a los cuerpos poco densos.


Y no sucede así. por ello lo otro


examinemos; y si lo otro rompo,


verás tu parecer equivocado.


Si no traspasa el trozo poco denso,


debe tener un límite del cual


no le deje pasar más su contrario;


y de allí el otro rayo se refleja


como el color regresa del cristal


que por el lado opuesto esconde plomo.


Dirás que se aparece más oscuro


el rayo más aquí que en otras partes,


porque de más atrás viene el reflejo.


De esta objeción pudiera liberarte


la experiencia, si alguna vez lo pruebas,

que es la fuente en que manan vuestras artes.


Coloca tres espejos; dos que disten


de ti lo mismo, y otro, más lejano,


que entre los dos encuentre tu mirada.


Vuelto hacia ellos, haz que tras tu espalda


te pongan una luz que los alumbre


y vuelva a ti de todos reflejada.


Aunque el tamaño de las más distantes


pueda ser más pequeño, notarás


que de la misma forma resplandece.


Ahora, como a los golpes de los rayos


se desnuda la tierra de la nieve


y del color y del frío de antes,


al quedar de igual forma tu intelecto,


de una luz tan vivaz quiero llenarle,


que en ti relumbrará cuando la veas.


Dentro del cielo de la paz divina


un cuerpo gira en cuyo poderío


se halla el ser de las cosas que contiene.


El siguiente, que tiene tantas luces,


parte el ser en esencias diferentes,


contenidas en él, mas de él distintas.


Los círculos restantes de otras formas


la distinción que tienen dentro de ellos


disponen a sus fines y simientes.


Así van estos órganos del mundo


como ya puedes ver, de grado en grado,


que dan abajo lo que arriba toman.


Observa atento ahora cómo paso


de aquí hacia la verdad que deseabas,

para que sepas luego seguir solo.


Los giros e influencias de los cielos,


cual del herrero el arte del martillo,


deben venir de los motores santos;


y el cielo al que embellecen tantas luces,


de la mente profunda que lo mueve


toma la imagen y la imprime en ellas.


Y como el alma llena vuestro polvo


por diferentes miembros, conformados


al ejercicio de potencias varias,


así la inteligencia en las estrellas


despliega su bondad multiplicada,


y sobre su unidad va dando vueltas.


Cada virtud se liga a su manera


con el precioso cuerpo al que da el ser,


y en él se anuda, igual que vuestra vida.


Por la feliz natura de que brota,


mezclada con los cuerpos la virtud


brilla cual la alegría en las pupilas.


Esto produce aquellas diferencias


de la luz, no lo raro ni lo denso:


y es el formal principio que produce,


conforme a su bondad, lo turbio o claro.»

lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XIX

CANTO XIX


¡Oh Simón Mago! Oh míseros secuaces


que las cosas de Dios, que de los buenos


esposas deben ser, como rapaces


por el oro y la plata adulteráis!


sonar debe la trompa por vosotros,


puesto que estáis en la tercera bolsa.


Ya estábamos en la siguiente tumba,


subidos en la parte del escollo


que cae justo en el medio de aquel foso.


¡Suma sabiduría! ¡Qué arte muestras


en el cielo, en la tierra y el mal mundo,


cuán justamente tu virtud repartes!


Yo vi, por las orillas y en el fondo,


llena la piedra livida de hoyos,


todos redondos y de igual tamaño.


No los vi menos amplios ni mayores

que esos que hay en mi bello San Juan,


y son el sitio para los bautismos;


uno de los que no hace aún mucho tiempo


yo rompí porque en él uno se ahogaba:


sea esto seña que a todos convenza.


A todos les salían por la boca


de un pecador los pies, y de las piernas


hasta el muslo, y el resto estaba dentro.


Ambas plantas a todos les ardían;


y tan fuerte agitaban las coyundas,


que habrían destrozado soga y cuerdas.


Cual suele el llamear en cosas grasas


moverse por la extrema superficie,


así era allí del talón a la punta.


«Quién es, maestro, aquel que se enfurece


pataleando más que sus consortes


dije y a quien más roja llama quema?»


Y él me dijo: «Si quieres que te lleve


allí por la pendiente que desciende,


él te hablará de sí y de sus pecados.»


Y yo: «Lo que tú quieras será bueno,


eres tú mi señor y no me aparto


de tu querer: y lo que callo sabes.»


Caminábamos pues el cuarto margen:


volvimos y bajamos a la izquierda


al fondo estrecho y agujereado.


Entonces el maestro de su lado


no me apartó, hasta vernos junto al hoyo


de aquel que se dolía con las zancas.


«Oh tú que tienes lo de arriba abajo,


alma triste clavada cual madero,


le dije yo , contéstame si puedes.»


Yo estaba como el fraile que confiesa


al pérfido asesino, que, ya hincado,


por retrasar su muerte le reclama.


Y él me gritó: «¿Ya estás aquí plantado?,


¿ya estás aquí plantado, Bonifacio?


En pocos años me mintió lo escrito.


¿Ya te cansaste de aquellas riquezas

por las que hacer engaño no temiste,


y atormentar después a tu Señora?»


Me quedé como aquellos que se encuentran,


por no entender lo que alguien les responde,


confundidos, y contestar no saben.


Dijo entonces Virgilio: «Dile pronto:


“No soy aquel, no soy aquel que piensas.”»


Yo respondí como me fue indicado.


Torció los pies entonces el espíritu,


luego gimiendo y con voces llorosas,


me dijo: «¿Entonces, para qué me buscas?


si te interesa tanto el conocerme,


que has recorrido así toda la roca,


sabe que fui investido del gran manto,


y en verdad fui retoño de la Osa,


y tan ansioso de engordar oseznos,

que allí el caudal, aquí yo, me he embolsado. 


Y bajo mi cabeza están los otros


que a mí, por simonía, precedieron,


y que lo estrecho de la piedra aplasta.


Allí habré yo de hundirme también cuando


venga aquel que creía que tú fueses,


al hacerte la súbita pregunta.


Pero mis pies se abrasan ya más tiempo


y más estoy yo puesto boca abajo,


del que estarán plantados sus pies rojos,


pues vendrá luego de él, aún más manchado,


desde el poniente, un pastor sin entrañas,


tal que conviene que a los dos recubra.


Nuevo Jasón será, como nos muestra


MACABEOS, y como a aquel fue blando


su rey, así ha de hacer quien Francia rige


No sé si fui yo loco en demasía,


pues que le respondí con tales versos:


«Ah, dime ahora, qué tesoros quiso


Nuestro Señor antes de que a San Pedro


le pusiese las llaves a su cargo?


Únicamente dijo: “Ven conmigo”;


ni Pedro ni los otros de Matías


oro ni plata, cuando sortearon


el puesto que perdió el alma traidora.


Quédate ahí, que estás bien castigado,


y guarda las riquezas mal cogidas,


que atrevido te hicieron contra Carlos.


Y si no fuera porque me lo veda


el respeto a las llaves soberanas


que fueron tuyas en la alegre vida,


usaría palabras aún más duras;


porque vuestra avaricia daña al mundo,


hundiendo al bueno y ensalzando al malo.


Pastores, os citó el evangelista,


cuando aquella que asienta sobre el agua


él vio prostituida con los reyes:


aquella que nació con siete testas,


y tuvo autoridad con sus diez cuernos,


mientras que su virtud plació al marido.


Os habéis hecho un Dios de oro y de plata:


y qué os separa ya de los idólatras,


sino que a ciento honráis y ellos a uno?


Constantino, ¡de cuánto mal fue madre,


no que te convirtieses, mas la dote


que por ti enriqueció al primer patriarca!»


Y mientras yo cantaba tales notas,


mordido por la ira o la conciencia,


con fuerza las dos piernas sacudía.


Yo creo que a mi guía le gustaba,


pues con rostro contento había escuchado


mis palabras sinceramente dichas.


Entonces me cogió con los dos brazos;


y luego de subirme hasta su pecho,


volvió a ascender la senda que bajamos.


No se cansó llevándome agarrado,

hasta ponerme en la cima del puente

que del cuarto hasta el quinto margen cruza.


Con suavidad aquí dejó la carga,


suave, en el escollo áspero y pino


que a las cabras sería mala trocha.


Desde ese sitio descubrí otro valle.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...