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sábado, 5 de septiembre de 2020

Castellano, Paraíso, Canto I

CANTO I


La gloria de quien mueve todo el mundo


el universo llena, y resplandece


en unas partes más y en otras menos.


En el cielo que más su luz recibe


estuve, y vi unas cosas que no puede


ni sabe repetir quien de allí baja;


porque mientras se acerca a su deseo,


nuestro intelecto tanto profundiza,


que no puede seguirle la memoria.


En verdad cuanto yo del santo reino


atesorar he podido en mi mente


será materia ahora de mi canto.


¡Oh buen Apolo, en la última tarea


hazme de tu poder vaso tan lleno,


como exiges al dar tu amado lauro!


Una cima hasta ahora del Parnaso


me fue bastante; pero ya de ambas


ha menester la carrera que falta.


Entra en mi pecho, y habla por mi boca


igual que cuando a Marsias de la vaina


de sus miembros aún vivos arrancaste.


¡Oh divina virtud!, si me ayudaras


tanto que las imágenes del cielo


en mi mente grabadas manifieste,


me verás junto al árbol que prefieres


llegar, y coronarme con las hojas


que merecer me harán tú y mi argumento.


Tan raras veces, padre, eso se logra,


triunfando como césar o poeta,


culpa y vergüenza del querer humano,


que debiera ser causa de alegría


en el délfico dios feliz la fronda


penea, cuando alguno a aquélla aspira.


Gran llama enciende una chispa pequeña:


quizá después de mí con voz más digna

se ruegue a fin que Cirra le responda.


La lámpara del mundo a los mortales


por muchos huecos viene; pero de ése


que con tres cruces une cuatro círculos,


con mejor curso y con mejor estrella


sale a la par, y la mundana cera


sella y calienta más al modo suyo.


Allí mañana y noche aquí había hecho


tal hueco, y casi todo allí era blanco


el hemisferio aquel, y el otro negro,


cuando Beatriz hacia el costado izquierdo


vi que volvía y que hacia el sol miraba:


nunca con tal fijeza lo hizo un águila.


Y así como un segundo rayo suele


del primero salir volviendo arriba,


cual peregrino que tomar desea,


este acto suyo, infuso por los ojos


en mi imaginación, produjo el mío,


y miré fijo al sol cual nunca hacemos.


Allí están permitidas muchas cosas


que no lo son aquí, pues ese sitio


para la especie humana fue creado.


Mucho no lo aguanté, mas no tan poco


que alrededor no viera sus destellos,


cual un hierro candente el fuego deja;


y de súbito fue como si un día


se juntara a otro día, y Quien lo puede


con otro sol el cielo engalanara.


En las eternas ruedas por completo


fija estaba Beatriz: y yo mis ojos


fijaba en ella, lejos de la altura.


Por dentro me volví, al mirarla, como


Glauco al probar la hierba que consorte


en el mar de los otros dioses le hizo.


Trashumanarse referir per verba


no se puede; así pues baste este ejemplo


a quien tal experiencia dé la gracia.


Si estaba sólo con lo que primero


de mí creaste, amor que el cielo riges,


lo sabes tú, pues con tu luz me alzaste.


Cuando la rueda que tú haces eterna


al desearte, mi atención llamó


con el canto que afinas y repartes,


tanta parte del cielo vi encenderse


por la llama del sol, que lluvia o río


nunca hicieron un lago tan extenso.


La novedad del son y el gran destello


de su causa, un anhelo me inflamaron


nunca sentido tan agudamente.


Y entonces ella, al verme cual yo mismo,


para aquietarme el ánimo turbado,


sin que yo preguntase, abrió la boca,


y comenzó: «Tú mismo te entorpeces


con una falsa idea, y no comprendes


lo que podrías ver si la desechas.


Ya no estás en la tierra, como piensas;


mas un rayo que cae desde su altura


no corre como tú volviendo a ella.»


Si fui de aquella duda desvestido,


con sus breves palabras sonrientes,


envuelto me encontré por una nueva,


y dije: «Ya contento requïevi


de un asombro tan grande; mas me asombro


cómo estos leves cuerpos atravieso.»


Y ella, tras suspirar piadosamente,


me dirigió la vista con el gesto


que a un hijo enfermo dirige su madre,


y dijo: «Existe un orden entre todas


las cosas, y esto es causa de que sea


a Dios el universo semejante.


Aquí las nobles almas ven la huella


del eterno saber, y éste es la meta


a la cual esa norma se dispone.


Al orden que te he dicho tiende toda


naturaleza, de diversos modos,


de su principio más o menos cerca;


y a puertos diferentes se dirigen


por el gran mar del ser, y a cada una

les fue dado un instinto que las guía.


Éste conduce al fuego hacia la luna;


y mueve los mortales corazones;


y ata en una las partes de la tierra;


y no sólo a los seres que carecen


de razón lanza flechas este arco,


también a aquellas que quieren y piensan.


La Providencia, que ha dispuesto todo,


con su luz pone en calma siempre al cielo,


en el cual gira aquel que va más raudo;


ahora hacia allí, como a un sitio ordenado,


nos lleva la virtud de aquella cuerda


que en feliz blanco su disparo clava.


Cierto es que, cual la forma no se pliega


a menudo a la idea del artista,


pues la materia es sorda a responderle,


así de este camino se separa


a veces la criatura, porque puede


torcer, así impulsada, hacia otra parte;


y cual fuego que cae desde una nube,


así el primer impulso, que desvían


falsos placeres, la abate por tierra.


Más no debe admirarte, si bien juzgo,


tu subida, que un río que bajara


de la cumbre del monte a la llanura.


Asombroso sería en ti si, a salvo


de impedimento, abajo te sentaras,


como en el fuego el aquietarse en tierra.»


Volvió su rostro entonces hacia el cielo.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...