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lunes, 28 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto X

CANTO X


Con el Amor que eternamente mana


del uno al otro, contemplando al Hijo


la Potencia primera e inefable


cuanto en espacio o mente se concibe


con tanto orden creó, que estar no puede


sin gustar de ello aquel que vuelve a verlo.


Alza, lector, hacia las altas ruedas


con la mía tu vista, hacia aquel sitio


donde dos movimientos se entrecruzan;


y allí comienza a disfrutar del Arte


de aquel maestro que tanto lo ama


en sí, que nunca de él quita la vista.


Mira cómo de allí se aparta el círculo


oblicuo que conduce los planetas,


satisfaciendo al mundo que los llama.


Pues no siendo inclinado su camino,


vano sería el influir del cielo


y casi muerta aquí cualquier potencia;


y si más o si menos se alejara


girando, de la perpendicular,


se rompería el orden de los mundos.


Quédate ahora, lector, sobre tu banco,


meditando en aquello que sugiero,


si quieres disfrutar y no cansarte.


Te lo he mostrado: come tú ahora de ello;


que a ella reclama todos mis cuidados


esa materia de que soy escriba.


De la naturaleza el gran ministro,


que la virtud del cielo imprime al mundo


y es la medida, con su luz, del tiempo,


a aquella parte arriba mencionada


junto, giraba por las espirales


que le traen cada día más temprano;


y yo estaba con él; mas del subir


no me di cuenta, como aquel que nota,


tras la idea, de dónde le ha venido.


Era Beatriz aquella que guiaba


de un bien a otro mejor, tan raudamente


que el tiempo no medía sus acciones.


¡Cuán luminosa debería ser


por sí, la que en el sol donde yo entraba


no por color, por luz era visible!


Aunque costumbre, ingenio y arte invoque


no diría lo nunca imaginado;


mas puede ser creído y desear verlo.


Y si son bajas nuestras fantasías


a tanta altura, no hay por qué extrañarse;

que más que el Sol no hay ojos que hayan visto. 


Tal se mostraba la cuarta familia


del Alto Padre, que siempre la sacia,


mostrando cómo espira y cómo engendra.


Y comenzó Beatriz: «Dale las gracias


al angélico sol, puesto que a éste


sensible te ha traído a gusto suyo.»


Nunca hubo un corazón tan entregado


a devoción y a someterse a Dios


prestamente con toda gratitud,


como yo al escuchar esas palabras;


y tanto todo en él mi amor se puso,


que a Beatriz, eclipsó en el olvido.


No se enfadó; mas se rió en tal forma,


que el esplendor de sus risueños ojos


mi mente unida dividió en más cosas.


Muchos fulgores vivos y triunfantes


vi en torno nuestro como una corona,


en voz más dulce que en rostro lucientes:


ceñida así la hija de Latona


vemos a veces, cuando el aire es denso,


y retiene los restos de su halo.


En la corte celeste que he dejado,


bellas y ricas se hallan muchas joyas


que no pueden sacarse de aquel reino;


y de éstas era el canto de las luces;


quien no tiende sus plumas a lo alto,


como de un mudo espera las noticias.


Luego, cantando así, los rojos soles


a nuestro alrededor tres vueltas dieron,


cual astros cerca de los polos fijos,


pareciendo mujeres que no rompen


su danza, más calladas se detienen


para escuchar la nueva melodía;


y escuché dentro de una de ellas: «Cuando


el rayo de la gracia, en que se enciende


un verdadero amor que amando aumenta,


tanto ilumina en ti multiplicado,

que por esa escalera te conduce


que nadie baja sin subir de nuevo;


quien te negase el vino de su bota


para tu sed, más libre no sería


que el agua de correr hacia los mares.


Quieres saber qué flores engalanan


esta guirnalda con que se embellece


la hermosa dama que al cielo te empuja.


Yo fui cordero del rebaño santo


que conduce Domingo por la senda


que hace avanzar a quien no se extravía.


Este que a mi derecha está más cerca


fue mi hermano y maestro, él es Alberto


de Colonia, y yo soy Tomás de Aquino.


Y si quieres saber de los demás


sigue con tu mirada mis palabras


dando la vuelta en este santo círculo.


Sale aquel resplandor de la sonrisa


de Graziano, que al uno y otro fuero


dio su ayuda, ganando el paraíso.


Quien cerca de él adorna nuestro coro


fue el Pedro que al igual que aquella viuda,


su tesoro ofreció a la Santa Iglesia.


La quinta luz, de todas la más bella,


respira tanto amor, que todo el mundo


saber aquí desea sus noticias;


dentro está la alta mente, en la que tanto


saber latió, que si lo cierto es cierto,


a tanto ver no surgió aún un segundo.


Ve la luz de aquel cirio, junto a ella


que aun en carne mortal por dentro supo


la angélica natura y sus oficios.


En la luz pequeñita está riendo


el abogado de tiempos cristianos


cuyos latines a Agustín sirvieron.


Ahora si el ojo de la mente llevas


de luz en luz tras de mis alabanzas,


ya de la octava te encuentras sediento.


Viendo todos los bienes dentro goza


el alma santa que el mundo falaz


de manifiesto pone a quien le escucha:


el cuerpo del que fue arrojada yace


allá abajo en Cieldauro; y a esta calma


vino desde el martirio y el destierro


ve más allá las llamas del espíritu


de Isidoro, de Beda y de Ricardo,

que en su contemplación fue más que un hombre.


Esa de la cual pasa a mí tu vista,


es la luz de un espíritu que tarde


meditando, pensaba que moría:


esa es la luz eterna de Sigiero


que, enseñando en el barrio de la Paja,


silogismo verdades envidiadas.»


En fin, lo mismo que un reloj que llama


cuando la esposa del Señor despierta


a que cante maitines a su amado,


que una pieza a la otra empuja y urge,

tintineando con tan dulces notas,

que el alma bien dispuesta de amor llenan;


así vi yo la rueda gloriosa


moverse, voz a voz dando respuesta


tan suave y templada, que tan sólo


se escucha donde el gozo se eterniza.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...