CANTO XVIII
Había terminado sus razones
mi alto doctor, mirando atentamente
si en mis ojos mostraba mi contento;
y yo, a quien nueva sed atormentaba,
callaba, mas por dentro me decía:
«mi preguntar acaso le molesta».
Mas el padre veraz, que se dio cuenta
del medroso deseo que ocultaba
sin hablar, me alentó a que preguntase.
Y yo: «Maestro, mi visión se aviva
tanto en tu luz, que ya distingo claro
lo que tu ciencia abarca o me describe:
Y así te pido, caro y dulce padre,
me expliques ese Amor al que reduces
cualquiera bien obrar o su contrario.»
«Dirige dijo a mí las claras luces
del intelecto, y el error verás
de los ciegos que en guía se convierten.
El alma, que a amar presta fue creada,
se mueve a cualquier cosa que le place,
tan pronto del placer es puesta en acto.
La percepción, de seres verdaderos
saca la imagen que despliega dentro,
e impulsa al alma a que se vuelva a ésta;
y si, vuelta hacia ella, se doblega,
Amor se llama ese doblegamiento,
que por gozar de nuevo entra en vosotros.
Y, como el fuego a lo alto se dirige,
porque su forma a subir fue creada
donde más se conserva en su materia,
presa el alma se entrega así al deseo,
impulso espiritual, y no reposa
hasta que goza de la cosa amada.
Ahora comprenderás cuánto está oculta
esta verdad a la gente que dice
que todo amor sea loable cosa;
porque acaso parece su materia
que es siempre buena, mas no todo sello
es bueno aunque la cera sea buena.»
«Con tus palabras y mi ingenio atento
le respondí ya sé qué es el amor,
pero esto de otras dudas me ha llenado;
pues si el amor se ofrece desde fuera,
y el alma no procede de otro modo,
no es mérito si va torcida o recta. »
«Cuanto ve la razón puedo decirte
dijo-; si quieres más, aguarda entonces
a Beatriz, pues que de fe es materia.
Cualquiera fortna sustancial, que aparte
de la materia está, y está a ella unida,
una específica virtud contiene,
la cual no es perceptible sino obrando,
ni se demuestra más que por efectos,
cual la vida en las plantas por sus frondas
Mas de dónde nos vengan las primeras
nociones a la mente, lo ignorarnos,
y del primer apetecer las causas,
que en vosotros están, como en la abeja
el arte de hacer miel; y este deseo
no merece desprecio ni alabanza.
Mas porque a éste aún otros se añaden,
innata os es la virtud que aconseja,
y el umbral guarda del consentimiento.
Este es pues el principio del que parte
en vosotros el mérito, según
que buen o mal amor tome o desdeñe.
Los que al fondo llegaron razonando,
se dieron cuenta de esta libertad;
y al mundo le dejaron sus morales.
Aun suponiendo que obligadamente
surja el amor que dentro se os encienda,
la potestad tenéis de refrenarlo.
A esta noble virtud Beatriz la llama
libre albedrío, y procurar debieras
recordarlo por si ella te habla de esto.»
La luna, casi a media noche tarda,
más raras las estrellas nos hacía,
como un caldero ardiendo por completo;
corriendo por el cielo los caminos
que el sol inflama cuando los de Roma
lo ven caer entre Corsos y Sardos.
Y la sombra gentil, por quien a Piétola
más que a la propia Mantua se celebra
me había liberado de mi peso;
y yo, que la razón abierta y llana
tenía ya después de mis preguntas,
divagaba cual hombre adormilado;
mas fue esta somnolencia interrumpida
súbitamente por gentes que a espaldas
nuestras, hacia nosotros caminaban.
Como el Ismeno y el Asopo vieron
furia y turbas de noche en sus orillas,
cuando a Baco imploraban los tebanos,
así por aquel círculo avanzaban,
por lo que pude ver, quienes venían
del buen querer y justo amor llevados.
Enseguida llegaron, pues corriendo
aquella magna turba se movía,
y dos gritaban llorando delante:
«Corrió María apresurada al monte;
y para sojuzgar Lérida César,
tocó en Marsella y luego corrió a España.»
«Raudo, raudo, que el tiempo no se pierda
por poco amor gritaban los demás ;
que el arte de obrar bien torne la gracia.»
«Oh gente a quien fervor agudo ahora
compensa negligencia o dilaciones
que por tibieza en bien obrar pusisteis,
éste que vive, y cierto no os engaño,
en cuanto luzca el sol quiere ir arriba;
decidnos pues dónde hay una abertura.»
Estas palabras díjolas mi guía;
y uno de estos espíritus: «Seguidnos
detrás nos dijo y hallaréis el paso.
De movernos estamos tan ansiosos
que parar no podemos; tú perdona
si la justicia te es descortesía.
Yo fui abad de San Zeno de Verona
bajo el imperio del buen Barbarroja,
del cual doliente aún Milán se acuerda.
Y hay alguno con un pie ya en la fosa,
que pronto llorará aquel monasterio,
y triste se hallará de haber mandado;
porque a su hijo, mal del cuerpo entero,
y peor de la mente, y malnacido,
ha puesto en vez de su pastor legal.»
Ignoro si calló o si más nos dijo,
tan lejos se encontraba de nosotros;
esto escuché y me agrada el recordarlo.
Y aquel que en todo trance me ayudaba
dijo: «Vuélvete aquí y mira esos dos
que vienen dando muerdos a la acidia.»
Detrás todos decían: «Antes muerto
estuvo el pueblo a quien el mar se abriera,
de que el Jordán su descendencia viese.
Y aquellos que la suerte no sufrieron
del vástago de Anquises hasta el fin,
a una vida sin gloria se ofrecieron.»
Luego cuando esas sombras tan lejanas
estaban, que ya verse no podían,
se me introdujo un nuevo pensamiento,
del que nacieron otros y diversos;
y tanto de uno en otro divagaba,
que por divagación cerré los ojos,
y en sueño convertí mi pensamiento.