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sábado, 5 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, Canto XXI

CANTO XXI


Esa sed natural que no se aplaca


sino con aquel agua que la joven


samaritana pidió como gracia,


me apenaba, y punzábarne la prisa


por la difícil senda tras mi guía


doliéndome con la justa venganza.


Y he aquí que, como escribe Lucas


que a dos en el camino vino Cristo,


salido de la boca del sepulcro,


apareció una sombra detrás de nosotros,


al pie mirando la turba yacente;


y antes de percatamos de él, nos dijo:


«Oh hermanos míos, Dios os de la paz».


Nos volvimos de súbito, y Virgilio


le devolvió el saludo que se debe.


Dijo después: «En la corte beata,


en paz te ponga aquel veraz concilio,


que en el exilio eterno me relega.»


«¡Cómo! nos dijo, caminando aprisa :


¿si sombras sois que aquí Dios no destina,


quién os ha hecho subir por su escalera?»


Y mi doctor: «Si miras las señales


que éste lleva, y que un ángel ha marcado


verás que puede irse con los buenos.


Mas como la que hila día y noche


no le había acabado aún la husada


que Cloto impone y a todos apresta,


su alma, que es hermana de las nuestras,


subiendo no podía venir sola,


porque no puede ver como nosotros.


Y me sacaron de la gran garganta


infernal, para guiarle, y guiaréle


hasta donde mi escuela pueda hacerlo.


Mas, si lo sabes, dime, ¿por qué tales sacudidas

dio el monte, y por qué a una 

parecieron gritar hasta su base.?»


Así dio, preguntando, en todo el blanco


de mi deseo, y con las esperanzas


aquella sed sentí más satisfecha.


Y aquel dijo: «No hay cosa que sin orden


pase en la santidad de la montaña,


o que suceda fuera de costumbre.


De toda alteración esto está libre:


uno que el cielo dio y que en él recibe


puede ser la razón, y no otra causa.


Porque la lluvia, el granizo, la nieve,


el rocío y la escarcha más arriba


no caen de la escalera de tres gradas;


nubes espesas no hay ni enrarecidas,


ni rayos, ni la hija de Taumente,


que abajo cambia a menudo de sitio;


no sigue el viento seco más arriba


que la más alta de las escaleras,


donde se sienta el vicario de Pedro.


Acaso tiemble abajo, poco o mucho,


mas por mucho que el viento allá se esconda,


no sé cómo, aquí arriba nunca tiembla.


Tiembla cuando algún alma ya limpiada


se siente, y se levanta o se encamina


para subir; y tal grito la sigue.


Da prueba ese deseo de estar limpia,


que, libre ya para mudar de sitio,


toma al alma y la empuja con deseo.


Antes lo quiso, y lo impidió el talento


pues contra ese deseo, la Justicia,


como fue en el pecar, pone al castigo.


Y yo que en estas penas he yacido


más de quinientos años, sólo ahora


anhelo libremente un mejor solio:


por eso el terremoto y los piadosos


espíritus oísteis, alabando


a aquel Señor, que pronto los reclame.»


Así nos dijo; y tal como disfruta


más del beber quien tiene sed más grande,

no podría explicar mi gran contento.


Y el sabio guía: «Ya comprendo ahora


la red que os prende y cómo deslazarla,


y por qué hay regocijos y temblores.


Ahora quién fuiste plázcate contarme,


y por qué tantos siglos has yacido


aquí, muéstramelo con tus palabras.»


«En la edad que el buen Tito, con la ayuda


del sumo rey, vengó los agujeros


de aquella sangre por Judas vendida,


con el nombre que más dura y más honra


vivía yo» repuso aquel espíritu-


ya bastante famoso, mas sin fe.


Tan grande fue lo dulce de mi canto,


que, tolosano, a Roma me trajeron,


y merecí con mirto honrar mis sienes.


Por Estacio aún la gente me conoce:


canté de Tebas y del gran Aquiles;


mas quedó en el camino la segunda.


Semilla de mi ardor fueron las ascuas,


que me quemaron, de la llama santa


en que han sido encendidos más de miles;


de la Eneida te hablo, la cual madre


me fue, y me fue nodriza en la poesía:


sin ella no valdría ni un adarme.


Y por haber vivido cuando allí


vivió Virgilio, un sol consentiría


más del debido aún antes de marcharme.»


Se volvió a mí Virgilio a estas palabras


con rostro que, callando, dijo: «Calla»;


mas la virtud no puede cuanto quiere,


que risa y llanto siguen tan de cerca


la pasión que genera a cada uno,


que al querer menos sigue en los sinceros.


Así que sonreí como al secreto;


y se calló la sombra, y me miró


los ojos que revelan más el alma;


y: «así tanto trabajo en bien acabe


dijo ¿por qué hace un rato tu semblante

me ha mostrado un relámpago de risa?»


Ahora estaba cogido por dos partes


una me hace callar, la otra me pide


que hable; y yo suspiro y me comprende


mi maestro, y «No tengas ningún miedo


de hablar me dice ; háblale y revela


lo que con tanto afán ha preguntado»


Por lo que yo: «Quizás te maravilles


de por qué me reí, oh antiguo espíritu,


pero aún quedarás más admirado.


Este que arriba guía mi mirada,


es el mismo Virgilio, en quien las fuerzas


tomaste de cantar dioses y héroes.


Si de otra causa pareció mi risa,


olvídala por falsa, y sólo vino


de las palabras que le prodigaste.»


Para abrazar los pies ya se inclinaba

a mi doctor, más él le dijo: «Hermano,

no lo hagas, porque somos los dos sombras.» 

Y él alzando: «Ahora puedes comprender


la cantidad de amor en que me enciendes,


cuando olvido que somos cosas vanas,


y trato como sólidas las sombras.»

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...