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lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XXV

CANTO XXV


El ladrón al final de sus palabras,


alzó las manos con un par de higas,


gritando: «Toma, Dios, te las dedico.»


Desde entonces me agradan las serpientes,


pues una le envolvió entonces el cuello,


cual si dijese: «No quiero que sigas»;


y otra a los brazos, y le sujetó


ciñéndose a sí misma por delante.


que no pudo con ella ni moverse.


¡Ah Pistoya, Pistoya, por qué niegas


incinerarte, así que más no dures,


pues superas en mal a tus mayores!


En todas las regiones del infierno

no vi a Dios tan soberbio algún espíritu,


ni el que cayó de la muralla en Tebas.


Aquel huyó sin decir más palabra;

y vi venir a un centauro rabioso,

llamando: «¿Dónde, dónde está el soberbio?» 


No creo que Maremma tantas tenga,


cuantas bichas tenía por la grupa,


hasta donde comienzan nuestras formas.


Encima de los hombros, tras la nuca,


con las alas abiertas, un dragón


tenía; y éste quema cuanto toca.


Mi maestro me dijo: « Aquel es Caco,


que, bajo el muro del monte Aventino,


hizo un lago de sangre muchas veces.


No va con sus hermanos por la senda,


por el hurto que fraudulento hizo


del rebaño que fue de su vecino;


hasta acabar sus obras tan inicuas


bajo la herculea maza, que tal vez


ciento le dio, mas no sintió el deceno.»


Mientras que así me hablaba, se marchó,


y a nuestros pies llegaron tres espíritus,


sin que ni yo ni el guía lo advirtiésemos,


hasta que nos gritaron: «¿Quiénes sois?»:


por lo cual dimos fin a nuestra charla,


y entonces nos volvimos hacia ellos.


Yo no les conocí, pero ocurrió,


como suele ocurrir en ocasiones,


que tuvo el uno que llamar al otro,


diciendo: «Cianfa, ¿dónde te has metido?»


Y yo, para que el guía se fijase,


del mentón puse el dedo a la nariz.


Si ahora fueras, lector, lento en creerte


lo que diré, no será nada raro,


pues yo lo vi, y apenas me lo creo.


A ellos tenía alzada la mirada,


y una serpiente con seis pies a uno,


se le tira, y entera se le enrosca.


Los pies de en medio cogiéronle el vientre,

los de delante prendieron sus brazos,


y después le mordió las dos mejillas.


Los delanteros lanzóle a los muslos


y le metió la cola entre los dos,


y la trabó detrás de los riñones.


Hiedra tan arraigada no fue nunca


a un árbol, como aquella horrible fiera


por otros miembros enroscó los suyos.


Se juntan luego, tal si cera ardiente


fueran, y mezclan así sus colores,


no parecían ya lo que antes eran,


como se extiende a causa del ardor,

por el papel, ese color oscuro,

que aún no es negro y ya deja de ser blanco. 


Los otros dos miraban, cada cual


gritando: «¡Agnel, ay, cómo estás cambiando!


¡mira que ya no sois ni dos ni uno!


Las dos cabezas eran ya una sola,


y mezcladas se vieron dos figuras


en una cara, donde se perdían.


Cuatro miembros hiciéronse dos brazos;


los muslos con las piernas, vientre y tronco


en miembros nunca vistos se tornaron.


Ya no existian las antiguas formas:


dos y ninguna la perversa imagen


parecía; y se fue con paso lento.


Como el lagarto bajo el gran azote


de la canícula, al cambiar de seto,


parece un rayo si cruza el camino;


tal parecía, yendo a las barrigas


de los restantes, una sierpe airada,


tal grano de pimienta negra y livida;


y en aquel sitio que primero toma


nuestro alimento, a uno le golpea;


luego al suelo cayó a sus pies tendida.


El herido miró, mas nada dijo;


antes, con los pies quietos, bostezaba,


como si fiebre o sueño le asaltase.


Él a la sierpe, y ella a él miraba;

él por la llaga, la otra por la boca


humeaban, el humo confundiendo.


Calle Lucano ahora donde habla


del mísero Sabello y de Nasidio,


y espere a oír aquello que describo.


Calle Ovidio de Cadmo y de Aretusa;


que si aquél en serpiente, en fuente a ésta


convirtió, poetizando, no le envidio;


que frente a frente dos naturalezas


no trasmutó, de modo que ambas formas


a cambiar dispusieran sus materias.


Se respondieron juntos de tal modo,


que en dos partió su cola la serpiente,


y el herido juntaba las dos hormas.


Las piernas con los muslos a sí mismos


tal se unieron, que a poco la juntura


de ninguna manera se veía.


Tomó la cola hendida la figura


que perdía aquel otro, y su pellejo


se hacía blando y el de aquélla, duro.


Vi los brazos entrar por las axilas,


y los pies de la fiera, que eran cortos,


tanto alargar como acortarse aquéllos.


Luego los pies de atrás, torcidos juntos,


el miembro hicieron que se oculta el hombre,


y el misero del suyo hizo dos patas.


Mientras el humo al uno y otro empaña


de color nuevo, y pelo hace crecer


por una parte y por la otra depila,


cayó el uno y el otro levantóse,


sin desviarse la mirada impía,


bajo la cual cambiaban sus hocicos.


El que era en pie lo trajo hacia las sienes,


y de mucha materia que allí había,


salió la oreja del carrillo liso;


lo que no fue detrás y se retuvo


de aquel sobrante, a la nariz dio forma,


y engrosó los dos labios, cual conviene.


El que yacía, el morro adelantaba,

y escondió en la cabeza las orejas,


como del caracol hacen los cuernos.


Y la lengua, que estaba unida y presta


para hablar antes, se partió; y la otra


partida, se cerró; y cesó ya el humo.


El alma que era en fiera convertida,


se echó a correr silbando por el valle,


y la otra, en pos de ella, hablando escupe.


Luego volvióle las espaldas nuevas,


y dijo al otro: «Quiero que ande Buso


como hice yo, reptando, su camino.»


Así yo vi la séptima zahúrda


mutar y trasmutar; y aquí me excuse


la novedad, si oscura fue la pluma.


Y sucedió que, aunque mi vista fuese


algo confusa, y encogido el ánimo,


no pudieron huir, tan a escondidas


que no les viese bien, Puccio Sciancato


de los tres compañeros era el único


que no cambió de aquellos que vinieron-


era el otro a quien tú, Gaville, lloras,

miércoles, 19 de agosto de 2020

Inferno, Canto XII

CANTO XII

[Canto XII, ove tratta del discendimento nel settimo cerchio d'inferno, e de le pene di quelli che fecero forza in persona de' tiranni, e qui tratta di Minotauro e del fiume del sangue, e come per uno centauro furono scorti e guidati sicuri oltre il fiume.]

Era lo loco ov' a scender la riva

venimmo, alpestro e, per quel che v'er' anco, tal, ch'ogne vista ne sarebbe schiva.

Qual è quella ruina che nel fianco

di qua da Trento l'Adice percosse,

o per tremoto o per sostegno manco,

che da cima del monte, onde si mosse,

al piano è sì la roccia discoscesa,

ch'alcuna via darebbe a chi sù fosse:

cotal di quel burrato era la scesa;

e 'n su la punta de la rotta lacca

l'infamïa di Creti era distesa

che fu concetta ne la falsa vacca;

e quando vide noi, sé stesso morse,

sì come quei cui l'ira dentro fiacca.

Lo savio mio inver' lui gridò: «Forse

tu credi che qui sia 'l duca d'Atene,

che sù nel mondo la morte ti porse?

Pàrtiti, bestia, ché questi non vene

ammaestrato da la tua sorella,

ma vassi per veder le vostre pene».

Qual è quel toro che si slaccia in quella

c'ha ricevuto già 'l colpo mortale,

che gir non sa, ma qua e là saltella,

vid' io lo Minotauro far cotale;

e quello accorto gridò: «Corri al varco; mentre ch'e' 'nfuria, è buon che tu ti cale».

Così prendemmo via giù per lo scarco

di quelle pietre, che spesso moviensi

sotto i miei piedi per lo novo carco.

Io gia pensando; e quei disse: «Tu pensi

forse a questa ruina, ch'è guardata

da quell' ira bestial ch'i' ora spensi.

Or vo' che sappi che l'altra fïata

ch'i' discesi qua giù nel basso inferno,

questa roccia non era ancor cascata.

Ma certo poco pria, se ben discerno,

che venisse colui che la gran preda

levò a Dite del cerchio superno,

da tutte parti l'alta valle feda

tremò sì, ch'i' pensai che l'universo

sentisse amor, per lo qual è chi creda

più volte il mondo in caòsso converso;

e in quel punto questa vecchia roccia,

qui e altrove, tal fece riverso.

Ma ficca li occhi a valle, ché s'approccia

la riviera del sangue in la qual bolle qual che per vïolenza in altrui noccia».

Oh cieca cupidigia e ira folle,

che sì ci sproni ne la vita corta,

e ne l'etterna poi sì mal c'immolle!

Io vidi un'ampia fossa in arco torta,

come quella che tutto 'l piano abbraccia,

secondo ch'avea detto la mia scorta;

e tra 'l piè de la ripa ed essa, in traccia

corrien centauri, armati di saette,

come solien nel mondo andare a caccia.

Veggendoci calar, ciascun ristette,

e de la schiera tre si dipartiro

con archi e asticciuole prima elette;

e l'un gridò da lungi: «A qual martiro

venite voi che scendete la costa?

Ditel costinci; se non, l'arco tiro».

Lo mio maestro disse: «La risposta

farem noi a Chirón costà di presso:

mal fu la voglia tua sempre sì tosta».

Poi mi tentò, e disse: «Quelli è Nesso,

che morì per la bella Deianira,

e fé di sé la vendetta elli stesso.

E quel di mezzo, ch'al petto si mira,

il gran Chirón, il qual nodrì Achille; quell' altro è Folo, che fu sì pien d'ira.

Dintorno al fosso vanno a mille a mille,

saettando qual anima si svelle

del sangue più che sua colpa sortille».

Noi ci appressammo a quelle fiere isnelle:

Chirón prese uno strale, e con la cocca

fece la barba in dietro a le mascelle.

Quando s'ebbe scoperta la gran bocca,

disse a' compagni: «Siete voi accorti

che quel di retro move ciò ch'el tocca?

Così non soglion far li piè d'i morti».

E 'l mio buon duca, che già li er' al petto,

dove le due nature son consorti,

rispuose: «Ben è vivo, e sì soletto

mostrar li mi convien la valle buia;

necessità 'l ci 'nduce, e non diletto.

Tal si partì da cantare alleluia

che mi commise quest' officio novo:

non è ladron, né io anima fuia.

Ma per quella virtù per cu' io movo

li passi miei per sì selvaggia strada,

danne un de' tuoi, a cui noi siamo a provo,

e che ne mostri là dove si guada,

e che porti costui in su la groppa,

ché non è spirto che per l'aere vada».

Chirón si volse in su la destra poppa,

e disse a Nesso: «Torna, e sì li guida,

e fa cansar s'altra schiera v'intoppa».

Or ci movemmo con la scorta fida

lungo la proda del bollor vermiglio,

dove i bolliti facieno alte strida.

Io vidi gente sotto infino al ciglio;

e 'l gran centauro disse: «E' son tiranni

che dier nel sangue e ne l'aver di piglio.

Quivi si piangon li spietati danni;

quivi è Alessandro, e Dïonisio fero

che fé Cicilia aver dolorosi anni.

E quella fronte c'ha 'l pel così nero,

Azzolino; e quell' altro ch'è biondo,

Opizzo da Esti, il qual per vero

fu spento dal figliastro sù nel mondo».

Allor mi volsi al poeta, e quei disse:

«Questi ti sia or primo, e io secondo».

Poco più oltre il centauro s'affisse

sovr' una gente che 'nfino a la gola

parea che di quel bulicame uscisse.

Mostrocci un'ombra da l'un canto sola,

dicendo: «Colui fesse in grembo a Dio

lo cor che 'n su Tamisi ancor si cola».

Poi vidi gente che di fuor del rio

tenean la testa e ancor tutto 'l casso;

e di costoro assai riconobb' io.

Così a più a più si facea basso

quel sangue, sì che cocea pur li piedi;

e quindi fu del fosso il nostro passo.

«Sì come tu da questa parte vedi

lo bulicame che sempre si scema»,

disse 'l centauro, «voglio che tu credi

che da quest' altra a più a più giù prema

lo fondo suo, infin ch'el si raggiunge

ove la tirannia convien che gema.

La divina giustizia di qua punge

quell' Attila che fu flagello in terra,

e Pirro e Sesto; e in etterno munge

le lagrime, che col bollor diserra,

a Rinier da Corneto, a Rinier Pazzo,

che fecero a le strade tanta guerra».

Poi si rivolse e ripassossi 'l guazzo.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...