CANTO XII
A la par, como bueyes en la yunta,
con el alma cargada caminaba,
mientras lo consintió mi pedagogo.
Mas cuando dijo: «Déjale y avanza;
que es menester que con alas y remos
empuje su navío cada uno»,
enderecé, cual para andar conviene
el cuerpo todo, mas los pensamientos
se me quedaron sencillos y humildes.
Me puse a andar, y seguía con gusto
los pasos del maestro, y ambos dos
de ligereza hacíamos alarde;
y él dijo: «vuelve al suelo la mirada,
pues para caminar seguro es bueno
ver el lugar donde las plantas pones».
Como, para dejar memoria de ellos,
sobre las tumbas en tierra excavadas
está escrito quién era cuando vivo,
y de nuevo se llora muchas veces
por el aguijoneo del recuerdo,
que tan sólo espolea a los piadosos;
con mayor semejanza, pues tal era
el artificio, lleno de figuras
vi aquel camino que en el monte avanza.
Veía a aquél que noble fue creado
más que criatura alguna, de los cielos
como un rayo caer, por una parte.
Veía a Briareo, que yacía
en otra, de celeste flecha herido,
por su hielo mortal grave a la tierra.
Veía a Marte, a Palas y a Timbreo,
aún armados en tomo de su padre,
mirando a los Gigantes desmembrados.
Veía al pie, a Nemrot, de la gran obra
ya casi enloquecido, contemplando
los que en Senar con él fueron soberbios.
¡Oh Niobe, con qué dolientes ojos
te veía grabada en el sendero,
entre tus muertos siete y siete hijos!
¡Oh Saúl, cómo con la propia espada
en Gelboé ya muerto aparecías,
que no sentiste lluvia ni rocío!
Oh loca Aracne, así pude mirarte
ya medio araña, triste entre los restos
de la obra que por tu mal hiciste.
Oh Roboán, no parece que asuste
aquí tu efigie; mas lleno de espanto
le lleva un carro, sin que le eche nadie.
Mostraba aún el duro pavimento
como Alcmeón a su madre hizo caro
aquel adorno tan desventurado.
Mostraba cómo se lanzaron sobre
Senaquerib sus hijos en el templo,
y cómo, muerto, allí lo abandonaron.
Mostraba el crudo ejemplo y la ruina
que hizo Tamiris cuando dijo a Ciro:
«tuviste sed de sangre y te doy sangre».
Mostraba cómo huyeron derrotados,
tras morir Holofernes, los asirios,
y también de su muerte los despojos.
Veía a Troya en ruinas y en cenizas;
¡oh Ilión, cuán abatida y despreciable
mostrábate el relieve que veíal
¿Qué pincel o buril allí trazara
las sombras y los rasgos, que admirarse
harían a cualquier sutil ingenio?
Muertos tal muertos, vivos como vivos:
no vio mejor que yo quien vio de veras,
cuanto pisaba, al ir mirando el suelo.
¡Ah, caminad soberbios y altaneros,
hijos de Eva, y no inclinéis el rostro
para poder mirar el mal camino!
Mas al monte la vuelta habíamos dado,
y su camino el sol más recorrido
de lo que mi alma absorta calculaba,
cuando el que atento siempre caminaba
delante, dijo: «Alza la cabeza,
ya no hay más tiempo para ir tan absorto.
Mira un ángel allí que se apresura
por venir a nosotros; ve que vuelve
la esclava sexta del diario oficio.
De reverencia adorna rostro y porte,
para que guste arriba conducirnos;
piensa que ya este día nunca vuelve.»
Acostumbrado estaba a sus mandatos
de no perder el tiempo, así que en esa
materia no me hablaba oscuramente.
El bello ser, de blanco, se acercaba,
con el rostro cual suele aparecer
tremolando la estrella matutina.
Abrió los brazos, y después las alas;
dijo: «Venid, cercanos los peldaños
están y ya se sube fácilmente.
Muy pocos a esta invitación alcanzan:
oh humanos que nacisteis a altos vuelos,
¿cómo un poco de viento os echa a tierra?»
A la roca cortada nos condujo;
allí batió las alas por mi frente,
y prometió ya la marcha segura.
Como al subir al monte, a la derecha,
en donde está la iglesia que domina
la bien guiada sobre el Rubaconte,
del subir se interrumpe la fatiga
por escalones que se construyeron
cuando sumario y pesas eran ciertos;
tal se suaviza aquella ladera
que cae a plomo del otro repecho;
mas rozando la piedra a un lado y otro.
Al dirigirnos por ese camino
Beati pauperes spiritu, de un modo
inefable cantaban unas voces.
Ah qué distintos eran estos pasos
de aquellos del infierno: aquí con cantos
se entra y allí con feroces lamentos.
Por los santos peldaños ya subíamos
y bastante más leve me encontraba,
de lo que en la llanura parecía.
Por lo que yo: «Maestro ¿qué pesada
carga me han levantado, que ninguna
fatiga casi tengo caminando?»
Él respondió: «Cuando las P que quedan
aún en tu rostro a punto de borrarse,
estén, como una de ellas, apagadas,
tan vencidos los pies de tus deseos
estarán, que no sólo sin fatiga,
sino con gozo arriba han de llevarte.»
Entonces hice como los que llevan
en la cabeza un algo que no saben,
y sospechan por gestos de los otros;
y por lo cual se ayudan con la mano,
que busca y halla y cumple así el oficio
que no pudiera hacerlo con la vista;
extendiendo los dedos de la diestra,
sólo encontré seis letras, que en mi frente
el de la llave habíame grabado:
y viendo esto sonrió mi guía.