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miércoles, 2 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, canto XII

CANTO XII


A la par, como bueyes en la yunta,


con el alma cargada caminaba,


mientras lo consintió mi pedagogo.


Mas cuando dijo: «Déjale y avanza;


que es menester que con alas y remos


empuje su navío cada uno»,


enderecé, cual para andar conviene


el cuerpo todo, mas los pensamientos


se me quedaron sencillos y humildes.


Me puse a andar, y seguía con gusto


los pasos del maestro, y ambos dos


de ligereza hacíamos alarde;


y él dijo: «vuelve al suelo la mirada,


pues para caminar seguro es bueno


ver el lugar donde las plantas pones».


Como, para dejar memoria de ellos,

sobre las tumbas en tierra excavadas


está escrito quién era cuando vivo,


y de nuevo se llora muchas veces


por el aguijoneo del recuerdo,


que tan sólo espolea a los piadosos;


con mayor semejanza, pues tal era


el artificio, lleno de figuras


vi aquel camino que en el monte avanza.


Veía a aquél que noble fue creado


más que criatura alguna, de los cielos


como un rayo caer, por una parte.


Veía a Briareo, que yacía


en otra, de celeste flecha herido,


por su hielo mortal grave a la tierra.


Veía a Marte, a Palas y a Timbreo,


aún armados en tomo de su padre,


mirando a los Gigantes desmembrados.


Veía al pie, a Nemrot, de la gran obra


ya casi enloquecido, contemplando


los que en Senar con él fueron soberbios.


¡Oh Niobe, con qué dolientes ojos


te veía grabada en el sendero,


entre tus muertos siete y siete hijos!


¡Oh Saúl, cómo con la propia espada


en Gelboé ya muerto aparecías,


que no sentiste lluvia ni rocío!


Oh loca Aracne, así pude mirarte


ya medio araña, triste entre los restos


de la obra que por tu mal hiciste.


Oh Roboán, no parece que asuste


aquí tu efigie; mas lleno de espanto


le lleva un carro, sin que le eche nadie.


Mostraba aún el duro pavimento


como Alcmeón a su madre hizo caro


aquel adorno tan desventurado.


Mostraba cómo se lanzaron sobre


Senaquerib sus hijos en el templo,


y cómo, muerto, allí lo abandonaron.


Mostraba el crudo ejemplo y la ruina


que hizo Tamiris cuando dijo a Ciro:


«tuviste sed de sangre y te doy sangre».


Mostraba cómo huyeron derrotados,


tras morir Holofernes, los asirios,


y también de su muerte los despojos.


Veía a Troya en ruinas y en cenizas;


¡oh Ilión, cuán abatida y despreciable


mostrábate el relieve que veíal


¿Qué pincel o buril allí trazara


las sombras y los rasgos, que admirarse


harían a cualquier sutil ingenio?


Muertos tal muertos, vivos como vivos:


no vio mejor que yo quien vio de veras,


cuanto pisaba, al ir mirando el suelo.


¡Ah, caminad soberbios y altaneros,


hijos de Eva, y no inclinéis el rostro


para poder mirar el mal camino!


Mas al monte la vuelta habíamos dado,

y su camino el sol más recorrido

de lo que mi alma absorta calculaba,


cuando el que atento siempre caminaba


delante, dijo: «Alza la cabeza,


ya no hay más tiempo para ir tan absorto.


Mira un ángel allí que se apresura


por venir a nosotros; ve que vuelve


la esclava sexta del diario oficio.


De reverencia adorna rostro y porte,


para que guste arriba conducirnos;


piensa que ya este día nunca vuelve.»


Acostumbrado estaba a sus mandatos


de no perder el tiempo, así que en esa


materia no me hablaba oscuramente.


El bello ser, de blanco, se acercaba,


con el rostro cual suele aparecer


tremolando la estrella matutina.


Abrió los brazos, y después las alas;


dijo: «Venid, cercanos los peldaños


están y ya se sube fácilmente.


Muy pocos a esta invitación alcanzan:


oh humanos que nacisteis a altos vuelos,


¿cómo un poco de viento os echa a tierra?»


A la roca cortada nos condujo;


allí batió las alas por mi frente,


y prometió ya la marcha segura.


Como al subir al monte, a la derecha,


en donde está la iglesia que domina


la bien guiada sobre el Rubaconte,


del subir se interrumpe la fatiga


por escalones que se construyeron


cuando sumario y pesas eran ciertos;


tal se suaviza aquella ladera


que cae a plomo del otro repecho;


mas rozando la piedra a un lado y otro.


Al dirigirnos por ese camino


Beati pauperes spiritu, de un modo


inefable cantaban unas voces.


Ah qué distintos eran estos pasos


de aquellos del infierno: aquí con cantos

se entra y allí con feroces lamentos.


Por los santos peldaños ya subíamos


y bastante más leve me encontraba,


de lo que en la llanura parecía.


Por lo que yo: «Maestro ¿qué pesada


carga me han levantado, que ninguna


fatiga casi tengo caminando?»


Él respondió: «Cuando las P que quedan


aún en tu rostro a punto de borrarse,


estén, como una de ellas, apagadas,


tan vencidos los pies de tus deseos


estarán, que no sólo sin fatiga,


sino con gozo arriba han de llevarte.»


Entonces hice como los que llevan


en la cabeza un algo que no saben,


y sospechan por gestos de los otros;


y por lo cual se ayudan con la mano,


que busca y halla y cumple así el oficio


que no pudiera hacerlo con la vista;


extendiendo los dedos de la diestra,


sólo encontré seis letras, que en mi frente


el de la llave habíame grabado:


y viendo esto sonrió mi guía.

domingo, 30 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto VIII

CANTO VIII


Digo, para seguir, que mucho antes


de llegar hasta el pie de la alta torre,


se encaminó a su cima nuestra vista,


porque vimos allí dos lucecitas,


y otra que tan de lejos daba señas,


que apenas nuestros ojos la veían.


Y yo le dije al mar de todo seso:


«Esto ¿qué significa? y ¿qué responde


el otro foco, y quién es quien lo hace?»


Y él respondió: «Por estas ondas sucias


ya podrás divisar lo que se espera,


si no lo oculta el humo del pantano


Cuerda no lanzó nunca una saeta


que tan ligera fuese por el aire,


como yo vi una nave pequeñita


por el agua venir hacia nosotros,


al gobierno de un solo galeote,


gritando: «Al fin llegaste, alma alevosa.»


«Flegias, Flegias, en vano estás gritando


díjole mi señor en este punto ;


tan sólo nos tendrás cruzando el lodo.»


Cual es aquel que gran engaño escucha


que le hayan hecho, y luego se contiene,


así hizo Flegias consumido en ira.


Subió mi guía entonces a la barca,


y luego me hizo entrar detrás de él;


y sólo entonces pareció cargada.



Cuando estuvimos ambos en el leño,

hendiendo se marchó la antigua proa


el agua más que suele con los otros.


Mientras que el muerto cauce recorríamos


uno, lleno de fango vino y dijo:


«¿Quién eres tú que vienes a destiempo?»


.


Y le dije: « Si vengo, no me quedo;


pero ¿quién eres tú que estás tan sucio?»


Dijo: «Ya ves que soy uno que llora.»


Yo le dije: «Con lutos y con llanto,


puedes quedarte, espíritu maldito,


pues aunque estés tan sucio te conozco.»


Entonces tendió al leño las dos manos;


mas el maestro lo evitó prudente,


diciendo: «Vete con los otros perros.»


Al cuello luego los brazos me echó,


besóme el rostro y dijo: «!Oh desdeñoso,


bendita la que estuvo de ti encinta!


Aquel fue un orgulloso para el mundo;


y no hay bondad que su memoria honre:


por ello está su sombra aquí furiosa.


Cuantos por reyes tiénense allá arriba,


aquí estarán cual puercos en el cieno,


dejando de ellos un desprecio horrible.»`


Y yo: «Maestro, mucho desearía


el verle zambullirse en este caldo,


antes que de este lago nos marchemos.»


Y él me repuso: «Aún antes que la orilla


de ti se deje ver, serás saciado:


de tal deseo conviene que goces.»


Al poco vi la gran carnicería


que de él hacían las fangosas gentes;


a Dios por ello alabo y doy las gracias.


«¡A por Felipe Argenti!», se gritaban,


y el florentino espiritu altanero


contra sí mismo volvía los dientes.


Lo dejamos allí, y de él más no cuento.


Mas el oído golpeóme un llanto,


y miré atentamente hacia adelante.



Exclamó el buen maestro: «Ahora, hijo,

se acerca la ciudad llamada Dite,


de graves habitantes y mesnadas.»


Y yo dije: «Maestro, sus mezquitas


en el valle distingo claramente,


rojas cual si salido de una fragua


hubieran.» Y él me dijo: «El fuego eterno


que dentro arde, rojas nos las muestra,


como estás viendo en este bajo infierno.»


Así llegamos a los hondos fosos


que ciñen esa tierra sin consuelo;


de hierro aquellos muros parecían.


No sin dar antes un rodeo grande,


llegamos a una parte en que el barquero


«Salid gritó con fuerza aquí es la entrada.»


Yo vi a más de un millar sobre la puerta


de llovidos del cielo, que con rabia


decían: «¿Quién es este que sin muerte


va por el reino de la gente muerta?»


Y mi sabio maestro hizo una seña


de quererles hablar secretamente.


Contuvieron un poco el gran desprecio


y dijeron: « Ven solo y que se marche


quien tan osado entró por este reino;


que vuelva solo por la loca senda;


pruebe, si sabe, pues que tú te quedas,


que le enseñaste tan oscura zona.»


Piensa, lector, el miedo que me entró


al escuchar palabras tan malditas,


que pensé que ya nunca volvería.


«Guía querido, tú que más de siete


veces me has confortado y hecho libre


de los grandes peligros que he encontrado,


no me dejies le dije así perdido;


y si seguir mas lejos nos impiden,


juntos volvamos hacia atrás los pasos.»


Y aquel señor que allí me condujera


«No temas dijo porque nuestro paso


nadie puede parar: tal nos lo otorga.



Mas espérame aquí, y tu ánimo flaco

conforta y alimenta de esperanza,


que no te dejaré en el bajo mundo.»


Así se fue, y allí me abandonó


el dulce padre, y yo me quedé en duda


pues en mi mente el no y el sí luchaban.


No pude oír qué fue lo que les dijo:


mas no habló mucho tiempo con aquéllos,


pues hacia adentro todos se marcharon.


Cerráronle las puertas los demonios


en la cara a mi guía, y quedó afuera,


y se vino hacia mí con pasos lentos.


Gacha la vista y privado su rostro


de osadía ninguna, y suspiraba:


« ¡Quién las dolientes casa me ha cerrado!»


Y él me dijo: «Tú, porque yo me irrite,


no te asustes, pues venceré la prueba,


por mucho que se empeñen en prohibirlo.


No es nada nueva esta insolencia suya,


que ante menos secreta puerta usaron,


que hasta el momento se halla sin cerrojos.



Sobre ella contemplaste el triste escrito:


y ya baja el camino desde aquélla,


pasando por los cercos sin escolta,


quien la ciudad al fin nos hará franca.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...