CANTO XV
Caminamos por uno de los bordes,
y tan denso es el humo del arroyo,
que del fuego protege agua y orillas.
Tal los flamencos entre Gante y Brujas,
temiendo el viento que en invierno sopla,
a fin de que huya el mar hacen sus diques;
y como junto al Brenta los paduanos
por defender sus villas y castillos,
antes que Chiarentana el calor sienta;
de igual manera estaban hechos éstos,
sólo que ni tan altos ni tan gruesos,
fuese el que fuese quien los construyera.
Ya estábamos tan lejos de la selva
que no podría ver dónde me hallaba,
aunque hacia atrás yo me diera la vuelta,
cuando encontramos un tropel de almas
que andaban junto al dique, y todas ellas
nos miraban cual suele por la noche
mirarse el uno al otro en luna nueva;
y para vernos fruncían las cejas
como hace el sastre viejo con la aguja.
Examinado así por tal familia,
de uno fui conocido, que agarró
mi túnica y gritó: «¡Qué maravilla!»
y yo, al verme cogido por su mano
fijé la vista en su quemado rostro,
para que, aun abrasado, no impidiera,
su reconocimiento a mi memoria;
e inclinando la mía hacia su cara
respondí: «¿Estáis aquí, señor Brunetto?»
«Hijo, no te disguste me repuso-
si Brunetto Latino deja un rato
a su grupo y contigo se detiene.»
Y yo le dije: «Os lo pido gustoso;
y si queréis que yo, con vos me pare,
lo haré si place a aquel con el que ando.»
«Hijo repuso , aquel de este rebaño
que se para, después cien años yace,
sin defenderse cuando el fuego quema.
Camina pues: yo marcharé a tu lado;
y alcanzaré más tarde a mi mesnada,
que va llorando sus eternos males.»
Yo no osaba bajarme del camino
y andar con él; mas gacha la cabeza
tenía como el hombre reverente.
Él comenzó: «¿Qué fortuna o destino
antes de postrer día aquí te trae?
¿y quién es éste que muestra el camino?»
Y yo: «Allá arriba, en la vida serena
le respondí me perdí por un valle,
antes de que mi edad fuese perfecta.
Lo dejé atrás ayer por la mañana;
éste se apareció cuando a él volvía,
y me lleva al hogar por esta ruta.»
Y él me repuso: «Si sigues tu estrella
glorioso puerto alcanzarás sin falta,
si de la vida hermosa bien me acuerdo;
y si no hubiese muerto tan temprano,
viendo que el cielo te es tan favorable,
dado te habría ayuda en la tarea.
Mas aquel pueblo ingrato y malicioso
que desciende de Fiesole de antiguo,
y aún tiene en él del monte y del peñasco,
si obras bien ha de hacerse tu contrario:
y es con razón, que entre ásperos serbales
no debe madurar el dulce higo.
Vieja fama en el mundo llama ciegos,
gente es avara, envidiosa y soberbia:
líbrate siempre tú de sus costumbres.
Tanto honor tu fortuna te reserva,
que la una parte y la otra tendrán hambre
de ti; mas lejos pon del chivo el pasto.
Las bestias fiesolanas se apacienten
de ellas mismas, y no toquen la planta,
si alguna surge aún entre su estiércol,
en que reviva la simiente santa
de los romanos que quedaron, cuando
hecho fue el nido de tan gran malicia.»
«Si pudiera cumplirse mi deseo
aún no estaríais vos le repliqué-
de la humana natura separado;
que en mi mente está fija y aún me apena,
querida y buena, la paterna imagen
vuestra, cuando en el mundo hora tras hora
me enseñabais que el hombre se hace eterno;
y cuánto os lo agradezco, mientras viva,
conviene que en mi lengua se proclame.
Lo que narráis de mi carrera escribo,
para hacerlo glosar, junto a otro texto,
si hasta ella llego, a la mujer que sabe.
Sólo quiero que os sea manifiesto
que, con estar tranquila mi conciencia,
me doy, sea cual sea, a la Fortuna.
No es nuevo a mis oídos tal augurio:
mas la Fortuna hace girar su rueda
como gusta, y el labrador su azada.»
Entonces mi maestro la mejilla
derecha volvió atrás, y me miró;
dijo después: «Bien oye el precavido.»
Pero yo no dejé de hablar por eso
con ser Brunetto, y pregunto quién son
sus compañeros de más alta fama.
Y él me dijo: «Saber de alguno es bueno;
de los demás será mejor que calle,
que a tantos como son el tiempo es corto.
Sabe, en suma, que todos fueron clérigos
y literatos grandes y famosos,
al mundo sucios de un igual pecado.
Prisciano va con esa turba mísera,
y Francesco D'Accorso; y ver con éste,
si de tal tiña tuvieses deseo,
podrás a quien el Siervo de los Siervos
hizo mudar del Arno al Bachiglión,
donde dejó los nervios mal usados.
De otros diría, mas charla y camino
no pueden alargarse, pues ya veo
surgir del arenal un nuevo humo.
Gente viene con la que estar no debo:
mi “Tesoro” te dejo encomendado,
en el que vivo aún, y más no digo.»
Luego se fue, y parecía de aquellos
que el verde lienzo corren en Verona
por el campo; y entre éstos parecía
de los que ganan, no de los que pierden.