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lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XVII

CANTO XVII


«Mira la bestia con la cola aguda,


que pasa montes, rompe muros y armas;


mira aquella que apesta todo el mundo.»


Así mi guía comenzó a decirme;


y le ordenó que se acercase al borde


donde acababa el camino de piedra.


Y aquella sucia imagen del engaño


se acercó, y sacó el busto y la cabeza,


mas a la orilla no trajo la cola.


Su cara era la cara de un buen hombre,


tan benigno tenía lo de afuera,


y de serpiente todo lo restante.


Garras peludas tiene en las axilas;


y en la espalda y el pecho y ambos flancos


pintados tiene ruedas y lazadas.


Con más color debajo y superpuesto


no hacen tapices tártaros ni turcos,


ni fue tal tela hilada por Aracne.


Como a veces hay lanchas en la orilla,


que parte están en agua y parte en seco;


o allá entre los glotones alemanes


el castor se dispone a hacer su caza,


se hallaba así la fiera detestable


al horde pétreo, que la arena ciñe.


Al aire toda su cola movía,


cerrando arriba la horca venenosa,


que a guisa de escorpión la punta armaba.


El guía dijo: «Es preciso torcer


nuestro camino un poco, junto a aquella


malvada bestia que está allí tendida.»


Y descendimos al lado derecho,


caminando diez pasos por su borde,


para evitar las llamas y la arena.


Y cuando ya estuvimos a su lado,


sobre la arena vi, un poco más lejos,


gente sentada al borde del abismo.


Aquí el maestro: «Porque toda entera

de este recinto la experiencia lleves

me dijo , ve y contempla su castigo.


Allí sé breve en tus razonamientos:


mientras que vuelvas hablaré con ésta,


que sus fuertes espaldas nos otorgue.»


Así pues por el borde de la cima


de aquel séptimo círculo yo solo


anduve, hasta llegar a los penados.


Ojos afuera estallaba su pena,


de aquí y de allí con la mano evitaban


tan pronto el fuego como el suelo ardiente:


como los perros hacen en verano,


con el hocico, con el pie, mordidos


de pulgas o de moscas o de tábanos.


Y después de mirar el rostro a algunos,


a los que el fuego doloroso azota,


a nadie conocí; pero me acuerdo


que en el cuello tenía una bolsa


con un cierto color y ciertos signos,


que parecían complacer su vista.


Y como yo anduviéralos mirando,


algo azulado vi en una amarilla,


que de un león tenía cara y porte.


Luego, siguiendo de mi vista el curso,


otra advertí como la roja sangre,


y una oca blanca más que la manteca.


Y uno que de una cerda azul preñada


señalado tenía el blanco saco,


dijo: «¿Qué andas haciendo en esta fosa?


Vete de aquí; y puesto que estás vivo,


sabe que mi vecino Vitaliano


aquí se sentará a mi lado izquierdo;


de Padua soy entre estos florentinos:


y las orejas me atruenan sin tasa


gritando: “¡Venga el noble caballero


que llenará la bolsa con tres chivos!”»


Aquí torció la boca y se sacaba


la lengua, como el buey que el belfo lame.


Y yo, temiendo importunar tardando


a quien de no tardar me había advertido,

atrás dejé las almas lastimadas.


A mi guía encontré, que ya subido


sobre la grupa de la fiera estaba,


y me dijo: «Sé fuerte y arrojado.


Ahora bajamos por tal escalera:


sube delante, quiero estar en medio,


porque su cola no vaya a dañarte.»


Como está aquel que tiene los temblores


de la cuartana, con las uñas pálidas,


y tiembla entero viendo ya el relente,


me puse yo escuchando sus palabras;

pero me avergoncé con su advertencia,

que ante el buen amo el siervo se hace fuerte. 


Encima me senté de la espaldaza:


quise decir, mas la voz no me vino


como creí: «No dejes de abrazarme.»


Mas aquel que otras veces me ayudara


en otras dudas, luego que monté,


me sujetó y sostuvo con sus brazos.


Y le dijo: «Gerión, muévete ahora:


las vueltas largas, y el bajar sea lento:


piensa en qué nueva carga estás llevando.»


Como la navecilla deja el puerto


detrás, detrás, así ésta se alejaba;


y luego que ya a gusto se sentía,


en donde el pecho, ponía la cola,


y tiesa, como anguila, la agitaba,


y con los brazos recogía el aire.


No creo que más grande fuese el miedo


cuando Faetón abandonó las riendas,


por lo que el cielo ardió, como aún parece;


ni cuando la cintura el pobre Ícaro


sin alas se notó, ya derretidas,


gritando el padre: «¡Mal camino llevas!»;


que el mío fue, cuando noté que estaba


rodeado de aire, y apagada


cualquier visión que no fuese la fiera;


ella nadando va lenta, muy lenta;

gira y desciende, pero yo no noto

sino el viento en el rostro y por debajo.


Oía a mi derecha la cascada


que hacía por encima un ruido horrible,


y abajo miro y la cabeza asomo.


Entonces temí aún más el precipicio,


pues fuego pude ver y escuchar llantos;


por lo que me encogí temblando entero.


Y vi después, que aún no lo había visto,


al bajar y girar los grandes males,


que se acercaban de diversos lados.


Como el halcón que asaz tiempo ha volado,


y que sin ver ni señuelo ni pájaro


hace decir al halconero: «¡Ah, baja!»,


lento desciende tras su grácil vuelo,


en cien vueltas, y a lo lejos se pone


de su maestro, airado y desdeñoso,


de tal modo Gerión se posó al fondo,


al mismo pie de la cortada roca,


y descargadas nuestras dos personas,


se disparó como de cuerda tensa.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...