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sábado, 5 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, Canto XXVIII

CANTO XXVIII


Deseoso de ver por dentro y fuera


la divina floresta espesa y viva,


que a los ojos templaba el día nuevo,


sin esperar ya más, dejé su margen,


andando, por el campo a paso lento


por el suelo aromado en todas partes.


Un aura dulce que jamás mudanza


tenía en sí, me hería por la frente


con no más golpe que un suave viento;


con el cual tremolando los frondajes


todos se doblegaban hacia el lado


en que el monte la sombra proyectaba;


mas no de su estar firme tan lejanos,


que por sus copas unas avecillas


dejaran todas de ejercer su arte;


mas con toda alegría en la hora prima,


la esperaban cantando entre las hojas,


que bordón a sus rimas ofrecían,


como de rama en rama se acrecienta


en la pineda junto al mar de Classe,


cuando Eolo al Siroco desencierra.


Lentos pasos habíanme llevado


ya tan adentro de la antigua selva,


que no podía ver por dónde entrara;


y vi que un río el avanzar vedaba,


que hacia la izquierda con menudas ondas


doblegaba la hierba a sus orillas.


Toda el agua que fuera aquí más límpida,


arrastrar impurezas pareciera,


a ésta que nada oculta comparada,


por más que ésta discurra oscurecida

bajo perpetuas sombras, que no dejan

nunca paso a la luz del sol ni luna.


Me detuve y crucé con la mirada,


por ver al otro lado del arroyo


aquella variedad de frescos mayos;


y allí me apareció, como aparece


algo súbitamente que nos quita


cualquier otro pensar, maravillados,


una mujer que sola caminaba,


cantando y escogiendo entre las flores


de que pintado estaba su camino.


«Oh, hermosa dama, que amorosos rayos


te encienden, si creer debo al semblante


que dar suele del pecho testimonio,


tengas a bien adelantarte ahora


díjele- lo bastante hacia la orilla,


para que pueda escuchar lo que cantas.


Tú me recuerdas dónde y cómo estaba


Proserpina, perdida por su madre,


cuando perdió la dulce primavera.»


Como se vuelve con las plantas firmes


en tierra y juntas, la mujer que baila,


y un pie pone delante de otro apenas,


volvió sobre las rojas y amarillas


florecillas a mí, no de otro modo


que una virgen su honesto rostro inclina;


y así mis ruegos fueron complacidos,


pues tanto se acercó, que el dulce canto


llegaba a mí, entendiendo sus palabras.


Cuando llegó donde la hierba estaba


bañada de las ondas del riachuelo,


de alzar sus ojos hízome regalo.


Tanta luz yo no creo que esplendiera


Venus bajo sus cejas, traspasada,


fuera de su costumbre, por su hijo.


Ella reía en pie en la orilla opuesta,


más color disponiendo con sus manos,


que esa elevada tierra sin semillas.


Me apartaban tres pasos del arroyo;

y el Helesponto que Jerjes cruzó

aún freno a toda la soberbia humana,


no soportó más odio de Leandro


cuando nadaba entre Sesto y Abido,


que aquel de mí, pues no me daba paso.


«Sois nuevos y tal vez porque sonrío


en el sitio elegido dijo ella


como nido de la natura humana,


asombrados os tiene alguna duda;


mas luz el salmo Delestasti otorga,


que puede disipar vuestro intelecto.


Y tú que estás delante y me rogaste,


dime si quieres más oír; pues presta


a resolver tus dudas he venido.


«El son de la floresta dije , el agua,


me hacen pensar en una cosa nueva,


de otra cosa distinta que he escuchado.»


Y ella: «Te explicaré cómo deriva


de su causa este hecho que te asombra,


despejando la niebla que te ofende.


El sumo bien que sólo en Él se goza,


hizo bueno y al bien al hombre en este


lugar que le otorgó de paz eterna.


Pero aquí poco estuvo por su falta;


por su falta en gemidos y en afanes


cambió la honesta risa, el dulce juego.


Y para que el turbar que abajo forman


los vapores del agua y de la tierra,


que cuanto pueden van tras del calor,


al hombre no le hiciese guerra alguna,


subió tanto hacia el cielo esta montaña,


y libre está de él, donde se cierra.


Mas como dando vueltas por entero


con la primera esfera el aire gira,


si el círculo no es roto en algún punto,


en esta altura libre, el aire vivo


tal movimiento repercute y hace,


que resuene la selva en su espesura;


tanto puede la planta golpeada,

que su virtud impregna el aura toda,

y ella luego la esparce dando vueltas;


y según la otra tierra sea digna,


por su cielo y por sí, concibe y cría


de diversa virtud diversas plantas.


Luego no te parezca maravilla,


oído esto, cuando alguna planta


crezca allí sin semilla manifiesta.


Y sabrás que este campo en que te hallas,


repleto está de todas las simientes,


y tiene frutos que allí no se encuentran.


El agua que aquí ves no es de venero


que restaure el vapor que el hielo funde,


como un río que adquiere o pierde cauce;


mas surge de fontana estable y cierta,


que tanto del querer de Dios recibe,


cuando vierte en dos partes separada.


Por este lado con el don desciende


de quitar la memoria del pecado;


por el otro de todo el bien la otorga;


Aquí Leteo; igual del otro lado


Eünoé se llama, y no hace efecto


si en un sitio y en otro no es bebida:


este supera a todos los sabores.


Y aunque bastante pueda estar saciada


tu sed para que más no te descubra,


un corolario te daré por gracia;


no creo que te sea menos caro


mi decir, si te da más que prometo.


Tal vez los que de antiguo poetizaron


sobre la Edad de oro y sus delicias,


en el Parnaso este lugar soñaban.


Fue aquí inocente la humana raíz;


aquí la primavera y fruto eterno;


este es el néctar del que todos hablan.»


Me dirigí yo entonces hacia atrás


y a mis poetas vi que sonrientes


escucharon las últimas razones;


luego a la bella dama torné el rostro.

martes, 18 de agosto de 2020

Inferno, Canto VI

CANTO VI

[Canto sesto, nel quale mostra del terzo cerchio de l'inferno e tratta del punimento del vizio de la gola, e massimamente in persona d'un fiorentino chiamato Ciacco; in confusione di tutt'i buffoni tratta del dimonio Cerbero e narra in forma di predicere più cose a divenire a la città di Fiorenza.]

Al tornar de la mente, che si chiuse

dinanzi a la pietà d'i due cognati,

che di trestizia tutto mi confuse,

novi tormenti e novi tormentati

mi veggio intorno, come ch'io mi mova

e ch'io mi volga, e come che io guati.

Io sono al terzo cerchio, de la piova

etterna, maladetta, fredda e greve;

regola e qualità mai non l'è nova.

Grandine grossa, acqua tinta e neve

per l'aere tenebroso si riversa;

pute la terra che questo riceve.

Cerbero, fiera crudele e diversa,

con tre gole caninamente latra

sovra la gente che quivi è sommersa.

Li occhi ha vermigli, la barba unta e atra, e 'l ventre largo, e unghiate le mani; graffia li spirti ed iscoia ed isquatra.

Urlar li fa la pioggia come cani;

de l'un de' lati fanno a l'altro schermo;

volgonsi spesso i miseri profani.

Quando ci scorse Cerbero, il gran vermo,

le bocche aperse e mostrocci le sanne;

non avea membro che tenesse fermo.

E 'l duca mio distese le sue spanne,

prese la terra, e con piene le pugna

la gittò dentro a le bramose canne.

Qual è quel cane ch'abbaiando agogna,

e si racqueta poi che 'l pasto morde,

ché solo a divorarlo intende e pugna,

cotai si fecer quelle facce lorde

de lo demonio Cerbero, che 'ntrona

l'anime sì, ch'esser vorrebber sorde.

Noi passavam su per l'ombre che adona

la greve pioggia, e ponavam le piante

sovra lor vanità che par persona.

Elle giacean per terra tutte quante,

fuor d'una ch'a seder si levò, ratto

ch'ella ci vide passarsi davante.

«O tu che se' per questo 'nferno tratto»,

mi disse, «riconoscimi, se sai:

tu fosti, prima ch'io disfatto, fatto».

E io a lui: «L'angoscia che tu hai

forse ti tira fuor de la mia mente,

sì che non par ch'i' ti vedessi mai.

Ma dimmi chi tu se' che 'n sì dolente

loco se' messo, e hai sì fatta pena,

che, s'altra è maggio, nulla è sì spiacente».

Ed elli a me: «La tua città, ch'è piena

d'invidia sì che già trabocca il sacco,

seco mi tenne in la vita serena.

Voi cittadini mi chiamaste Ciacco:

per la dannosa colpa de la gola,

come tu vedi, a la pioggia mi fiacco.

E io anima trista non son sola,

ché tutte queste a simil pena stanno

per simil colpa». E più non fé parola.

Io li rispuosi: «Ciacco, il tuo affanno

mi pesa sì, ch'a lagrimar mi 'nvita;

ma dimmi, se tu sai, a che verranno

li cittadin de la città partita;

s'alcun v'è giusto; e dimmi la cagione

per che l'ha tanta discordia assalita».

E quelli a me: «Dopo lunga tencione

verranno al sangue, e la parte selvaggia

caccerà l'altra con molta offensione.

Poi appresso convien che questa caggia

infra tre soli, e che l'altra sormonti

con la forza di tal che testé piaggia.

Alte terrà lungo tempo le fronti,

tenendo l'altra sotto gravi pesi,

come che di ciò pianga o che n'aonti.

Giusti son due, e non vi sono intesi;

superbia, invidia e avarizia sono

le tre faville c'hanno i cuori accesi».

Qui puose fine al lagrimabil suono.

E io a lui: «Ancor vo' che mi 'nsegni

e che di più parlar mi facci dono.

Farinata e 'l Tegghiaio, che fuor sì degni,

Iacopo Rusticucci, Arrigo e 'l Mosca e li altri ch'a ben far puoser li 'ngegni,

dimmi ove sono e fa ch'io li conosca;

ché gran disio mi stringe di savere

se 'l ciel li addolcia o lo 'nferno li attosca».

E quelli: «Ei son tra l'anime più nere;

diverse colpe giù li grava al fondo:

se tanto scendi, là i potrai vedere.

Ma quando tu sarai nel dolce mondo,

priegoti ch'a la mente altrui mi rechi:

più non ti dico e più non ti rispondo».

Li diritti occhi torse allora in biechi;

guardommi un poco e poi chinò la testa:

cadde con essa a par de li altri ciechi.

E 'l duca disse a me: «Più non si desta

di qua dal suon de l'angelica tromba,

quando verrà la nimica podesta:

ciascun rivederà la trista tomba,

ripiglierà sua carne e sua figura,

udirà quel ch'in etterno rimbomba».

Sì trapassammo per sozza mistura

de l'ombre e de la pioggia, a passi lenti,

toccando un poco la vita futura;

per ch'io dissi: «Maestro, esti tormenti

crescerann' ei dopo la gran sentenza,

o fier minori, o saran sì cocenti?».

Ed elli a me: «Ritorna a tua scïenza,

che vuol, quanto la cosa è più perfetta,

più senta il bene, e così la doglienza.

Tutto che questa gente maladetta

in vera perfezion già mai non vada,

di là più che di qua essere aspetta».

Noi aggirammo a tondo quella strada,

parlando più assai ch'i' non ridico;

venimmo al punto dove si digrada:

quivi trovammo Pluto, il gran nemico.

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