CANTO V
«Si te deslumbro en el fuego de amor
más que del modo que veis en la tierra,
tal que venzo la fuerza de tus ojos,
no debes asombrarte; pues procede
de un ver perfecto, que, como comprende,
así en pos de aquel bien mueve los pasos.
Bien veo de qué forma resplandece
la sempiterna luz en tu intelecto,
que, una vez vista, amor por siempre enciende;
y si otra cosa vuestro amor seduce,
de aquella luz tan sólo es un vestigio,
mal conocido, que allí se refleja.
Quieres saber si con otras ofrendas,
halla reparo quien rompe su voto,
tal que en el juicio su alma esté segura.»
Así Beatriz principio dio a este canto;
y como el que el discurso no interrumpe,
prosiguió así sus santas enseñanzas:
«El don mayor que Dios en su largueza
hizo al crearnos, y el que más conforme
está con su bondad, y él más lo estima,
tal fue la libertad del albedrío;
del cual, a los que dio la inteligencia,
fueron y son dotados solamente.
Ahora verás, si tú deduces de esto,
el gran valor del voto, si se hace
cuando consiente Dios lo que consientes:
porque al cerrar el pacto Dios y el hombre
se hace holocausto de aquel gran tesoro,
que antes te dije; y lo hace un acto suyo.
¿Así pues qué reparo se hallaría?
Si piensas que usas bien lo que ofreciste,
con latrocinios quieres dar limosna.
Ya lo más importante te he explicado;
mas puesto que la Iglesia los dispensa
y esto a lo que te digo contradice,
en la mesa es preciso que aún te sientes,
pues el seco alimento que comiste,
para su digestión requiere ayuda.
Abre tu mente a lo que te revelo
y guárdalo bien dentro; pues no hay ciencia
si lo que has aprendido no retienes.
Dos cosas intervienen en la esencia
de este gran sacrificio: una es la cosa
que se ofrece; y la otra el pacto mismo.
Esta segunda nunca se cancela
si no es cumplida; y con respecto a ella
antes te hablé con toda precisión:
por ello los hebreos precisaron
el seguir ofreciendo, aunque la ofrenda
se pudiera cambiar, como ya sabes.
La otra, que te mostré como materia,
bien puede ser de un modo que no hay yerro
si por otra materia se permuta.
Mas la carga no debe transmutarse
libremente, y precisa de la vuelta
de la llave amarilla y de la blanca;
y sabrás que los cambios nada valen,
si la cosa dejada en la cogida
como el cuatro en el seis no se contiene.
Y por ello a las cosas tan pesadas
que la balanza inclinan por sí mismas,
satisfacer no puede otra ninguna
No bromeen con el voto los mortales;
sed fieles; mas no hacerlos ciegamente,
como Jefté ofreciendo lo primero;
quien hubiera mejor dicho "Mal hice",
que hacer peor cumpliéndolo; y tan necio
podrás llamar al jefe de los griegos,
por quien lloró Ifigenia su belleza,
y con ella las necios y los sabios
que han escuchado de tal sacrificio.
Sed, cristianos, más firmes al moveros:
no seáis como pluma a cualquier soplo,
y no penséis que os lave cualquier agua.
Tenéis el viejo y nuevo Testamento,
y el pastor de la Iglesia que os conduce;
y esto es bastante ya para salvaros.
Si otras cosas os grita la codicia,
¡sed hombres, y no ovejas insensatas,
para que no se burlen los judíos!
¡No hagáis como el cordero que abandona
la leche de su madre, y por simpleza,
consigo mismo a su placer combate!»
Así me habló Beatriz tal como escribo;
luego se dirigió toda anhelante
a aquella parte en que el mundo más brilla.
Su callar y el mudar de su semblante
a mi espíritu ansioso silenciaron,
que ya nuevas preguntas preparaba;
y así como la flecha da en el blanco
antes de que la cuerda quede inmóvil,
así corrimos al segundo reino.
Allí vi tan alegre a mi señora,
al encontrarse en la luz de aquel cielo,
que se volvió el planeta aún más luciente.
Y si la estrella se mudó riendo,
¡yo qué no haría que de mil maneras
soy por naturaleza transmutable!
Igual que en la tranquila y pura balsa
a lo que se les echa van los peces
y piensan que es aquello su alimento,
así yo vi que mil y aún más fulgores
venían a nosotros, y escuchamos:
«ved quién acrecerá nuestros amores».
Y así como venían a nosotros
se veía el placer que las colmaba
en el claro fulgor que desprendían.
Piensa, lector, si lo que aquí comienza
no siguiese, en qué forma sentirías
de saber más un anhelo angustioso;
y verás por ti mismo qué deseo
tenía de saber quién eran éstas,
cuando las vi delante de mis ojos.
«Oh bien nacido a quien el ver los tronos
del triunfo eternal fue concedido,
antes de que dejase la milicia.
de la luz que se extiende en todo el cielo
nos encendemos; por lo cual, si quieres
de nosotros saber, sáciate a gusto.»
De este modo una de esas almas pías
me dijo; y Beatriz: «Habla sin miedo,
y cree todas las cosas que te diga.»
«Bien puedo ver que anidas en tu propia
luz, y que la desprendes por los ojos,
porque cuando te ríes resplandecen;
mas no quien eres, ni por qué te encuentras
alma digna, en el grado de la esfera
que a los hombres ocultan otros rayos.»
Esto dije mirando a aquella lumbre
que primero me habló; y entonces ella
se hizo más luminosa que al principio.
Y como el sol que se oculta a sí mismo
por la excesiva luz, cuando disipa
el calor los vapores más templados,
al aumentar su gozo, se ocultó
en su propio fulgor la santa imagen;
y así me respondió, toda encerrada
del modo en que el siguiente canto canta.