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lunes, 28 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto IX

CANTO IX


Después, Bella Clemencia, que tu Carlos


las dudas me aclaró, contó los fraudes


que debiera sufrir su descendencia;


mas dijo: «Calla y deja andar los años»;


nada pues os diré, sólo que un justo


duelo vendrá detrás de vuestros males.


Y ya el alma de aquel santo lucero


se había vuelto al sol que le llenaba


como aquel bien que colma cualquier cosa.


¡Ah criaturas impías, necias almas,


que el corazón torcéis de un bien tan grande,


hacia la vanidad volviendo el rostro!


Y entonces otro de los esplendores


vino a mí, y que quería complacerme


el brillo que esparcía me mostraba


Los ojos de Beatriz, que estaban fijos


sobre mí, igual que antes, asintieron


dando consentimiento a mi deseo.


«Dale compensación pronto a mis ansias,


santo espíritu y muéstrame le dije-


que lo que pienso pueda en ti copiarse.»


Y aquella luz a quien no conocía,


desde el profundo seno en que cantaba,


dijo como quien goza el bien haciendo:


«En esa parte de la depravada


Italia que se encuentra entre Rialto


y las fuentes del Brenta y del Piave,


un monte se levanta, no muy alto,


desde el cual descendió una mala antorcha


que infligió un gran estrago a la comarca.


De una misma raíz nacimos ambos:


Cunizza fui llamada, y aquí brillo


pues me venció la lumbre de esta estrella.


Mas alegre a mí misma me perdono

la causa de mi suerte, y no me duelo;


y esto tal vez el vulgo no lo entienda.


De la resplandeciente y cara joya


de este cielo que tengo más cercana


quedó gran fama; y antes de extinguirse,


se quintuplicará este mismo año:


mira si excelso debe hacerse el hombre,


tal que otra vida a la vida suceda.


Y esto no piensa la turba presente


que el Tagliamento y Adigio rodean:


ni aun siendo golpeada se arrepiente;


mas pronto ocurrirá que Padua cambie


el agua del pantano de Vincenza,


porque son al deber gentes rebeldes;


y donde el Silo y el Cagnano se unen,


alguien aún señorea con orgullo,


y ya se hace la red para atraparle.


Llorará también Feltre la traición


de su impío pastor, y tan enorme


será, que en Malta no hubo semejante.


Muy grande debería ser la cuba


que llenase la sangre ferraresa,


cansando a quien pesara onza por onza,


la que dará tan cortés sacerdote


por mostrar su partido; y dones tales


al vivir del país se corresponden.


Hay espejos arriba que vosotros


llamáis Tronos, y Dios por medio de ellos


nos alumbra, y mis dichos certifican.»


Aquí dejó de hablar; y me hizo un gesto


de volverse a otra cosa, pues se puso


una vez más en la rueda en la que estaba.


El otro gozo a quien ya conocía


como preciada cosa, ante mis ojos


era cual un rubí que el sol hiriese.


Arriba aumenta el resplandor gozando,


como la risa aquí; y la sombra crece


abajo, al par que aumenta la tristeza.


«Dios lo ve todo, y tu mirar se enela


le dije santo espíritu, y no puede


para ti estar oculto algún deseo.


Por lo tanto tu voz, que alegra el cielo


con el cantar de aquellos fuegos píos


que con seis alas hacen su casulla,


¿por qué no satisface mis deseos?


No esperaría yo a que preguntaras


si me intuara yo cual tú te enmías


«El mayor valle en que el agua se vierte


sus palabras entonces me dijeron-


fuera del mar que a la tierra enguirnalda,


entre enemigas playas contra el curso


del sol tanto se extiende, que ya hace


meridiano donde antes horizonte.


Ribereño fui yo de aquellas costas


entre el Ebro y el Magra, que divide


en corto trecho Génova y Toscana.


Casi en un orto mismo y un ocaso


están Bugía y mi ciudad natal,


que enrojeció su puerto con su sangre.


Era llamado Folco por la gente


que sabía mi nombre; y a este cielo,


como él me iluminó, yo ahora ilumino;


que más no ardiera la hija de Belo,


a Siqueo y a Creusa dando enojos,


que yo, hasta que mi edad lo permitía;


ni aquella Rodopea que engañada


fue por Demofoonte, ni Alcides


cuando encerró en su corazón a Iole.


Pero aquí no se llora, mas se ríe,


no la culpa, que aquí no se recuerda,


sino el poder que ordenó y que provino.


Aquí se admira el arte que se adorna


de tanto afecto, y se comprende el bien


que hace que influya abajo lo de arriba.


Y a fin de que colmados tus deseos


lleves que en esta esfera te han surgido,


debiera referirte aún otras cosas.


Quieres saber quién hay en esa hoguera

que aquí cerca de mí lanza destellos


como el rayo de sol en aguas limpias.


Sabrás que en su interior se regocija


Raab; y en compañía de este coro,


en su más sumo grado resplandece.


A nuestro cielo, en que la sombra acaba


de vuestro mundo, aún antes que alma alguna

por el triunfo de Cristo, fue subida.


Convenía ponerla por trofeo


en algún cielo, de la alta victoria


obtenida con una y otra palma,


pues ella el primer triunfo de Josué


favoreció en la Tierra Prometida,


que poco tiene el Papa en la memoria.


Tu ciudad, que es retoño del primero


que a su creador volviera las espaldas,


cuya envidia ha causado tantos males,


crea y propaga las malditas flores


que han descarriado a ovejas y a corderos,


pues al pastor en lobo han convertido.


Por esto el Evangelio y los Doctores


se olvida, y nada más las Decretales


se estudian, cual sus márgenes indican.


De esto el Papa y la curia se preocupa;


y a Nazaret no van sus pensamientos,


allí donde Gabriel abrió las alas.


Mas pronto el Vaticano y otros sitios


elegidos de Roma, cementerios


de la milicia que a Pedro siguiera,


del adulterio habrán de verse libres

lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XV

CANTO XV


Caminamos por uno de los bordes,


y tan denso es el humo del arroyo,


que del fuego protege agua y orillas.


Tal los flamencos entre Gante y Brujas,


temiendo el viento que en invierno sopla,


a fin de que huya el mar hacen sus diques;


y como junto al Brenta los paduanos


por defender sus villas y castillos,


antes que Chiarentana el calor sienta;


de igual manera estaban hechos éstos,


sólo que ni tan altos ni tan gruesos,


fuese el que fuese quien los construyera.


Ya estábamos tan lejos de la selva


que no podría ver dónde me hallaba,


aunque hacia atrás yo me diera la vuelta,


cuando encontramos un tropel de almas


que andaban junto al dique, y todas ellas


nos miraban cual suele por la noche


mirarse el uno al otro en luna nueva;


y para vernos fruncían las cejas


como hace el sastre viejo con la aguja.


Examinado así por tal familia,


de uno fui conocido, que agarró


mi túnica y gritó: «¡Qué maravilla!»


y yo, al verme cogido por su mano


fijé la vista en su quemado rostro,


para que, aun abrasado, no impidiera,


su reconocimiento a mi memoria;


e inclinando la mía hacia su cara


respondí: «¿Estáis aquí, señor Brunetto?»


«Hijo, no te disguste me repuso-


si Brunetto Latino deja un rato


a su grupo y contigo se detiene.»


Y yo le dije: «Os lo pido gustoso;


y si queréis que yo, con vos me pare,


lo haré si place a aquel con el que ando.»


«Hijo repuso , aquel de este rebaño


que se para, después cien años yace,


sin defenderse cuando el fuego quema.


Camina pues: yo marcharé a tu lado;


y alcanzaré más tarde a mi mesnada,


que va llorando sus eternos males.»


Yo no osaba bajarme del camino


y andar con él; mas gacha la cabeza


tenía como el hombre reverente.


Él comenzó: «¿Qué fortuna o destino

antes de postrer día aquí te trae?

¿y quién es éste que muestra el camino?»


Y yo: «Allá arriba, en la vida serena


le respondí me perdí por un valle,


antes de que mi edad fuese perfecta.


Lo dejé atrás ayer por la mañana;


éste se apareció cuando a él volvía,


y me lleva al hogar por esta ruta.»


Y él me repuso: «Si sigues tu estrella


glorioso puerto alcanzarás sin falta,


si de la vida hermosa bien me acuerdo;


y si no hubiese muerto tan temprano,


viendo que el cielo te es tan favorable,


dado te habría ayuda en la tarea.


Mas aquel pueblo ingrato y malicioso


que desciende de Fiesole de antiguo,


y aún tiene en él del monte y del peñasco,


si obras bien ha de hacerse tu contrario:


y es con razón, que entre ásperos serbales


no debe madurar el dulce higo.


Vieja fama en el mundo llama ciegos,


gente es avara, envidiosa y soberbia:


líbrate siempre tú de sus costumbres.


Tanto honor tu fortuna te reserva,


que la una parte y la otra tendrán hambre


de ti; mas lejos pon del chivo el pasto.


Las bestias fiesolanas se apacienten


de ellas mismas, y no toquen la planta,


si alguna surge aún entre su estiércol,


en que reviva la simiente santa


de los romanos que quedaron, cuando


hecho fue el nido de tan gran malicia.»


«Si pudiera cumplirse mi deseo


aún no estaríais vos le repliqué-


de la humana natura separado;


que en mi mente está fija y aún me apena,


querida y buena, la paterna imagen


vuestra, cuando en el mundo hora tras hora


me enseñabais que el hombre se hace eterno;

y cuánto os lo agradezco, mientras viva,

conviene que en mi lengua se proclame.


Lo que narráis de mi carrera escribo,


para hacerlo glosar, junto a otro texto,


si hasta ella llego, a la mujer que sabe.


Sólo quiero que os sea manifiesto


que, con estar tranquila mi conciencia,


me doy, sea cual sea, a la Fortuna.


No es nuevo a mis oídos tal augurio:


mas la Fortuna hace girar su rueda


como gusta, y el labrador su azada.»


Entonces mi maestro la mejilla


derecha volvió atrás, y me miró;


dijo después: «Bien oye el precavido.»


Pero yo no dejé de hablar por eso


con ser Brunetto, y pregunto quién son


sus compañeros de más alta fama.


Y él me dijo: «Saber de alguno es bueno;


de los demás será mejor que calle,


que a tantos como son el tiempo es corto.


Sabe, en suma, que todos fueron clérigos


y literatos grandes y famosos,


al mundo sucios de un igual pecado.


Prisciano va con esa turba mísera,


y Francesco D'Accorso; y ver con éste,


si de tal tiña tuvieses deseo,


podrás a quien el Siervo de los Siervos


hizo mudar del Arno al Bachiglión,


donde dejó los nervios mal usados.


De otros diría, mas charla y camino


no pueden alargarse, pues ya veo


surgir del arenal un nuevo humo.


Gente viene con la que estar no debo:


mi “Tesoro” te dejo encomendado,


en el que vivo aún, y más no digo.»


Luego se fue, y parecía de aquellos


que el verde lienzo corren en Verona


por el campo; y entre éstos parecía


de los que ganan, no de los que pierden.


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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...