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viernes, 4 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, Canto XVII

CANTO XVII


Acuérdate, lector, si es que en los Alpes


te sorprendió la niebla, y no veías


sino como los topos por la piel,


cómo, cuando los húmedos y espesos


vapores se dispersan ya, la esfera


del sol por ellos entra débilmente;


y tu imaginación será ligera


en alcanzar a ver cómo de nuevo

contemplé el sol, que estaba ya en su ocaso. 


Mis pasos a los fieles del maestro


emparejando, fuera de tal nube


salí a los rayos muertos ya en lo bajo.


Oh fantasía que le sacas tantas


veces de sí, que el hombre nada advierte,


aunque suenen en torno mil trompetas,


¿si no son los sentidos, quién te mueve?

Una luz que en cielo se conforma,

por sí o por el Querer que aquí la empuja.


De la impiedad de aquella que se hizo


el ave que en cantar más nos deleita,


a mi imaginación vino la huella;


y entonces tanto se encerró mi mente


en si misma, que nada le llegaba


del exterior que recibir pudiese.


Luego llovió en mi fantasía uno


crucificado, fiero y desdeñoso


en su apariencia, y así se moría;


alrededor estaba el gran Asuero,


Ester su esposa, Mardoqueo el justo,


tan íntegro en sus obras y palabras.


Y como se rompiera aquella imagen


por ella misma, igual que una burbuja


a la que falta el agua que la hizo,


surgió de mi visión una muchacha


llorando, y dijo: «Oh reina, ¿por qué airada


te quisiste matar? Ahora estás muerta


por no querer perder a tu Lavinia;


¡Y me has perdido! soy la que lamento


antes, madre, los tuyos, que otros males.»


Como se rompe el sueño de repente


cuando hiere en los ojos la luz nueva,


que aún antes de morir roto se agita;


así mi imaginar cayó por tierra


en cuanto que una luz hirió en mis ojos,


mucho mayor de la que se acostumbra.


Yo me volví para mirar qué fuese,


cuando una voz me dijo: «Aquí se sube»,


que me apartó de otro cualquier intento;


y tan prestas las ganas se me hicieron


para mirar quién era el que me hablaba,


que no cejara hasta no contemplarlo.


Mas como al sol que ciega nuestra vista


y por sobrado vela su figura,


me faltaban así mis facultades.


«Es un divino espíritu que muestra

el camino de arriba sin pedirlo,

y él a sí mismo con su luz esconde.


Nos hace igual que un hombre hace consigo;


que quien se hace rogar, viendo un deseo,


su negativa con maldad prepara.


A tal invitación el paso unamos;


procuremos subir antes que venga


la noche y hasta el alba no se pueda.»


Así dijo mi guía, y yo con él


nos dirigimos hacia la escalera;


y cuando estuve en el primer peldaño,


sentí cerca de mí que un ala el rostro


me abanicaba y escuché: «Beati


pacifici, que están sin mala ira.»


Estaban ya tan altos los postreros


rayos de los que va detrás la noche,


que en torno aparecían las estrellas.


«¡Oh, por qué me abandonas, valor mío!»


decía para mí, porque sentía


la fuerza de las piernas flaquearme.


Ya donde más no subía llegamos


la escalera, y allí nos detuvimos,


como la nave que ha llegado al puerto.


Puse atención un poco, por si oía


alguna cosa en este nuevo círculo;


luego al maestro me volví y le dije:


«Mi dulce padre, dime, ¿qué pecado


se purga en este círculo? Si quedos


están los pies, no lo estén las palabras.»


Y él me dijo: «El amor del bien, escaso


de sus deberes, aquí se repara;


aquí se arregla el remo perezoso.


Y para que lo entiendas aún más claro,


vuelve hacia mí la mente, y sacarás


algún buen fruto de nuestra demora.»


Ni el Creador ni la criatura, nunca


sin amor estuvieron él me dijo-


o natural o de ánimo; ya sabes.


El natural no se equivoca nunca,


mas puede el otro equivocar su objeto,

porque el vigor o poco o mucho sea.


Mientras que se dirige al bien primero,


y en el segundo él mismo se controla,


no puede ser razón de mal deleite;


mas cuando al mal se tuerce, o con cuidado


más o menos al bien de lo que debe,


contra el Autor se vuelven sus acciones.


Entenderás por ello que el amor


es semilla de todas las virtudes


y de todos los actos condenables.


Ahora bien, como nunca de la dicha


de su sujeto amor la vista aparta,


del propio odio las cosas están libres;


y como dividido no se entiende,


ni por sí mismo, a nadie del Principio,


odiar a aquel ninguno puede hacerlo.


Resta, si bien divido, que se ama


el mal del prójimo; y que dicho amor


de vuestro fango nace en tres maneras:


Quién, suprimido su vecino, aguarda


elevarse, y por esto sólo quiere


que derriben a aquel de su grandeza;


quién que el poder, la gracia, honor y fama


teme perder porque otro le supere,


y se entristece y quiere lo contrario;


y hay quien por las injurias se enfurece,


de la venganza se hace deseoso,


y necesita urdir el mal ajeno.


Este triforme amor aquí debajo


se llora; y ahora quiero que conozcas,


el que corre hacia el bien corruptamente.


Todos confusamente un bien seguimos


donde se aquiete el ánimo, y lo ansiamos;


y por lograrlo combatimos todos.


Si lento es ese amor en dirigirse


o en conquistar a Aquel, esta cornisa,


tras justo arrepentirse, le atormenta.


Hay otro bien que hace infeliz al hombre;


no es la felicidad, la buena esencia,


que es el fruto y raíz de todo bien.


El amor que a este bien se ha abandonado,


sobre nosotros se purga en tres círculos;


mas cómo tripartito se organiza,


para que tú lo encuentres, me lo callo.

lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XIV

CANTO XIV


Y como el gran amor del lugar patrio


me conmovió, reuní la rota fronda,


y se la devolví a quien ya callaba.


Al límite llegamos que divide


el segundo recinto del tercero,


y vi de la justicia horrible modo.


Por bien manifestar las nuevas cosas,


he de decir que a un páramo llegamos,


que de su seno cualquier planta ahuyenta.


La dolorosa selva es su guirnalda,


como para ésta lo es el triste foso;


justo al borde los pasos detuvimos.


Era el sitio una arena espesa y seca,


hecha de igual manera que esa otra


que oprimiera Catón con su pisada.


¡Oh venganza divina, cuánto debes


ser temida de todoa quel que lea


cuanto a mis ojos fuera manifiesto!


De almas desnudas vi muchos rebaños,


todas llorando llenas de miseria,


y en diversas posturas colocadas:


unas gentes yacían boca arriba;


encogidas algunas se sentaban,


y otras andaban incesantemente.


Eran las más las que iban dando vueltas,


menos las que yacían en tormento,


pero más se quejaban de sus males.


Por todo el arenal, muy lentamente,


llueven copos de fuego dilatados,


como nieve en los Alpes si no hay viento.


Como Alejandro en la caliente zona


de la India vio llamas que caían


hasta la tierra sobre sus ejércitos;


por lo cual ordenó pisar el suelo

a sus soldados, puesto que ese fuego


se apagaba mejor si estaba aislado,


así bajaba aquel ardor eterno;


y encendía la arena, tal la yesca


bajo eslabón, y el tormento doblaba.


Nunca reposo hallaba el movimiento


de las míseras manos, repeliendo


aquí o allá de sí las nuevas llamas.


Yo comencé: «Maestro, tú que vences


todas las cosas, salvo a los demonios


que al entrar por la puerta nos salieron,


¿Quién es el grande que no se preocupa


del fuego y yace despectivo y fiero,


cual si la lluvia no le madurase?»


Y él mismo, que se había dado cuenta


que preguntaba por él a mi guía,


gritó: « Como fui vivo, tal soy muerto.


Aunque Jove cansara a su artesano


de quien, fiero, tomó el fulgor agudo


con que me golpeó el último día,


o a los demás cansase uno tras otro,


de Mongibelo en esa negra fragua,


clamando: “Buen Vulcano, ayuda, ayuda”


tal como él hizo en la lucha de Flegra,


y me asaeteara con sus fuerzas,


no podría vengarse alegremente.»


Mi guía entonces contestó con fuerza


tanta, que nunca le hube así escuchado:


«Oh Capaneo, mientras no se calme


tu soberbia, serás más afligido:


ningún martirio, aparte de tu rabia,


a tu furor dolor será adecuado.»


Después se volvió a mí con mejor tono,


«Éste fue de los siete que asediaron


a Tebas; tuvo a Dios, y me parece


que aún le tenga, desdén, y no le implora;


mas como yo le dije, sus despechos


son en su pecho galardón bastante.


Sígueme ahora y cuida que tus pies

no pisen esta arena tan ardiente,


mas camina pegado siempre al bosque.»


En silencio llegamos donde corre


fuera ya de la selva un arroyuelo,


cuyo rojo color aún me horripila:


como del Bulicán sale el arroyo


que reparten después las pecadoras,

t
al corta a través de aquella arena.


El fondo de éste y ambas dos paredes


eran de piedra, igual que las orillas;


y por ello pensé que ése era el paso.


«Entre todo lo que yo te he enseñado,


desde que atravesamos esa puerta


cuyos umbrales a nadie se niegan,


ninguna cosa has visto más notable


como el presente río que las llamas


apaga antes que lleguen a tocarle.»


Esto dijo mi guía, por lo cual


yo le rogué que acrecentase el pasto,


del que acrecido me había el deseo.


«Hay en medio del mar un devastado


país me dijo que se llama Creta;


bajo su rey fue el mundo virtuoso.


Hubo allí una montaña que alegraban


aguas y frondas, se llamaba Ida:


cual cosa vieja se halla ahora desierta.


La excelsa Rea la escogió por cuna


para su hijo y, por mejor guardarlo,


cuando lloraba, mandaba dar gritos.


Se alza un gran viejo dentro de aquel monte,


que hacia Damiata vuelve las espaldas


y al igual que a un espejo a Roma mira.


Está hecha su cabeza de oro fino,


y plata pura son brazos y pecho,


se hace luego de cobre hasta las ingles;


y del hierro mejor de aquí hasta abajo,


salvo el pie diestro que es barro cocido:


y más en éste que en el otro apoya.


Sus partes, salvo el oro, se hallan rotas

por una raja que gotea lágrimas,


que horadan, al juntarse, aquella gruta;


su curso en este valle se derrama:


forma Aqueronte, Estigia y Flagetonte;


corre después por esta estrecha espita


al fondo donde más no se desciende:


forma Cocito; y cuál sea ese pantano


ya lo verás; y no te lo describo.»


Yo contesté: «Si el presente riachuelo

tiene así en nuestro mundo su principio,

¿como puede encontrarse en este margen?»


Respondió: «Sabes que es redondo el sitio,


y aunque hayas caminado un largo trecho


hacia la izquierda descendiendo al fondo,


aún la vuelta completa no hemos dado;


por lo que si aparecen cosas nuevas,


no debes contemplarlas con asombro.»


Y yo insistí «Maestro, ¿dónde se hallan


Flegetonte y Leteo?; a uno no nombras,


y el otro dices que lo hace esta lluvia.»


«Me agradan ciertamente tus preguntas


dijo , mas el bullir del agua roja


debía resolverte la primera.


Fuera de aquí podrás ver el Leteo,


allí donde a lavarse van las almas,


cuando la culpa purgada se borra.»


Dijo después: «Ya es tiempo de apartarse


del bosque; ven caminando detrás:


dan paso las orillas, pues no queman,


y sobre ellas se extingue cualquier fuego.»

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...