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lunes, 28 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto IV

CANTO IV


Entre dos platos, igualmente ricos


y distantes, por hambre moriría


un hombre libre sin probar bocado;


así un cordero en medio de la gula


de fieros lobos, por igual temiendo;


y así estaría un perro entre dos gamos:


No me reprocho, pues, si me callaba,


de igual modo suspenso entre dos dudas,


porque era necesario, ni me alabo.


Callé, pero pintado mi deseo


en la cara tenía, y mi pregunta,


era así más intensa que si hablase.


Hizo Beatriz lo mismo que Daniel


cuando aplacó a Nabucodonosor


la ira que le hizo cruel injustamente;


Y dijo: «Bien conozco que te atraen


uno y otro deseo, y preocupado


tú mismo no los dejas que se muestren.


Te dices: "Si perdura el buen deseo,


la violencia de otros, ¿por qué causa


del mérito recorta la medida?"


También te causa dudas el que el alma


parece que se vuelva a las estrellas,


siguiendo la doctrina de Platón.


Estas son las cuestiones que en tu velle


igualmente te pesan; pero antes


la que tiene mas hiel he de explicarte.


El serafín que a Dios más se aproxima,


Moisés, Samuel, y aquel de los dos Juanes


que tú prefieras, y también María,


no tienen su acomodo en otro cielo


que estas almas que ahora se mostraron,


ni más o menos años lo disfrutan;


mas todos hacen bello el primer círculo,


y gozan de manera diferente


sintiendo el Soplo Eterno más o menos.


Si aquí los viste no es porque esta esfera

les corresponda, mas como indicando

que en la celeste ocupan lo más bajo.


Así se debe hablar a vuestro ingenio,


pues sólo aprende lo que luego es digno


de intelecto, a través de los sentidos.


Por esto condesciende la Escritura


a vuestra facultad, y pies y manos


le otorga a Dios, mas piensa de otro modo;


y nuestra Iglesia con figura humana


a Gabriel y a Miguel os representa,


y de igual modo al que sanó a Tobías.


Lo que el Timeo dice de las almas


no es similar a lo que aquí se muestra,


mas parece que diga lo que siente.


Él dice que a su estrella vuelve el alma,


pues desde allí supone que ha bajado


cuando natura su forma le diera;


y acaso lo que piensa es diferente


del modo que lo dice, y ser pudiera


que su intención no sea desdeñable.


Si él entiende que vuelve a estas esferas


de su influjo el desprecio o la alabanza,


quizá a alguna verdad el arco acierte.


Torció, mal comprendido, este principio


a casi todo el mundo, y así Jove,


Mercurio y Marte fueron invocados.


Menos veneno encierra la otra duda


que te conmueve, porque su malicia


no podría apartarte de mi lado.


El que nuestra justicia injusta sea


a los ojos mortales, argumento


es de fe, no de herética perfidia.


Mas como puede vuestra inteligencia


penetrar fácilmente esta verdad,


como deseas, he de darte gusto.


Aun cuando aquel que la violencia sufre


a quien la fuerza nada le concede,


no están por ello estas almas sin culpa:


pues, sin querer, la voluntad no cede,


mas hace como el fuego, si le tuerce,


aunque sea mil veces, la violencia.


Si se doblega, pues, o mucho o poco,


sigue la fuerza; y así hicieron éstos,


que al lugar santo regresar pudieron.


Si su deseo firme hubiera sido,


como fue el de Lorenzo en su parrilla,


o con su mano a Mucio hizo severo,


a su camino habrían regresado


del que sacados fueron, al ser libres;


mas voluntad tan sólida es extraña.


Y por esta razón, si como debes


la comprendes, se rompe el argumento

que te habría estorbado aún muchas veces.


Mas ahora se atraviesa ante tus ojos


otro obstáculo, tal que por ti mismo


no salvarías, sin cansarte antes.


Yo te he enseñado como cosa cierta


que no puede mentir un alma santa,


pues cerca está de la verdad primera;


y después escuchaste de Piccarda


que Constanza guardó el amor del velo;


y así parece que me contradice.


Muchas veces, hermano, ha acontecido


que, huyendo de un peligro, de mal grado


se hacen cosas que hacerse no debieran;


como Almeón, que, al suplicar su padre


que lo hiciera, mató a su propia madre,


y por piedad se hizo despiadado.


En este punto quiero que conozcas


que la fuerza al querer se mezcla, haciendo


que no tengan disculpa las ofensas.


La Voluntad absoluta no consiente


el daño; mas consiente cuando teme


que en más penas caerá si lo rehúsa.


Así, cuando Piccarda dijo aquello


de la primera hablaba, y yo de la otra;


y las dos te dijimos la verdad.»


Fluyó así el santo río que salía


de la fuente en que toda verdad mana;

así mis dos deseos se aplacaron.


«Oh amada del primer Amante, oh diosa,


cuyas palabras dije así me inundan,


y enardecen, que más y más me avivan,


no son mis facultades tan profundas

que a devolverte don por don bastasen;


mas responda por mí Quien ve y Quien puede. 


Bien veo que jamás se satisface


sino con la verdad nuestro intelecto,


sin la cual no hay ninguna certidumbre.


Cual fiera en su cubil, reposa en ella


en cuanto que la alcanza; y puede hacerlo;


si no, frustra sería los deseos.


Por ello nacen dudas, cual retoños,


al pie de la verdad; y a lo más alto,


cima a cima, nos lleva de este modo.


Esto me invita y esto me da fuerzas


a preguntar, señora, reverente,


aún por otra verdad que me es oscura.


Quiero saber si pueden repararse


los votos truncos con acciones buenas,


que no pesaran poco en la balanza.»


Y Beatriz me miró, llenos sus ojos


de amorosas centellas tan divinas,


que, vencida, mi fuerza dio la espalda,


casi perdido con la vista en tierra.


martes, 1 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, canto III

CANTO III


Por más que aquella huida repentina


por la llanura a todos dispersara,


hacia el monte en que aguija la justicia,


a mi fiel compañero me arrimé:


¿pues cómo habría yo sin él corrido?


¿Quién por el monte hubiérame llevado?


Le creí descontento de sí mismo:


¡Oh qué digna y qué pura concïencia


con qué amargor te muerde un leve fallo!


Cuando sus pies dejaron de ir aprisa,


que a cualquier acto quítale el decoro,


mi pensamiento, empecinado antes,


reanudó su discurso, deseoso,


y dirigí mis ojos hacia el monte


que al cielo más se eleva de las aguas.


El sol, que atrás en rojo flameaba,

se rompia delante de mi cuerpo,


pues sus rayos en mí se detenían.


Me volví hacia los lados temeroso


de estar abandonado, cuando vi


sólo ante mí la tierra oscurecida;


y: «¿Por qué desconfías? mi consuelo

volviéndose hacia mí empezó a decirme -

¿no crees que te acompaño y que te guío?  


Es ya la tarde donde sepultado


está aquel cuerpo en el que sombra hacía;


no en Brindis, sino en Nápoles se encuentra. 


Por lo cual si ante mí nada se ensombra,


no debes extrañarte, igual que el cielo


no detiene el camino de los rayos.


Por sufrir penas, frías y calientes,


Dios ha dispuesto cuerpos semejantes,


de modo que no quiere revelarnos.


Loco es quien piense que nuestra razón


pueda seguir por la infinita senda


que sigue una sustancia en tres personas.


Os baste con el quía, humana prole;


pues, si hubierais podido verlo todo,


ocioso fuese el parto de María;


y tú has visto sin frutos desearlo


a tales que aquietaran su deseo,


que eternamente ahora les enluta:


de Aristóteles hablo y de Platón


y aun de otros más»; y aquí inclinó la frente,


y más no dijo y quedóse turbado.


Llegamos entretanto al pie del monte;

tan escarpadas estaban las rocas,

que en vano habría piernas bien dispuestas.


Entre Rurbia y Lerice el más desierto,


el más roto barranco, es escalera,


comparado con éste, abierta y fácil.


«¿Ahora quién sabe en donde la pendiente


deteniéndose, dijo mi maestro-


pueda subir aquel que va sin alas?»


Y mientras meditaba con la vista

baja, sobre la suerte del camino,


y yo miraba arriba del peñasco,


a mano izquierda apareció una turba


de almas que venía hacia nosotros,


mas tan lentos que no lo parecía.


«Alza dije maestro, la mirada:


hay aquí quien podrá darnos consejo,


si no puedes tenerlo por ti mismo.»


Entonces miró, y con el rostro sereno


me dijo: «Vamos pues, que vienen lentos;


y afirma la esperanza, dulce hijo.»


Tan lejos aún estaba aquella gente,


luego de haber mil pasos caminado,


como un buen lanzador alcanzaria,


cuando a las duras peñas se arrimaron


de la alta sima, quietos y apretados,


cual caminante que dudoso mira.


«Felices muertos, almas elegidas


Virgilio dijo por la paz aquella


que todos esperáis, según bien creo,


decidnos dónde baja la montaña,


para poder subir; pues más disgusta


perder el tiempo a quien su precio sabe.»


Cual salen del redil las ovejillas


de una, de dos, de tres y temerosas


están las otras, vista y morro en tierra;


y lo que la primera hacen las otras,


acercándose a ella si se para,


simples y calmas, y el porqué no saben;


así vi que venía la cabeza


de aquella grey afortunada entonces,


con recatado andar y rostro honesto.


Al ver los de delante interrumpida


la luz en tierra a mi derecho flanco


desde mí hasta la roca haciendo sombra,


se detuvieron, y hacia atrás se echaron,


y todos esos que detrás venían,


no sabiendo por qué, lo mismo hicieron.


«Sin que lo preguntéis yo os comunico

que este cuerpo que veis es cuerpo humano;


por lo que el sol ha interceptado en tierra.


No os debéis asombrar, pero creedme


que no sin que lo quieran en el cielo


estas paredes escalar pretende.»


Así el maestro; y esas dignas gentes:


«Volved dijeron y seguid un poco»,


haciéndonos señales con la mano.


Y uno de aquéllos empezó: «Quien quiera


que seas, vuelve el rostro mientras andas:


recuerda si me viste en la otra vida.»


Volví la vista a él muy fijamente


rubio era y bello y de gentil aspecto,


mas un tajo una ceja le partía.


Cuando con humildad hube negado


haberle visto nunca, él dijo: «Mira»


y mostróme una llaga sobre el pecho.


Luego sonriendo dijo: «Soy Manfredo:


la emperatriz Constanza fue mi abuela;


y te suplico que, cuando regreses,


le digas a mi hermosa hija, madre


del honor de Aragón y de Sicilia,


la verdad, si es que cuentan de otro modo.


Después de ser mi cuerpo atravesado


por dos golpes mortales, me volví


llorando a quien perdona de buen grado.


Abominables mis pecados fueron


mas tan gran brazo tiene la bondad


infinita, que acoge a quien la implora.


Si el pastor de Cosenza, que a mi caza


entonces fue enviado por Clemente,


la página divina comprendiera,


los huesos de mi cuerpo aún estarían


al pie del puente junto a Benevento,


y por pesadas piedras custodiados.


Mas los baña la lluvia y mueve el viento,


fuera del reino, casi junto al Verde,


donde él los trasladó sin luz alguna.


Mas por su maldición, nunca se pierde,


sin que pueda volver, el infinito


amor, mientras florezca la esperanza.


Verdad es que quien muere contumaz,


con la Iglesia, aunque al fin arrepentido,


fuera debe de estar de esta montaña,


treinta veces el tiempo que viviera


en esa presunción, si tal decreto


no se acorta con buenas oraciones.


Piensa pues lo dichoso que me harías,


a mi buena Constanza revelando


cómo me has visto, y esta prohibición:


que aquí, por los de allá, mucho se avanza.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...