CANTO VIII
Solía creer el mundo erradamente
que la bella Cipriña el amor loco
desde el tercer epiciclo irradiaba;
y por esto no honraban sólo a ella
con sacrificios y votivos ruegos
en su antiguo extravío los antiguos;
mas a Dione honraban y a Cupido,
por madre a una, al otro como hijo,
y en el seno de Dido lo creían;
y por la que he citado en el comienzo,
le pusieron el nombre a aquella estrella
que al sol recrea de nuca o de frente.
Hasta ella ascendí sin darme cuenta;
pero me confirmó que en ella estaba
el ver aún más hermosa a mi señora.
Y cual la chispa se observa en la llama,
y una voz se distingue entre las voces,
si una se para y otra el canto sigue,
en esa luz vi yo otras luminarias
dar vuelta más o menos velozmente,
acordes, pienso, a su visión interna.
De fría nube vientos no descienden,
tan raudos, ya visibles, ya invisibles,
que ni lentos ni torpes pareciesen
a quien hubiese esas luces divinas
visto venir, dejando aquella danza
que empezaba en los altos serafines;
y en los primeros que se aparecieron
tal hosanna se oía, que las ansias
de escucharlo otra vez nunca he perdido.
Entonces uno se acercó a nosotros
y dijo: «Estamos todos preparados
para darte placer y recrearte.
Girarnos con los príncipes celestes
con un mismo girar y una sed misma,
de la cual tú en el mundo ya cantaste:
«Los que moveis pensando el tercer áeio»;
y tal amor nos colma, que no menos
dulce, por complacerte, es el pararnos.»
Luego de haber mis ojos reverentes
puesto en mi dama, y que ella les hubiera
satisfecho mostrando su aquiescencia,
volviéronse a la luz que una tan grande
promesa había hecho, y: «Quiénes sois»
dijo mi voz de gran afecto llena.
¡Y cuánto y cómo vi que se crecía
con esta dicha nueva que aumentaba
su dicha, al dirigirle mi pregunta!
Dijo, así transformada: «Poco tiempo
del mundo fui; y si más hubiera sido,
muchos males que habrá, no los habría.
Mi contento no deja que me veas
porque brillando alrededor me oculta
como animal en su seda encerrado.
Mucho me amaste, y tuviste motivos;
pues si hubiese vivido, hubieras visto
de mi cariño más que sólo hojas.
Aquella orilla izquierda que al mezclarse
bañan el río Ródano y el Sorga,
por señor a su hora me esperaba,
Y aquel cuerno de Ausonia limitado
por Catona, por Baria, por Gaeta,
donde el Verde y el Tronto desembocan.
Ya lucía en mi frente la corona
de aquella tierra que el Danubio riega
cuando abandona la margen tedesca.
Y la hermosa Trinacria, que se anubla
entre Peloro y Pachino, en el golfo
que el ímpetu del Euro más recibe,
no por Tifeo sino del azufre,
aún hubiera esperado sus monarcas,
de Carlos y Rodolfo en mí nacidos,
si el mal gobierno, que atormenta siempre
a los pueblos sujetos no forzase
a gritar a Palermo: "Muerte, muerte."
Y si mi hermano hubiese esto previsto,
evitaría que daño le hiciese;
pues proveer debieran ciertamente,
él u otros, a fin de que a su barca
cargada, aún otra carga no se agregue.
Y su carácter que de largo a parco
bajó, precisaría capitanes
no preocupados de amasar dinero.»
«Puesto que creo que la alta alegría
que tu hablar, señor mío, me ha causado,
donde se inicia y cesa todo bien
la ves del mismo modo que la veo,
me es más grata; y también me causa gozo
pues contemplando a Dios la has advertido.
Gusto me diste, ponme en claro ahora,
pues me han causado dudas tus palabras,
cómo dulce semilla da amargura.»
Esto le dije; y él a mi «Si puedo
mostrarte una verdad, a tu pregunta
el rostro le darás y no la espalda.
El bien que todo el reino que tú asciendes
alegra y mueve, con su providencia
hace que influyan estos grandes cuerpos.
Y no sólo provistas las naturas
son en la mente que por sí es perfecta,
mas su conservación a un tiempo mismo:
por lo que todo aquello que dispara
este arco a su fin previsto llega,
cual se clava la flecha en su diana.
Si así no fuese, el cielo que recorres
tendría de este modo efectos tales
que no serían arte, sino ruinas;
y esto no puede ser, si los ingenios
que las estrellas mueven no son torpes,
y torpe aquel que las creó imperfectas.
¿Quieres que esta verdad te aclare un poco?»
Y yo: «No; pues ya sé que es imposible
que a lo que es necesario Dios faltase.»
Y él: «Dime, ¿no sería para el hombre
peor si no viviese en sociedad?»
«Sí respondí y la causa no preguntó.»
«¿Y puede ser así, si no se tienen
diversamente oficios diferentes?
No, si bien lo escribió vuestro maestro.»
Fue hasta aquí de este modo deduciendo;
y luego concluyó: «Luego diversas
serán de vuestros hechos las raíces:
por lo que uno es Solón y el otro es Jerjes,
y otro Melchisedec, y el otro aquel
que, volando en el aire, perdió al hijo.
La circular natura, que es el sello
de la cera mortal, obra con tino,
mas no distingue de uno al otro albergue.
Por eso ya en el vientre se apartaron
Esaú de Jacob; y de un vil padre
nació Quirino, a Marte atribuido.
La natura engendrada haría siempre
su camino al igual que la engendrante,
si el divino poder no la venciese.
Ahora tienes delante lo de atrás:
mas por que sepas que de ti me gozo,
quiero añadirte aún un corolario.
Si la naturaleza encuentra un hado
adverso, como todas las simientes
fuera de su región, da malos frutos.
Y si el mundo de abajo se atuviera
al fundamento que natura pone,
siguiendo a éste habría gente buena.
Mas vosotros hacéis un religioso
de quien nació para ceñir espada,
y hacéis rey del que gusta de sermones;
y así pues vuestra ruta se extravía.»