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domingo, 30 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto V

CANTO V


Así bajé del círculo primero


al segundo que menos lugar ciñe,


y tanto más dolor, que al llanto mueve.


Allí el horrible Minos rechinaba.


A la entrada examina los pecados;


juzga y ordena según se relíe.


Digo que cuando un alma mal nacida


llega delante, todo lo confiesa;


y aquel conocedor de los pecados


ve el lugar del infierno que merece:


tantas veces se ciñe con la cola,


cuantos grados él quiere que sea echada.


Siempre delante de él se encuentran muchos;


van esperando cada uno su juicio,


hablan y escuchan, después las arrojan.


«Oh tú que vienes al doloso albergue


me dijo Minos en cuanto me vio,


dejando el acto de tan alto oficio ;


mira cómo entras y de quién te fías:


no te engañe la anchura de la entrada.»


Y mi guta: «¿Por qué le gritas tanto?


No le entorpezcas su fatal camino;


así se quiso allí donde se puede


lo que se quiere, y más no me preguntes.»


Ahora comienzan las dolientes notas


a hacérseme sentir; y llego entonces


allí donde un gran llanto me golpea.


Llegué a un lugar de todas luces mudo,

que mugía cual mar en la tormenta,

si los vientos contrarios le combaten.


La borrasca infernal, que nunca cesa,


en su rapiña lleva a los espíritus;


volviendo y golpeando les acosa.


Cuando llegan delante de la ruina,


allí los gritos, el llanto, el lamento;


allí blasfeman del poder divino.


Comprendí que a tal clase de martirio


los lujuriosos eran condenados,


que la razón someten al deseo.


Y cual los estorninos forman de alas


en invierno bandada larga y prieta,


así aquel viento a los malos espíritus:


arriba, abajo, acá y allí les lleva;


y ninguna esperanza les conforta,


no de descanso, mas de menor pena.


Y cual las grullas cantando sus lays


largas hileras hacen en el aire,


así las vi venir lanzando ayes,


a las sombras llevadas por el viento.


Y yo dije: «Maestro, quién son esas


gentes que el aire negro así castiga?»


«La primera de la que las noticias


quieres saber me dijo aquel entonces¬-


fue emperatriz sobre muchos idiomas.


Se inclinó tanto al vicio de lujuria,


que la lascivia licitó en sus leyes,


para ocultar el asco al que era dada:


Semíramis es ella, de quien dicen


que sucediera a Nino y fue su esposa:


mandó en la tierra que el sultán gobierna.


Se mató aquella otra, enamorada,


traicionando el recuerdo de Siqueo;


la que sigue es Cleopatra lujuriosa.


A Elena ve, por la que tanta víctima


el tiempo se llevó, y ve al gran Aquiles


que por Amor al cabo combatiera;


ve a Paris, a Tristán.» Y a más de mil


sombras me señaló, y me nombró, a dedo,


que Amor de nuestra vida les privara.


Y después de escuchar a mi maestro


nombrar a antiguas damas y caudillos,


les tuve pena, y casi me desmayo.


Yo comencé: «Poeta, muy gustoso


hablaría a esos dos que vienen juntos


y parecen al viento tan ligeros.»


Y él a mí: «Los verás cuando ya estén


más cerca de nosotros; si les ruegas


en nombre de su amor, ellos vendrán.»


Tan pronto como el viento allí los trajo


alcé la voz: «Oh almas afanadas,


hablad, si no os lo impiden, con nosotros.»


Tal palomas llamadas del deseo,


al dulce nido con el ala alzada,


van por el viento del querer llevadas,


ambos dejaron el grupo de Dido


y en el aire malsano se acercaron,


tan fuerte fue mi grito afectuoso:


«Oh criatura graciosa y compasiva


que nos visitas por el aire perso


a nosotras que el mundo ensangrentamos;


si el Rey del Mundo fuese nuestro amigo


rogaríamos de él tu salvación,


ya que te apiada nuestro mal perverso.


De lo que oír o lo que hablar os guste,


nosotros oiremos y hablaremos


mientras que el viento, como ahora, calle.


La tierra en que nací está situada


en la Marina donde el Po desciende


y con sus afluentes se reúne.


Amor, que al noble corazón se agarra,


a éste prendió de la bella persona


que me quitaron; aún me ofende el modo.


Amor, que a todo amado a amar le obliga,


prendió por éste en mí pasión tan fuerte


que, como ves, aún no me abandona.


El Amor nos condujo a morir juntos,


y a aquel que nos mató Caína espera.»


Estas palabras ellos nos dijeron.


Cuando escuché a las almas doloridas


bajé el rostro y tan bajo lo tenía,


que el poeta me dijo al fin: «¿Qué piensas?»


Al responderle comencé: «Qué pena,


cuánto dulce pensar, cuánto deseo,


a éstos condujo a paso tan dañoso.»


Después me volví a ellos y les dije,


y comencé: «Francesca, tus pesares


llorar me hacen triste y compasivo;


dime, en la edad de los dulces suspiros


¿cómo o por qué el Amor os concedió


que conocieses tan turbios deseos?»


Y repuso: «Ningún dolor más grande


que el de acordarse del tiempo dichoso


en la desgracia; y tu guía lo sabe.


Mas si saber la primera raíz


de nuestro amor deseas de tal modo,


hablaré como aquel que llora y habla:


Leíamos un día por deleite,


cómo hería el amor a Lanzarote;


solos los dos y sin recelo alguno.


Muchas veces los ojos suspendieron


la lectura, y el rostro emblanquecía,


pero tan sólo nos venció un pasaje.


Al leer que la risa deseada


era besada por tan gran amante,


éste, que de mí nunca ha de apartarse,


la boca me besó, todo él temblando.


Galeotto fue el libro y quien lo hizo;


no seguimos leyendo ya ese día.»


Y mientras un espiritu así hablaba,


lloraba el otro, tal que de piedad


desfallecí como si me muriese;


y caí como un cuerpo muerto cae.

martes, 18 de agosto de 2020

Inferno, Canto V

CANTO V

[Canto quinto, nel quale mostra del secondo cerchio de l'inferno, e tratta de la pena del vizio de la lussuria ne la persona di più famosi gentili uomini.]

Così discesi del cerchio primaio

giù nel secondo, che men loco cinghia

e tanto più dolor, che punge a guaio.

Stavvi Minòs orribilmente, e ringhia:

essamina le colpe ne l'intrata;

giudica e manda secondo ch'avvinghia.

Dico che quando l'anima mal nata

li vien dinanzi, tutta si confessa;

e quel conoscitor de le peccata

vede qual loco d'inferno è da essa;

cignesi con la coda tante volte quantunque gradi vuol che giù sia messa.

Sempre dinanzi a lui ne stanno molte:

vanno a vicenda ciascuna al giudizio,

dicono e odono e poi son giù volte.

«O tu che vieni al doloroso ospizio»,

disse Minòs a me quando mi vide,

lasciando l'atto di cotanto offizio,

«guarda com' entri e di cui tu ti fide;

non t'inganni l'ampiezza de l'intrare!».

E 'l duca mio a lui: «Perché pur gride?

Non impedir lo suo fatale andare:

vuolsi così colà dove si puote

ciò che si vuole, e più non dimandare».

Or incomincian le dolenti note

a farmisi sentire; or son venuto

là dove molto pianto mi percuote.

Io venni in loco d'ogne luce muto,

che mugghia come fa mar per tempesta,

se da contrari venti è combattuto.

La bufera infernal, che mai non resta,

mena li spirti con la sua rapina;

voltando e percotendo li molesta.

Quando giungon davanti a la ruina,

quivi le strida, il compianto, il lamento;

bestemmian quivi la virtù divina.

Intesi ch'a così fatto tormento

enno dannati i peccator carnali,

che la ragion sommettono al talento.

E come li stornei ne portan l'ali

nel freddo tempo, a schiera larga e piena, così quel fiato li spiriti mali

di qua, di là, di giù, di sù li mena;

nulla speranza li conforta mai,

non che di posa, ma di minor pena.

E come i gru van cantando lor lai,

faccendo in aere di sé lunga riga,

così vid' io venir, traendo guai,

ombre portate da la detta briga;

per ch'i' dissi: «Maestro, chi son quelle

genti che l'aura nera sì gastiga?».

«La prima di color di cui novelle

tu vuo' saper», mi disse quelli allotta,

«fu imperadrice di molte favelle.

A vizio di lussuria fu sì rotta,

che libito fé licito in sua legge,

per tòrre il biasmo in che era condotta.

Ell' è Semiramìs, di cui si legge

che succedette a Nino e fu sua sposa:

tenne la terra che 'l Soldan corregge.

L'altra è colei che s'ancise amorosa,

e ruppe fede al cener di Sicheo;

poi è Cleopatràs lussurïosa.

Elena vedi, per cui tanto reo

tempo si volse, e vedi 'l grande Achille,

che con amore al fine combatteo.

Vedi Parìs, Tristano»; e più di mille

ombre mostrommi e nominommi a dito,

ch'amor di nostra vita dipartille.

Poscia ch'io ebbi 'l mio dottore udito

nomar le donne antiche e ' cavalieri,

pietà mi giunse, e fui quasi smarrito.

I' cominciai: «Poeta, volontieri

parlerei a quei due che 'nsieme vanno,

e paion sì al vento esser leggieri».

Ed elli a me: «Vedrai quando saranno

più presso a noi; e tu allor li priega

per quello amor che i mena, ed ei verranno».

Sì tosto come il vento a noi li piega,

mossi la voce: «O anime affannate,

venite a noi parlar, s'altri nol niega!».

Quali colombe dal disio chiamate

con l'ali alzate e ferme al dolce nido

vegnon per l'aere, dal voler portate;

cotali uscir de la schiera ov' è Dido,

a noi venendo per l'aere maligno,

sì forte fu l'affettüoso grido.

«O animal grazïoso e benigno

che visitando vai per l'aere perso

noi che tignemmo il mondo di sanguigno,

se fosse amico il re de l'universo,

noi pregheremmo lui de la tua pace,

poi c'hai pietà del nostro mal perverso.

Di quel che udire e che parlar vi piace,

noi udiremo e parleremo a voi,

mentre che 'l vento, come fa, ci tace.

Siede la terra dove nata fui

su la marina dove 'l Po discende

per aver pace co' seguaci sui.

Amor, ch'al cor gentil ratto s'apprende,

prese costui de la bella persona

che mi fu tolta; e 'l modo ancor m'offende.

Amor, ch'a nullo amato amar perdona,

mi prese del costui piacer sì forte,

che, come vedi, ancor non m'abbandona.

Amor condusse noi ad una morte.

Caina attende chi a vita ci spense».

Queste parole da lor ci fuor porte.

Quand' io intesi quell' anime offense,

china' il viso, e tanto il tenni basso,

fin che 'l poeta mi disse: «Che pense?».

Quando rispuosi, cominciai: «Oh lasso,

quanti dolci pensier, quanto disio

menò costoro al doloroso passo!».

Poi mi rivolsi a loro e parla' io,

e cominciai: «Francesca, i tuoi martìri

a lagrimar mi fanno tristo e pio.

Ma dimmi: al tempo d'i dolci sospiri,

a che e come concedette amore

che conosceste i dubbiosi disiri?».

E quella a me: «Nessun maggior dolore

che ricordarsi del tempo felice

ne la miseria; e ciò sa 'l tuo dottore.

Ma s'a conoscer la prima radice

del nostro amor tu hai cotanto affetto,

dirò come colui che piange e dice.

Noi leggiavamo un giorno per diletto

di Lancialotto come amor lo strinse;

soli eravamo e sanza alcun sospetto.

Per più fïate li occhi ci sospinse

quella lettura, e scolorocci il viso;

ma solo un punto fu quel che ci vinse.

Quando leggemmo il disïato riso

esser basciato da cotanto amante,

questi, che mai da me non fia diviso,

la bocca mi basciò tutto tremante.

Galeotto fu 'l libro e chi lo scrisse:

quel giorno più non vi leggemmo avante».

Mentre che l'uno spirto questo disse,

l'altro piangëa; sì che di pietade

io venni men così com' io morisse.

E caddi come corpo morto cade.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...