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domingo, 30 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XII

CANTO XII


Era el lugar por el que descendimos


alpestre y, por aquel que lo habitaba,


cualquier mirada hubiéralo esquivado.


Como son esas ruinas que al costado


de acá de Trento azota el río Adigio,


por terremoto o sin tener cimientos,


que de lo alto del monte, del que bajan


al llano, tan hendida está la roca


que ningún paso ofrece a quien la sube;


de aquel barranco igual era el descenso;


y allí en el borde de la abierta sima,


el oprobio de Creta estaba echado


que concebido fue en la falsa vaca;


cuando nos vio, a sí mismo se mordía,


tal como aquel que en ira se consume.


Mi sabio entonces le gritó: «Por suerte


piensas que viene aquí el duque de Atenas,


que allí en el mundo la muerte te trajo?


Aparta, bestia, porque éste no viene


siguiendo los consejos de tu hermana,


sino por contemplar vuestros pesares.»


Y como el toro se deslaza cuando


ha recibido ya el golpe de muerte,


y huir no puede, mas de aquí a allí salta,


así yo vi que hacía el Minotauro;


y aquel prudente gritó: «Corre al paso;


bueno es que bajes mientras se enfurece


Descendimos así por el derrumbe


de las piedras, que a veces se movían


bajo mis pies con esta nueva carga.


Iba pensando y díjome: «Tú piensas


tal vez en esta ruina, que vigila


la ira bestial que ahora he derrotado.


Has de saber que en la otra ocasión

que descendí a lo hondo del infierno,


esta roca no estaba aún desgarrada;


pero sí un poco antes, si bien juzgo,


de que viniese Aquel que la gran presa


quitó a Dite del círculo primero,


tembló el infecto valle de tal modo


que pensé que sintiese el universo


amor, por el que alguno cree que el mundo


muchas veces en caos vuelve a trocarse;


y fue entonces cuando esta vieja roca


se partió por aquí y por otros lados.


Mas mira el valle, pues que se aproxima


aquel río sangriento, en el cual hierve


aquel que con violencia al otro daña.»


¡Oh tú, ciega codicia, oh loca furia,


que así nos mueves en la corta vida,


y tan mal en la eterna nos sumerges!


Vi una amplia fosa que torcía en arco,


y que abrazaba toda la llanura,


según lo que mi guía había dicho.


Y por su pie corrían los centauros,


en hilera y armados de saetas,


como cazar solían en el mundo.


Viéndonos descender, se detuvieron,


y de la fila tres se separaron


con los arcos y flechas preparadas.


Y uno gritó de lejos: «¿A qué pena


venís vosotros bajando la cuesta?


Decidlo desde allí, o si no disparo.»


«La respuesta le dijo mi maestro¬-


daremos a Quirón cuando esté cerca:


tu voluntad fue siempre impetuosa.»


Después me tocó, y dijo: «Aquel es Neso,


que murió por la bella Deyanira,


contra sí mismo tomó la venganza.


Y aquel del medio que al pecho se mira,


el gran Quirón, que fue el ayo de Aquiles;


y el otro es Folo, el que habló tan airado.


Van a millares rodeando el foso,

flechando a aquellas almas que abandonan


la sangre, más que su culpa permite.»


Nos acercamos a las raudas fieras:


Quirón cogió una flecha, y con la punta,


de la mejilla retiró la barba.


Cuando hubo descubierto la gran boca,


dijo a sus compañeros; «¿No os dais cuenta


que el de detrás remueve lo que pisa?


No lo suelen hacer los pies que han muerto.»


Y mi buen guía, llegándole al pecho,


donde sus dos naturas se entremezclan,


respondió: «Está bien vivo, y a él tan sólo


debo enseñarle el tenebroso valle:


necesidad le trae, no complacencia.


Alguien cesó de cantar Aleluya,


y ésta nueva tarea me ha encargado:


él no es ladrón ni yo alma condenada.


Mas por esta virtud por la cual muevo


los pasos por camino tan salvaje,


danos alguno que nos acompañe,


que nos muestre por dónde se vadea,


y que a éste lleve encima de su grupa,


pues no es alma que viaje por el aire.»


Quirón se volvió atrás a la derecha,


y dijo a Neso: «Vuelve y dales guía,


y hazles pasar si otro grupo se encuentran.»


Y nos marchamos con tan fiel escolta


por la ribera del bullir rojizo,


donde mucho gritaban los que hervían.


Gente vi sumergida hasta las cejas,


y el gran centauro dijo: « Son tiranos


que vivieron de sangre y de rapiña:


lloran aquí sus daños despiadados;


está Alejandro, y el feroz Dionisio


que a Sicilia causó tiempos penosos.


Y aquella frente de tan negro pelo,


es Azolino; y aquel otro rubio,


es Opizzo de Este, que de veras


fue muerto por su hijastro allá en el mundo.»

Me volví hacia el poeta y él me dijo:


«Ahora éste es el primero, y yo el segundo.»


Al poco rato se fijó el Centauro


en unas gentes, que hasta la garganta


parecían, salir del hervidero.


Díjonos de una sombra ya apartada:


«En la casa de Dios aquél hirió


el corazón que al Támesis chorrea.»


Luego vi gentes que sacaban fuera


del río la cabeza, y hasta el pecho;


y yo reconocí a bastantes de ellos.


Asi iba descendiendo poco a poco


aquella sangre que los pies cocía,


y por allí pasamos aquel foso.


«Así como tú ves que de esta parte


el hervidero siempre va bajando,


dijo el centauro quiero que conozcas


que por la otra más y más aumenta


su fondo, hasta que al fin llega hasta el sitio


en donde están gimiendo los tiranos.


La diving justicia aquí castiga


a aquel Atila azote de la tierra


y a Pirro y Sexto; y para siempre ordeña


las lágrimas, que arrancan los hervores,


a Rinier de Corneto, a Rinier Pazzo


qué en los caminos tanta guerra hicieron.»


Volvióse luego y franqueó aquel vado.

miércoles, 19 de agosto de 2020

Inferno, Canto XII

CANTO XII

[Canto XII, ove tratta del discendimento nel settimo cerchio d'inferno, e de le pene di quelli che fecero forza in persona de' tiranni, e qui tratta di Minotauro e del fiume del sangue, e come per uno centauro furono scorti e guidati sicuri oltre il fiume.]

Era lo loco ov' a scender la riva

venimmo, alpestro e, per quel che v'er' anco, tal, ch'ogne vista ne sarebbe schiva.

Qual è quella ruina che nel fianco

di qua da Trento l'Adice percosse,

o per tremoto o per sostegno manco,

che da cima del monte, onde si mosse,

al piano è sì la roccia discoscesa,

ch'alcuna via darebbe a chi sù fosse:

cotal di quel burrato era la scesa;

e 'n su la punta de la rotta lacca

l'infamïa di Creti era distesa

che fu concetta ne la falsa vacca;

e quando vide noi, sé stesso morse,

sì come quei cui l'ira dentro fiacca.

Lo savio mio inver' lui gridò: «Forse

tu credi che qui sia 'l duca d'Atene,

che sù nel mondo la morte ti porse?

Pàrtiti, bestia, ché questi non vene

ammaestrato da la tua sorella,

ma vassi per veder le vostre pene».

Qual è quel toro che si slaccia in quella

c'ha ricevuto già 'l colpo mortale,

che gir non sa, ma qua e là saltella,

vid' io lo Minotauro far cotale;

e quello accorto gridò: «Corri al varco; mentre ch'e' 'nfuria, è buon che tu ti cale».

Così prendemmo via giù per lo scarco

di quelle pietre, che spesso moviensi

sotto i miei piedi per lo novo carco.

Io gia pensando; e quei disse: «Tu pensi

forse a questa ruina, ch'è guardata

da quell' ira bestial ch'i' ora spensi.

Or vo' che sappi che l'altra fïata

ch'i' discesi qua giù nel basso inferno,

questa roccia non era ancor cascata.

Ma certo poco pria, se ben discerno,

che venisse colui che la gran preda

levò a Dite del cerchio superno,

da tutte parti l'alta valle feda

tremò sì, ch'i' pensai che l'universo

sentisse amor, per lo qual è chi creda

più volte il mondo in caòsso converso;

e in quel punto questa vecchia roccia,

qui e altrove, tal fece riverso.

Ma ficca li occhi a valle, ché s'approccia

la riviera del sangue in la qual bolle qual che per vïolenza in altrui noccia».

Oh cieca cupidigia e ira folle,

che sì ci sproni ne la vita corta,

e ne l'etterna poi sì mal c'immolle!

Io vidi un'ampia fossa in arco torta,

come quella che tutto 'l piano abbraccia,

secondo ch'avea detto la mia scorta;

e tra 'l piè de la ripa ed essa, in traccia

corrien centauri, armati di saette,

come solien nel mondo andare a caccia.

Veggendoci calar, ciascun ristette,

e de la schiera tre si dipartiro

con archi e asticciuole prima elette;

e l'un gridò da lungi: «A qual martiro

venite voi che scendete la costa?

Ditel costinci; se non, l'arco tiro».

Lo mio maestro disse: «La risposta

farem noi a Chirón costà di presso:

mal fu la voglia tua sempre sì tosta».

Poi mi tentò, e disse: «Quelli è Nesso,

che morì per la bella Deianira,

e fé di sé la vendetta elli stesso.

E quel di mezzo, ch'al petto si mira,

il gran Chirón, il qual nodrì Achille; quell' altro è Folo, che fu sì pien d'ira.

Dintorno al fosso vanno a mille a mille,

saettando qual anima si svelle

del sangue più che sua colpa sortille».

Noi ci appressammo a quelle fiere isnelle:

Chirón prese uno strale, e con la cocca

fece la barba in dietro a le mascelle.

Quando s'ebbe scoperta la gran bocca,

disse a' compagni: «Siete voi accorti

che quel di retro move ciò ch'el tocca?

Così non soglion far li piè d'i morti».

E 'l mio buon duca, che già li er' al petto,

dove le due nature son consorti,

rispuose: «Ben è vivo, e sì soletto

mostrar li mi convien la valle buia;

necessità 'l ci 'nduce, e non diletto.

Tal si partì da cantare alleluia

che mi commise quest' officio novo:

non è ladron, né io anima fuia.

Ma per quella virtù per cu' io movo

li passi miei per sì selvaggia strada,

danne un de' tuoi, a cui noi siamo a provo,

e che ne mostri là dove si guada,

e che porti costui in su la groppa,

ché non è spirto che per l'aere vada».

Chirón si volse in su la destra poppa,

e disse a Nesso: «Torna, e sì li guida,

e fa cansar s'altra schiera v'intoppa».

Or ci movemmo con la scorta fida

lungo la proda del bollor vermiglio,

dove i bolliti facieno alte strida.

Io vidi gente sotto infino al ciglio;

e 'l gran centauro disse: «E' son tiranni

che dier nel sangue e ne l'aver di piglio.

Quivi si piangon li spietati danni;

quivi è Alessandro, e Dïonisio fero

che fé Cicilia aver dolorosi anni.

E quella fronte c'ha 'l pel così nero,

Azzolino; e quell' altro ch'è biondo,

Opizzo da Esti, il qual per vero

fu spento dal figliastro sù nel mondo».

Allor mi volsi al poeta, e quei disse:

«Questi ti sia or primo, e io secondo».

Poco più oltre il centauro s'affisse

sovr' una gente che 'nfino a la gola

parea che di quel bulicame uscisse.

Mostrocci un'ombra da l'un canto sola,

dicendo: «Colui fesse in grembo a Dio

lo cor che 'n su Tamisi ancor si cola».

Poi vidi gente che di fuor del rio

tenean la testa e ancor tutto 'l casso;

e di costoro assai riconobb' io.

Così a più a più si facea basso

quel sangue, sì che cocea pur li piedi;

e quindi fu del fosso il nostro passo.

«Sì come tu da questa parte vedi

lo bulicame che sempre si scema»,

disse 'l centauro, «voglio che tu credi

che da quest' altra a più a più giù prema

lo fondo suo, infin ch'el si raggiunge

ove la tirannia convien che gema.

La divina giustizia di qua punge

quell' Attila che fu flagello in terra,

e Pirro e Sesto; e in etterno munge

le lagrime, che col bollor diserra,

a Rinier da Corneto, a Rinier Pazzo,

che fecero a le strade tanta guerra».

Poi si rivolse e ripassossi 'l guazzo.

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