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miércoles, 2 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, canto XIII

CANTO XIII


Llegamos al final de la escalera,

donde por vez segunda se recoge

el monte, que subiendo purifica.


Allí del mismo modo una cornisa,


igual que la primera, lo rodea;


sólo que el giro se completa antes.


No había sombras ni señales de ellas:


liso el camino y lisa la muralla,


del lívido color de los roquedos.


«Si, para preguntar, gente esperarnos


me decía el poeta mucho temo


que se retrase nuestra decisión.»


Luego en el sol clavó los ojos fijos;


de su diestra hizo centro al movimiento,


y se volvió después hacia la izquierda.


«Oh dulce luz en quien confiado entro


por el nuevo camino, llévanos


decía cual requiere este paraje.


Tú calientas el mundo, y sobre él luces:


si otra razón lo contrario no manda,


serán siempre tus rayos nuestro guía.»


Cuanto por una milla aquí se cuenta,


tanto en aquella parte caminamos


al poco, pues las ganas acuciaban;


y sentimos volar hacia nosotros


espíritus sin verlos, que invitaban


cortésmente a la mesa del amor.


La voz primera que pasó volando


“Vinum non habent” dijo claramente,


y tras nosotros lo iba repitiendo.


Y aún antes de perderse por completo


al alejarse, otra: «Soy Orestes»


pasó gritando igual sin detenerse.


Yo dije: «Oh padre ¿qué voces son éstas?»


Y escuché al preguntarlo una tercera


diciendo: «Amad a quien el mal os hizo.»


Y el buen maestro «Azota esta cornisa


la culpa de la envidia, mas dirige


la caridad las cuerdas del flagelo.


Su freno quiere ser la voz contraria:


y podrás escucharla, según creo,


antes que el paso del perdón alcances.


Mas con fijeza mira, y verás gente


que está sentada enfrente de nosotros,


apoyada a lo largo de la roca.»


Abrí entonces los ojos más que antes;


miré delante y sombras vi con mantos


del color de la piedra no distintos.


Y al haber avanzado un poco más,

oí gritar: «María, por nosotros

ruega» y «Miguel» y «Pedro» y «Santos todos». 


No creo que ahora existe por la tierra

hombre tan duro, a quien no le moviese

a compasión lo que después yo vi;


pues cuando estuve tan cercano de ellos


que sus gestos veía claramente,


grave dolor me vino por los ojos.


De cilicio cubiertos parecían


y uno aguantaba con la espalda al otro,


y el muro a todas ellas aguantaba.


Así los ciegos faltos de sustento,


piden limosna en días de indulgencia,


y la cabeza inclina uno sobre otro,


por despertar piedad más prontamente,


no sólo por el son de las palabras,


mas por la vista que no menos pide.


Y como el sol no llega hasta los ciegos,


lo mismo aquí a las sombras de las que hablo


no quería llegar la luz del cielo;


pues un alambre a todos les cosía


y horadaba los párpados, del modo


que al gavilán que nunca se está quieto.


Al andar, parecía que ultrajaba


a aquellos que sin venne yo veía;


por lo cual me volví al sabio maestro.


Él sabía que, aun mudo, deseaba


hablarle; y no esperando mi pregunta,


él me dijo: «Habla breve y claramente.»


Virgilio caminaba por la parte


de la cornisa en que caer se puede,


pues ninguna baranda la rodea;


por la otra parte estaban las devotas


sombras, que por su horrible cosedura


lloraban y mojaban sus mejillas.


Me volví a ellas y: «Oh, gentes confiadas


yo comencé de ver la luz suprema


que vuestro desear sólo procura,


así pronto la gracia os vuelva limpia


vuestra conciencia, tal que claramente


por ella baje de la mente el río,


decidme, pues será grato y amable,

si hay un alma latina entre vosotros,

que acaso útil le sea el conocerla.»


«Oh hermano todos somos ciudadanos


de una Ciudad auténtica; tú dices


que viviese en Italia peregrina.»


Esto creí escuchar como respuesta


un poco más allá de donde estaba,


por lo que procuré seguir oyendo.


Entre otras vi a una sombra que en su aspecto

esperaba; y si alguno dice “¿Cómo?”,


alzaba la barbilla como un ciego.


«Alma que por subir te estás domando,


si eres le dije ~ me respondiste,


haz que conozca tu nombre o tu patria.»


«Yo fui Sienesa repuso y con estos


otros enmiendo aquí la mala vida,


pidiendo a Aquél que nos conceda el verle.


No fui sabia, aunque Sapia me llamaron,


y fui con las desgracias de los otros


aún más feliz que con las dichas mías.


Y para que no creas que te miento,


oye si fui, como te digo, loca,


ya descendiendo el arco de mis años.


Mis paisanos estaban junto a Colle


cerca del campo de sus enemigos,


y yo pedía a Dios lo que El quería.


Vencidos y obligados a los pasos


amargos de la fuga, al yo saberlo,


gocé de una alegría incomparable,


tanto que arriba alcé atrevido el rostro


gritando a Dios: «De ahora no te temo»


como hace el mirlo con poca bonanza.


La paz quise con Dios ya en el extremo


de mi vivir; y por la penitencia


no estaría cumplida ya mi deuda,


si no me hubiese Piero Pettinaio


recordado en sus santas oraciones,


quien se apiadó de mí caritativo.


¿Tú quién eres, que nuestra condición

vas preguntando, con los ojos libres,

como yo creo, y respirando hablas?»


«Los ojos  dije acaso aquí me cierren,


mas poco tiempo, pues escasamente


he pecado de haber tenido envidia.


Mucho es mayor el miedo que suspende


mi alma del tormento de allí abajo,


que ya parece pesarme esa carga.»


Y ella me dijo: «¿Quién te ha conducido


entre nosotros, que volver esperas?»


Y yo: «Este que está aquí sin decir nada.


Vivo estoy; por lo cual puedes pedirme,


espíritu elegido, si es preciso


que allí mueva por ti mis pies mortales.»


«Tan rara cosa de escuchar es ésta,


que es signo dije, de que Dios te ama;


con tus plegarias puedes ayudarme.


Y te suplico, por lo que más quieras,


que si pisas la tierra de Toscana,


que a mis parientes mi fama devuelvas.


Están entre los necios que ahora esperan


en Talamón, y allí más esperanzas


perderán que en la busca de la Diana.


Pero más perderán los almirantes.

viernes, 21 de agosto de 2020

Purgatorio, Canto XIII

CANTO XIII

[Canto XIII, dove si tratta del sopradetto girone secondo, e quivi si punisce la colpa della invidia; dove nomina madonna Sapìa, moglie di messer Viviano de' Ghinibaldi da Siena, e molti altri.]

Noi eravamo al sommo de la scala,

dove secondamente si risega

lo monte che salendo altrui dismala.

Ivi così una cornice lega

dintorno il poggio, come la primaia;

se non che l'arco suo più tosto piega.

Ombra non lì è né segno che si paia:

parsi la ripa e parsi la via schietta

col livido color de la petraia.

«Se qui per dimandar gente s'aspetta»,

ragionava il poeta, «io temo forse

che troppo avrà d'indugio nostra eletta».

Poi fisamente al sole li occhi porse;

fece del destro lato a muover centro,

e la sinistra parte di sé torse.

«O dolce lume a cui fidanza i' entro

per lo novo cammin, tu ne conduci»,

dicea, «come condur si vuol quinc' entro.

Tu scaldi il mondo, tu sovr' esso luci;

s'altra ragione in contrario non ponta,

esser dien sempre li tuoi raggi duci».

Quanto di qua per un migliaio si conta,

tanto di là eravam noi già iti,

con poco tempo, per la voglia pronta;

e verso noi volar furon sentiti,

non però visti, spiriti parlando

a la mensa d'amor cortesi inviti.

La prima voce che passò volando

'Vinum non habent' altamente disse,

e dietro a noi l'andò reïterando.

E prima che del tutto non si udisse

per allungarsi, un'altra 'I' sono Oreste'

passò gridando, e anco non s'affisse.

«Oh!», diss' io, «padre, che voci son queste?».

E com' io domandai, ecco la terza

dicendo: 'Amate da cui male aveste'.

E 'l buon maestro: «Questo cinghio sferza

la colpa de la invidia, e però sono

tratte d'amor le corde de la ferza.

Lo fren vuol esser del contrario suono;

credo che l'udirai, per mio avviso,

prima che giunghi al passo del perdono.

Ma ficca li occhi per l'aere ben fiso,

e vedrai gente innanzi a noi sedersi,

e ciascun è lungo la grotta assiso».

Allora più che prima li occhi apersi;

guarda'mi innanzi, e vidi ombre con manti

al color de la pietra non diversi.

E poi che fummo un poco più avanti,

udia gridar: 'Maria, òra per noi':

gridar 'Michele' e 'Pietro' e 'Tuttisanti'.

Non credo che per terra vada ancoi

omo sì duro, che non fosse punto

per compassion di quel ch'i' vidi poi;

ché, quando fui sì presso di lor giunto,

che li atti loro a me venivan certi,

per li occhi fui di grave dolor munto.

Di vil ciliccio mi parean coperti,

e l'un sofferia l'altro con la spalla,

e tutti da la ripa eran sofferti.

Così li ciechi a cui la roba falla,

stanno a' perdoni a chieder lor bisogna,

e l'uno il capo sopra l'altro avvalla,

perché 'n altrui pietà tosto si pogna,

non pur per lo sonar de le parole,

ma per la vista che non meno agogna.

E come a li orbi non approda il sole,

così a l'ombre quivi, ond' io parlo ora,

luce del ciel di sé largir non vole;

ché a tutti un fil di ferro i cigli fóra

e cusce sì, come a sparvier selvaggio

si fa però che queto non dimora.

A me pareva, andando, fare oltraggio,

veggendo altrui, non essendo veduto:

per ch'io mi volsi al mio consiglio saggio.

Ben sapev' ei che volea dir lo muto;

e però non attese mia dimanda,

ma disse: «Parla, e sie breve e arguto».

Virgilio mi venìa da quella banda

de la cornice onde cader si puote,

perché da nulla sponda s'inghirlanda;

da l'altra parte m'eran le divote

ombre, che per l'orribile costura

premevan sì, che bagnavan le gote.

Volsimi a loro e: «O gente sicura»,

incominciai, «di veder l'alto lume

che 'l disio vostro solo ha in sua cura,

se tosto grazia resolva le schiume

di vostra coscïenza sì che chiaro

per essa scenda de la mente il fiume,

ditemi, ché mi fia grazioso e caro,

s'anima è qui tra voi che sia latina;

e forse lei sarà buon s'i' l'apparo».

«O frate mio, ciascuna è cittadina

d'una vera città; ma tu vuo' dire

che vivesse in Italia peregrina».

Questo mi parve per risposta udire

più innanzi alquanto che là dov' io stava,

ond' io mi feci ancor più là sentire.

Tra l'altre vidi un'ombra ch'aspettava

in vista; e se volesse alcun dir 'Come?',

lo mento a guisa d'orbo in sù levava.

«Spirto», diss' io, «che per salir ti dome,

se tu se' quelli che mi rispondesti,

fammiti conto o per luogo o per nome».

«Io fui sanese», rispuose, «e con questi

altri rimendo qui la vita ria,

lagrimando a colui che sé ne presti.

Savia non fui, avvegna che Sapìa

fossi chiamata, e fui de li altrui danni

più lieta assai che di ventura mia.

E perché tu non creda ch'io t'inganni,

odi s'i' fui, com' io ti dico, folle,

già discendendo l'arco d'i miei anni.

Eran li cittadin miei presso a Colle

in campo giunti co' loro avversari,

e io pregava Iddio di quel ch'e' volle.

Rotti fuor quivi e vòlti ne li amari

passi di fuga; e veggendo la caccia,

letizia presi a tutte altre dispari,

tanto ch'io volsi in sù l'ardita faccia,

gridando a Dio: "Omai più non ti temo!",

come fé 'l merlo per poca bonaccia.

Pace volli con Dio in su lo stremo

de la mia vita; e ancor non sarebbe

lo mio dover per penitenza scemo,

se ciò non fosse, ch'a memoria m'ebbe

Pier Pettinaio in sue sante orazioni,

a cui di me per caritate increbbe.

Ma tu chi se', che nostre condizioni

vai dimandando, e porti li occhi sciolti,

sì com' io credo, e spirando ragioni?».

«Li occhi», diss' io, «mi fieno ancor qui tolti,

ma picciol tempo, ché poca è l'offesa

fatta per esser con invidia vòlti.

Troppa è più la paura ond' è sospesa

l'anima mia del tormento di sotto,

che già lo 'ncarco di là giù mi pesa».

Ed ella a me: «Chi t'ha dunque condotto

qua sù tra noi, se giù ritornar credi?».

E io: «Costui ch'è meco e non fa motto.

E vivo sono; e però mi richiedi,

spirito eletto, se tu vuo' ch'i' mova

di là per te ancor li mortai piedi».

«Oh, questa è a udir sì cosa nuova»,

rispuose, «che gran segno è che Dio t'ami;

però col priego tuo talor mi giova.

E cheggioti, per quel che tu più brami,

se mai calchi la terra di Toscana,

che a' miei propinqui tu ben mi rinfami.

Tu li vedrai tra quella gente vana

che spera in Talamone, e perderagli

più di speranza ch'a trovar la Diana;

ma più vi perderanno li ammiragli».

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