CANTO XIX
Cuando el calor diurno no consigue
hacer ya tibio el frío de la luna,
por la tierra vencido y por Saturno,
que es cuando los geomantes la Fortuna
Mayor ven en oriente antes del alba,
surgir por vía oscura poco tiempo
me llegó en sueños una tartamuda,
bizca en los ojos, y en los pies torcida,
descolorida y con las manos mancas.
Yo la miraba; y como el sol conforta
los fríos miembros que la noche oprime,
así mi vista le volvía suelta
la lengua, y bien derecha la ponía
al poco, y su semblante desmayado,
como quiere el amor, coloreaba.
Después de haberse en el hablar soltado,
a cantar comenzó, tal que con pena
habría de ella apartado mi mente.
«Yo soy cantaba la dulce sirena,
que en la mar enloquece a los marinos;
tan grande es el placer que da el oírme.
Yo aparté a Ulises de su incierta ruta
con mi cantar; y quien se me habitúa,
raramente me deja: ¡Así lo atraigo!»
Aún no se había cerrado su boca,
cuando yo vi una dama santa y presta
al lado de mí para confundirla.
«Oh, Virgilio, Virgilio, ¿quién es ésta?»
fieramente decía, ; y él llegaba
en la honesta fijándose tan sólo.
Cogió a la otra, y le abrió por delante,
rasgándole el traje, y mostrándole el vientre;
me despertó el hedor que desprendía.
Miré, y el buen maestro: «¡Al menos tres
voces te he dado! dijo , ven, levanta;
hallaremos la entrada para que entres.»
Me levanté, y estaban ya colmados
de pleno día el monte y sus recintos;
con sol nuevo a la espalda caminábamos.
Siguiéndole, llevaba la cabeza
tal quien de pensamientos va cargado,
que hace de sí un medio arco de puente;
Cuando escuché «Venid, aquí se cruza»
dicho de un modo suave y benigno,
que no se escucha en esta mortal marca.
Con alas, que de cisne parecían,
arriba nos condujo quien hablaba
entre dos caras del duro macizo.
Movió luego las plumas dando aire,
Qui lugent afirmando ser dichosos,
pues tendrán dueña el alma del consuelo.
«¿Qué tienes que a la tierra sólo miras?»
mi guía comenzó a decirme, apenas
sobrepasados fuimos por el ángel.
Y yo: «Me hace marchar con tantas dudas
esa nueva visión, que a ella me inclina,
y no puedo apartar del pensamiento.»
«Has visto dijo aquella antigua bruja
por quien se llora encima de nosotros;
y cómo de ella el hombre se libera.
Bástete así, y camina más aprisa;
vuelve la vista al reclamo que mueve
el rey eterno con las grandes ruedas.»
Cual primero el halcón sus patas mira,
y luego vuelve al grito, y se apresura
por afán de la presa que le llama,
así hice yo; y así, cuanto se parte
la roca por dar paso a aquel que sube,
anduve hasta llegar donde se cruza.
Cuando en el quinto círculo hube entrado,
vi por aquel a gentes que lloraban,
tumbados en la tierra boca abajo.
Adhaesit pavimento anima mea'
oí decir con tan altos suspiros,
que apenas se entendían las palabras.
«Oh elegidos de Dios, cuyos sufrires
justicia y esperanza hacen más blandos,
hacia la alta subida dirigirnos.»
«Si venís de yacer aquí librados,
y queréis pronto hallar vuestro camino,
llevad siempre por fuera la derecha.»
Así rogó el poeta, y contestado
fue así poco delante de nosotros; y yo
descubrí en el hablar a un escondido;
y a los de mi señor volví los ojos:
él asintió con ceño placentero,
a aquello que mi vista le pedía.
Luego que pude hacer lo que gustaba,
me puse sobre aquella criatura,
cuyas palabras mi atención movieron,
«Alma diciendo en cuyo llanto eso
que no puede volver a Dios madura,
deja un poco por mí el mayor cuidado.
¿Quién fuisteis, y por qué vuelta la espalda
tenéis arriba.P ¿Quieres que te pida
algo de allí de donde vengo vivo?»
Y él me dijo: «El porqué nuestras espaldas
vuelve el cielo hacia sí, sabrás; mas antes
scias quod ego fui succesor Petri
Entre Siestri y Chiavani va corriendo
un río hermoso, y en su nombre tiene
el título mi estirpe más preciado.
Cómo pesa el gran manto a quien lo guarda
del fango, provee un mes y poco más;
plumas parecen todas otras cargas.
Mi conversión tardía fue, ¡Ay de mí!;
pero cuando elegido fui romano
pastor, vi que la vida era mentira.
Vi que allí el corazón no se aquietaba,
ni subir más podía en esa vida;
por lo cual me encendí de amor por ésta.
Hasta aquel punto, mísera, apartada
de Dios estuvo mi alma avariciosa;
y, como ves, aquí estoy castigado.
Lo que hace la avaricia, se declara
en la purga del alma convertida;
no hay en el monte más amarga pena.
Y como nuestros ojos no pusimos
en alto, fijos sólo en lo terreno,
la justicia en la tierra aquí los clava.
Y como la avaricia a cualquier bien
apagó nuestro amor, y nuestras obras
se perdieron, nos tiene la Justicia
de pies y manos presos y amarrados:
y cuanto le complazca al justo Sir
inmóviles, tumbados estaremos».
Me había arrodillado y quise hablarle;
mas cuanto comencé, y él se dio cuenta,
de mi respeto, sólo al escucharle,
«¿Por qué te inclinas, dijo de ese modo?»
y le dije: «Por vuestra dignidad
estar de pie me impide mi conciencia.»
«¡Endereza las piernas y levanta,
hermano! respondió, no te equivoques:
de un poder mismo todos somos siervos.
Y si aquel santo evangélico texto
que dice necque nubent, entendiste,
comprenderás por qué hablo de este modo
Ahora vete, no quiero que te pares
más, pues turbas mi llanto con tu estancia,
con el cual se madura lo que has dicho.
Tan sólo una sobrina, Alagia, tengo,
buena de suyo, si es que nuestra casa
no la haya hecho a su ejemplo malvada;
y ésta tan sólo de allí me ha quedado.»