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viernes, 4 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, Canto XVI

CANTO XVI


Negror de infierno y de noche privada


de estrella alguna, bajo un pobre cielo,


hasta el sumo de nubes tenebroso,


tan denso velo no tendió en mi rostro


como aquel humo que nos envolvió,


y nunca sentí tan áspero pelo.


No podía siquiera abrir los ojos


por lo que, sabia y fiel, la escolta mía

vino hacia mí ofreciéndome su hombro.


Como el ciego que va tras de su guía


para que no se pierda ni tropiece


en obstáculo alguno, o tal vez muera,


andaba por el aire amargo y sucio,


escuchando a Virgilio aconsejarme:


«Ten cuidado y de mí no te separes».


Oía voces como que implorasen


la paz y la clemencia del Cordero


de Dios que borra todos los pecados.


Agnus Dei, era, pues, como empezaban


todos a un tiempo y en el mismo modo,


y en completa concordia parecían.


«Maestro, lo que oigo ¿son espíritus?»


le dije. Y él a mí: «Bien lo pensaste;


de la iracundia van soltando el nudo.»


«¿Quién eres tú que cortas nuestro humo,


y de nosotros hablas como si


aún midieses el tiempo por calendas?»


Esto por una voz fue preguntado;


«Contéstale me dijo mi maestro


y si hay subida por aquí pregunta.»


«Oh, criatura le dije que te limpias


para volver hermosa a quien te hizo,


maravillas oirás si me acompañas.»


«Cuanto me es permitido he de seguirte;


y si vernos el humo no nos deja,


nos mantendrá cercanos el oírnos.»


Entonces comencé: «Con este rostro


que destruye la muerte, voy arriba,


y he llegado hasta aquí desde el infierno.


Y si Dios en su gracia me ha tomado,


tanto que quiere que su corte vea


de modo inusitado en estos tiempos,


no me ocultes quién fuiste antes de muerto;


dímelo, y dime si el camino es éste;


y tus palabras sean nuestra escolta.»


«Yo fui lombardo y Marco me llamaban;

del mundo supe, y amé esa virtud

a la que nadie tiende ya su arco.


Para subir camina siempre recto»


Me respondió y dijo luego: «Te pido


que por mí implores cuando estés arriba.»


«Por mi fe yo le dije te prometo


que haré lo que me pides; mas me estalla


dentro una duda, y tengo que aclararla.


Era antes simple y ahora se ha hecho doble


con tus palabras, que me dan certeza


de lo otro, con la cual las relaciono.


El mundo por completo está desierto


de cualquiera virtud, como tú dices,


y de maldad cubierto y agravado;


mas la razón te pido que me digas,


tal que la vea y que la enseñe a otros;


que a la tierra o al cielo lo atribuyen.»


Un gran suspiro que acabó en un ¡ay!


lanzó primero; y luego dijo: «Hermano,


el mundo es ciego, y tú de él has venido.


Cualquier causa achacáis los que estáis vivos


al cielo, igual que si moviese todas


las cosas él obligatoriamente.


Destruido sería así en vosotros


el libre arbitrio, y no sería justo


dar la alegría al bien, y al mal dar luto.


El cielo inicia vuestros movimientos;


no digo todos, mas aunque lo diga,


una luz para el bien o el mal os dieron,


Y libre voluntad; que si se cansa


en el primer combate contra el cielo,


luego lo vence si bien se sustenta.


A mayor fuerza y a mejor natura


libres estáis sujetos; y ella cría


vuestra mente, en que el cielo nada puede.


Y por esto, si el mundo os descamina,


la causa que buscáis está en vosotros:


y verdaderamente he de explicártelo:


De la mano de Aquél que la acaricia,

aun antes de existir, cual la muchacha

que llorando y riendo juguetea,


sale sencilla el alma y nada sabe,


salvo que, obra de un gozoso artista,


gustosa vuelve a aquello que la alegra.


Primero saborea el bien pequeño;


aquí se engaña y corre detrás de él,


si no tuerce su amor freno ni guía.


Y es necesario el freno de las leyes;


y es necesario un rey, que al menos vea

de la ciudad auténtica la torre.


Hay leyes, pero ¿quién las administra?


Nadie, pues su pastor acaso rumie,


mas no tiene partida la pezuña;


y la gente, que sabe que su guía


sólo tiende a aquel bien del que ella come,


pace de aquel, y no busca otra cosa.


Bien puedes ver que la mala conducta


es la razón que al mundo ha condenado,


y no vuestra natura corrompida.


Solía Roma, que hizo bueno el mundo,


tener dos soles que una y otra senda,


la humana y la divina, les mostraban.


Uno a otro apagó; y está la espada


junto al báculo; y una y otro unidos


forzosamente, marchan mal las cosas;


porque juntos no temen uno al otro:


Si no me crees, recuerda las espigas,


pues distingue las hierbas la simiente.


En la tierra que riegan Po y Adige,


valor y cortesía se encontraban,


antes de entrar en liza Federico.


Ahora puede cruzar sin miedo alguno


cualquiera que dejase, por vergüenza,


de acercarse a los buenos o de hablarlos.


Tres viejos hay aún con quien reprende


a la nueva la antigua edad, y tardo


Dios les parece en que con él les llame:


Corrado de Palazzo, el buen Gherardo,


y Guido de Castel, mejor llamado


el sencillo lombardo, a la francesa.


Puedes decir que la Iglesia de Roma,


por confundir en ella dos poderes


ella y su carga en el fango se ensucian.»


«Oh Marco mío –dije- bien hablaste;


y ahora discierno por qué de la herencia


los hijos de Leví privados fueron.


Más qué Gherardo es ése que, por sabio,


dices, quedó de aquella raza extinta


corno reproche del siglo salvaje?»


«Me engañan tus palabras o me tientan,


-me respondió pues, hablando toscano,


del buen Gherardo nunca hayas oído.


Por ningún otro nombre le conozco,


si de Gaya, su hija, no lo saco.

Quedad con Dios, pues más no os acompaño


Ved el albor, que irradia por el humo


ya clareando; debo retirarme


(allí está el ángel) antes que me vea.»


De este modo se fue y no quiso oírme.

sábado, 22 de agosto de 2020

Purgatorio, Canto XVI

CANTO XVI

[Canto XVI, dove si tratta del sopradetto terzo girone e del purgare la detta colpa de l'ira; e qui Marco Lombardo solve uno dubbio a Dante.]

Buio d'inferno e di notte privata

d'ogne pianeto, sotto pover cielo,

quant' esser può di nuvol tenebrata,

non fece al viso mio sì grosso velo

come quel fummo ch'ivi ci coperse,

né a sentir di così aspro pelo,

che l'occhio stare aperto non sofferse;

onde la scorta mia saputa e fida

mi s'accostò e l'omero m'offerse.

Sì come cieco va dietro a sua guida

per non smarrirsi e per non dar di cozzo

in cosa che 'l molesti, o forse ancida,

m'andava io per l'aere amaro e sozzo,

ascoltando il mio duca che diceva

pur: «Guarda che da me tu non sia mozzo».

Io sentia voci, e ciascuna pareva

pregar per pace e per misericordia

l'Agnel di Dio che le peccata leva.

Pur 'Agnus Dei' eran le loro essordia;

una parola in tutte era e un modo,

sì che parea tra esse ogne concordia.

«Quei sono spirti, maestro, ch'i' odo?»,

diss' io. Ed elli a me: «Tu vero apprendi,

e d'iracundia van solvendo il nodo».

«Or tu chi se' che 'l nostro fummo fendi,

e di noi parli pur come se tue

partissi ancor lo tempo per calendi?».

Così per una voce detto fue;

onde 'l maestro mio disse: «Rispondi,

e domanda se quinci si va sùe».

E io: «O creatura che ti mondi

per tornar bella a colui che ti fece,

maraviglia udirai, se mi secondi».

«Io ti seguiterò quanto mi lece»,

rispuose; «e se veder fummo non lascia,

l'udir ci terrà giunti in quella vece».

Allora incominciai: «Con quella fascia

che la morte dissolve men vo suso,

e venni qui per l'infernale ambascia.

E se Dio m'ha in sua grazia rinchiuso,

tanto che vuol ch'i' veggia la sua corte

per modo tutto fuor del moderno uso,

non mi celar chi fosti anzi la morte,

ma dilmi, e dimmi s'i' vo bene al varco;

e tue parole fier le nostre scorte».

«Lombardo fui, e fu' chiamato Marco;

del mondo seppi, e quel valore amai

al quale ha or ciascun disteso l'arco.

Per montar sù dirittamente vai».

Così rispuose, e soggiunse: «I' ti prego

che per me prieghi quando sù sarai».

E io a lui: «Per fede mi ti lego

di far ciò che mi chiedi; ma io scoppio

dentro ad un dubbio, s'io non me ne spiego.

Prima era scempio, e ora è fatto doppio

ne la sentenza tua, che mi fa certo

qui, e altrove, quello ov' io l'accoppio.

Lo mondo è ben così tutto diserto

d'ogne virtute, come tu mi sone,

e di malizia gravido e coverto;

ma priego che m'addite la cagione,

sì ch'i' la veggia e ch'i' la mostri altrui;

ché nel cielo uno, e un qua giù la pone».

Alto sospir, che duolo strinse in «uhi!»,

mise fuor prima; e poi cominciò: «Frate,

lo mondo è cieco, e tu vien ben da lui.

Voi che vivete ogne cagion recate

pur suso al cielo, pur come se tutto

movesse seco di necessitate.

Se così fosse, in voi fora distrutto

libero arbitrio, e non fora giustizia

per ben letizia, e per male aver lutto.

Lo cielo i vostri movimenti inizia;

non dico tutti, ma, posto ch'i' 'l dica,

lume v'è dato a bene e a malizia,

e libero voler; che, se fatica

ne le prime battaglie col ciel dura,

poi vince tutto, se ben si notrica.

A maggior forza e a miglior natura

liberi soggiacete; e quella cria

la mente in voi, che 'l ciel non ha in sua cura.

Però, se 'l mondo presente disvia,

in voi è la cagione, in voi si cheggia;

e io te ne sarò or vera spia.

Esce di mano a lui che la vagheggia

prima che sia, a guisa di fanciulla

che piangendo e ridendo pargoleggia,

l'anima semplicetta che sa nulla,

salvo che, mossa da lieto fattore,

volontier torna a ciò che la trastulla.

Di picciol bene in pria sente sapore;

quivi s'inganna, e dietro ad esso corre,

se guida o fren non torce suo amore.

Onde convenne legge per fren porre;

convenne rege aver, che discernesse

de la vera cittade almen la torre.

Le leggi son, ma chi pon mano ad esse?

Nullo, però che 'l pastor che procede,

rugumar può, ma non ha l'unghie fesse;

per che la gente, che sua guida vede

pur a quel ben fedire ond' ella è ghiotta,

di quel si pasce, e più oltre non chiede.

Ben puoi veder che la mala condotta

la cagion che 'l mondo ha fatto reo,

e non natura che 'n voi sia corrotta.

Soleva Roma, che 'l buon mondo feo,

due soli aver, che l'una e l'altra strada

facean vedere, e del mondo e di Deo.

L'un l'altro ha spento; ed è giunta la spada

col pasturale, e l'un con l'altro insieme

per viva forza mal convien che vada;

però che, giunti, l'un l'altro non teme:

se non mi credi, pon mente a la spiga,

ch'ogn' erba si conosce per lo seme.

In sul paese ch'Adice e Po riga,

solea valore e cortesia trovarsi,

prima che Federigo avesse briga;

or può sicuramente indi passarsi

per qualunque lasciasse, per vergogna,

di ragionar coi buoni o d'appressarsi.

Ben v'èn tre vecchi ancora in cui rampogna

l'antica età la nova, e par lor tardo

che Dio a miglior vita li ripogna:

Currado da Palazzo e 'l buon Gherardo

e Guido da Castel, che mei si noma,

francescamente, il semplice Lombardo.

Dì oggimai che la Chiesa di Roma,

per confondere in sé due reggimenti,

cade nel fango, e sé brutta e la soma».

«O Marco mio», diss' io, «bene argomenti;

e or discerno perché dal retaggio

li figli di Levì furono essenti.

Ma qual Gherardo è quel che tu per saggio

di' ch'è rimaso de la gente spenta,

in rimprovèro del secol selvaggio?».

«O tuo parlar m'inganna, o el mi tenta»,

rispuose a me; «ché, parlandomi tosco,

par che del buon Gherardo nulla senta.

Per altro sopranome io nol conosco,

s'io nol togliessi da sua figlia Gaia.

Dio sia con voi, ché più non vegno vosco.

Vedi l'albor che per lo fummo raia

già biancheggiare, e me convien partirmi

(l'angelo è ivi) prima ch'io li paia».

Così tornò, e più non volle udirmi.

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