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sábado, 5 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, Canto XX

CANTO XX


Contra un mejor querer otro no lucha;


y contra mi placer, por complacerle,


saqué del agua la esponja aún sedienta.


Eché a andar y mi guía echó a andar por los


lugares libres, siguiendo la roca,


cual pegados de un muro a las almenas;


pues la gente que vierte gota a gota


por los ojos el mal que el mundo llena,


al borde se acercaba demasiado.


¡Maldita seas tú, oh antigua loba,


que más que el resto de las bestias matas,


a causa de tus hambres desmedidas!


¡Oh, cielo, que se cree que cuando gira


puede cambiar las leyes de aquí abajo!,


¿cuándo vendrá quien a ésta le haga huir?


A paso lento y corto caminábamos,


atento yo a las sombras, que sentía


llorar piadosamente y lamentarse


y por ventura oí. «¡Dulce María!»


clamar así en el llanto ante nosotros,


como hace una mujer que esté pariendo;


y que seguía «Fuiste tú tan pobre


cuanto se puede ver por el cobijo


donte tu santa carga depusiste.»


Oí seguidamente: «Oh buen Fabricio,


antes virtud quisiste en la pobreza,


que gran riqueza poseer vicioso.»


Estas palabras tanto me placían,


que avancé un poco más por conocer


a aquel que parecía proferirlas.


Aquel hablaba aún del generoso

trato de Nicolás con las doncellas


para guardar su juventud honesta.


«Oh espíritu que tanto bien proclamas,


dime quién fuiste dije y por qué sólo


repites estas dignas alabanzas.


No quedarán tus palabras sin premio,


si vuelvo a completar la corta senda,


de aquella vida que al término vuela.»


Y aquél: «Te lo diré, no porque espere


consuelo en ello, sino porque tanta


gracia en ti luce aun antes de estar muerto.


Yo fui raíz de aquella mala planta


que la tierra cristiana ha ensombrecido,


tal que buen fruto rara vez se coge.


Mas si Duay y Gante, Lila y Brujas


pudieran, su venganza encontrarían;


yo la suplico a aquel que todo juzga.


Hugo Capeto fui llamado abajo;


de mí nacieron Felipes y Luises


por quien Francia regida fue de nuevo.


De un carnicero de París fui hijo:


al extinguirse ya los viejos reyes,


salvo el que en paños grises envolvieron,


me encontré entre las manos con las riendas


del gobierno, y con tanto poderío


adquirido, y con tantos partidarios,


que a la corona viuda promovida


fue la cabeza de mi hijo, el cual


hizo nacer los consagrados huesos.


Mientras que la gran dote de Provenza


no quitó la vergüenza de mi estirpe,


valía poco, pero mal no hacía.


Allí empezó con fuerza y con mentira


su rapiña; mas luego, por enmienda,


Ponthieu tomó, Gascuña y Normandía.


Carlos a Italia vino y, por enmienda,


víctima hizo a Corradino; y luego


a Tomás, por enmienda, empujó al cielo.


Un tiempo veo, no muy lejos de ese,

en que saldrá de Francia aún otro Carlos,


para que sepan más de él y los suyos.


Sale sin armas, con la lanza sólo


con la que judas contendió, y la clava


en Florencia, y el vientre le desgarra.


Tierras no, mas pecados y deshonra,


para él adquirirá, tanto más graves,


cuanto más leve el daño le parezca.


A otro, que sale preso de una nave,


a su hija vender regateando


veo cual los corsarios las esclavas.


¡Oh avaricia! ¿qué más hacer puedes,


si de mi sangre así te has adueñado,


que no se cuida de su propia carne?


Por remediar lo hecho y lo futuro,


veo en Anagi entrar la flor de lis,


y en su vicario hacer cautivo a Cristo.


Le veo nuevamente escarnecido;


hiel y vinagre renovar le veo,


y entre vivos ladrones darle muerte.


Veo al nuevo Pilatos tan cruel,


que no le sacia esto, y sin decreto


lleva las velas avaras al Templo.


¿Cuándo podré alegrarme, Señor mío,


mirando la venganza que, escondida,


hace dulce el secreto de tu ira?


Lo que decía de la única esposa


del Espíritu Santo, y que te hizo


volverte a mí para que te explicara,


la letanía es de nuestras preces


mientras el día dura; y cuando marcha


es un contrario son el que entonarnos.


A Pigmalión recordarnos entonces,


a quien traidor, ladrón y parricida


hizo su desmedido afán de oro;


y del avaro Midas la miseria,


que siguió a su pedir desmesurado,


que será bueno reírla por siempre;


al loco Acán después nos referimos,


cómo robó el botín, tal que la ira


de Josué parece que aún le muerda.


A Safira acusamos y al marido;


de Eliodoro las coces alabamos;


y gira en todo el monte por su infamia.


Polinestor que mató a Polidoro;


y para terminar se grita: "Craso


di, ¿cómo sabe el oro, pues lo sabes?"


Así habla en alto el uno, en bajo el otro;


según la fuerza que nos espolea


a andar a paso lento o más ligero:


Mas proclamando la virtud diurna


no era el único; sólo que aquí cerca


la voz no levantaba ningún otro.»


Nos habíamos ya ido de su lado,


procurando avanzar en el camino


lo que nuestros recursos permitían,


cuando escuché, como si algo se hundiera,


temblar el monte, y me asaltó tal frío


como le asalta a aquel que va a la muerte.


De cierto no tembló tan fuerte Delos,


antes de que Latona hiciera el nido,


para alumbrar del cielo los dos ojos.


Luego un clamor se oyó por todas partes


tal, que el maestro se volvió hacia mí


«Mientras te guíe dijo no te asustes.»


Gloria in excelsis todos deo


decían, por lo que escuché, de cerca,


y pude comprender lo que gritaban.


Suspendidos e inmóviles estábamos,


igual que los pastores al oírlo,


hasta que terminó el temblor y el canto.


Luego seguimos nuestra santa ruta,


viendo yacer las sombras por la tierra,


vueltas de nuevo al llanto acostumbrado.


Con tanta guerra nunca la ignorancia


de conocer me hizo deseoso,


si es que no se equivoca mi memoria,


cuanta creí tener, pensando, entonces;

ni a preguntar osaba por la prisa,


ni comprendía nada por mí mismo:


y marchaba asustado y pensativo.

lunes, 31 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto XV

CANTO XV


Caminamos por uno de los bordes,


y tan denso es el humo del arroyo,


que del fuego protege agua y orillas.


Tal los flamencos entre Gante y Brujas,


temiendo el viento que en invierno sopla,


a fin de que huya el mar hacen sus diques;


y como junto al Brenta los paduanos


por defender sus villas y castillos,


antes que Chiarentana el calor sienta;


de igual manera estaban hechos éstos,


sólo que ni tan altos ni tan gruesos,


fuese el que fuese quien los construyera.


Ya estábamos tan lejos de la selva


que no podría ver dónde me hallaba,


aunque hacia atrás yo me diera la vuelta,


cuando encontramos un tropel de almas


que andaban junto al dique, y todas ellas


nos miraban cual suele por la noche


mirarse el uno al otro en luna nueva;


y para vernos fruncían las cejas


como hace el sastre viejo con la aguja.


Examinado así por tal familia,


de uno fui conocido, que agarró


mi túnica y gritó: «¡Qué maravilla!»


y yo, al verme cogido por su mano


fijé la vista en su quemado rostro,


para que, aun abrasado, no impidiera,


su reconocimiento a mi memoria;


e inclinando la mía hacia su cara


respondí: «¿Estáis aquí, señor Brunetto?»


«Hijo, no te disguste me repuso-


si Brunetto Latino deja un rato


a su grupo y contigo se detiene.»


Y yo le dije: «Os lo pido gustoso;


y si queréis que yo, con vos me pare,


lo haré si place a aquel con el que ando.»


«Hijo repuso , aquel de este rebaño


que se para, después cien años yace,


sin defenderse cuando el fuego quema.


Camina pues: yo marcharé a tu lado;


y alcanzaré más tarde a mi mesnada,


que va llorando sus eternos males.»


Yo no osaba bajarme del camino


y andar con él; mas gacha la cabeza


tenía como el hombre reverente.


Él comenzó: «¿Qué fortuna o destino

antes de postrer día aquí te trae?

¿y quién es éste que muestra el camino?»


Y yo: «Allá arriba, en la vida serena


le respondí me perdí por un valle,


antes de que mi edad fuese perfecta.


Lo dejé atrás ayer por la mañana;


éste se apareció cuando a él volvía,


y me lleva al hogar por esta ruta.»


Y él me repuso: «Si sigues tu estrella


glorioso puerto alcanzarás sin falta,


si de la vida hermosa bien me acuerdo;


y si no hubiese muerto tan temprano,


viendo que el cielo te es tan favorable,


dado te habría ayuda en la tarea.


Mas aquel pueblo ingrato y malicioso


que desciende de Fiesole de antiguo,


y aún tiene en él del monte y del peñasco,


si obras bien ha de hacerse tu contrario:


y es con razón, que entre ásperos serbales


no debe madurar el dulce higo.


Vieja fama en el mundo llama ciegos,


gente es avara, envidiosa y soberbia:


líbrate siempre tú de sus costumbres.


Tanto honor tu fortuna te reserva,


que la una parte y la otra tendrán hambre


de ti; mas lejos pon del chivo el pasto.


Las bestias fiesolanas se apacienten


de ellas mismas, y no toquen la planta,


si alguna surge aún entre su estiércol,


en que reviva la simiente santa


de los romanos que quedaron, cuando


hecho fue el nido de tan gran malicia.»


«Si pudiera cumplirse mi deseo


aún no estaríais vos le repliqué-


de la humana natura separado;


que en mi mente está fija y aún me apena,


querida y buena, la paterna imagen


vuestra, cuando en el mundo hora tras hora


me enseñabais que el hombre se hace eterno;

y cuánto os lo agradezco, mientras viva,

conviene que en mi lengua se proclame.


Lo que narráis de mi carrera escribo,


para hacerlo glosar, junto a otro texto,


si hasta ella llego, a la mujer que sabe.


Sólo quiero que os sea manifiesto


que, con estar tranquila mi conciencia,


me doy, sea cual sea, a la Fortuna.


No es nuevo a mis oídos tal augurio:


mas la Fortuna hace girar su rueda


como gusta, y el labrador su azada.»


Entonces mi maestro la mejilla


derecha volvió atrás, y me miró;


dijo después: «Bien oye el precavido.»


Pero yo no dejé de hablar por eso


con ser Brunetto, y pregunto quién son


sus compañeros de más alta fama.


Y él me dijo: «Saber de alguno es bueno;


de los demás será mejor que calle,


que a tantos como son el tiempo es corto.


Sabe, en suma, que todos fueron clérigos


y literatos grandes y famosos,


al mundo sucios de un igual pecado.


Prisciano va con esa turba mísera,


y Francesco D'Accorso; y ver con éste,


si de tal tiña tuvieses deseo,


podrás a quien el Siervo de los Siervos


hizo mudar del Arno al Bachiglión,


donde dejó los nervios mal usados.


De otros diría, mas charla y camino


no pueden alargarse, pues ya veo


surgir del arenal un nuevo humo.


Gente viene con la que estar no debo:


mi “Tesoro” te dejo encomendado,


en el que vivo aún, y más no digo.»


Luego se fue, y parecía de aquellos


que el verde lienzo corren en Verona


por el campo; y entre éstos parecía


de los que ganan, no de los que pierden.


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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...