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martes, 1 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, canto IV

CANTO IV


Cuando algún sufrimiento o alegría


de alguna facultad nuestra se adueña,


toda en ella se centra nuestra alma,


y no atiende a ninguna otra potencia

y es esto contra aquel error que opina

que un alma sobre otra alma arda en nosotros. 

Por eso, cuando se oye o se ve algo


que atraiga al alma fuertemente a ello,


el tiempo pasa y nada el hombre advierte;


porque es una potencia la que escucha,


y otra la que retiene al alma entera:


una está casi presa, y la otra libre.


Puede experimentar de veras esto,


escuchando a aquel alma y admirando;


pues bien cincuenta grados ya subido


había el sol, sin darme cuenta, cuando


llegamos donde, a una, aquellas almas


gritaron: «Aquí está lo que buscáis.»


Mayor portillo muchas veces cierra


con un manojo apenas de zarzales


el campesino al madurar la uva,


de lo que era la senda que subimos,


yo detrás de mi guía, los dos solos


al partir de nosotros aquel grupo.


Se va a Sanleo, a Noli se desciende,


se sube a Bismantova hasta la cumbre


a pie, pero volar aquí es preciso;


digo con leves alas y con plumas


del deseo, detrás de aquel llevado,


que me daba esperanza y me alumbraba.


Por un girón subimos de la roca,


cuyas paredes casi se juntaban,


y el suelo nos pedía pies y manos.


Cuando ya al borde superior llegamos


de la alta base, a un sitio descubierto


«Maestro dije ¿qué camino haremos?»


Y él me dijo: «No tuerzas ningún paso;


únicamente sígueme hacia el monte,


hasta que llegue alguna escolta sabia.»


La cima, de tan alta, era invisible


y aún más pina la cuesta que la raya


que une el medio cuadrante con el centro.


Estaba muy cansado y exclamé:


«Oh dulce padre, vuélvete y advierte


que solo quedaré, si no te paras.»


«Hijo me contestó sube hasta allí»,


un repliegue más alto señalando


que por allí giraba todo el monte.


Tanto me espolearon sus palabras,


que me esforcé trepando tras de él


hasta que puse pies en la cornisa.


Nos sentamos los dos vueltos a oriente,


donde estaba el camino que subimos,


que siempre de mirar es agradable.


La vista dirigí primero abajo;


luego arriba, hacia el sol, y me admiraba


que nos hería por el lado izquierdo.


Bien comprendió el poeta que yo estaba


por el carro solar estupefacto,


que entre nosotros y Aquilón nacía.


Por lo cual me explicó: «Si los Gemelos


fuesen en compañía de ese espejo


que lleva la luz arriba y abajo,


verías al Zodiaco enrojecido


girar aún más cercano de las Osas,

si no saliera del camino usado.


Cómo pueda ocurrir, pensarlo puedes


si atentamente observas que Sión


en la tierra se opone a esta montaña;


un horizonte mismo tienen ambas


y hemisferios diversos; y el camino


que mal supiera recorrer Faetonte,


podrás ver cómo en ésta va por uno,


y por aquella por el otro lado,


si lo ves claro con la inteligencia.»


«Cierto maestro dije que hasta ahora


no i claro, como lo discierno,


allí donde mi ingenio me faltaba,


que la mitad del cielo que alto gira,


que se llama Ecuador en algún arte,


y entre sol y entre invierno se halla siempre,


por la causa que dices, dista tanto


respecto al Septentrión, cuanto en Judea


lo contemplaban en la parte cálida.


Mas sabría gustoso, si quisieras,


cuánto habremos de andar; pues sube el monte

más de lo que subir pueden mis ojos.»


Y él me dijo: «Este monte es de tal modo,


que siempre pesa al comenzar abajo;


y cuando más se sube, menos daña.


Y así cuando le sientas tan suave,


que te haga caminar ya tan ligero


como nave que empuja la corriente,


habrás llegado al fin de este sendero:


reposar allí espera tu fatiga.


Más no respondo, y esto lo sé cierto.»


Y después de decir estas palabras,


oímos una voz cercana: «¡Acaso


necesites sentarte mucho antes!»


Los dos al escucharle nos volvimos,


y vimos a la izquierda un gran peñasco,


que antes ninguno habíamos notado.


Allí fuimos; y había allí personas


que estaban a la sombra de la piedra

como se pone el hombre por vagancia.


Y uno, que fatigado parecía,


se sentaba abrazando sus rodillas,


con el rostro inclinado puesto entre ellas.


«Oh mi dulce señor dije contempla


al que más negligente no verías


si la pereza fuese hermana suya.»


Entonces se volvió, mirando atento,


levantando su rostro de los muslos:


«¡Sube tú, puesto que eres tan valiente!»


Supe quién era entonces, y el cansancio


que aún el aliento un poco me cortaba,


no me impidió acercarme a él; y cuando


estuve al lado, alzó la vista apenas


diciendo: « ¿Has entendido cómo el sol


lleva su carro por el hombro izquierdo?»


Sus gestos perezosos y sus breves


palabras me causaron leve risa;


Después: «Belacqua dije no me duelo


ya de ti; pero di, ¿por qué te sientas


aquí precisamente? ¿escolta esperas,


o la antigua costumbre te domina?»


Y él: «De qué sirve, hermano, el ir a arriba,


pues no me dejaría ir al castigo


el ángel del Señor que está en la puerta.


Es necesario que antes gire el cielo


sobre mí tantas veces, cuanto en vida,


pues que dejé para el final el llanto;


si es que antes no me ayuda la oración


de un corazón surgida que esté en gracia:


porque la otra en el cielo no se escucha.»


Y ya delante de mí iba el poeta,


diciendo: «Vamos ven, mira que toca


el sol el meridiano, y en la orilla


cubre el pie de la noche ya Marruecos

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...