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domingo, 30 de agosto de 2020

La Divina Comedia, castellano, Canto II

CANTO II


El día se marchaba, el aire oscuro


a los seres que habitan en la tierra


quitaba sus fatigas; y yo sólo


me disponía a sostener la guerra,


contra el camino y contra el sufrimiento


que sin errar evocará mi mente.


¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme!


¡Memoria que escribiste lo que vi,


aquí se advertirá tu gran nobleza!


Yo comencé: «Poeta que me guías,


mira si mi virtud es suficiente


antes de comenzar tan ardua empresa.


Tú nos contaste que el padre de Silvio,


sin estar aún corrupto, al inmortal


reino llegó, y lo hizo en cuerpo y alma.


Pero si el adversario del pecado


le hizo el favor, pensando el gran efecto


que de aquello saldría, el qué y el cuál,


no le parece indigno al hombre sabio;


pues fue de la alma Roma y de su imperio


escogido por padre en el Empíreo.


La cual y el cual, a decir la verdad,


como el lugar sagrado fue elegida,


que habita el sucesor del mayor Pedro.


En el viaje por el cual le alabas


escuchó cosas que fueron motivo


de su triunfo y del manto de los papas.


Alli fue luego el Vaso de Elección,


para llevar conforto a aquella fe


que de la salvación es el principio.


Mas yo, ¿por qué he de ir? ¿quién me lo otorga?


Yo no soy Pablo ni tampoco Eneas:

y ni yo ni los otros me creen digno.


Pues temo, si me entrego a ese viaje,

que ese camino sea una locura;

eres sabio; ya entiendes lo que callo.»


Y cual quien ya no quiere lo que quiso


cambiando el parecer por otro nuevo,


y deja a un lado aquello que ha empezado,


así hice yo en aquella cuesta oscura:


porque, al pensarlo, abandoné la empresa


que tan aprisa había comenzado.


«Si he comprendido bien lo que me has dicho


respondió del magnánimo la sombra


la cobardía te ha atacado el alma;


la cual estorba al hombre muchas veces,


y de empresas honradas le desvía,


cual reses que ven cosas en la sombra.


A fin de que te libres de este miedo,


te diré por qué vine y qué entendí


desde el punto en que lástima te tuve.


Me hallaba entre las almas suspendidas


y me llamó una dama santa y bella,


de forma que a sus órdenes me puse.


Brillaban sus pupilas más que estrellas;


y a hablarme comenzó, clara y suave,


angélica voz, en este modo:


“Alma cortés de Mantua, de la cual


aún en el mundo dura la memoria,


y ha de durar a lo largo del tiempo:


mi amigo, pero no de la ventura,


tal obstáculo encuentra en su camino


por la montaña, que asustado vuelve:


y temo que se encuentre tan perdido


que tarde me haya dispuesto al socorro,


según lo que escuché de él en el cielo.


Ve pues, y con palabras elocuentes,


y cuanto en su remedio necesite,


ayúdale, y consuélame con ello.


Yo, Beatriz, soy quien te hace caminar;


vengo del sitio al que volver deseo;


amor me mueve, amor me lleva a hablarte.


Cuando vuelva a presencia de mi Dueño


le hablaré bien de ti frecuentemente.”


Entonces se calló y yo le repuse:


“Oh dama de virtud por quien supera


tan sólo el hombre cuanto se contiene


con bajo el cielo de esfera más pequeña,


de tal modo me agrada lo que mandas,


que obedecer, si fuera ya, es ya tarde;


no tienes más que abrirme tu deseo.


Mas dime la razón que no te impide


descender aquí abajo y a este centro,


desde el lugar al que volver ansías.”


“ Lo que quieres saber tan por entero,

te diré brevemente me repuso

por qué razón no temo haber bajado.


Temer se debe sólo a aquellas cosas


que pueden causar algún tipo de daño;


mas a las otras no, pues mal no hacen.


Dios con su gracia me ha hecho de tal modo


que la miseria vuestra no me toca,


ni llama de este incendio me consume.


Una dama gentil hay en el cielo


que compadece a aquel a quien te envío,


mitigando allí arriba el duro juicio.


Ésta llamó a Lucía a su presencia;


y dijo: «necesita tu devoto


ahora de ti, y yo a ti te lo encomiendo».


Lucía, que aborrece el sufrimiento,


se alzó y vino hasta el sitio en que yo estaba, 

sentada al par de la antigua Raquel.


Dijo: “Beatriz, de Dios vera alabanza,


cómo no ayudas a quien te amó tanto,


y por ti se apartó de los vulgares?


¿Es que no escuchas su llanto doliente?


¿no ves la muerte que ahora le amenaza


en el torrente al que el mar no supera?”


No hubo en el mundo nadie tan ligero,


buscando el bien o huyendo del peligro,


como yo al escuchar esas palabras.


“Acá bajé desde mi dulce escaño,

confiando en tu discurso virtuoso

que te honra a ti y aquellos que lo oyeron.”


Después de que dijera estas palabras


volvió llorando los lucientes ojos,


haciéndome venir aún más aprisa;


y vine a ti como ella lo quería;


te aparté de delante de la fiera,


que alcanzar te impedía el monte bello.


¿Qué pasa pues?, ¿por qué, por qué vacilas?


¿por qué tal cobardía hay en tu pecho?


¿por qué no tienes audacia ni arrojo?


Si en la corte del cielo te apadrinan


tres mujeres tan bienaventuradas,


y mis palabras tanto bien prometen.»


Cual florecillas, que el nocturno hielo


abate y cierra, luego se levantan,


y se abren cuando el sol las ilumina,


así hice yo con mi valor cansado;


y tanto se encendió mi corazón,


que comencé como alguien valeroso:


«!Ah, cuán piadosa aquella que me ayuda!


y tú, cortés, que pronto obedeciste


a quien dijo palabras verdaderas.


El corazón me has puesto tan ansioso


de echar a andar con eso que me has dicho


que he vuelto ya al propósito primero.


Vamos, que mi deseo es como el tuyo.


Sé mi guía, mi jefe, y mi maestro.»


Asi le dije, y luego que echó a andar,


entré por el camino arduo y silvestre.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...