lunes, 28 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto XIV

CANTO XIV


Del centro al borde, y desde el borde al centro


se mueve el agua en un redondo vaso,


según se le golpea dentro o fuera:


de igual manera sucedió en mi mente


esto que digo, al callarse de pronto


el alma gloriosa de Tomás,


por la gran semejanza que nacía


de sus palabras con las de Beatriz,


a quien hablar, después de aquél, le plugo:


«Le es necesario a éste, y no lo dice,


ni con la voz ni aun con el pensamiento,


indagar la raíz de otra certeza.


Decidle si la luz con que se adorna


vuestra sustancia, durará en vosotros


igual que ahora se halla, eternamente;


y si es así, decidle cómo, luego


de que seáis de nuevo hechos visibles,


podréis estar sin que la vista os dañe.»


Cual, por más grande júbilo empujados,


a veces los que danzan en la rueda


alzan la voz con gestos de alegría,


de igual manera, a aquel devoto ruego


las santas ruedas mostraron más gozo


en sus giros y notas admirables.


Quien se lamenta de que aquí se muera


para vivir arriba, es que no ha visto


el refrigerio de la eterna lluvia.


Que al uno y dos y tres que siempre vive


y reina siempre en tres y en dos y en uno,


nunca abarcado y abarcando todo,


tres veces le cantaba cada una

de esas almas con una melodía,


justo precio de mérito cualquiera.


Y escuché dentro de la luz más santa


del menor círculo una voz modesta,


quizá cual la del Ángel a María,


responder: «Cuanto más dure la dicha


del paraíso, tanto nuestro amor


ha de esplender en tomo a estos vestidos.


De nuestro ardor la claridad procede;


por la visión ardemos, y esa es tanta,


cuanta gracia a su mérito se otorga.


Cuando la carne gloriosa y santa


vuelva a vestirnos, estando completas


nuestras personas, aún serán más gratas;


pues se acrecentará lo que nos dona


de luz gratuitamente el bien supremo,


y es una luz que verlo nos permite;


por lo que la visión más se acrecienta,


crece el ardor que en ella se ha encendido,


y crece el rayo que procede de éste.


Pero como el carbón que da una llama,


y sobrepasa a aquella por su brillo,


de forma que es visible su apariencia;


así este resplandor que nos circunda


vencerá la apariencia de la carne


que aún está recubierta por la tierra;


y no podrá cegarnos luz tan grande:


porque ha de resistir nuestro organismo


a todo aquello que cause deleite.»


Tan acordes y prontos parecieron


diciendo «Amén» el uno y otro coro,


cual si sus cuerpos muertos añoraran:


y no sólo por ellos, por sus madres,


por sus padres y seres más queridos,


y que fuesen también eternas llamas.


De claridad pareja entorno entonces,


nació un fulgor encima del que estaba,


igual que un horizonte se ilumina.


Y como a la caída de la noche

nuevos fulgores surgen en el cielo,


ciertos e inciertos ante nuestra vista,


me pareció que en círculo dispuestas


unas nuevas sustancias contemplaba


por fuera de las dos circunferencias.


¡Oh resplandor veraz del Santo Espíritu!


¡qué incandescente apareció de pronto


a mis ojos que no lo soportaron!


Mas Beatriz tan sonriente y bella


se me mostró, que entre aquellas visiones


que no recuerdo tengo que dejarla.


Recobraron mis ojos la potencia


de levantarse; y nos vi trasladados


solos mi dama y yo a gloria más alta.


Bien advertí que estaba más arriba,


por el ígneo esplendor de aquella estrella,


mucho más rojo de lo acostumbrado.


De todo corazón, con la palabra


común, hícele a Dios un holocausto,


como a la nueva gracia convenía.


Y apagado en mi pecho aún no se hallaba


del sacrificio el fuego, cuando supe


que era mi ofrenda fausta y recibida;


que con tan grande brillo y tanto fuego


un resplandor salía de sus rayos


que dije: «¡Oh Helios, cómo los adornas!»


Cual con mayores y menores luces


blanquea la Galaxia entre los polos


del mundo, y a los sabios pone en duda;


así formados hacían los rayos


en el profundo Marte el santo signo


que del círculo forman los cuadrantes.


Aquí vence al ingenio la memoria;


que aquella Cruz resplandecía a Cristo,


y no encuentro un ejemplo digno de ello;


mas quien toma su cruz y a Cristo sigue,


podrá excusarme de eso que no cuento


viendo en aquel albor radiar a Cristo.


De un lado al otro y desde arriba a abajo

se movían las luces y brillaban


aún más al encontrarse y separarse:


así aquí vemos, rectos o torcidos,


lentos o raudos renovar su aspecto


los corpusculos, cortos y más largos,


moviéndose en el rayo que atraviesa


la sombra a veces que, por protegerse,


dispone el hombre con ingenio y arte.


Y cual arpa y laúd, con tantas cuerdas


afinadas, resuenan dulcemente


aun para quien las notas no distingue,


tal de las luzes que allí aparecieron

a aquella cruz un canto se adhería,

que arrebatóme, aun no entendiendo el himno. 


Bien me di cuenta que era de altas loas,


pues llegaba hasta mi «Resurgi» y «Vinci»

como a aquel que no entiende, pero escucha. 


Y me sentía tan enamorado,


que hasta ese entonces no hubo cosa alguna


que me atrapase en tan dulces cadenas.


Tal vez son muy atrevidas mis palabras,


al posponer el gozo de los ojos,


que si los miro, cesan mis deseos;


mas el que sepa que los cielos vivos


más altos más acrecen la belleza,


y que yo aún no me había vuelto a aquellos,


podrá excusarme de lo que me acuso


por excusarme, y saber que no miento:


que aquí el santo placer no está excluido,


pues más sincero se hace mientra sube.

Castellano, paraíso, canto XIII

CANTO XIII


Imagine quien quiera comprender


lo que yo vi y que la imagen retenga


mientras lo digo, como firme roca


quince estrellas que en zonas diferentes


el cielo encienden con tanta viveza


que cualquier densidad del aire vencen;


imagine aquel carro a quien el seno


basta de nuestro cielo noche y día


y al dar vuelta el timón no se nos marcha;


imagine la boca de aquel cuerno


que al extremo del eje se origina,


al que da vueltas la primera esfera,


haciéndose dos signos en el cielo,


como hiciera la hija del rey Minos


sintiendo el frío hielo de la muerte;


y uno poner sus rayos en el otro,


y dar vueltas los dos de tal manera


que uno fuera detrás y otro delante;


y tendrá casi sombra de la cierta


constelación y de la doble danza


que giraba en el punto en que me hallaba:


pues tan distante está de nuestros usos,


cuanto está del fluir del río Chiana


del cielo más veloz el movimiento.


Allí cantaron no a Pean ni a Baco,


a tres personas de naturaleza


divina, y una de ellas con la Humana.


Las vueltas y el cantar se terminaron;


y atentas nos miraron esas luces,


alegres de pasar a otro cuidado.


Rompió el silencio de concordes númenes


luego la luz que la admirable vida


del pobrecillo del Señor narrara,


dijo: «Cuando trillada está una paja,


cuando su grano ha sido ya guardado,


a trillar otra un dulce amor me invita.


Crees que en el pecho del que la costilla


se sacó para hacer la hermosa boca


y un paladar al mundo tan costoso,


y en aquel que, pasado por la lanza


antes y luego tanto satisfizo,


que venció la balanza de la culpa,


cuanto al género humano se permite


tener de luz, del todo fue infundido


por el Poder que hiciera a uno y a otro;


por eso miras a lo que antes dije,


cuando conté que no tuvo segundo


quien en la quinta luz está escondido.


Abre los ojos a lo que respondo,


y verás lo que crees y lo que digo


como el centro y el círculo en lo cierto.


Lo que no muere y lo que morirá


no es más que un resplandor de aquella idea


que hace nacer, amando, nuestro Sir;


que aquella viva luz que se desprende


del astro del que no se desaúna,


ni del amor que tres hace con ellos,


por su bondad su iluminar transmite,


como un espejo, a nueve subcriaturas,


conservándose en uno eternamente.


De aquí desciende a la última potencia


bajando de acto en acto, hasta tal punto,


que no hace más que contingencias breves;


y entiendo que son estas contingencias


las cosas engendradas, que produce


con simiente o sin ella el cielo móvil.


No es siempre igual la cera y quien la imprime;

y por ello allá abajo más o menos

se traslucen los signos ideales.


Por lo que ocurre que de un mismo árbol,


salgan frutos mejores o peores;


y nacéis con distinta inteligencia.


si perfecta la cera se encontrase,


e igual el cielo en su virtud suprema,


la luz del sello toda brillaría;


mas la natura siempre es imperfecta,

obrando de igual modo que el artista

que sabe el arte mas su mano tiembla.


Y si el ardiente amor la clara vista


del supremo poder dispone y sella,


toda la perfección aquí se adquiere.


Tal fue creada ya la tierra digna


de toda perfección animalesca;


y la Virgen preñada de este modo;


de tal forma yo apruebo lo que opinas,


pues la humana natura nunca fue


ni será como en esas dos personas.


Ahora si no siguiese mis razones,


"¿pues cómo aquél no tuvo par alguno?"


me dirían entonces tus palabras.


Mas porque veas claro lo confuso,


piensa quién era y la razón que tuvo,


al pedir cuando "pide" le dijeron.


No te he hablado de forma que aún ignores


que rey fue, y que pidió sabiduría


a fin de ser un rey capacitado;


no por saber el número en que fuesen


arriba los motores, si necesse


con contingentes hacen un necesse;


no si est dare primum motum esse,


o si de un semicírculo se hacen


triángulos que un recto no tuviesen.


Y así, si lo que dije y esto adviertes,


es real prudencia aquel saber sin par


donde la flecha de mi hablar clavaba;


y si al "surgió" la vista clara tiendes,


la verás sólo a reyes referida,


que muchos hay, y pocos son los buenos.


Con esta distinción oye mis dichos;


y así casan con eso que supones


de nuestro Gozo y del padre primero.


Plomo a tus pies te sea este consejo,


para que andes despacio, como el hombre


cansado, al sí y al no de lo que ignoras:


pues es de los idiotas el más torpe,

el que sin distinguir niega o afirma

en el uno o el otro de los casos;


puesto que encuentra que ocurre a menudo


que sea falsa la opinión ligera,


y la pasión ofusca el intelecto.


Más que en vano se aparta de la orilla,


porque no vuelve como se ha marchado,


el que sin redes la verdad buscase.


Y de esto son al mundo claras muestras


Parménides, Meliso, Briso, y muchos,


que caminaban sin saber adónde;


Y Arrio y Sabelio y todos esos necios,


que deforman, igual que las espadas,


la recta imagen de las Escrituras.


No se aventure el hombre demasiado


en juzgar, como aquel que aprecia el trigo


sembrado antes de que haya madurado;


que las zarzas he visto en el invierno


cuán ásperas, cuán rígidas mostrarse;


y engalanarse luego con las rosas;


y vi derecha ya y veloz la nave


correr el mar en todo su camino,


y perecer cuando llegaba a puerto.


No crean seor Martino y Doña Berta,


viendo robar a uno y dar a otro,


verlos igual en el juicio divino;


que uno puede caer y otro subir

Castellano, paraíso, canto XII

CANTO XII


Tan pronto como la última palabra


la bienaventurada llama dijo,


a girar comenzó la santa rueda;


y aún su vuelta no había completado,


cuando otra rueda giró en su redor,


uniendo canto a canto y giro a giro;


canto que tanto vence a nuestras musas


y sirenas en esas dulces trompas,


como la luz primera a sus reflejos.


Como se ven tras la nube ligera


dos arcos paralelos y de un mismo


color, cuando a su sierva envía Juno,


que aquel de fuera nace del de dentro,


al modo del hablar de aquella hermosa


que agostó Amor cual sol a los vapores,


haciendo que la gente esté segura,


por el pacto que Dios hizo a Noé,


que al mundo nunca más anegaría:


así de aquellas rosas sempiternas


las dos guirnaldas cerca de nosotros


giraba, respondiendo una a la otra.


Cuando la danza y otro gran festejo


del cántico y del mutuo centelleo,


luz con luz jubilosa y reposada,


a un mismo tiempo y voluntad cesaron,


como los ojos se abren y se cierran


juntamente al placer que les conmueve;


del corazón de una de aquellas luces


se alzó una voz, que como aguja al polo


me hizo volverme al sitio en que se hallaba;


y comenzó: «El amor que me hace bella

me obliga a que del otro jefe trate

por quien del mío aquí tan bien se ha hablado. 


Justo es que, donde esté el uno, esté el otro: 


y así pues como a una combatieron,


así luzca su gloria juntamente.


La milicia de Cristo, que tan caro


costó rearmar, detrás de sus banderas


marchaba escasa, lenta y recelosa,


cuando el Emperador que siempre reina


ayudó a su legión en el peligro,


por gracia sólo, no por merecerlo.


Y, ya se ha dicho, socorrió a su esposa


con dos caudillos, a cuyas palabras


y obras reunióse el pueblo descarriado.


Allí donde se alza y donde abre


Céfiro dulce los follajes nuevos,


de los que luego Europa se reviste,


no lejos del batir del oleaje


tras el cual, por su larga caminata,


el sol se oculta a todos ciertos días,


está la afortunada Caleruega


bajo la protección del gran escudo


del león subyugado que subyuga:


allí nació el amante infatigable


de la cristiana fe, el atleta santo


fiero al contrario y bueno con los suyos;


y en cuanto fue creada, fue repleta


tanto su mente de activa virtud


que, aún en la madre, la hizo profetisa.


Al celebrarse ya en la santa fuente


los esponsales entre él y la Fe,


la mutua salvación dándose en dote,


la mujer que por él dio asentimiento,


vio en un sueño ese fruto prodigioso


que saldría de aquél y su progenie;


y porque fuese cual era, aun de nombre,


un espíritu vino a señalarlo


del posesivo de quien era entero.


Fue llamado Domingo; y hablo de él


como del labrador que eligió Cristo


para que le ayudase con su huerto.


Bien se mostró de Cristo mensajero;


pues el primer amor del que dio prueba


fue al consejo primero que dio Cristo.


Muchas veces despierto y en silencio


lo encontró su nodriza echado en tierra


cual diciendo: «He venido para esto.»


¡Oh en verdad padre suyo venturoso!


¡Oh madre suya Juana verdadera,


si se interpreta tal como se dice!


No por el mundo, por el cual se afanan


hoy detrás del Ostiense y de Tadeo,


mas por amor del maná sin mentira,


en poco tiempo gran doctor se hizo;


por vigilar la viña, que marchita


pronto, si el viñador es perezoso.


Y a la sede que fue más bienhechora


antes de los humildes, no por ella,


por aquel que la ocupa y la mancilla,


no dispensas de dos o tres por seis,


no el primer cargo que libre quedara,


no decimas, quae sunt pauperum Dei,


sino pidió contra la gente errada


licencia de luchar por la semilla


donde estas veinticuatro plantas brotan.


Después, con voluntad y con doctrina,


emprendió su apostólica tarea


cual torrente que baja de alta cumbre;


y en el retoño herético su fuerza


golpeó, con más saña en aquel sitio


donde la resistencia era más dura.


De él se hicieron después diversos ríos


donde el huerto católico se riega,


y más vivos se encuentran sus arbustos.


Si fue tal una rueda de la biga

con que se defendió la Santa Iglesia


y su guerra civil venció en el campo.


bien debería serte manifiesta


la excelencia de la otra, que Tomás


antes de venir yo te alabó tanto.


Mas la órbita trazada por la parte


superior de su rueda, está olvidada;


y ahora es vinagre lo que era antes vino.


Su familia que recta caminaba


tras de sus huellas, ha cambiado tanto,


que el de delante al de detrás empuja;


y pronto podrá verse la cosecha


de tan mal fruto, cuando la cizaña


lamente que le cierren el granero


Bien sé que quien leyese hoja por hoja


nuestro Ebro, un pasaje aún hallaría


donde leyese: "Soy el que fui siempre."


Pero no de Casal ni de Acquasparta,


de donde tales vienen a la regla,


que uno la huye y otro la endurece.


Yo soy el alma de Buenaventura


de Bagnoregio, que en los altos cargos


los errados afanes puse aparte.


Aquí están Agustín e Iluminado,


los primeros descalzos pobrecillos


con el cordón amigos del Señor.


Está con ellos Hugo de San Víctor,


y Pedro Mangiadore y Pedro Hispano,


que con sus doce libros resplandece;


el profeta Natán, y el arzobispo


Crisóstomo y Anselmo, y el Donato


que puso mano en el arte primera.


Está Rabano aquí, y luce a mi lado


el abad de Calabria Joaquín


dotado del espíritu profético.


A celebrar a paladín tan grande


me movió la inflamada cortesía


de fray Tomás y su agudo discurso;


y conmigo movió a quien me acompaña.»

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