lunes, 28 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto XII

CANTO XII


Tan pronto como la última palabra


la bienaventurada llama dijo,


a girar comenzó la santa rueda;


y aún su vuelta no había completado,


cuando otra rueda giró en su redor,


uniendo canto a canto y giro a giro;


canto que tanto vence a nuestras musas


y sirenas en esas dulces trompas,


como la luz primera a sus reflejos.


Como se ven tras la nube ligera


dos arcos paralelos y de un mismo


color, cuando a su sierva envía Juno,


que aquel de fuera nace del de dentro,


al modo del hablar de aquella hermosa


que agostó Amor cual sol a los vapores,


haciendo que la gente esté segura,


por el pacto que Dios hizo a Noé,


que al mundo nunca más anegaría:


así de aquellas rosas sempiternas


las dos guirnaldas cerca de nosotros


giraba, respondiendo una a la otra.


Cuando la danza y otro gran festejo


del cántico y del mutuo centelleo,


luz con luz jubilosa y reposada,


a un mismo tiempo y voluntad cesaron,


como los ojos se abren y se cierran


juntamente al placer que les conmueve;


del corazón de una de aquellas luces


se alzó una voz, que como aguja al polo


me hizo volverme al sitio en que se hallaba;


y comenzó: «El amor que me hace bella

me obliga a que del otro jefe trate

por quien del mío aquí tan bien se ha hablado. 


Justo es que, donde esté el uno, esté el otro: 


y así pues como a una combatieron,


así luzca su gloria juntamente.


La milicia de Cristo, que tan caro


costó rearmar, detrás de sus banderas


marchaba escasa, lenta y recelosa,


cuando el Emperador que siempre reina


ayudó a su legión en el peligro,


por gracia sólo, no por merecerlo.


Y, ya se ha dicho, socorrió a su esposa


con dos caudillos, a cuyas palabras


y obras reunióse el pueblo descarriado.


Allí donde se alza y donde abre


Céfiro dulce los follajes nuevos,


de los que luego Europa se reviste,


no lejos del batir del oleaje


tras el cual, por su larga caminata,


el sol se oculta a todos ciertos días,


está la afortunada Caleruega


bajo la protección del gran escudo


del león subyugado que subyuga:


allí nació el amante infatigable


de la cristiana fe, el atleta santo


fiero al contrario y bueno con los suyos;


y en cuanto fue creada, fue repleta


tanto su mente de activa virtud


que, aún en la madre, la hizo profetisa.


Al celebrarse ya en la santa fuente


los esponsales entre él y la Fe,


la mutua salvación dándose en dote,


la mujer que por él dio asentimiento,


vio en un sueño ese fruto prodigioso


que saldría de aquél y su progenie;


y porque fuese cual era, aun de nombre,


un espíritu vino a señalarlo


del posesivo de quien era entero.


Fue llamado Domingo; y hablo de él


como del labrador que eligió Cristo


para que le ayudase con su huerto.


Bien se mostró de Cristo mensajero;


pues el primer amor del que dio prueba


fue al consejo primero que dio Cristo.


Muchas veces despierto y en silencio


lo encontró su nodriza echado en tierra


cual diciendo: «He venido para esto.»


¡Oh en verdad padre suyo venturoso!


¡Oh madre suya Juana verdadera,


si se interpreta tal como se dice!


No por el mundo, por el cual se afanan


hoy detrás del Ostiense y de Tadeo,


mas por amor del maná sin mentira,


en poco tiempo gran doctor se hizo;


por vigilar la viña, que marchita


pronto, si el viñador es perezoso.


Y a la sede que fue más bienhechora


antes de los humildes, no por ella,


por aquel que la ocupa y la mancilla,


no dispensas de dos o tres por seis,


no el primer cargo que libre quedara,


no decimas, quae sunt pauperum Dei,


sino pidió contra la gente errada


licencia de luchar por la semilla


donde estas veinticuatro plantas brotan.


Después, con voluntad y con doctrina,


emprendió su apostólica tarea


cual torrente que baja de alta cumbre;


y en el retoño herético su fuerza


golpeó, con más saña en aquel sitio


donde la resistencia era más dura.


De él se hicieron después diversos ríos


donde el huerto católico se riega,


y más vivos se encuentran sus arbustos.


Si fue tal una rueda de la biga

con que se defendió la Santa Iglesia


y su guerra civil venció en el campo.


bien debería serte manifiesta


la excelencia de la otra, que Tomás


antes de venir yo te alabó tanto.


Mas la órbita trazada por la parte


superior de su rueda, está olvidada;


y ahora es vinagre lo que era antes vino.


Su familia que recta caminaba


tras de sus huellas, ha cambiado tanto,


que el de delante al de detrás empuja;


y pronto podrá verse la cosecha


de tan mal fruto, cuando la cizaña


lamente que le cierren el granero


Bien sé que quien leyese hoja por hoja


nuestro Ebro, un pasaje aún hallaría


donde leyese: "Soy el que fui siempre."


Pero no de Casal ni de Acquasparta,


de donde tales vienen a la regla,


que uno la huye y otro la endurece.


Yo soy el alma de Buenaventura


de Bagnoregio, que en los altos cargos


los errados afanes puse aparte.


Aquí están Agustín e Iluminado,


los primeros descalzos pobrecillos


con el cordón amigos del Señor.


Está con ellos Hugo de San Víctor,


y Pedro Mangiadore y Pedro Hispano,


que con sus doce libros resplandece;


el profeta Natán, y el arzobispo


Crisóstomo y Anselmo, y el Donato


que puso mano en el arte primera.


Está Rabano aquí, y luce a mi lado


el abad de Calabria Joaquín


dotado del espíritu profético.


A celebrar a paladín tan grande


me movió la inflamada cortesía


de fray Tomás y su agudo discurso;


y conmigo movió a quien me acompaña.»

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