martes, 29 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, Canto XVIII

CANTO XVIII


Se recreaba ya en sus reflexiones


aquel beato espejo, y yo en las mías,


temperando lo amargo con lo dulce;


y la mujer que a Dios me conducía


dijo: «Cambia de idea; porque estoy


cerca de aquel que lo injusto repara.»


Yo entonces me volví al son amoroso

de mi consuelo; y no he de referiros


el mucho amor que vi en sus santos ojos:


no sólo es que no fíe en mis palabras,


sino que la memoria no repite,


sin una gracia, lo que la supera.


Sólo puedo decir de aquel instante,


que, volviendo a mirarla, estuvo libre


mi afecto de cualquier otro deseo,


mientras el gozo eterno, que directo


irradiaba en Beatriz, desde sus ojos


con su segundo aspecto me alegraba.


Vencido con la luz de su sonrisa,


ella me dijo: «Vuélvete y escucha;


no está en mis ojos sólo el Paraíso.»


Como se ve en la tierra algunas veces


el afecto en la vista, si es tan grande,


que por él todo el alma es poseída,


así en el flamear del fulgor santo


al que yo me volví, supe el deseo


que tenía aún de hablarme un poco más,


y él comenzó: «En este quinto grado


del árbol de la cima, que da fruta


siempre y que nunca pierde su follaje,


hay almas santas, que en la tierra, antes


que vinieran al cielo, tan famosas


fueron que harían rica a cualquier musa.


Contempla pues los brazos de la cruz:


los que te nombraré aparecerán


como el rayo veloz hace en la nube.»


Por la cruz vi un fulgor que se movía


al nombre de Josué, nada más dicho;


no sé si fue primero el ver que el nombre.


Y al nombre de aquel grande Macabeo


vi que otro se movía dando vueltas,


y era cuerda del trompo la alegría.


Así con Carlo Magno y con Oriando


siguió dos luces mi mirar atento


como a su halcón volando sigue el ojo.


Después vi a Rinoardo y a Guillermo


y al duque Godofredo con la vista


por esa cruz, y a Roberto Guiscardo.


Yendo a mezclarse luego con los otros,


me mostró el alma que me había hablado


qué clase de cantor era en el cielo.


Me volví entonces hacia la derecha


para ver si Beatriz, o por su gesto


o sus palabras, mi deber mostraba.


Y contemplé sus luces tan serenas,


tan gozosas, que a los demás vencía


su semblante y al último que tuvo.


Y como por sentir mayor deleite


obrando bien, el hombre día a día


se da cuenta que aumenta su virtud,


así yo me di cuenta que girando


junto al cielo mi círculo crecía,


viendo aún más luminoso aquel milagro.


Y como se transmuta en poco rato


en blanca la mujer, cuando su rostro


de la vergüenza el peso se descarga,


tal fue en mis ojos, cuando me volví,


por su blancura la templada estrella


sexta, que en ella habíame acogido.


Yo vi en aquella jovial antorcha


el destellar del amor que allí estaba


signando el alfabeto ante nosotros.


Y cual aves que se alzan de la orilla,


casi alabando ya el haber comido,


hacen bandadas largas o redondas,


así en las luces las santas criaturas


al revolotear iban cantando,


haciéndose una D, una I, una L.


Al compás de su canto se movían;


y al formar luego uno de aquellos signos,


callaban deteniéndose un momento.


¡Oh pegasea diosa, que a los sabios


los haces gloriosos y longevos,


y ellos contigo a reinos y a ciudades,


ilústreme tu ayuda, y haz que muestre

tal como aparecieron sus figuras:


y en breves versos tu poder demuestra!


Se me mostraron cinco veces siete


unas vocales y otras consonantes;


y en cuanto se formaban las leía.


«DILIGITE IUSTITIAM», verbo y nombre


fueron los que primero se formaron;


«QUI IUDICATIS TERRAM», las postreras.


Luego en la eme del vocablo quinto


ordenadas quedaron; y tal plata


bañada en oro Júpiter lucía.


Y vi otras luces que a la parte alta


bajaban de la eme, y se quedaban


cantando, creo, el bien que las traía.


Luego, como al chocar de los tizones


ardientes, surgen chispas a millares,


donde los necios suelen ver augurios,


pareció que de allí surgían miles


de luces que subían, mucho o poco,


tal como el sol que las prendió dispuso;


y en su lugar ya quietas cada una,


vi de un águila el cuello y la cabeza


representada en el fulgor distinto.


Quien pinta allí no tiene quien le guíe,


sino que guía, y de aquél se origina


la virtud que a los nidos da su forma.


Las otras beatitudes, que dichosas


de enliliarse en la ema parecieron,


moviéndose siguieron la figura.


¡Oh dulce estrella, cuáles, cuántas gemas


me demostraron que nuestra justicia


es efecto del cielo que tú enjoyas!


Y yo pido a la mente en que comienza


tu virtud y tu obrar, que vuelva a ver


de dónde sale el humo que te nubla;


tal que se encolerice nuevamente


del comprar y el vender dentro del templo


murado con milagros y martirios.


¡O milicia de cielo que ahora miro,

ruega por los que se hallan en la tierra


detrás del mal ejemplo desviados!


Antes se hacía con armas la guerra;


y ahora se hace quitando a unos y a otros


el pan que a nadie niega el santo Padre.


Pero tú que borrando sólo escribes,


piensa que aún viven Pedro y Pablo, muertos


por la viña que ahora tú devastas.


Puedes decir: «Tan fijo está mi amor


en quien quiso vivir en el desierto


y fue martirizado por un baile,


que al Pescador y a Pablo desconozco.»


Castellano, paraíso, Canto XVII

CANTO XVII


Como acudió a Climene, a consultarle


de aquello que escuchara en contra suya,


quien remiso hace al padre aún con el hijo;


tal me encontraba, y tal lo comprendían


Beatriz y aquella luz santa que antes


por causa mía se cambió de sitio.


Por lo cual mi señora «Expulsa el fuego


de tu deseo dijo y que éste salga


por tu imagen interna bien sellado:


no para acrecentar lo que sabemos


al decirlo: mas para acostumbrarte


a que hables de tu sed, y otros te ayuden».


«Cara planta que te alzas de tal modo que,

cual saben los hombres que no caben

dos ángulos obtusos en un triángulo,


igual sabes las cosas contingentes


antes de que sucedan, viendo el punto


en quien todos los tiempos son presentes;


mientras que junto a Virgilio subía


por la montaña que cura las almas,


o por el reino difunto bajando,


dichas me fueron respecto al futuro


palabras graves, y aunque yo me sienta


a los golpes de azar como el tetrágono;


mi deseo estaría satisfecho


sabiendo la fortuna que me aguarda:


pues la flecha prevista daña menos.»


Así le dije a aquella misma luz


que antes me había hablado; y como quiso


Beatriz, fue mi deseo confesado.


No con enigmas, donde se enviscaba


la gente loca, antes de que muriera


el Cordero que quita los pecados,


mas con palabras claras y preciso


latín, me respondió el amor paterno,


manifiesto y oculto en su sonrisa:


«Los hechos contingentes, que no salen


de los cuadernos de vuestra materia,


en la mirada eterna se dibujan;


Mas esto no los hace necesarios,


igual que la mirada que refleja


el barco al que se lleva la corriente.


De allí, lo mismo que viene al oído


el dulce son del órgano, me viene


hasta mi vista el tiempo que te aguarda.


Como se marchó Hipólito de Atenas


por la malvada y pérfida madrastra,


así tendrás que salir de Florencia.


Esto se quiere y esto ya se busca,


y pronto lo han de ver los que esto piensan


donde se vende a Cristo cada día.


Se atribuirá la culpa a los vencidos,

como se suele hacer; mas el castigo

testimonio será de la verdad.


Tú dejarás cualquier cosa que quieras


más fuertemente; y. esto es esa flecha


que antes dispara el arco del exilio.


Probarás cuán amargamente sabe


el pan ajeno y cuán duro es subir


y bajar las ajenas escaleras.


Y lo que más te pesará en los hombros,


será la ruin y necia compañía


con la que has de caer en ese valle;


que ingrata, impía y loca contra ti


ha de volverse; mas al poco tiempo


ella, no tú, tendrá las sienes rojas.


De su bestialidad dará la prueba


su proceder; y grato habrá de serte


haber hecho un partido de ti mismo.


El refugio primero que te albergue


será la cortesía del Lombardo


que en la escalera tiene el ave santa;


que te dará tan benigna acogida,


que de hacer y pedir, entre vosotros,


antes irá el que entre otros el postrero.


Con él verás a aquel que fue signado,


tanto, al nacer, por esta fuerte estrella,


que hará notables todas sus acciones.


En él nadie repara todavía


por su temprana edad, pues nueve años


sólo esta rueda gira en torno suya;


mas antes que el Gascón engañe a Enrique,


de su virtud veremos los fulgores,


despreciando la playa y las fatigas.


Y sus magnificencias tan famosas


serán entonces, que sus enemigos


no podrán evitar el referirlas.


Pon la esperanza en él y en sus mercedes;


por él será cambiada mucha gente,


mudando condición rico y mendigo;


y llevarás escrito sin decirlo


en tu memoria de él»; y dijo cosas

que no creyese aun quien las escuchara.


Dijo después: «La explicación es esto


de lo que te fue dicho; ve las trampas


que se esconden detrás de pocos años.


Mas no quiero que envidies a tu gente,


pues sabrás que tu vida se enfutura


más allá que el castigo de su infamia.»


Cuando al callar mostró que concluido


ya había el alma santa el entramado


de la tela en que yo puse la urdimbre,


yo comencé lo mismo que el que anhela,


en la duda, el consejo de personas


que ven y quieren rectamente y aman:


«Bien veo padre mío, cómo aguija


contra mí el el tiempo, para darme un golpe

tal, que es más grave a quien más se descuida; 


de previsión por ello debo armarme,


y si el lugar más amado me quitan,


yo no pierda los otros por mis versos.


Por el amargo mundo sempiterno,


y por el monte desde cuya altura


me elevaron los ojos de mi dama,


y en el cielo después, de fuego en fuego,


aprendí muchas cosas, que un agriado


sabor daría a muchos si las cuento;


mas si amo la verdad tímidamente,


temo perder mi fama entre esos hombres

que a nuestro tiempo han de llamar antiguo.» 


La luz donde reía mi tesoro,


que allí encontré, centelleó primero,


como al rayo de sol un áureo espejo;


después me replicó: «Sólo a una mente,


por la propia vergüenza o por la ajena


turbada, será brusco lo que digas.


No obstante, aparta toda la mentira


y pon de manifiesto lo que has visto;


y deja que se rasquen los sarnosos.


Porque si con tu voz causas molestia

al probarte, alimento nutritivo

dejará luego cuando lo digieran.


Este clamor tuyo hará como el viento,


que las más altas cumbres más golpea;


y esto no poco honor ha de traerte.


Por ello se han mostrado a ti en los cielos,


en el monte y el valle doloroso


sólo las almas de notoria fama,


pues fe no guarda el ánimo que escucha


ni observa los ejemplos que escondidas


o incógnitas tuvieran las raíces,


ni razones que no son evidentes.»

Castellano, paraíso, Canto XVI

CANTO XVI


Oh pequeña nobleza de la sangre,


que de ti se gloríen aquí abajo


las gentes donde es débil nuestro afecto,


nunca habrá de admirarme: porque donde


el apetito nuestro no se tuerce,


digo en el cielo, yo me glorié.


Eres un manto que pronto se acorta:


tal que, si no se agranda día a día,


el tiempo va en redor con las tijeras.


Con el «vos» que primero sufrió Roma,


y que sus descendientes no conservan,


comenzaron de nuevo mis palabras;


por lo cual Beatriz, que estaba aparte


la que tosió, al reírse parecía,


al primer fallo escrito de Ginebra.


Yo le dije: «Vos sois el padre mío;


vos infundís aliento a mis palabras;


vos me eleváis, y soy más que yo mismo.


Por tantos cauces llena la alegría


mi mente, y de sí misma se recrea


pues soportarlo puede sin fatiga.


Habladme pues, mi caro antecesor,


de los mayores vuestros y los años


que dejaron su huella en vuestra infancia;


decidme cómo era en aquel tiempo


el redil de san Juan, y quiénes eran


los dignos de los puestos elevados.»


Como se aviva cuando el viento sopla


el carbón encendido, así vi a aquella


luz brillar con mi hablar respetuoso;


y haciéndose más bella ante mis ojos,


así con voz más dulce y más suave,


mas no con este lenguaje moderno,


me dijo: «Desde el día en que fue dicho


"Ave", hasta el parto en que mi santa madre,


se vio libre de mí, que la gravaba,


a su León quinientas y cincuenta


y treinta veces este fuego vino


a inflamarse otra vez bajo sus plantas.


Mis mayores y yo nacimos donde


primero encuentra el último distrito


quien corre en vuestros juegos anuales.


De mis mayores basta escucha esto:


quiénes fueran y cuál su procedencia,


más conviene callar que declararlo.


Todos los que podían aquel tiempo


entre el Bautista y Marte llevar armas,


eran el quinto de los que hay ahora.


Mas la ciudadanía, ahora mezclada


de Campi, de Certaldo y de Fegghine,


pura se hallaba hasta en los artesanos.


¡Oh cuánto mejor fuera ser vecino


de esas gentes que digo, y a Galluzzo

y a Trespiano tener como confines,


que tener dentro y aguantar la peste


de ese ruin de Aguglión, y del de Signa,


de tan aguda vista para el fraude!


Si la gente que al mundo más corrompe


no hubiera sido madrastra del César,


mas cual benigna madre para el hijo,


quien es ya florentino y cambia y merca,


a Simifonte habría regresado,


donde pidiendo su abuelo vivía;


de los Conti sería aún Montemurlo;


los Cerchi habitarían en Acona,


los Buondelmonti acaso en Valdigrieve.


Siempre la confusión de las personas


principio fue del mal de las ciudades,


cual del vuestro el comer más de la cuenta;


y más deprisa cae si ciega el toro


que el cordero; y mejor que cinco espadas


y más corta una sola muchas veces.


Si piensas cómo Luni y Orbisaglia


han desaparecido, y cómo van


Sinagaglia y Chiusi tras de aquéllas,


oír cómo se pierden las estirpes


no te parecerá nuevo ni fuerte,


ya que también se acaban las ciudades.


Tienen su muerte todas vuestras cosas,


como vosotros; mas se oculta alguna


que dura mucho, y son cortas las vidas.


Y cual girando el ciclo de la luna


las playas sin cesar cubre y descubre,


así hace la Fortuna con Florencia:


por lo cual lo que diga de los grandes


florentinos no debe sorprenderte,


que ya su fama en el tiempo se esconde.


Yo vi a los Ughi y a los Catellini,


Filippi, Creci, Orrnanni y Alberichi,


ya en decadencia, ilustres ciudadanos;


y vi tan grandes como los antiguos,

con el de la Sanella, a aquel del Arca,


y a Soldanieri y Ardinghi y Bostichi.


junto a la puerta, que se carga ahora


de nueva felonía tan pesada


que hará que vuestra barca se hunda pronto, 


los Ravignani estban, de los cuales


descendió el conde Guido, y los que el nombre

del alto Bellinción después tomaron.


Los de la Pressa sabía ya cómo


gobernar, y tenía Galigaio


ya en su casa dorados pomo y funda.


Era ya grande la columna oscura,


Sachetti, Giuochi, Fifanti y Barucci,


Galli y a quien las pesas avergüenzan.


La cepa que dio vida a los Calfucci


era ya grande, y ya fueron llamados


los Sizzi y Arrigucci a las curules.


¡Cuán altos vi a los que ahora están deshechos


Así hacían los padres de esos que,


cuando queda vacante vuestra iglesia,


engordan acudiendo al consistorio.


Esa insolente estirpe que se endraga


tras los que huyen, y a quien muestra el diente

o la bolsa, se amansa cual cordero,


iba ascendiendo, mas de humilde origen;


y a Ubertino Donati no placía


que luego el suegro con ella le uniese.


Ya hasta el mercado había el Caponsacco


de Fiésole venido, y ciudadanos


eran ya buenos Guida e Infangato.


Diré una cosa cierta e increíble:


daba la entrada al recinto una puerta


que de los Pera su nombre tomaba.


Los que hoy ostentan esa bella insignia


del gran barón con cuya prez y nombre


la fiesta de Tomás se reconforta,


de él recibieron mando y privilegio;

aunque se ponga hoy junto a la plebe


quien la rodea con franja de oro.


Ya estaban Gualterotti e Importuni;


y aún estaría el Burgo más tranquilo,


ayuno de estas nuevas vecindades.


La casa en que naciera vuestro llanto,


por el justo rencor que os ha matado,


y puso fin a vuestra alegre vida,


era honrada, con todos sus secuaces:


¡Oh Buondelmonti, mal de aquellas bodas


huiste, y el consuelo nos quitaste!


Alegres muchos tristes estarían,


si al Ema Dios te hubiese concedido,


cuando llegaste allí por vez primera.


Mas convenía que en la piedra rota


que el puente guarda, hiciera un sacrificio


Florencia al terminarse ya su paz.


Con estas gentes, y otras con aquéllas,


vi yo a Florencia con tan gran sosiego,


que no había motivos para el llanto.


Con esas gentes yo vi glorioso


y justo al pueblo, tanto que su lirio


nunca al revés pusieron en el asta,


ni fue hecho rojo por las disensiones.»


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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...