lunes, 28 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto XV

CANTO XV


La buena voluntad donde se licúa


siempre el amor que inspira lo que es recto,


como en la inicua la pasión insana,


silencio impuso a aquella dulce lira,


aquietando las cuerdas que la diestra


del cielo pulsa y luego las acalla.


¿Cómo estarán a justas preces sordas

esas sustancias que, por darme aliento

para que hablase, a una se callaron?


Bien está que sin término se duela


quien, por amor de cosas que no duran,


de ese amor se despoja eternamente.


Cual por los cielos puros y tranquilos


de cuando en cuando cruza un raudo fuego,


y atrae la vista que está distraída,


y es como un astro que de sitio mude,


sino que en el lugar donde se enciende


no se pierde ninguno, y dura poco:


tal desde el brazo que a diestra se extiende


hasta el pie de la cruz, corrió una estrella


de la constelación que allí relumbra;


no se apartó la gema de su cinta,


mas pasó por la línea radial


cual fuego por detrás del alabastro.


Fue tan piadosa la sombra de Anquises,


si a la más alta musa damos fe,


reconociendo a su hijo en el Elíseo.


«O sanguis meus, o superinfusa


gratia Dei, sicut tibi cui


bis unquam celi ianua reclusa?»


Dijo esa luz llamando mi atención;


luego volví la vista a mi señora,


y una y otra dejáronme asombrado;


pues ardía en sus ojos tal sonrisa,


que pensé que los míos tocarían


el fondo de n ú gloria y paraíso.


Luego gozoso en vista y en palabras,


el espíritu dijo aún otras cosas


que no las entendí, de tan profundas;


Y no es que por su gusto lo escondiera,


mas por necesidad, pues su concepto


al ingenio mortal se superpone.


Y cuando el arco del afecto ardiente


se calmó, y se abajaron sus palabras


a la diana de nuestro intelecto,


la cosa que escuché primeramente

«¡Bendito seas fue tú, el uno y trino,

que tan cortés has sido con mi estirpe!»


Y siguió: «Un grato y lejano deseo,


tomado de leer el gran volumen


del cual el blanco y negro no se mudan,


has satisfecho, hijo, en esa luz


desde la cual te hablo, gracias a ésa


que alas te dio para tan alto vuelo.


Tú crees que a mí llegó tu pensamiento


de aquel que es el primero, como sale


del uno, al conocerlo, el seis y el cinco;


y por ello quién soy, y por qué causa


más alegre me ves, no me preguntas,


que algunos otros de este alegre grupo.


Crees bien; pues los menores y mayores

de esta vida se miran al espejo

que muestra el pensamiento antes que pienses; 


mas por que el sacro amor en que yo veo


con perpetua vista, y que me llena


de un dulce desear, mejor se calme,


¡segura ya tu voz, alegre y firme


suene tu voluntad, suene tu anhelo,


al que ya decretada es mi respuesta!»


Me volví hacia Beatriz, que antes que hablara


me escuchó, y sonrió con un semblante


que hizo crecer las alas del deseo.


Dije después: «El juicio y el afecto,


pues que gozáis de la unidad primera,


en vosotros operan de igual modo,


porque el sol que os prendió y en el que ardisteis,


en su calor y luz es tan igual,


que otro símil sería inoportuno.


Mas querer y razón, en los mortales,


por causas de vosotros conocidas,


tienen las alas de diversas plumas;


y yo, que soy mortal, me siento en esta


desigualdad, y por ello agradezco


sólo de corazón esta acogida.


Te imploro con fervor, vivo topacio,

precioso engaste de esta joya pura,


que me quede saciado de tu nombre.»


«¡Oh fronda mía, que eras mi delicia


aguardándote, yo fui tu raíz!»:


comenzó de este modo a responderme.


Luego me dijo: «Aquel de quien se toma


tu apellido, y cien años ha girado


y más el monte en la primera cornisa,


fue mi hijo, y fue tu bisabuelo:


y es conveniente que tú con tus obras


a su larga fatiga des alivio.


Florencia dentro de su antiguo muro,


donde ella toca aún a tercia y nona,


en paz estaba, sobria y pudorosa.


No tenía coronas ni pulseras,


ni faldas recamadas, ni cintillos


que gustara ver más que a las personas.


Aún no le daba miedo si nacía


la hija al padre, pues la edad y dote


ni una ni otra excedían la medida.


No había casas faltas de familia;


aún no había enseñado Sardanápalo


lo que se puede hacer en una alcoba.


Aún no estaba vencido Montemalo


por vuestro Uccelatoio, que cayendo


lo vencerá al igual que en la subida.


Vi andar ceñido a Belincione Berti


con piel de oso, y volver del espejo


a su mujer sin la cara pintada;


y vi a los Nerli alegres y a los Vechio


de vestir simples pieles, y a la rueca


atendiendo y al huso sus esposas.


¡Oh afortunadas! estaban seguras


del sepulcro, y ninguna aún se encontraba


abandonada por Francia en el lecho.


Una cuidaba atenta de la cuna,


y, por consuelo, usaba el idioma


que divierte a los padres y a las madres;


otra, tirando a la rueca del pelo,

charloteaba con sus familiares


de Fiésole, de Roma, o los troyanos.


Entonces por milagro se tendrían


una Cianghella, un Lapo Saltarello,


como ahora Cornelia o Cincinato.


A un tan hermoso, a un tan apacible


vivir de ciudadano, a una tan fiel


ciudadanía, y a un tan dulce albergue,


me dio María, a gritos invocada;


y en el antiguo bautisterio vuestro


fui cristiano a la par que Cacciaguida.


Moronto fue mi hermano y Eliseo;


desde el valle del Po vino mi esposa,


de la cual se origina tu apellido.


Luego seguí al emperador Conrado;


y él me armó caballero en su milicia,


tan de su agrado fueron mis hazañas.


Marché tras él contra la iniquidad


de aquella secta cuyo pueblo usurpa,


por culpa del pastor, vuestra justicia.


Allí fui yo por esas torpes gentes,


ya desligado del mundo falaz,


cuyo amor muchas almas envilece;


y vine hasta esta paz desde el martirio.

Castellano, paraíso, canto XIV

CANTO XIV


Del centro al borde, y desde el borde al centro


se mueve el agua en un redondo vaso,


según se le golpea dentro o fuera:


de igual manera sucedió en mi mente


esto que digo, al callarse de pronto


el alma gloriosa de Tomás,


por la gran semejanza que nacía


de sus palabras con las de Beatriz,


a quien hablar, después de aquél, le plugo:


«Le es necesario a éste, y no lo dice,


ni con la voz ni aun con el pensamiento,


indagar la raíz de otra certeza.


Decidle si la luz con que se adorna


vuestra sustancia, durará en vosotros


igual que ahora se halla, eternamente;


y si es así, decidle cómo, luego


de que seáis de nuevo hechos visibles,


podréis estar sin que la vista os dañe.»


Cual, por más grande júbilo empujados,


a veces los que danzan en la rueda


alzan la voz con gestos de alegría,


de igual manera, a aquel devoto ruego


las santas ruedas mostraron más gozo


en sus giros y notas admirables.


Quien se lamenta de que aquí se muera


para vivir arriba, es que no ha visto


el refrigerio de la eterna lluvia.


Que al uno y dos y tres que siempre vive


y reina siempre en tres y en dos y en uno,


nunca abarcado y abarcando todo,


tres veces le cantaba cada una

de esas almas con una melodía,


justo precio de mérito cualquiera.


Y escuché dentro de la luz más santa


del menor círculo una voz modesta,


quizá cual la del Ángel a María,


responder: «Cuanto más dure la dicha


del paraíso, tanto nuestro amor


ha de esplender en tomo a estos vestidos.


De nuestro ardor la claridad procede;


por la visión ardemos, y esa es tanta,


cuanta gracia a su mérito se otorga.


Cuando la carne gloriosa y santa


vuelva a vestirnos, estando completas


nuestras personas, aún serán más gratas;


pues se acrecentará lo que nos dona


de luz gratuitamente el bien supremo,


y es una luz que verlo nos permite;


por lo que la visión más se acrecienta,


crece el ardor que en ella se ha encendido,


y crece el rayo que procede de éste.


Pero como el carbón que da una llama,


y sobrepasa a aquella por su brillo,


de forma que es visible su apariencia;


así este resplandor que nos circunda


vencerá la apariencia de la carne


que aún está recubierta por la tierra;


y no podrá cegarnos luz tan grande:


porque ha de resistir nuestro organismo


a todo aquello que cause deleite.»


Tan acordes y prontos parecieron


diciendo «Amén» el uno y otro coro,


cual si sus cuerpos muertos añoraran:


y no sólo por ellos, por sus madres,


por sus padres y seres más queridos,


y que fuesen también eternas llamas.


De claridad pareja entorno entonces,


nació un fulgor encima del que estaba,


igual que un horizonte se ilumina.


Y como a la caída de la noche

nuevos fulgores surgen en el cielo,


ciertos e inciertos ante nuestra vista,


me pareció que en círculo dispuestas


unas nuevas sustancias contemplaba


por fuera de las dos circunferencias.


¡Oh resplandor veraz del Santo Espíritu!


¡qué incandescente apareció de pronto


a mis ojos que no lo soportaron!


Mas Beatriz tan sonriente y bella


se me mostró, que entre aquellas visiones


que no recuerdo tengo que dejarla.


Recobraron mis ojos la potencia


de levantarse; y nos vi trasladados


solos mi dama y yo a gloria más alta.


Bien advertí que estaba más arriba,


por el ígneo esplendor de aquella estrella,


mucho más rojo de lo acostumbrado.


De todo corazón, con la palabra


común, hícele a Dios un holocausto,


como a la nueva gracia convenía.


Y apagado en mi pecho aún no se hallaba


del sacrificio el fuego, cuando supe


que era mi ofrenda fausta y recibida;


que con tan grande brillo y tanto fuego


un resplandor salía de sus rayos


que dije: «¡Oh Helios, cómo los adornas!»


Cual con mayores y menores luces


blanquea la Galaxia entre los polos


del mundo, y a los sabios pone en duda;


así formados hacían los rayos


en el profundo Marte el santo signo


que del círculo forman los cuadrantes.


Aquí vence al ingenio la memoria;


que aquella Cruz resplandecía a Cristo,


y no encuentro un ejemplo digno de ello;


mas quien toma su cruz y a Cristo sigue,


podrá excusarme de eso que no cuento


viendo en aquel albor radiar a Cristo.


De un lado al otro y desde arriba a abajo

se movían las luces y brillaban


aún más al encontrarse y separarse:


así aquí vemos, rectos o torcidos,


lentos o raudos renovar su aspecto


los corpusculos, cortos y más largos,


moviéndose en el rayo que atraviesa


la sombra a veces que, por protegerse,


dispone el hombre con ingenio y arte.


Y cual arpa y laúd, con tantas cuerdas


afinadas, resuenan dulcemente


aun para quien las notas no distingue,


tal de las luzes que allí aparecieron

a aquella cruz un canto se adhería,

que arrebatóme, aun no entendiendo el himno. 


Bien me di cuenta que era de altas loas,


pues llegaba hasta mi «Resurgi» y «Vinci»

como a aquel que no entiende, pero escucha. 


Y me sentía tan enamorado,


que hasta ese entonces no hubo cosa alguna


que me atrapase en tan dulces cadenas.


Tal vez son muy atrevidas mis palabras,


al posponer el gozo de los ojos,


que si los miro, cesan mis deseos;


mas el que sepa que los cielos vivos


más altos más acrecen la belleza,


y que yo aún no me había vuelto a aquellos,


podrá excusarme de lo que me acuso


por excusarme, y saber que no miento:


que aquí el santo placer no está excluido,


pues más sincero se hace mientra sube.

Castellano, paraíso, canto XIII

CANTO XIII


Imagine quien quiera comprender


lo que yo vi y que la imagen retenga


mientras lo digo, como firme roca


quince estrellas que en zonas diferentes


el cielo encienden con tanta viveza


que cualquier densidad del aire vencen;


imagine aquel carro a quien el seno


basta de nuestro cielo noche y día


y al dar vuelta el timón no se nos marcha;


imagine la boca de aquel cuerno


que al extremo del eje se origina,


al que da vueltas la primera esfera,


haciéndose dos signos en el cielo,


como hiciera la hija del rey Minos


sintiendo el frío hielo de la muerte;


y uno poner sus rayos en el otro,


y dar vueltas los dos de tal manera


que uno fuera detrás y otro delante;


y tendrá casi sombra de la cierta


constelación y de la doble danza


que giraba en el punto en que me hallaba:


pues tan distante está de nuestros usos,


cuanto está del fluir del río Chiana


del cielo más veloz el movimiento.


Allí cantaron no a Pean ni a Baco,


a tres personas de naturaleza


divina, y una de ellas con la Humana.


Las vueltas y el cantar se terminaron;


y atentas nos miraron esas luces,


alegres de pasar a otro cuidado.


Rompió el silencio de concordes númenes


luego la luz que la admirable vida


del pobrecillo del Señor narrara,


dijo: «Cuando trillada está una paja,


cuando su grano ha sido ya guardado,


a trillar otra un dulce amor me invita.


Crees que en el pecho del que la costilla


se sacó para hacer la hermosa boca


y un paladar al mundo tan costoso,


y en aquel que, pasado por la lanza


antes y luego tanto satisfizo,


que venció la balanza de la culpa,


cuanto al género humano se permite


tener de luz, del todo fue infundido


por el Poder que hiciera a uno y a otro;


por eso miras a lo que antes dije,


cuando conté que no tuvo segundo


quien en la quinta luz está escondido.


Abre los ojos a lo que respondo,


y verás lo que crees y lo que digo


como el centro y el círculo en lo cierto.


Lo que no muere y lo que morirá


no es más que un resplandor de aquella idea


que hace nacer, amando, nuestro Sir;


que aquella viva luz que se desprende


del astro del que no se desaúna,


ni del amor que tres hace con ellos,


por su bondad su iluminar transmite,


como un espejo, a nueve subcriaturas,


conservándose en uno eternamente.


De aquí desciende a la última potencia


bajando de acto en acto, hasta tal punto,


que no hace más que contingencias breves;


y entiendo que son estas contingencias


las cosas engendradas, que produce


con simiente o sin ella el cielo móvil.


No es siempre igual la cera y quien la imprime;

y por ello allá abajo más o menos

se traslucen los signos ideales.


Por lo que ocurre que de un mismo árbol,


salgan frutos mejores o peores;


y nacéis con distinta inteligencia.


si perfecta la cera se encontrase,


e igual el cielo en su virtud suprema,


la luz del sello toda brillaría;


mas la natura siempre es imperfecta,

obrando de igual modo que el artista

que sabe el arte mas su mano tiembla.


Y si el ardiente amor la clara vista


del supremo poder dispone y sella,


toda la perfección aquí se adquiere.


Tal fue creada ya la tierra digna


de toda perfección animalesca;


y la Virgen preñada de este modo;


de tal forma yo apruebo lo que opinas,


pues la humana natura nunca fue


ni será como en esas dos personas.


Ahora si no siguiese mis razones,


"¿pues cómo aquél no tuvo par alguno?"


me dirían entonces tus palabras.


Mas porque veas claro lo confuso,


piensa quién era y la razón que tuvo,


al pedir cuando "pide" le dijeron.


No te he hablado de forma que aún ignores


que rey fue, y que pidió sabiduría


a fin de ser un rey capacitado;


no por saber el número en que fuesen


arriba los motores, si necesse


con contingentes hacen un necesse;


no si est dare primum motum esse,


o si de un semicírculo se hacen


triángulos que un recto no tuviesen.


Y así, si lo que dije y esto adviertes,


es real prudencia aquel saber sin par


donde la flecha de mi hablar clavaba;


y si al "surgió" la vista clara tiendes,


la verás sólo a reyes referida,


que muchos hay, y pocos son los buenos.


Con esta distinción oye mis dichos;


y así casan con eso que supones


de nuestro Gozo y del padre primero.


Plomo a tus pies te sea este consejo,


para que andes despacio, como el hombre


cansado, al sí y al no de lo que ignoras:


pues es de los idiotas el más torpe,

el que sin distinguir niega o afirma

en el uno o el otro de los casos;


puesto que encuentra que ocurre a menudo


que sea falsa la opinión ligera,


y la pasión ofusca el intelecto.


Más que en vano se aparta de la orilla,


porque no vuelve como se ha marchado,


el que sin redes la verdad buscase.


Y de esto son al mundo claras muestras


Parménides, Meliso, Briso, y muchos,


que caminaban sin saber adónde;


Y Arrio y Sabelio y todos esos necios,


que deforman, igual que las espadas,


la recta imagen de las Escrituras.


No se aventure el hombre demasiado


en juzgar, como aquel que aprecia el trigo


sembrado antes de que haya madurado;


que las zarzas he visto en el invierno


cuán ásperas, cuán rígidas mostrarse;


y engalanarse luego con las rosas;


y vi derecha ya y veloz la nave


correr el mar en todo su camino,


y perecer cuando llegaba a puerto.


No crean seor Martino y Doña Berta,


viendo robar a uno y dar a otro,


verlos igual en el juicio divino;


que uno puede caer y otro subir

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...