sábado, 5 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, Canto XXIV

CANTO XXIV


Ni hablar a andar, ni andar a aquel más lento


hacía, mas hablando a prisa íbamos


cual nao que empuja un viento favorable;


y las sombras, más muertas pareciendo,


admiración ponían en las cuencas


de los ojos, sabiendo que vivía.


Y yo, continuando mis palabras


dije: «Y asciende acaso más despacio


de lo que en otro momento lo haría.


Mas dime de Piccarda, si es que sabes;


y dime si estoy viendo a alguien notable


entre esta gente que así me contempla.»


«Mi hermana, que entre hermosa y entre buena


no sé qué fuera más, alegre triunfa


en el Olimpo ya de su corona.»


Dijo primero; y luego: «Aquí podemos


a cualquiera nombrar pues tan mudado


nuestro semblante está por la abstinencia.


Ese y le señaló es Bonagiunta,


Bonagiunta de Lucca; y esa cara


a su lado, cosida más que otras.


tuvo la santa iglesia entre sus brazos:


nació en Tours, y aquí purga con ayunos


el vino y las anguilas de Bolsena


Uno por uno a muchos me nombró;


y al nombrarles contentos parecían,


y no vi ningún gesto de tristeza.


Vi por el hambre en vano usar los dientes


a Ubaldín de la Pila y Bonifacio,


que apacentara a muchos con su torre.


Vi a Maese Marqués, que ocasión tuvo


de beber en Forlí sin sequedades,


y que nunca veíase saciado.


Mas como hace el que mira y luego aprecia

más a uno que otro, hice al luqués,

que de mí más curioso parecía.


Él murmuraba, y no sé que «Gentucca»


sentía yo, donde él sentía la plaga


de la justicia que así le roía.


«Alma –dije- que tal deseo muestras


de hablar conmigo, hazlo claramente,


y a los dos satisfaz con tus palabras.»


«Hay nacida, aún sin velo, una mujer

él comenzó que hará que mi ciudad

te plazca aunque otros muchos la desprecien. 


Tú marcharás con esta profecía:


si en mi murmullo alguna duda tienes,


la realidad en claro ha de ponerlo.


Pero dime si veo a quien compuso


aquellas nuevas rimas que empezaban:


«Mujeres que el Amor bien conocéis.»


Y yo le dije: «Soy uno que cuando


Amor me inspira, anoto, y de esa forma


voy expresando aquello que me dicta.»


«¡Ah hermano, ya comprendo  dijo el nudo


que al Notario, a Guiton y a mí separa


del dulce estilo nuevo que te escucho!


Bien veo ahora cómo vuestras plumas


detrás de quien os dicta van pegadas,


lo que no sucedía con las nuestras;


y quien se ponga a verlo de otro modo


no encontrará ninguna diferencia.»


Y se calló bastante satisfecho.


Cual las aves que invernan junto al Nilo,


a veces en el aire hacen bandadas,


y luego aprisa vuelan en hilera,


así toda la gente que allí estaba,


volviendo el rostro apresuró su paso,


por su flaqueza y su deseo raudas.


Y como el hombre de correr cansado


deja andar a los otros, y pasea


hasta que calma el resollar del pecho,


dejó que le pasara la grey santa

y conmigo detrás vino Forese,

diciendo: «¿Cuándo te veré de nuevo?»


«No sé repuse-, cuánto viviré;


mas no será mi vuelta tan temprano,


que antes no esté a la orilla mi deseo;


porque el lugar donde a vivir fui puesto,


del bien, de día en día, se despoja,


y parece dispuesto a triste ruina.»


Y él: «Ánimo, pues veo al más culpable,


arrastrado a la cola de un caballo


hacia aquel valle donde no se purga.


La bestia a cada paso va más rauda,


siempre más, hasta que ella le golpea,


y deja el cuerpo vilmente deshecho.


No mucho han de rodar aquellas ruedas


y miró al cielo y claro habrá de serte


esto que más no puedo declararte.


Ahora quédate aquí, que es caro el tiempo


en este reino, y ya perdí bastante


caminando contigo paso a paso.»


Como al galope sale algunas veces


un jinete del grupo que cabalga,


por ganar honra en los primeros golpes,


con pasos aún mayores nos dejó;


y me quedé con esos dos que fueron


en el mundo tan grandes mariscales.


Y cuando estuvo ya tan adelante,


que mis ojos seguían tras de él,


como mi mente tras de sus palabras.


vi las ramas cargadas y frondosas


de otro manzano, no mucho más lejos


por haber sólo entonces hecho el giro


Vi gentes bajo aquel alzar las manos


y gritar no sé qué hacia la espesura,


como en vano anhelantes chiquitines


que piden, y a quien piden no responde,


mas por hacer sus ganas más agudas,


les muestra su deseo puesto en alto.


Luego se fueron ya desengañadas;

y nos aproximamos al gran árbol,

que tanto llanto y súplicas desdeña.


«Seguid andando y no os aproximéis:


un leño hay más arriba que mordido


fue por Eva y es éste su retoño.»


Entre las frondas no sé quién hablaba;


y así Virgilio, Estacio y yo, apretados


seguimos caminando por la cuesta.


Decía: «Recordad a los malditos


nacidos de las nubes, que, borrachos,


con dos pechos lucharon con Teseo;


y a los hebreos, por beber tan flojos,


que Gedeón no quiso de su ayuda,


cuando a Madián bajó de las colinas.»


Así arrimados a uno de los bordes,


oyendo fuimos culpas de la gula


seguidas del castigo miserable.


Ya en la senda desierta, distanciados,


más de mil pasos nos llevaron lejos,


los tres mirando sin decir palabra.


«Solos así los tres ¿qué vais pensando?»,


dijo una voz de pronto; y me agité


como un caballo joven y espantado.


Alcé mi rostro para ver quién era;


y jamás pude ver en ningún horno


vidrio o metal tan rojo y tan luciente,


como a quien vi diciendo: «Si os complace


subir, aquí debéis de dar la vuelta;


quien marcha hacia la paz, por aquí pasa.»


Me deslumbró la vista con su aspecto;

por lo que me volví hacia mis doctores,

como el hombre a quien guía lo que escucha. 


Y como, del albor anunciadora,


sopla y aroma la brisa de mayo,


de hierba y flores toda perfumada;


yo así sentía un viento por en medio


de la frente, y sentí un mover de plumas,


que hizo oler a ambrosía el aura toda.


Sentí decir: «Dichosos los que alumbra


tanto la gracia, que el amor del gusto


en su pecho no alienta demasiado,


apeteciendo siempre cuanto es justo.»

Castellano, purgatorio, Canto XXIII

CANTO XXIII


Mientras los ojos por la verde fronda


fijaba de igual modo que quien suele


del pajarillo en pos perder la vida,


el más que padre me decía: «Hijo,


ven pronto, pues el tiempo que nos dieron


más útilmente aprovechar se debe.»


Volví el rostro y el paso sin tardarme,


junto a los sabios, que en tal forma hablaban,

que me hicieron andar sin pena alguna.


Y en esto se escuchó llorar y un canto


labia mea domine, en tal modo,


cual si pariera gozo y pesadumbre.


«Oh dulce padre, ¿qué es lo que ahora escucho?»,


yo comencé; y él: «Sombras que caminan


de sus deudas el nudo desatando.»


Como los pensativos peregrinos,


al encontrar extraños en su ruta,


que se vuelven a ellos sin pararse,


así tras de nosotros, más aprisa,


al llegar y pasamos, se asombraba


de ánimas turba tácita y devota.


Todos de ojos hundidos y apagados,


de pálidos semblantes, y tan flacos


que del hueso la piel tomaba forma.


No creo que a pellejo tan extremo


seco, hubiese llegado Erisitone,


ni cuando fue su ayuno más severo.


Y pensando decíame: «¡Aquí viene


la gente que perdió Jerusalén,


cuando María devoró a su hijo!


Parecían sus órbitas anillos


sin gemas: y quien lee en la cara "omo"


bien podría encontrar aquí la eme.


¿Quién pensaría que el olor de un fruto

tal hiciese, el anhelo produciendo,


o el de una fuente, no sabiendo cómo?


Maravillado estaba de tal hambre,


pues la razón aún no conocía


de su piel escarnada y su flaqueza,


cuando de lo más hondo de su rostro fija su vista me volvió una sombra;


luego fuerte exclamó: "¿Qué gracia es ésta?" 


Nunca el rostro le hubiese conocido;


pero en la voz se me hizo manifiesto


lo que el aspecto había deformado.


Esta chispa encendió de aquel tan otro rostro


del todo mi conocimiento,


y conocí la cara de Forese.»


«Ah, no te fijes en la seca roña


que me destiñe rogaba la piel,


ni por la falta de carne que tenga;


dime en verdad de ti, y de quién son esas


dos ánimas que allí te dan escolta;


¡no te quedes aquí sin que me hables!»


«Tu cara, que lloré cuando moriste,


con no menos dolor ahora la lloro


le respondí al mirarla tan cambiada.


Pero dime, por Dios que así os deshoja;


no pidas que hable, pues estoy atónito;


mal podrá hablar quien otra cosa quiere.»


Y él a mí «Del querer eterno baja


un efecto en el agua y en el árbol


que dejasteis atrás, que así enflaquece.


Toda esta gente que llorando canta,


por seguir a la gula sin medida,


santa se vuelve aquí con sed y hambre


De comer y beber nos da el deseo


el olor de la fruta y del rocío


que se extiende por sobre la verdura.


Y ni un solo momento en este espacio


dando vueltas, mitiga nuestra pena:


pena digo y debiera decir gozo,


que aquel deseo al árbol nos conduce

donde Cristo gozoso dijo 'Eli',


cuando nos redimió la sangre suya.»


Yo contesté: «Forese, desde el día


que el mundo por mejor vida trocaste,


cinco años aún no han transcurrido.


Si antes se terminó el que tú pudieras


pecar aún más, de que llegase la hora


del buen dolor que a Dios volver nos hace,


¿cómo es que estás arriba ya tan pronto?


Yo pensaba encontrarte allí debajo,


donde el tiempo con tiempo se repara.»


Y él respondió: «Tan pronto me ha logrado


que beba el dulce ajenjo del martirio


mi Nela con su llanto sin fatiga.


Con devotas plegarias y suspiros


me trajo de la playa en que se espera,


y me ha librado de los otros círculos.


Tanto más cara a Dios y más dilecta


es mi viudita, a la que tanto amaba,


cuanto en su bien obrar está más sola;


puesto que la Barbagia de Sicilia


es más púdica ya con sus mujeres


que la Barbagia en donde la he dejado.


Dulce hermano ¿qué quieres que te diga?


Ya presiento unos tiempos venideros


de que esta hora ya no está lejana,


en que será en el púlpito vedado


el que las descaradas florentinas


vayan mostrando en público las tetas.


¿Qué bárbara hubo nunca o musulmanas


que precisaran para andar cubiertas


disciplina en el alma o de las otras?


Mas si supieran esas sinvergüenzas


lo que veloz el cielo les depara,


ya para aullar sus bocas abrirían;


pues si el vaticinar aquí no engaña,


sufrirán antes de que crezca el bozo


a los que ahora con nanas consuelan.


Ahora ya no te escondas más, oh hermano,

que no sólo yo, más toda esta gente,


mira el lugar donde la luz no pasa.»


Por lo que yo le dije: «Si recuerdas


lo que fui para ti, y para mi fuiste,


aún será triste el recordar presente.


De aquella vida me sustrajo aquel


que va delante, el otro día, cuando


redonda se mostró la hermana de ese


señalé el sol. Y aquél por la profunda


noche llevóme de los muertos ciertos


con esta carne cierta que le sigue.


De allí con sus auxilios me ha traído,

subiendo y rodeando la montaña,

que os endereza a los que el mundo tuerce.


Dice que habrá de hacerme compañía


hasta que esté donde Beatriz se encuentra;


allí es preciso que sin él me quede.


Virgilio es quien tal cosa me ha contado


y se lo señalé ; y aquél la sombra


por quien se ha conmovido cada cuesta


de vuestro reino del que ya se marcha.»

Castellano, purgatorio, Canto XXII

CANTO XXII


Ya el ángel se quedó tras de nosotros,


aquel que al sexto círculo nos trajo,


una señal quitando de mi frente;


y a los que tienen ansias de justicia


llamó beatos, pero sus palabras


hasta el sitiunt, no más, lo proclamaron.


Y yo más leve que en los otros pasos


caminaba, tal que sin pena alguna


seguía a los espíritus veloces;


cuando Virgilio comenzó: «El Amor


prendido en la virtud, siempre a otro prende


con tal de que su llama manifieste;


desde el punto en que vino con nosotros


Juvenal hasta el limbo del infierno,


y cuánto te admiraba me dijera,


yo fui contigo tan benevolente


como nunca con alguien que no has visto,


y esta escalera me parece corta.


Pero dime, y perdona como amigo


si excesiva confianza alarga el freno,


y como amigo explícame la causa:


cómo pudo encontrar dentro de ti


un sitio la avaricia, junto a tanto


saber que por estudios poseías?»


A Estacio estas palabras le causaron


primero una sonrisa, luego dijo:


«Me prueba tu cariño lo que dices.


En verdad muchas veces pasan cosas


que dan materia falsa a nuestras dudas,


porque la causa cierta está escondida.


Tu pregunta me muestra que pensabas


que en la otra vida hubiera sido avaro,


acaso pues me viste en aquel círculo.


Sabe pues que alejado de avaricia

fui demasiado; y esta desmesura


miles de lunas castigada ha sido.


Y si el rumbo no hubiese enderezado,


al comprender allí donde escribías,


casi irritado con el ser del hombre,


«¿Por dónde no conduces tú, maldita


hambre de oro, el afán de los mortales?»


en los tristes torneos diera vueltas.


Supe entonces que mucho abrir las alas


puede gastar las manos, y de esa


falta me arrepentí cual de las otras.


¿Cuántos renacerán todos pelados


por ignorancia, pues quien peca en esto,


ni en vida, ni al extremo se arrepiente?


Y sabrás que la culpa que replica,


y diametral se opone a algún pecado,


juntamente con él su verdor seca;


por lo cual si con esa gente estuve


que llora la avaricia, por purgarme


justo de lo contrario me encontraba.»


«Cuando contaste las peleas crueles


de la doble tristeza de Yocasta


dijo el cantor de bucólicos versos


por aquello que te inspirara Clío,


no parece que fueses todavía


fiel a la fe sin la que el bien no basta.


Si esto es así, ¿qué sol, qué luminarias,


disipando la sombra, enderezaron


detrás del pescador luego tus velas?»


Y aquél a éste: «Tú me dirigiste


a beber en las grutas del Parnaso;


y luego junto a Dios me iluminaste.


Hiciste como aquél que va de noche


con una luz detrás, que a él no le sirve,


mas hace tras de sí a la gente sabia,


cuando dijiste: «El siglo se renueva,


y el primer tiempo y la justicia vuelven,


nueva progenie de los cielos baja.»


Por ti poeta fui, por ti cristiano:


mas para ver mejor lo que dibujo,


para darle color la mano extiendo.


Preñado estaba el mundo todo entero


de la fe verdadera, que sembraron


los mensajeros del eterno reino,


y tus palabras que antes he citado


con las prédicas nuevas concordaban;


y tomé por costumbre el visitarles.


Tan santos luego fueron pareciendo,


que en la persecución de Domiciano,


sin mis lágrimas ellos no lloraban;


y mientras que en mi mano hacerlo estuvo


les ayudaba, y con sus rectas vidas


me hicieron despreciar toda otra secta.


Y antes de poetizar sobre los griegos


y sobre Tebas, tuve mi bautismo;


pero por miedo fui un cristiano oculto,


mostrándome pagano mucho tiempo;


y esa tibieza en el recinto cuarto


me recluyó por más de cuatro siglos.


Tú pues, que ya este velo has levantado


que me escondía cuanto bien he dicho,


mientras que de subir nos ocupamos,


dónde está, dime, aquel Terencia antiguo,


Varrón, Plauto, Cecilio, si lo sabes:


y si están condenados y en qué círculo.»


Esos y Persio, y yo, y bastantes otros


le respondió se encuentran con el Griego


a quien las musas más amamantaron,


en el primer recinto de la cárcel;


y hablarnos muchas veces de aquel monte

donde nuestras nodrizas se hallan siempre. 


También están Simónides y Eurípides,


Antifonte, Agatón y muchos otros


griegos que de laureles se coronan.


Allí se ven aquellas gentes tuyas,


Antígona, Deífile y Argía


y así como lo fue de triste, a Ismene.


Vemos a aquella que mostró Langía,

a Tetis y la hija de Tiresias,


y a Deidamia con todos sus hermanos.»


Ya se callaban ambos dos poetas,


de nuevo atentos a mirar en torno,


ya libres de subir y de paredes;


y habían cuatro siervas ya del día


atrás quedado, y al timón la quinta


enderezaba a lo alto el carro ardiente,


cuando mi guía: «Creo que hacia el borde


volver el hombro diestro nos conviene,


dando la vuelta al monte cual solemos. »


Así fue nuestro guía la costumbre,


y emprendimos la ruta más tranquilos


pues lo aprobaba aquel alma tan digna.


Ellos iban delante, y solitario


yo detrás, escuchando sus palabras,


que en poetizar me daban su intelecto.


Mas pronto rompió las dulces razones


un árbol puesto en medio del camino,


con manzanas de olor bueno y suave;


y así corno el abeto se adelgaza


de rama en rama, aquel abajo hacía,


para que nadie, pienso, lo subiera.


Del lado en que el camino se cortaba,


caía de la roca un licor claro,


que se extendía por las hojas altas.


Al árbol se acercaron los poetas;


y una voz desde dentro de la fronda


gritó: «Muy caro cuesta este alimento.»


«Más pensaba María en que las bodas


siguió fueran honradas, que en su boca,


esa que ahora intercede por vosotros.


Las antiguas romanas sólo agua


bebían; y Daniel, que despreciaba


el alimento, conquistó la ciencia.


La edad primera, bella como el oro,


hizo con hambre gustar las bellotas,


y néctar con la sed cualquier arroyo.


Miel y langostas fueron las viandas

que en el yermo nutrieron al Bautista;


por lo cual es tan grande y tan glorioso


como en el Evangelio se demuestra.»

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...