CANTO XXII
Ya el ángel se quedó tras de nosotros,
aquel que al sexto círculo nos trajo,
una señal quitando de mi frente;
y a los que tienen ansias de justicia
llamó beatos, pero sus palabras
hasta el sitiunt, no más, lo proclamaron.
Y yo más leve que en los otros pasos
caminaba, tal que sin pena alguna
seguía a los espíritus veloces;
cuando Virgilio comenzó: «El Amor
prendido en la virtud, siempre a otro prende
con tal de que su llama manifieste;
desde el punto en que vino con nosotros
Juvenal hasta el limbo del infierno,
y cuánto te admiraba me dijera,
yo fui contigo tan benevolente
como nunca con alguien que no has visto,
y esta escalera me parece corta.
Pero dime, y perdona como amigo
si excesiva confianza alarga el freno,
y como amigo explícame la causa:
cómo pudo encontrar dentro de ti
un sitio la avaricia, junto a tanto
saber que por estudios poseías?»
A Estacio estas palabras le causaron
primero una sonrisa, luego dijo:
«Me prueba tu cariño lo que dices.
En verdad muchas veces pasan cosas
que dan materia falsa a nuestras dudas,
porque la causa cierta está escondida.
Tu pregunta me muestra que pensabas
que en la otra vida hubiera sido avaro,
acaso pues me viste en aquel círculo.
Sabe pues que alejado de avaricia
fui demasiado; y esta desmesura
miles de lunas castigada ha sido.
Y si el rumbo no hubiese enderezado,
al comprender allí donde escribías,
casi irritado con el ser del hombre,
«¿Por dónde no conduces tú, maldita
hambre de oro, el afán de los mortales?»
en los tristes torneos diera vueltas.
Supe entonces que mucho abrir las alas
puede gastar las manos, y de esa
falta me arrepentí cual de las otras.
¿Cuántos renacerán todos pelados
por ignorancia, pues quien peca en esto,
ni en vida, ni al extremo se arrepiente?
Y sabrás que la culpa que replica,
y diametral se opone a algún pecado,
juntamente con él su verdor seca;
por lo cual si con esa gente estuve
que llora la avaricia, por purgarme
justo de lo contrario me encontraba.»
«Cuando contaste las peleas crueles
de la doble tristeza de Yocasta
dijo el cantor de bucólicos versos
por aquello que te inspirara Clío,
no parece que fueses todavía
fiel a la fe sin la que el bien no basta.
Si esto es así, ¿qué sol, qué luminarias,
disipando la sombra, enderezaron
detrás del pescador luego tus velas?»
Y aquél a éste: «Tú me dirigiste
a beber en las grutas del Parnaso;
y luego junto a Dios me iluminaste.
Hiciste como aquél que va de noche
con una luz detrás, que a él no le sirve,
mas hace tras de sí a la gente sabia,
cuando dijiste: «El siglo se renueva,
y el primer tiempo y la justicia vuelven,
nueva progenie de los cielos baja.»
Por ti poeta fui, por ti cristiano:
mas para ver mejor lo que dibujo,
para darle color la mano extiendo.
Preñado estaba el mundo todo entero
de la fe verdadera, que sembraron
los mensajeros del eterno reino,
y tus palabras que antes he citado
con las prédicas nuevas concordaban;
y tomé por costumbre el visitarles.
Tan santos luego fueron pareciendo,
que en la persecución de Domiciano,
sin mis lágrimas ellos no lloraban;
y mientras que en mi mano hacerlo estuvo
les ayudaba, y con sus rectas vidas
me hicieron despreciar toda otra secta.
Y antes de poetizar sobre los griegos
y sobre Tebas, tuve mi bautismo;
pero por miedo fui un cristiano oculto,
mostrándome pagano mucho tiempo;
y esa tibieza en el recinto cuarto
me recluyó por más de cuatro siglos.
Tú pues, que ya este velo has levantado
que me escondía cuanto bien he dicho,
mientras que de subir nos ocupamos,
dónde está, dime, aquel Terencia antiguo,
Varrón, Plauto, Cecilio, si lo sabes:
y si están condenados y en qué círculo.»
Esos y Persio, y yo, y bastantes otros
le respondió se encuentran con el Griego
a quien las musas más amamantaron,
en el primer recinto de la cárcel;
y hablarnos muchas veces de aquel monte
donde nuestras nodrizas se hallan siempre.
También están Simónides y Eurípides,
Antifonte, Agatón y muchos otros
griegos que de laureles se coronan.
Allí se ven aquellas gentes tuyas,
Antígona, Deífile y Argía
y así como lo fue de triste, a Ismene.
Vemos a aquella que mostró Langía,
a Tetis y la hija de Tiresias,
y a Deidamia con todos sus hermanos.»
Ya se callaban ambos dos poetas,
de nuevo atentos a mirar en torno,
ya libres de subir y de paredes;
y habían cuatro siervas ya del día
atrás quedado, y al timón la quinta
enderezaba a lo alto el carro ardiente,
cuando mi guía: «Creo que hacia el borde
volver el hombro diestro nos conviene,
dando la vuelta al monte cual solemos. »
Así fue nuestro guía la costumbre,
y emprendimos la ruta más tranquilos
pues lo aprobaba aquel alma tan digna.
Ellos iban delante, y solitario
yo detrás, escuchando sus palabras,
que en poetizar me daban su intelecto.
Mas pronto rompió las dulces razones
un árbol puesto en medio del camino,
con manzanas de olor bueno y suave;
y así corno el abeto se adelgaza
de rama en rama, aquel abajo hacía,
para que nadie, pienso, lo subiera.
Del lado en que el camino se cortaba,
caía de la roca un licor claro,
que se extendía por las hojas altas.
Al árbol se acercaron los poetas;
y una voz desde dentro de la fronda
gritó: «Muy caro cuesta este alimento.»
«Más pensaba María en que las bodas
siguió fueran honradas, que en su boca,
esa que ahora intercede por vosotros.
Las antiguas romanas sólo agua
bebían; y Daniel, que despreciaba
el alimento, conquistó la ciencia.
La edad primera, bella como el oro,
hizo con hambre gustar las bellotas,
y néctar con la sed cualquier arroyo.
Miel y langostas fueron las viandas
que en el yermo nutrieron al Bautista;
por lo cual es tan grande y tan glorioso
como en el Evangelio se demuestra.»