sábado, 5 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, Canto XXIII

CANTO XXIII


Mientras los ojos por la verde fronda


fijaba de igual modo que quien suele


del pajarillo en pos perder la vida,


el más que padre me decía: «Hijo,


ven pronto, pues el tiempo que nos dieron


más útilmente aprovechar se debe.»


Volví el rostro y el paso sin tardarme,


junto a los sabios, que en tal forma hablaban,

que me hicieron andar sin pena alguna.


Y en esto se escuchó llorar y un canto


labia mea domine, en tal modo,


cual si pariera gozo y pesadumbre.


«Oh dulce padre, ¿qué es lo que ahora escucho?»,


yo comencé; y él: «Sombras que caminan


de sus deudas el nudo desatando.»


Como los pensativos peregrinos,


al encontrar extraños en su ruta,


que se vuelven a ellos sin pararse,


así tras de nosotros, más aprisa,


al llegar y pasamos, se asombraba


de ánimas turba tácita y devota.


Todos de ojos hundidos y apagados,


de pálidos semblantes, y tan flacos


que del hueso la piel tomaba forma.


No creo que a pellejo tan extremo


seco, hubiese llegado Erisitone,


ni cuando fue su ayuno más severo.


Y pensando decíame: «¡Aquí viene


la gente que perdió Jerusalén,


cuando María devoró a su hijo!


Parecían sus órbitas anillos


sin gemas: y quien lee en la cara "omo"


bien podría encontrar aquí la eme.


¿Quién pensaría que el olor de un fruto

tal hiciese, el anhelo produciendo,


o el de una fuente, no sabiendo cómo?


Maravillado estaba de tal hambre,


pues la razón aún no conocía


de su piel escarnada y su flaqueza,


cuando de lo más hondo de su rostro fija su vista me volvió una sombra;


luego fuerte exclamó: "¿Qué gracia es ésta?" 


Nunca el rostro le hubiese conocido;


pero en la voz se me hizo manifiesto


lo que el aspecto había deformado.


Esta chispa encendió de aquel tan otro rostro


del todo mi conocimiento,


y conocí la cara de Forese.»


«Ah, no te fijes en la seca roña


que me destiñe rogaba la piel,


ni por la falta de carne que tenga;


dime en verdad de ti, y de quién son esas


dos ánimas que allí te dan escolta;


¡no te quedes aquí sin que me hables!»


«Tu cara, que lloré cuando moriste,


con no menos dolor ahora la lloro


le respondí al mirarla tan cambiada.


Pero dime, por Dios que así os deshoja;


no pidas que hable, pues estoy atónito;


mal podrá hablar quien otra cosa quiere.»


Y él a mí «Del querer eterno baja


un efecto en el agua y en el árbol


que dejasteis atrás, que así enflaquece.


Toda esta gente que llorando canta,


por seguir a la gula sin medida,


santa se vuelve aquí con sed y hambre


De comer y beber nos da el deseo


el olor de la fruta y del rocío


que se extiende por sobre la verdura.


Y ni un solo momento en este espacio


dando vueltas, mitiga nuestra pena:


pena digo y debiera decir gozo,


que aquel deseo al árbol nos conduce

donde Cristo gozoso dijo 'Eli',


cuando nos redimió la sangre suya.»


Yo contesté: «Forese, desde el día


que el mundo por mejor vida trocaste,


cinco años aún no han transcurrido.


Si antes se terminó el que tú pudieras


pecar aún más, de que llegase la hora


del buen dolor que a Dios volver nos hace,


¿cómo es que estás arriba ya tan pronto?


Yo pensaba encontrarte allí debajo,


donde el tiempo con tiempo se repara.»


Y él respondió: «Tan pronto me ha logrado


que beba el dulce ajenjo del martirio


mi Nela con su llanto sin fatiga.


Con devotas plegarias y suspiros


me trajo de la playa en que se espera,


y me ha librado de los otros círculos.


Tanto más cara a Dios y más dilecta


es mi viudita, a la que tanto amaba,


cuanto en su bien obrar está más sola;


puesto que la Barbagia de Sicilia


es más púdica ya con sus mujeres


que la Barbagia en donde la he dejado.


Dulce hermano ¿qué quieres que te diga?


Ya presiento unos tiempos venideros


de que esta hora ya no está lejana,


en que será en el púlpito vedado


el que las descaradas florentinas


vayan mostrando en público las tetas.


¿Qué bárbara hubo nunca o musulmanas


que precisaran para andar cubiertas


disciplina en el alma o de las otras?


Mas si supieran esas sinvergüenzas


lo que veloz el cielo les depara,


ya para aullar sus bocas abrirían;


pues si el vaticinar aquí no engaña,


sufrirán antes de que crezca el bozo


a los que ahora con nanas consuelan.


Ahora ya no te escondas más, oh hermano,

que no sólo yo, más toda esta gente,


mira el lugar donde la luz no pasa.»


Por lo que yo le dije: «Si recuerdas


lo que fui para ti, y para mi fuiste,


aún será triste el recordar presente.


De aquella vida me sustrajo aquel


que va delante, el otro día, cuando


redonda se mostró la hermana de ese


señalé el sol. Y aquél por la profunda


noche llevóme de los muertos ciertos


con esta carne cierta que le sigue.


De allí con sus auxilios me ha traído,

subiendo y rodeando la montaña,

que os endereza a los que el mundo tuerce.


Dice que habrá de hacerme compañía


hasta que esté donde Beatriz se encuentra;


allí es preciso que sin él me quede.


Virgilio es quien tal cosa me ha contado


y se lo señalé ; y aquél la sombra


por quien se ha conmovido cada cuesta


de vuestro reino del que ya se marcha.»

Castellano, purgatorio, Canto XXII

CANTO XXII


Ya el ángel se quedó tras de nosotros,


aquel que al sexto círculo nos trajo,


una señal quitando de mi frente;


y a los que tienen ansias de justicia


llamó beatos, pero sus palabras


hasta el sitiunt, no más, lo proclamaron.


Y yo más leve que en los otros pasos


caminaba, tal que sin pena alguna


seguía a los espíritus veloces;


cuando Virgilio comenzó: «El Amor


prendido en la virtud, siempre a otro prende


con tal de que su llama manifieste;


desde el punto en que vino con nosotros


Juvenal hasta el limbo del infierno,


y cuánto te admiraba me dijera,


yo fui contigo tan benevolente


como nunca con alguien que no has visto,


y esta escalera me parece corta.


Pero dime, y perdona como amigo


si excesiva confianza alarga el freno,


y como amigo explícame la causa:


cómo pudo encontrar dentro de ti


un sitio la avaricia, junto a tanto


saber que por estudios poseías?»


A Estacio estas palabras le causaron


primero una sonrisa, luego dijo:


«Me prueba tu cariño lo que dices.


En verdad muchas veces pasan cosas


que dan materia falsa a nuestras dudas,


porque la causa cierta está escondida.


Tu pregunta me muestra que pensabas


que en la otra vida hubiera sido avaro,


acaso pues me viste en aquel círculo.


Sabe pues que alejado de avaricia

fui demasiado; y esta desmesura


miles de lunas castigada ha sido.


Y si el rumbo no hubiese enderezado,


al comprender allí donde escribías,


casi irritado con el ser del hombre,


«¿Por dónde no conduces tú, maldita


hambre de oro, el afán de los mortales?»


en los tristes torneos diera vueltas.


Supe entonces que mucho abrir las alas


puede gastar las manos, y de esa


falta me arrepentí cual de las otras.


¿Cuántos renacerán todos pelados


por ignorancia, pues quien peca en esto,


ni en vida, ni al extremo se arrepiente?


Y sabrás que la culpa que replica,


y diametral se opone a algún pecado,


juntamente con él su verdor seca;


por lo cual si con esa gente estuve


que llora la avaricia, por purgarme


justo de lo contrario me encontraba.»


«Cuando contaste las peleas crueles


de la doble tristeza de Yocasta


dijo el cantor de bucólicos versos


por aquello que te inspirara Clío,


no parece que fueses todavía


fiel a la fe sin la que el bien no basta.


Si esto es así, ¿qué sol, qué luminarias,


disipando la sombra, enderezaron


detrás del pescador luego tus velas?»


Y aquél a éste: «Tú me dirigiste


a beber en las grutas del Parnaso;


y luego junto a Dios me iluminaste.


Hiciste como aquél que va de noche


con una luz detrás, que a él no le sirve,


mas hace tras de sí a la gente sabia,


cuando dijiste: «El siglo se renueva,


y el primer tiempo y la justicia vuelven,


nueva progenie de los cielos baja.»


Por ti poeta fui, por ti cristiano:


mas para ver mejor lo que dibujo,


para darle color la mano extiendo.


Preñado estaba el mundo todo entero


de la fe verdadera, que sembraron


los mensajeros del eterno reino,


y tus palabras que antes he citado


con las prédicas nuevas concordaban;


y tomé por costumbre el visitarles.


Tan santos luego fueron pareciendo,


que en la persecución de Domiciano,


sin mis lágrimas ellos no lloraban;


y mientras que en mi mano hacerlo estuvo


les ayudaba, y con sus rectas vidas


me hicieron despreciar toda otra secta.


Y antes de poetizar sobre los griegos


y sobre Tebas, tuve mi bautismo;


pero por miedo fui un cristiano oculto,


mostrándome pagano mucho tiempo;


y esa tibieza en el recinto cuarto


me recluyó por más de cuatro siglos.


Tú pues, que ya este velo has levantado


que me escondía cuanto bien he dicho,


mientras que de subir nos ocupamos,


dónde está, dime, aquel Terencia antiguo,


Varrón, Plauto, Cecilio, si lo sabes:


y si están condenados y en qué círculo.»


Esos y Persio, y yo, y bastantes otros


le respondió se encuentran con el Griego


a quien las musas más amamantaron,


en el primer recinto de la cárcel;


y hablarnos muchas veces de aquel monte

donde nuestras nodrizas se hallan siempre. 


También están Simónides y Eurípides,


Antifonte, Agatón y muchos otros


griegos que de laureles se coronan.


Allí se ven aquellas gentes tuyas,


Antígona, Deífile y Argía


y así como lo fue de triste, a Ismene.


Vemos a aquella que mostró Langía,

a Tetis y la hija de Tiresias,


y a Deidamia con todos sus hermanos.»


Ya se callaban ambos dos poetas,


de nuevo atentos a mirar en torno,


ya libres de subir y de paredes;


y habían cuatro siervas ya del día


atrás quedado, y al timón la quinta


enderezaba a lo alto el carro ardiente,


cuando mi guía: «Creo que hacia el borde


volver el hombro diestro nos conviene,


dando la vuelta al monte cual solemos. »


Así fue nuestro guía la costumbre,


y emprendimos la ruta más tranquilos


pues lo aprobaba aquel alma tan digna.


Ellos iban delante, y solitario


yo detrás, escuchando sus palabras,


que en poetizar me daban su intelecto.


Mas pronto rompió las dulces razones


un árbol puesto en medio del camino,


con manzanas de olor bueno y suave;


y así corno el abeto se adelgaza


de rama en rama, aquel abajo hacía,


para que nadie, pienso, lo subiera.


Del lado en que el camino se cortaba,


caía de la roca un licor claro,


que se extendía por las hojas altas.


Al árbol se acercaron los poetas;


y una voz desde dentro de la fronda


gritó: «Muy caro cuesta este alimento.»


«Más pensaba María en que las bodas


siguió fueran honradas, que en su boca,


esa que ahora intercede por vosotros.


Las antiguas romanas sólo agua


bebían; y Daniel, que despreciaba


el alimento, conquistó la ciencia.


La edad primera, bella como el oro,


hizo con hambre gustar las bellotas,


y néctar con la sed cualquier arroyo.


Miel y langostas fueron las viandas

que en el yermo nutrieron al Bautista;


por lo cual es tan grande y tan glorioso


como en el Evangelio se demuestra.»

Castellano, purgatorio, Canto XXI

CANTO XXI


Esa sed natural que no se aplaca


sino con aquel agua que la joven


samaritana pidió como gracia,


me apenaba, y punzábarne la prisa


por la difícil senda tras mi guía


doliéndome con la justa venganza.


Y he aquí que, como escribe Lucas


que a dos en el camino vino Cristo,


salido de la boca del sepulcro,


apareció una sombra detrás de nosotros,


al pie mirando la turba yacente;


y antes de percatamos de él, nos dijo:


«Oh hermanos míos, Dios os de la paz».


Nos volvimos de súbito, y Virgilio


le devolvió el saludo que se debe.


Dijo después: «En la corte beata,


en paz te ponga aquel veraz concilio,


que en el exilio eterno me relega.»


«¡Cómo! nos dijo, caminando aprisa :


¿si sombras sois que aquí Dios no destina,


quién os ha hecho subir por su escalera?»


Y mi doctor: «Si miras las señales


que éste lleva, y que un ángel ha marcado


verás que puede irse con los buenos.


Mas como la que hila día y noche


no le había acabado aún la husada


que Cloto impone y a todos apresta,


su alma, que es hermana de las nuestras,


subiendo no podía venir sola,


porque no puede ver como nosotros.


Y me sacaron de la gran garganta


infernal, para guiarle, y guiaréle


hasta donde mi escuela pueda hacerlo.


Mas, si lo sabes, dime, ¿por qué tales sacudidas

dio el monte, y por qué a una 

parecieron gritar hasta su base.?»


Así dio, preguntando, en todo el blanco


de mi deseo, y con las esperanzas


aquella sed sentí más satisfecha.


Y aquel dijo: «No hay cosa que sin orden


pase en la santidad de la montaña,


o que suceda fuera de costumbre.


De toda alteración esto está libre:


uno que el cielo dio y que en él recibe


puede ser la razón, y no otra causa.


Porque la lluvia, el granizo, la nieve,


el rocío y la escarcha más arriba


no caen de la escalera de tres gradas;


nubes espesas no hay ni enrarecidas,


ni rayos, ni la hija de Taumente,


que abajo cambia a menudo de sitio;


no sigue el viento seco más arriba


que la más alta de las escaleras,


donde se sienta el vicario de Pedro.


Acaso tiemble abajo, poco o mucho,


mas por mucho que el viento allá se esconda,


no sé cómo, aquí arriba nunca tiembla.


Tiembla cuando algún alma ya limpiada


se siente, y se levanta o se encamina


para subir; y tal grito la sigue.


Da prueba ese deseo de estar limpia,


que, libre ya para mudar de sitio,


toma al alma y la empuja con deseo.


Antes lo quiso, y lo impidió el talento


pues contra ese deseo, la Justicia,


como fue en el pecar, pone al castigo.


Y yo que en estas penas he yacido


más de quinientos años, sólo ahora


anhelo libremente un mejor solio:


por eso el terremoto y los piadosos


espíritus oísteis, alabando


a aquel Señor, que pronto los reclame.»


Así nos dijo; y tal como disfruta


más del beber quien tiene sed más grande,

no podría explicar mi gran contento.


Y el sabio guía: «Ya comprendo ahora


la red que os prende y cómo deslazarla,


y por qué hay regocijos y temblores.


Ahora quién fuiste plázcate contarme,


y por qué tantos siglos has yacido


aquí, muéstramelo con tus palabras.»


«En la edad que el buen Tito, con la ayuda


del sumo rey, vengó los agujeros


de aquella sangre por Judas vendida,


con el nombre que más dura y más honra


vivía yo» repuso aquel espíritu-


ya bastante famoso, mas sin fe.


Tan grande fue lo dulce de mi canto,


que, tolosano, a Roma me trajeron,


y merecí con mirto honrar mis sienes.


Por Estacio aún la gente me conoce:


canté de Tebas y del gran Aquiles;


mas quedó en el camino la segunda.


Semilla de mi ardor fueron las ascuas,


que me quemaron, de la llama santa


en que han sido encendidos más de miles;


de la Eneida te hablo, la cual madre


me fue, y me fue nodriza en la poesía:


sin ella no valdría ni un adarme.


Y por haber vivido cuando allí


vivió Virgilio, un sol consentiría


más del debido aún antes de marcharme.»


Se volvió a mí Virgilio a estas palabras


con rostro que, callando, dijo: «Calla»;


mas la virtud no puede cuanto quiere,


que risa y llanto siguen tan de cerca


la pasión que genera a cada uno,


que al querer menos sigue en los sinceros.


Así que sonreí como al secreto;


y se calló la sombra, y me miró


los ojos que revelan más el alma;


y: «así tanto trabajo en bien acabe


dijo ¿por qué hace un rato tu semblante

me ha mostrado un relámpago de risa?»


Ahora estaba cogido por dos partes


una me hace callar, la otra me pide


que hable; y yo suspiro y me comprende


mi maestro, y «No tengas ningún miedo


de hablar me dice ; háblale y revela


lo que con tanto afán ha preguntado»


Por lo que yo: «Quizás te maravilles


de por qué me reí, oh antiguo espíritu,


pero aún quedarás más admirado.


Este que arriba guía mi mirada,


es el mismo Virgilio, en quien las fuerzas


tomaste de cantar dioses y héroes.


Si de otra causa pareció mi risa,


olvídala por falsa, y sólo vino


de las palabras que le prodigaste.»


Para abrazar los pies ya se inclinaba

a mi doctor, más él le dijo: «Hermano,

no lo hagas, porque somos los dos sombras.» 

Y él alzando: «Ahora puedes comprender


la cantidad de amor en que me enciendes,


cuando olvido que somos cosas vanas,


y trato como sólidas las sombras.»

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...