martes, 1 de septiembre de 2020

Castellano, purgatorio, canto VI

CANTO VI


Cuando se acaba el juego de la zara,

el perdedor se queda algo mohino


y triste aprende, repitiendo lances;


con el otro se va toda la gente;


cuál va delante, cuál detrás le agarra,


cuál a su lado quiere darle coba;


él no se para y los escucha a todos;


a quien tiende la mano, al fin le suelta;


y así de aquel gentío se ve libre.


Tal entre aquella turba me encontraba,


de aquí y de allá volviéndoles el rostro,


y prometiendo me soltaba de ellos.


Estaba el Aretino, quien del brazo


fiero de Ghin de Tacco halló la muerte,


y el otro que se ahogó yendo de caza.


Suplicaba, tendiéndome las manos,


Federico Novello, y el de Pisa


que hiciera parecer fuerte a Marzucco.


Vi al conde Orso y su alma separada


de su cuerpo por odio y por envidia,


como decía, y no por culpa alguna.


Pier de la Broccia digo; y que provea,


mientras que aún está aquí, la de Brabante


si con peor rebaño andar no quiere.


Cuando ya me libré de todas esas


sombras que suplicaban otras súplicas,


porque su salvación les llegue antes,


yo comencé: « Parece que me niegas


expresamente, oh luz, en algún texto


que aplaque la oración leyes del cielo;


y esta gente por ello sólo ruega:


¿es que vanas son pues sus esperanzas,


o es que no he comprendido bien tu texto?»


Y él me dijo: «Es sencilla mi escritura;


y en esperar ninguno se equivoca,


si con la mente clara bien se mira;


pues la cima del juicio no se allana


porque el fuego de amor cumpla en un punto


lo que satisfacer aquí se espera;


y allí donde hice tal afirmación,

no se enmendaba, por rezar, la culpa,


pues la oración de Dios estaba lejos.


No te fijes en dudas tan profundas


sino tan sólo en lo que diga aquella


que entre mente y la verdad alumbre.


No sé si entiendes: de Beatriz te hablo;


arriba la verás, sobre la cima


de este monte, dichosa y sonriendo.»


Y yo: «Señor, vayamos más aprisa,


que ya no estoy cansado como antes,


y ya veo que el monte arroja sombra.»


Caminaremos mientras dure el día

él me repuso el tiempo que podamos;

mas no es la cosa como la imaginas.


Antes de estar arriba, volverás


a ver aquel que oculta la ladera,


de modo que sus rayos ya no rompes.


Pero mira aquel alma que allá inmóvil,


completamente sola, nos contempla:


el camino más corto ha de mostrarnos.


Nos acercamos: ¡oh ánima lombarda


qué altiva y desdeñosa aparecías,


qué noble y lenta en el mover los ojos!


Ella no nos decía una palabra,


mas nos dejaba andar, sólo mirando


a guisa de león cuando reposa.


Mas Virgilio acercóse a él, pidiendo


que nos mostrase la mejor subida;


pero a su ruego nada respondió,


mas de nuestro país y nuestra vida

nos preguntó; y mi guía comenzaba

«Mantua...» y la sombra, toda en ella absorta, 


vino hacia él del sitio en que se hallaba


diciendo: «¡Oh mantuano, soy Sordello,


soy de tu misma tierra!», y se abrazaron.


¡Ah esclava Italia, albergue de dolores,


nave sin timonel en la borrasca,


burdel, no soberana de provincias!


Aquel alma gentil tan prestamente,

sólo al oír el nombre de su tierra,


comenzó a festejar a su paisano,


y en ti ahora sin guerras no se hallan tus vivos,

y se muerden unos a otros,

los que un foso y un muro mismo encierran.


Busca, mísera, en torno de tus costas


tus playas, y después mira en el centro,


si alguna parte en ti de paz disfruta.


¿De qué vale que el freno te pusiera,


Justiniano, si nadie hay en la silla?


Menor fuera sin ése la vergüenza.


Ah gentes que debíais ser devotas,


y consentir al César en su trono,


si aquello que Dios manda comprendieseis,


esa fiera mirad cuán indomable,


por no ser corregida por la espuela,


al poner en las riendas vuestras manos.


¡Oh tú, tedesco Alberto, que la dejas


al verla tan salvaje y tan indómita,


y debiste apretarle los ijares,


caiga de las estrellas justo juicio


sobre tu sangre, y sea nuevo y claro,


tal que tu sucesor le tenga miedo!


Pues habéis consentido tú y tu padre,


por la codicia de eso distraídos,


que el jardín del imperio esté desierto.


Ven y vé a Capuletos y Montescos,


Filipeschos, Monaldos, ah, indolente,


esos ya tristes, y estos con recelos!


¡Ven, cruel, ven y vé la tirania


de tus nobles, y cura sus desmanes;


verás a Santaflora tan oscura!


Ven y contempla tu Roma llorando

viuda y sola, llamando noche y día:

« Oh mi César, por qué no me acompañas?» 


¡Verás lo mucho que se quieren todos!


y si a piedad ninguna te movemos,


ven y tendrás vergüenza de tu fama.


Y si me es permitido, oh sumo Jove


que por nosotros en cruz te pusieron,


¿es que has vuelto los ojos a otra parte?


¿o te estás preparando, en el abismo


de tus designios, para hacer un bien


que se escapa del todo a nuestra mente?


Pues llenas de tiranos las ciudades


están de Italia toda, y un Marcelo

se vuelve cualquier ruin que entra en un bando. 


Puedes estar contenta, ah, mi Florencia,


por esta digresión que no te alcanza,


pues se las sabe solventar tu pueblo.


La justicia en su pecho muchos guardan,


y, prudentes, disparan tarde el arco;


mas tu pueblo la tiene en plena boca.


Muchos rechazan cargos oficiales,


mas tu pueblo solícito responde


sin ser llamado, y grita: «iYo lo acepto!»


¡Alégrate, porque motivos tienes:


tú rica, tú con paz, y tú prudente!


De si digo verdad, están las muestras.


Las Atenas y Espartas, que inventaron


las viejas leyes tan civilizadas


del bien vivir, hicieron débil prueba


comparadas contigo, pues que haces


tan sutiles decretos, que a noviembre


los que hiciste en octubre nunca llegan.


Hasta donde recuerdo, ¿cuántas veces


leyes, monedas, hábitos y oficios,


has mudado, y cambiado de habitantes?


Y si te acuerdas bien y lo ves claro,


te verás semejante a aquella enferma


que no encuentra reposo sobre plumas,


mas dando vueltas calma sus dolores.

Castellano, purgatorio, canto V

CANTO V


De esa sombra me había separado,


y seguía los pasos de mi guía,


cuando detrás de mí, su dedo alzando,


una gritó: «iMirad, que no iluminan


los rayos a la izquierda del de abajo,


y cual vivo parece comportarse!»


Volví los ojos al oír aquello,


y los vi que miraban asombrados,


sólo a mí, y a la luz que interceptaba.


«¿Tú ánimo por qué se enreda tanto


dijo el maestro que el andar retardas?


¿qué te importa lo que esos cuchichean?


Deja hablar a la gente y ven conmigo:


sé como aquella torre que no tiembla


nunca su cima aunque los vientos soplen;


pues aquel en quien bulle un pensamiento


sobre otro pensamiento, se extravía,


porque el fuego del uno ablanda al otro.»


¿Qué podía decir si no: « Ya voy»?


Díjelo, más cubriéndome el color


que digno de perdón al hombre vuelve.


Mientras tanto a través de la ladera

una gente venía hacia nosotros,


cantando el «Miserere», verso a verso.


Cuando notaron que ocasión no daba


de atravesar los rayos con mi cuerpo,


por un gran «Oh» cambiaron su cantiga;


y dos de ellos, en forma de emisarios,


corrieron hacia mí y me preguntaron:


«Haznos saber de vuestra condición»


Y mi maestro: «Bien podéis marcharos


y a aquellos que os mandaron referirles


que el cuerpo de éste es carne verdadera.


Si al contemplar su sombra se pararon,


como yo creo, baste la respuesta:


hacedle honor, que acaso os aproveche.»


Tan rápidos vapores encendidos


no vi rasgar el cielo en plena noche,


ni las nubes de agosto en el ocaso,


como aquellos a lo alto se volvieron,


y junto a los demás dieron la vuelta,


como un tropel sin freno hacia nosotros.


«Mucha es la gente que a nosotros viene,


y te quieren rogar dijo el poeta :


mas sigue andando, y caminando escucha.»


«Oh alma que caminas con aquellos


miembros con que naciste, a ser dichoso,


se acercaban gritando aquieta el paso.


Mira si a alguno de nosotros viste,

para que de él allí noticias lleves:


¡Ah!, ¿por qué sigues? ¡Ah!, ¿por qué no paras? 


Todos muertos violentamente fuimos,


y hasta el último instante pecadores;


la luz del cielo entonces nos dio juicio


y, arrepentidos, perdonando, fuera


salimos de la vida en paz con Dios,


y el deseo de verle nos aflige.»


Y yo: «Por más que mire vuestros rostros


no os reconozco: mas si deseáis


algo que pueda hacer, buenos espíritus,


decidmelo y lo haré, por esa paz


que, detrás de los pasos de mi guía,


de mundo en mundo buscar se me hace.»


Y uno repuso: «Todos nos fiamos


de tus bondades sin que nos lo jures,


si es que tu voluntad no es impedida.


Por lo que yo que hablé antes que los otros,


te ruego, que si ves esa comarca


que está entre la Romaña y la de Carlos,


que de tus ruegos me hagas cortesía


en Fano, y que por mi bien se suplique,


y las graves ofensas purgar pueda.


Allí nací, mas los profundos huecos


por los que huyó la sangre en que vivía,


en tierras de Antenor me fueron hechos,


donde estar confiaba más seguro:


que lo mandó el de Este, pues me odiaba


más de lo que el derecho lo permite.


Pero si hacia la Mira hubiese huido,


cuando fui sorprendido en Oriaco,


aun estaría donde se respira.


Corrí al pantano, donde cieno y cañas


estorbaron mi paso y me caí;


y vi mi sangre en tierra hacer un lago.»


Luego otro dijo: «¡Ay, así el deseo


se cumpla que te trae a esta montaña,


con piedad bondadosa ayuda al mío!


Yo nací en Montefeltro, soy Bonconte;


Giovanna y los demás no me recuerdan,


y sigo a estos con la frente gacha.»


Y le dije: «¿qué fuerza o qué aventura


de Campaldino te llevó tan lejos


que tu sepulcro nunca se ha encontrado?»


«Oh me repuso , al pie del Casentino


un agua corre que se llama Arquiano,


nace en los Apeninos, sobre el Ermo.


Donde su nombre ya no necesita,


llegué con una herida en la garganta,


huyendo a pie y ensangrentando el llano.


Allí perdí la vista, y mi palabra


terminó con el nombre de María,


y allí al caer mi carne quedó sola.


Te diré la verdad y tú a los vivos:


un ángel me cogió, y el del Infierno

gritaba: «Oh tú, el del Cielo, ¿por qué quieres 


privarme de él, llevándote lo eterno,


porque una lagrimilla me lo quita?


mas yo tendré el gobierno de lo otro.»


«Bien sabes que en el aire se recoge


el húmedo vapor que se hace agua,


en cuanto sube donde encuentra el frío.


Llegó aquel mal querer, que males busca


con su sabiduría, y humo y viento


movió con el poder de que es dotado.


El valle entonces, cuando cayó el día,


se cubrió desde el monte a Protomagno


de niebla; y todo el cielo se nubló,


y el aire denso convirtióse en agua;

cayó la lluvia, y vino a los barrancos

toda la que la tierra no absorbía;


y como se juntara en torrenteras,


tan veloz en el río principal


cayó, que nada pudo retenerla.


Mi cuerpo helado, en donde desemboca


halló al soberbio Arquiano: y éste al Arno


lo arrastró, deshaciendo de mi pecho


la cruz que hiciera del dolor vencido;


me volteó en la orilla y en el fondo,


y me cubrió y ciñó con sus botines.»


«Ay, cuando al mundo regresado hayas,


y descansado de la larga ruta


siguió un tercer espíritu al segundo


recuerdame, soy Pía, me hizo Siena,


Maremma me deshizo: bien lo sabe


aquel que, luego de poner su anillo,


con su gema me había desposado.»

Castellano, purgatorio, canto IV

CANTO IV


Cuando algún sufrimiento o alegría


de alguna facultad nuestra se adueña,


toda en ella se centra nuestra alma,


y no atiende a ninguna otra potencia

y es esto contra aquel error que opina

que un alma sobre otra alma arda en nosotros. 

Por eso, cuando se oye o se ve algo


que atraiga al alma fuertemente a ello,


el tiempo pasa y nada el hombre advierte;


porque es una potencia la que escucha,


y otra la que retiene al alma entera:


una está casi presa, y la otra libre.


Puede experimentar de veras esto,


escuchando a aquel alma y admirando;


pues bien cincuenta grados ya subido


había el sol, sin darme cuenta, cuando


llegamos donde, a una, aquellas almas


gritaron: «Aquí está lo que buscáis.»


Mayor portillo muchas veces cierra


con un manojo apenas de zarzales


el campesino al madurar la uva,


de lo que era la senda que subimos,


yo detrás de mi guía, los dos solos


al partir de nosotros aquel grupo.


Se va a Sanleo, a Noli se desciende,


se sube a Bismantova hasta la cumbre


a pie, pero volar aquí es preciso;


digo con leves alas y con plumas


del deseo, detrás de aquel llevado,


que me daba esperanza y me alumbraba.


Por un girón subimos de la roca,


cuyas paredes casi se juntaban,


y el suelo nos pedía pies y manos.


Cuando ya al borde superior llegamos


de la alta base, a un sitio descubierto


«Maestro dije ¿qué camino haremos?»


Y él me dijo: «No tuerzas ningún paso;


únicamente sígueme hacia el monte,


hasta que llegue alguna escolta sabia.»


La cima, de tan alta, era invisible


y aún más pina la cuesta que la raya


que une el medio cuadrante con el centro.


Estaba muy cansado y exclamé:


«Oh dulce padre, vuélvete y advierte


que solo quedaré, si no te paras.»


«Hijo me contestó sube hasta allí»,


un repliegue más alto señalando


que por allí giraba todo el monte.


Tanto me espolearon sus palabras,


que me esforcé trepando tras de él


hasta que puse pies en la cornisa.


Nos sentamos los dos vueltos a oriente,


donde estaba el camino que subimos,


que siempre de mirar es agradable.


La vista dirigí primero abajo;


luego arriba, hacia el sol, y me admiraba


que nos hería por el lado izquierdo.


Bien comprendió el poeta que yo estaba


por el carro solar estupefacto,


que entre nosotros y Aquilón nacía.


Por lo cual me explicó: «Si los Gemelos


fuesen en compañía de ese espejo


que lleva la luz arriba y abajo,


verías al Zodiaco enrojecido


girar aún más cercano de las Osas,

si no saliera del camino usado.


Cómo pueda ocurrir, pensarlo puedes


si atentamente observas que Sión


en la tierra se opone a esta montaña;


un horizonte mismo tienen ambas


y hemisferios diversos; y el camino


que mal supiera recorrer Faetonte,


podrás ver cómo en ésta va por uno,


y por aquella por el otro lado,


si lo ves claro con la inteligencia.»


«Cierto maestro dije que hasta ahora


no i claro, como lo discierno,


allí donde mi ingenio me faltaba,


que la mitad del cielo que alto gira,


que se llama Ecuador en algún arte,


y entre sol y entre invierno se halla siempre,


por la causa que dices, dista tanto


respecto al Septentrión, cuanto en Judea


lo contemplaban en la parte cálida.


Mas sabría gustoso, si quisieras,


cuánto habremos de andar; pues sube el monte

más de lo que subir pueden mis ojos.»


Y él me dijo: «Este monte es de tal modo,


que siempre pesa al comenzar abajo;


y cuando más se sube, menos daña.


Y así cuando le sientas tan suave,


que te haga caminar ya tan ligero


como nave que empuja la corriente,


habrás llegado al fin de este sendero:


reposar allí espera tu fatiga.


Más no respondo, y esto lo sé cierto.»


Y después de decir estas palabras,


oímos una voz cercana: «¡Acaso


necesites sentarte mucho antes!»


Los dos al escucharle nos volvimos,


y vimos a la izquierda un gran peñasco,


que antes ninguno habíamos notado.


Allí fuimos; y había allí personas


que estaban a la sombra de la piedra

como se pone el hombre por vagancia.


Y uno, que fatigado parecía,


se sentaba abrazando sus rodillas,


con el rostro inclinado puesto entre ellas.


«Oh mi dulce señor dije contempla


al que más negligente no verías


si la pereza fuese hermana suya.»


Entonces se volvió, mirando atento,


levantando su rostro de los muslos:


«¡Sube tú, puesto que eres tan valiente!»


Supe quién era entonces, y el cansancio


que aún el aliento un poco me cortaba,


no me impidió acercarme a él; y cuando


estuve al lado, alzó la vista apenas


diciendo: « ¿Has entendido cómo el sol


lleva su carro por el hombro izquierdo?»


Sus gestos perezosos y sus breves


palabras me causaron leve risa;


Después: «Belacqua dije no me duelo


ya de ti; pero di, ¿por qué te sientas


aquí precisamente? ¿escolta esperas,


o la antigua costumbre te domina?»


Y él: «De qué sirve, hermano, el ir a arriba,


pues no me dejaría ir al castigo


el ángel del Señor que está en la puerta.


Es necesario que antes gire el cielo


sobre mí tantas veces, cuanto en vida,


pues que dejé para el final el llanto;


si es que antes no me ayuda la oración


de un corazón surgida que esté en gracia:


porque la otra en el cielo no se escucha.»


Y ya delante de mí iba el poeta,


diciendo: «Vamos ven, mira que toca


el sol el meridiano, y en la orilla


cubre el pie de la noche ya Marruecos

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...