martes, 29 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, Canto XXIV

CANTO XXIV


«Oh compañía electa a la gran cena


del bendito Cordero, el cual os nutre


de modo que dais siempre saciadas,


si por gracia de Dios éste disfruta


de aquello que se cae de vuestra mesa,


antes de que la muerte el tiempo agote,


estar atentos a su gran deseo


y refrescarle un poco: pues bebéis


de la fuente en que mana lo que él piensa.»


Así Beatriz; y las gozosas almas


se hicieron una esfera en polos fijos,


llameando, al igual que los cometas.


Y cual giran las ruedas de un reloj


así que, a quien lo mira, la primera


parece quieta, y la última que vuela;


así aquellas coronas, diferente-


mente danzando, lentas o veloces,


me hacían apreciar sus excelencias.


De aquella que noté más apreciada


vi que salía un fuego tan dichoso,


que de más claridad no hubo ninguno;


y tres veces en torno de Beatriz


dio vueltas con un canto tan divino,


que mi imaginación no lo repite.


Y así salta mi pluma y no lo escribo:


pues la imaginativa, a tales pliegues,


no ya el lenguaje, tiene un color burdo.


«¡Oh Santa hermana mía que nos ruegas

devota, por tu afecto tan ardiente


me he separado de esa hermosa esfera.»


Tras detenerse, aquel bendito fuego,


dirigió a mi señora sus palabras,


que hablaron en la forma que ya he dicho.


Y ella: «Oh luz sempiterna del gran hombre


a quien Nuestro Señor dejó las llaves,


que él llevó abajo, de esta ingente dicha,


sobre cuestiones serias o menudas,


a éste examina en torno de esa fe,


por lo cual sobre el mar tú caminaste.


Si él ama bien, y bien cree y bien espera,


no se te oculta, pues la vista tienes


donde se ve cualquier cosa pintada,


pero como este reino ha hecho vasallos


por la fe verdadera, es oportuno


que la gloríe más, hablando de ella.»


Tal como el bachiller se arma y no habla


hasta que hace el maestro la pregunta,


argumentando, mas sin definirla,


yo me armaba con todas mis razones,


mientras ella le hablaba, preparado


a tal cuestionador y a tal examen.


«Di, buen cristiano, y hazlo sin rodeos:


¿qué es la fe?» Por lo cual alcé la frente


hacia la luz que dijo estas palabras;


luego volví a Beatriz, y aquella un presto


signo me hizo de que derramase


afuera el agua de mi fuente interna.


«La gracia que me otorga el confesarme


le dije con el alto primopilo,


haga que bien exprese mis conceptos.»


Y luego: «Cual la pluma verdadera


lo escribió, padre, de tu caro hermano


que contigo fue guía para Roma,


fe es la sustancia de lo que esperamos,


y el argumento de las invisibles;


pienso que ésta es su esencia verdadera.»


Entonces escuché: «Bien lo has pensado,

si comprendes por qué entre las sustancias,


luego en los argumentos la coloca.»


Y respondí: «Las cosas tan profundas


que aquí me han ofrecido su apariencia,


están a los de abajo tan ocultas,


que sólo está su ser en la creencia,


sobre la cual se funda la esperanza;


y por ello sustancia la llamamos.


Y de esto que creemos es preciso


silogizar, sin más pruebas visibles:


por ello la llamamos argumento.»


Escuché entonces: «Si cuanto se adquiere


por la doctrina abajo, así entendierais,


no cabría el ingenio del sofista


Así me dijo aquel amor ardiente;


luego añadió: «Muy bien has sopesado


el peso y la aleación de esta moneda;


mas dime si la llevas en la bolsa.»


«Sí dije , y tan brillante y tan redonda,


que en su cuño no cabe duda alguna.»


Luego salió de la luz tan profunda


que allí brillaba: «Esta preciosa gema


que de toda virtud es fundamento,


¿de dónde te ha venido?» Y yo: «Es la lluvia


del Espíritu Santo, difundida


sobre viejos y nuevos pergaminos,


el silogismo que esto me confirma


con agudeza tal, que frente a ella


cualquier demostración parece obtusa.»


Y después escuché: «¿La antigua y nueva


proposición que así te han convencido


por qué las tienes por habla divina?»


Y yo: «Me lo confirman esas obras


que las siguieron, a las que natura


ni bate el yunque ni calienta el hierro.»


«Dime me respondió ¿quién te confirma


que hubiera aquellas obras? Pues el mismo


que lo quiere probar, sin más, lo jura.»


Si el mundo al cristianismo se ha inclinado,


le dije sin milagros, esto es uno


aún cien veces más grande que los otros:


pues tú empezaste pobre y en ayunas

en el campo a sembrar la planta buena

que fue antes vid y que ahora se ha hecho zarza.» 


Esto acabado, la alta y santa corte


cantó por las esferas: «Dio Laudamo»


con esas notas que arriba se cantan.


Y aquel varón que así de rama en rama,


examinando, me había llevado,


cerca ya de los últimos frondajes,


volvió a decir: «La Gracia que enamora


tu mente, ha hecho que abrieras la boca


hasta aquí como abrirse convenía,


de tal forma que apruebo lo que has dicho;


mas explicar qué crees debes ahora,


y de dónde te vino la creencia.»


«Santo padre, y espíritu que ves

aquello en que creíste, de tal modo,

que al más joven venciste hacia el sepulcro,


tú quieres comencé que manifieste


aquí la forma de mi fe tan presta,


y también su motivo preguntaste.


Y te respondo: creo en un Dios solo


y eterno, que los cielos todos mueve


inmóvil, con amor y con deseo;


y a tal creer no tengo sólo prueba


física o metafísica, también


me la da la verdad, que aquí nos llueve


por Moisés, por profetas y por salmos,


y por el Evangelio y por vosotros


que con ardiente espíritu escribisteis;


y creo en tres personas sempiternas,


y en una esencia que es tan una y trina,

que el "son" y el "es" admite a un mismo tiempo. 


Con la profunda condición divina


que ahora toco, la mente me ha sellado


la doctrina evangélica a menudo.


Aquí comienza todo, esta es la chispa


que en vivaz llama luego se dilata,


y brilla en mí cual en el cielo estrella


Como el señor que escucha algo agradable,


después abraza al siervo, complacido


por la noticia, cuando aquél se calla;


de este modo, cantando, me bendijo,


ciñéndome tres veces al callarme,


la apostólica luz, que me hizo hablar:


¡tanto le complacieron mis palabras!

Castellano, paraíso, Canto XXIII

CANTO XXIII


Igual que el ave, entre la amada fronda,


que reposa en el nido entre sus dulces


hijos, la noche que las cosas vela,


que, por ver los objetos deseados


y encontrar alimento que les nutra


una dura labor que no disgusta ,


al tiempo se adelanta en el follaje,


y con ardiente afecto al sol espera,


mirando fijo a donde nace el alba;


así erguida se hallaba mi señora


y atenta, dirigiéndose hacia el sitio


bajo el que el sol camina más despacio:


y viéndola suspensa, ensimismada,


me puse como aquel que deseando


algo que quiere, se calma en la espera.


Mas poco fue del uno al otro instante


de que esperara, digo, y de que viera


que el cielo más y más resplandecía;


Y Beatriz dijo: «¡Mira las legiones


del triunfo de Cristo y todo el fruto


que recoge el girar de estas esferas!»


Pareció que le ardiera todo el rostro,


y tanta dicha llenaba sus ojos,


que es mejor que prosiga sin decirlo.


Igual que en los serenos plenilunios


con las eternas ninfas Trivia ríe


que coloran el cielo en todas partes,


vi sobre innumerables luminarias


un sol que a todas ellas encendía,


igual que el nuestro a las altas estrellas;


y por la viva luz transparecía


la luciente sustancia, tan radiante

a mi vista, que no la soportaba.


¡Oh Beatriz, mi guía dulce y cara!


Ella me dijo: «Aquello que te vence


es virtud que ninguno la resiste.


Allí están el poder y la sapiencia


que abrieron el camino entre la tierra


y el cielo, tanto tiempo deseado.»


Cual fuego de la nube se desprende


por tanto dilatarse que no cabe,


y contra su natura cae a tierra,


mi mente así, después de aquel manjar,


hecha más grande salió de sí misma,


y recordar no sabe qué se hizo.


«Los ojos abre y mira cómo soy;


has contemplado cosas, que te han hecho


capaz de sostenerme la sonrisa.»


Yo estaba como aquel que se resiente


de una visión que olvida y que se ingenia


en vano a que le vuelva a la memoria,


cuando escuché esta invitación, tan digna


de gratitud, que nunca ha de borrarse


del libro en que el pasado se consigna.


Si ahora sonasen todas esas lenguas


que hicieron Polimnia y sus hermanas


de su leche dulcísima más llenas,


en mi ayuda, ni un ápice dirían


de la verdad, cantando la sonrisa


santa y cuánto alumbraba al santo rostro.


Y así al representar el Paraíso,


debe saltar el sagrado poema,


como el que halla cortado su camino.


Mas quien considerase el arduo tema


y los humanos hombros que lo cargan,


que no censure si tiembla debajo:


no es derrotero de barca pequeña


el que surca la proa temeraria,


ni para un timonel que no se exponga.


«¿Por qué mi rostro te enamora tanto,

que al hermoso jardín no te diriges

que se enflorece a los rayos de Cristo?


Este es la rosa en que el verbo divino


carne se hizo, están aquí los lirios


con cuyo olor se sigue el buen sendero.»


Así Beatriz; y yo, que a sus consejos


estaba pronto, me entregué de nuevo


a la batalla de mis pobres ojos.


Como a un rayo de sol, que puro escapa


desgarrando una nube, ya un florido


prado mis ojos, en la sombra, vieron;


vi así una muchedumbre de esplendores,

desde arriba encendidos por ardientes

rayos, sin ver de dónde procedían.


¡Oh, benigna virtud que así los colmas,


para darme ocasión a que te viesen


mis impotentes ojos, te elevaste!


El nombre de la flor que siempre invoco


mañana y noche, me empujó del todo


a la contemplación del mayor fuego;


y cuando reflejaron mis dos ojos


el cuál y el cuánto de la viva estrella


que vence arriba como vence abajo,


por entre el cielo descendió una llama


que en círculo formaba una corona


y la ciñó y dio vueltas sobre ella.


Cualquier canción que tenga más dulzura


aquí abajo y que más atraiga al alma,


semeja rota nube que tronase,


si al son de aquella lira lo comparo


que al hermoso zafiro coronaba


del que el más claro cielo se enzafira.


«Soy el amor angélico, que esparzo


la alta alegría que nace del vientre


que fue el albergue de nuestro deseo;


y así lo haré, reina del cielo, mientras


sigas tras de tu hijo, y hagas santa


la esfera soberana en donde habitas.»


Así la melodía circular


decía, y las restantes luminarias

repetían el nombre de María.


El real manto de todas las esferas


del mundo, que más hierve y más se aviva


al aliento de Dios y a sus mandatos,


tan encima tenía de nosotros


el interno confín, que su apariencia


desde el sitio en que estaba aún no veía:


y por ello mis ojos no pudieron


seguir tras de esa llama coronada


que se elevó a la par que su simiente.


Y como el chiquitín hacia la madre


alarga, luego de mamar, los brazos


por el amor que afuera se le inflama,


los fulgores arriba se extendieron


con sus penachos, tal que el alto afecto


que a María tenían me mostraron.


Permanecieron luego ante mis ojos


Regina caeli, cantando tan dulce


que el deleite de mí no se partía.


¡Ah, cuánta es la abundancia que se encierra


en las arcas riquísimas que fueron


tan buenas sembradoras aquí abajo!


Allí se vive y goza del tesoro


conseguido llorando en el destierro


babilonio, en que el oro desdeñaron.


Allí triunfa, bajo el alto Hijo


de María y de Dios, de su victoria,


con el antiguo y el nuevo concilio


el que las llaves de esa gloria guarda.

Castellano, paraíso, Canto XXII

CANTO XXII


Presa del estupor, hacia mi guía


me volví, como el niño que se acoge


siempre en aquella en que más se confía;


y aquélla, como madre que socorre


rápido al hijo pálido y ansioso


con esa voz que suele confortarlo,


dijo: «¿No sabes que estás en el cielo?


y ¿no sabes que el cielo es todo él santo,


y de buen celo viene lo que hacemos?


Cómo te habría el canto trastornado,


y mi sonrisa, puedes ver ahora,


puesto que tanto el gritar te conmueve;


y si hubieses su ruego comprendido,


en él conocerías la venganza


que podrás ver aún antes de que mueras.


La espada de aquí arriba ni deprisa


ni tarde corta, y sólo lo parece


a quien teme o desea su llegada.


Mas dirígete ahora hacia otro lado;


que verás muchas almas excelentes,


si vuelves la mirada como digo.»


Como ella me indicó, volví los ojos,


y vi cien esferitas, que se hacían


aún más hermosas con sus mutuos rayos.


Yo estaba como aquel que se reprime


la punta del deseo, y no se atreve


a preguntar, porque teme excederse;


y la mayor y la más encendida


de aquellas perlas vino hacia adelante,


para dejar satisfechas mis ganas.


Dentro de ella escuché luego: «Si vieses


la caridad que entre nosotras arde,


lo que piensas habrías expresado.


Mas para que, esperando, no demores


el alto fin, habré de responderte


al pensamiento sólo que así guardas.


El monte en cuya falda está Cassino


estuvo ya en su cima frecuentado


por la gente engañada y mal dispuesta;


y yo soy quien primero llevó arriba


el nombre de quien trajo hasta la tierra


esta verdad que tanto nos ensalza;


y brilló tanta gracia sobre mí,


que retraje a los pueblos circundantes


del culto impío que sedujo al mundo.


Los otros fuegos fueron todos hombres


contemplativos, de ese ardor quemados


del que flores y frutos santos nacen.


Está Macario aquí, y está Romualdo,


y aquí están mis hermanos que en los claustros

detuvieron sus almas sosegadas.


Y yo a él: «El afecto que al hablarme


demuestras y el benévolo semblante


que en todos vuestros fuegos veo y noto,


de igual modo acrecientan mi confianza,


como hace al sol la rosa cuando se abre


tanto como permite su potencia.


Te ruego pues, y tú, padre, concédeme


si merezco gracia semejante,


que pueda ver tu imagen descubierta.»


Y aquél: «Hermano, tu alto deseo


ha de cumplirse allí en la última esfera,


donde se cumplirán todos y el mío.


Allí perfectos, maduros y enteros


son los deseos todos; sólo en ella


cada parte está siempre donde estaba,


pues no tiene lugar, ni tiene polos,


y hasta aquella conduce esta escalera,


por lo cual se te borra de la vista.


Hasta allá arriba contempló el patriarca

Jacob que ella alcanzaba con su extremo,


cuando la vio de ángeles colmada.


Mas, por subirla, nadie aparta ahora


de la tierra los pies, y se ha quedado


mi regla para gasto de papel.


Los muros que eran antes abadías


espeluncas se han hecho, y las cogullas


de mala harina son talegos llenos.


Pero la usura tanto no se alza


contra el placer de Dios, cuanto aquel fruto


que hace tan loco el pecho de los monjes;


que aquello que la Iglesia guarda, todo


es de la gente que por Dios lo pierde;


no de parientes ni otros más indignos.


Es tan blanda la carne en los mortales,


que allá abajo no basta un buen principio


para que den bellotas las encinas.


Sin el oro y la plata empezó Pedro,


y con ayunos yo y con oraciones,


y su orden Francisco humildemente;


y si el principio ves de cada uno,


y miras luego el sitio al que han llegado,


podrás ver que del blanco han hecho negro. 

En verdad el Jordán retrocediendo,


más fue, y el mar huyendo, al Dios mandarlo,


admirable de ver, que aquí el remedio.»


Así me dijo, y luego fue a reunirse

con su grupo, y el grupo se juntó;


después, como un turbión, voló hacia arriba.


Mi dulce dama me impulsó tras ellos


por la escalera sólo con un gesto,


venciendo su virtud a mi natura;


y nunca aquí donde se baja y sube


por medios naturales, hubo un vuelo


tan raudo que a mis alas se igualase.


Así vuelva, lector, a aquel devoto


triunfo por el cual lloro con frecuencia


mis pecados y el pecho me golpeo,


puesto y quitado en tanto tú no habrías

del fuego el dedo, en cuanto vi aquel signo


que al Toro sigue y dentro de él estuve.


Oh gloriosas estrellas, luz preñada


de gran poder, al cual yo reconozco


todo, cual sea, que mi ingenio debo,


nacía y se escondía con vosotras


de la vida mortal el padre, cuando


sentí primero el aire de Toscana;


y luego, al otorgarme la merced


de entrar en la alta esfera en que girais,


vuestra misma region me cupo en suerte.


Con devoción mi alma ahora os suspira,


para adquirir la fuerza suficiente


en este fuerte paso que la espera.


«Ya de la salvación están tan cerca


me dijo Beatriz que deberías


tener los ojos claros y aguzados;


por lo tanto, antes que tú más te enelles,


vuelve hacia abajo, y mira cuántos mundos


debajo de tus pies ya he colocado;


tal que tu corazón, gozoso cuanto


pueda, ante las legiones se presente


que alegres van por el redondo éter.»


Recorrí con la vista aquellas siete


esferas, y este globo vi en tal forma


que su vil apariencia me dio risa;


y por mejor el parecer apruebo


que lo tiene por menos; y el que piensa


en el otro, de cierto es virtuoso.


Vi encendida a la hija de Latona


sin esa sombra que me dio motivo


de que rara o que densa la creyera.


El rostro de tu hijo, Hiperión,


aquí afronté, y vi cómo se mueven,


cerca y en su redor Maya y Dione.


Y se me apareció el templar de Júpiter


entre el padre y el hijo: y vi allí claro


las variaciones que hacen de lugares;


y de todos los siete puede ver

cuán grandes son, y cuánto son veloces,


y la distancia que existe entre ellos.


La era que nos hace tan feroces,


mientras con los Gemelos yo giraba,


vi con sus montes y sus mares; luego


volví mis ojos a los ojos bellos.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...