martes, 29 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, Canto XXI

CANTO XXI


Volví a fijar mis ojos en el rostro


de mi dama, y mi espíritu con ellos,


de cualquier otro asunto retirado.


No se reía; mas «Si me riese


dijo te ocurriría como cuando


fue Semele en cenizas convertida:


pues mi belleza, que en los escalones


del eterno palacio más se acrece,


como has podido ver, cuanto más sube,


si no la templo, tanto brillaría


que tu fuerza mortal, a sus fulgores,


rama sería que el rayo desgaja.


Al séptimo esplendor hemos subido,


que bajo el pecho del León ardiente


con él irradia abajo su potencia.


Fija tu mente en pos de tu mirada,


y haz de aquélla un espejo a la figura


que te ha de aparecer en este espejo.»


Quien supiese cuál era la delicia


de mi vista mirando el santo rostro,


al poner mi atención en otro asunto,


sabría de qué forma me era grato


obedecer a rrú celeste escolta,


si un placer con el otro parangono.


En el cristal que tiene como nombre,


rodeando el mundo, el de su rey querido


bajo el que estuvo muerta la malicia,


de color de oro que el rayo refleja


contemplé una escalera que subía


tanto, que no alcanzaba con la vista.


Vi también que bajaba los peldaños


tanto fulgor, que pensé que la luz


toda del cielo allí se difundiera.


Y como, por su natural costumbre,


juntos los grajos, al romper del día,


se mueven calentando su plumaje;


después unos se van y ya no vuelven;

otros toman al sitio que dejaron,

y los demás se quedan dando vueltas;


me parecio que igual aconteciese


en aquel destellar que junto vino,


al llegar y pararse en cierto tramo.


Y aquel que más cercano se detuvo,


era tan luminoso, que me dije:


«Bien conozco el amor que me demuestras.


Mas aquella en que espero el cómo y cuándo


callar o hablar, estáse quieta; y yo


bien hago y, aunque quiero, no pregunto.»


Por lo cual ella, viendo en mi silencio,


con el ver de quien puede verlo todo,


me dijo: «Aplaca tu ardiente deseo.»


Y yo comencé así. «Mis propios méritos


de tu respuesta digno no me hacen;


mas por aquella que hablar me permite,


alma santa que te hallas escondida


dentro de tu alegría, haz que yo sepa


por qué de mí te has puesto tan cercana;


y por qué en esta rueda se ha callado


la dulce sinfonía de los cielos,


que tan piadosa en las de abajo suena.»


«Mortal tienes la vista y el oído,


por eso no se canta aquí –repuso-


al igual que Beatriz no tiene risa.


Por la santa escalera he descendido


únicamente para recrearte


con la voz y la luz que me rodea;


mayor amor más presta no me hizo,


que tanto o más amor hierve allá arriba,


tal como el flamear te manifiesta.


Mas la alta caridad, que nos convierte


en siervas de aquel que el mundo gobierna


aquí nos destinó, como estás viendo.»


«Bien veo, sacra lámpara, que un libre


amor le dije basta en esta corte


para seguir la eterna providencia;


mas no puedo entender tan fácilmente

por qué predestinada sola fuiste

tú a este encargo entre todas las restantes.»


Aun antes de acabar estas palabras,


hizo la luz un eje de su centro,


dando vueltas veloz como una rueda;


luego dijo el amor que estaba dentro:


«Desciende sobre mí la luz divina,


en ésta en que me envientro penetrando,


la cual virtud, unida a mi intelecto,


tanto me eleva sobre mí, que veo


la suma esencia de la cual procede.


De allí viene esta dicha en la que ardo;


puesto que a mi visión, que es ya tan clara,


la claridad de la llama se añade.


Pero el alma en el cielo más radiante,


el serafín que más a Dios contempla,


no podrá responder a tu pregunta,


porque se oculta tanto en el abismo


del eterno decreto lo que quieres,


que al creado intelecto se le esconde.


Y al mundo de los hombres, cuando vuelvas,


contarás esto, a fin que no pretenda


a una tan alta meta dirigirse.


La mente, que aquí luce, en tierra humea;


así que piensa cómo allí podrá


lo que no puede aun quien acoge el cielo.»


Tan terminantes fueron sus palabras


que dejé aquel asunto, y solamente


humilde pregunté por su persona.


«Álzanse entre las costas italianas


montes no muy lejanos de tu tierra,


tanto que el trueno suena más abajo,


y un alto forman que se llama Catria,


bajo el cual hay un yermo consagrado


para adorar dispuesto únicamente.»


Por vez tercera dijo de este modo;


y, siguiendo, después me dijo: «Allí


tan firme servidor de Dios me hice,


que sólo con verduras aliñadas

soportaba los fríos y calores,

alegre en el pensar contemplativo.


Dar solía a estos cielos aquel claustro


muchos frutos; mas ahora está vacío,


y pronto se pondrá de manifiesto.


Yo fui Pedro Damián en aquel sitio,


y Pedro Pecador en la morada


de nuestra Reina junto al mar Adriático.


Cuando ya me quedaba poca vida,


a la fuerza me dieron el capelo,


que de malo a peor ya se transmite.


Vino Cefas y vino el Santo Vaso


del Espíritu, flacos y descalzos,


tomando en cualquier sitio la comida.


Los modernos pastores ahora quieren


que les alcen la cola y que les lleven,


tan gordos son, sujetos a los lados.


Con mantos cubren sus cabalgaduras,


tal que bajo una piel marchan dos bestias:


¡Oh paciencia que tanto soportas!


Al decir esto vi de grada en grada


muchas llamas bajando y dando vueltas,


y a cada giro estaban más hermosas.


Se detuvieron al lado de ésta,


y prorrumpieron en clamor tan alto,


que aquí nada podría asemejarse;


ni yo lo oí; tan grande fue aquel trueno.

Castellano, paraíso, Canto XX

CANTO XX


Cuando aquel que da luz al mundo entero


del hemisferio nuestro así desciende


que el día en todas partes se consuma,


el cielo, que aquél solo iluminaba,


súbitamente vuelve a hacerse claro,


con muchas luces, que a una reflejan.


Recordé este fenómeno celeste,


cuando calló aquel símbolo del mundo


y de sus jefes su bendito pico;


pues que todas aquellas vivas luces


entonaron, luciendo aún más, cantigas


que se han borrado ya de mi memoria.


¡Oh dulce amor que de risa te envuelves,

qué ardiente en esos sistros te mostrabas,


de santos pensamientos inspirados!


Cuando las caras y lucientes piedras


de las que vi enjoyado el sexto cielo


sus angélicos sones terminaron,


creí escuchar el murmurar de un río


que claro baja de una roca en otra,


mostrando la abundancia de su fuente.


Y como el son del cuello de la cítara


toma forma, y así del orificio


de la zampoña por donde entra el viento,


de igual manera, sin tardanza alguna,


por el cuello del águila el murmullo


subió, cual si estuviese perforado.


Allí se tornó voz, y por el pico


salió en palabras, como lo esperaba


mi corazón, en donde las retuve.


«La parte en mí que ve y que al sol resiste


siendo águila mortal me dijo entonces-


ahora debes mirar atentamente,


pues de los fuegos que hacen mi figura,


esos por los que brillan mis pupilas,


son los más excelentes de entre todos.


Ese que en medio luce como el iris,


fue el gran cantor del Espíritu Santo,


que el arca trasladó de pueblo en pueblo:


ahora sabe ya el mérito del canto,


en cuanto efecto fue de su deseo,


por el pago que le ha correspondido.


De los cinco del arco de mis cejas,


quien del pico se encuentra más cercano,


consoló a aquella viuda por su hijo:


ahora sabe lo caro que resulta


el no seguir a Cristo, conociendo


esta vida tan dulce y su contraria.


Y aquel que sigue en la circunferencia


que te digo, en lo más alto del arco,


con penitencias aplazó su muerte:


ahora sabe que el juicio sempiterno

no cambia, aun cuando dignas oraciones


de lo de hoy abajo hace mañana.


El que sigue, conmigo y con las leyes,


bajo buena intención que dio mal fruto,


por ceder al pastor se tornó griego:


ahora sabe que el mal que ha derivado


de aquel buen proceder, no le es dañoso


aunque por ello el mundo se destruya.


Y aquel que está donde el arco desciende,


fue Guillermo, a quien llora aquella tierra


que a Federico y Carlos ahora sufre:


ahora sabe en qué modo se enamora


de un justo rey el cielo, y en el brillo


de su semblante así lo manifiesta.


¿Quién creería en el mundo en que se yerra


que el troyano Rifeo en este arco


fuese la quinta de las santas luces?


Ahora ya sabe más de eso que el mundo


no puede ver de la divina gracia,


aunque su vista el fondo no discierna.»


Como la alondra que vuela en el aire


cantando, y luego calla satisfecha


de la última dulzura que la sacia,


tal pareció la imagen del emblema


del eterno poder, a cuyo gusto


todas las cosas adquieren su ser.


Y aunque yo con mis dudas casi fuese


cristal con el color que le recubre,


no pude estar callado mucho tiempo,


mas por la boca: «¿Qué cosas son éstas?»


me impulsó a echar la fuerza de su peso:


por lo cual vi destellos de alegría.


Y luego, con la vista más ardiente,


aquel bendito signo me repuso


para que yo saliera de mi asombro:


«Ya veo que estas cosas has creído


pues yo lo digo, mas no ves las causas;


y te están, aun creyéndolas, ocultas.


Haces como ése que sabe de nombre

las cosas, pero si otros no le explican


su sustancia, él no puede conocerla.


Regnum caelorum sufre la violencia


de ardiente amor y de viva esperanza,


que vencen la divina voluntad:


no como el hombre al hombre sobrepuja,


mas la vencen pues quiere ser vencida,


y con su amor, así vencida, vence.


La primer alma y quinta de las cejas


ha causado tu asombro, pues las ves


pintando las angélicas regiones.


No dejaron sus cuerpos, como piensas,


gentiles, mas cristianos, con fe firme


en los pies por clavar o ya clavados.


Pues una del infierno, donde nunca


se vuelve al buen querer, tornó a los huesos;


y esto fue en premio de esperanza viva:


de una viva esperanza que dio fuerzas


a la súplica a Dios de revivirle,


para poder corregir su deseo.


El alma gloriosa de que hablo,


vuelta a la carne, en la que estuvo un poco,


creyó en aquel que podía ayudarla;


y creyendo encendióse en tanto fuego


de verdadero amor, que en su segunda


muerte, fue digna de estas alegrías.


La otra, por gracia que de tan profunda


fuente destila, que nadie ha podido


ver su vena primera con los ojos,


puso todo su amor en la justicia:


y así, pues, Dios le abrió, de gracia en gracia


la vista a la futura redención;


y él en ella creyó, y no toleraba


la peste de su antiguo paganismo;


y reprendía a las gentes perversas.


Las tres mujeres que viste en la rueda


derecha le sirvieron de bautismo,


antes del bautizar más de un milenio.


¡Oh predestinación, cuán alejada

se encuentra tu raíz de aquellos ojos


que la causa primera no ven tota!


Y vosotros mortales, sed prudentes


juzgando: pues nosotros, que a Dios vemos,


aún no sabemos todos los que elige;


y nos es dulce ignorar estas cosas,


y nuestro bien en este bien se afina,


pues lo que Dios desea, deseamos.»


Por la divina imagen de este modo,


para aclarar mi vista tan escasa,


me fue dada suave medicina.


Y como a un buen cantor buen citarista


hace seguir el pulso de las cuerdas,


por lo que aún más placer adquiere el canto,


así, mientras hablaba, yo recuerdo


que vi a los dos benditos resplandores,


igual que el parpadeo se concuerda,


llamear al compás de las palabras.

Castellano, paraíso, Canto XIX

CANTO XIX


Apareció ante mí la bella imagen


con las alas abiertas, que formaban


las almas agrupadas en su dicha;


un rubí parecía cada una


donde un rayo de sol ardiera tanto,


que en mis ojos pudiera reflejarse.


Y lo que debo de tratar ahora


ni referido nunca fue, ni escrito,


ni concebido por la fantasía;


pues vi y también oí que hablaba el pico,


y que la voz decía «mío» y «yo»


y debía decir «nuestro» y «nosotros».


Y comenzó: «Por ser justo y piadoso


estoy aquí exaltado a aquella gloria


que vencer no se deja del deseo;


y dejé tan completa mi memoria


en la tierra, que abajo los malvados


aun sin seguir su ejemplo, la veneran.»


Como un solo calor de muchas brasas,


de entre muchos amores, de igual modo,


salía un solo son de aquella imagen.


Y entonces respondí. «Oh perpetuas flores


de la alegría eterna, que uno sólo


me hacéis aparecer vuestros aromas,


aclaradme, espirando, el gran ayuno

que largamente en hambre me ha tenido,

pues ningún alimento hallé en la tierra.


Bien sé que si en el cielo de otro reino


la justicia divina hace su espejo


veladamente el vuestro no la mira.


Sabéis que atentamente me: dispongo


a escucharos; sabéis cuál es la duda


que en ayunas me tuvo tanto tiempo.»


Como halcón al que quitan la capucha,


que mueve la cabeza y bate alas


ganas mostrando y haciéndose hermoso,


contemplé a aquella imagen, que con loas


a la divina gracia era formada,


con cantos que conoce el que lo goza.


Dijo después: «El que volvió el compás


hasta el confín del mundo, y dentro de éste


guardó lo manifiesto y lo secreto,


no podía imprimir su poderío


en todo el universo, de tal modo


que su verbo no fuese aún infinito.


Y esto confirma que el primer soberbio,


que de toda criatura fue la suma,


por no esperar la luz cayó inmaduro;


mostrando que cualquier naturaleza


menor, es sólo un corto receptáculo


del bien que no se acaba y no se mide.


Por lo cual nuestra vista, que tan sólo


ha salido de un rayo de la mente


de que todas las cosas están llenas,


no puede valer tanto por sí misma,


que no sepa que está mucho más lejos


su principio de lo que se le muestra.


Por eso en la justicia sempiterna


la vista que recibe vuestro mundo,


igual que el ojo por el mar, se adentra;


que, aunque en la orilla puede ver el fondo,


no lo ve en alta mar; y no está menos


allí, pero lo esconde el ser profundo.


No hay luz, si no procede de la calma

imperturbable; y fuera es la tiniebla,

o sombra de la carne, o su veneno.


Bastante ya te he abierto el escondrijo


que te escondía la justicia viva,


que con tanta frecuencia cuestionaste;


diciendo: "Un hombre nace en la ribera


del Indo, y no hay allí nadie que hable


de Cristo ni leyendo ni escribiendo;


y todos sus deseos y actos buenos,


por lo que entiende la razón del hombre,


están sin culpa en vida y en palabras.


Y muere sin la fe y sin el bautismo:


¿Dónde está la justicia al condenarle?


¿y dónde está su culpa si él no cree?"


¿Quién eres tú para querer sentarte


a juzgar a mil millas de distancia


con tu vista que sólo alcanza un palmo?


Cierto que quien conmigo sutiliza,


si sobre él no estuviera la Escritura,


su dudar llegaría hasta el asombro.


¡Oh animales terrenos! ¡Mentes zafias!


La voluntad primera, por sí buena,


de sí, que es sumo bien, nunca se mueve.


Sólo es justo lo que a ella se conforma:


ningún creado bien puede atraerla,


pero aquella, esplendiendo, los produce.»


Igual que sobre el nido vuela en círculos


tras cebar a sus hijos la cigüeña,


y como la contempla el ya cebado;


hizo así, y yo los ojos levanté,


esa bendita imagen, que las alas


movió impulsada por tantos espíritus.


Dando vueltas cantaba, y me decía:


«Lo mismo que mis notas, que no entiendes,


tal es el juicio eterno a los mortales.»


Al aquietarse las lucientes llamas


del Espíritu Santo, aún en el signo


que a Roma hizo temible en todo el mundo,


volvió a decir aquél: «No sube a este reino,

quien no creyera en Cristo, antes

o después de clavarle en el madero.


Mas sabe: muchos gritan "¡Cristo, Cristo!"


y estarán en el juicio menos prope de aquel,

que otros que a Cristo no conocen; 


serán por el etíope afrentados


cuando los dos colegios se separen,


los para siempre ricos y los pobres.


¿A vuestros reyes qué dirán los persas


al contemplar abierto el libro donde


escritos se hallan todos sus pecados?


La que muy pronto moverá las plumas


y que devastará el reino de Praga,


de Alberto podrá verse entre las obras.


La pena podrá verse que en el Sena


causará, la moneda falseando,


quien por un jabalí hallará la muerte.


La insaciable soberbia podrá verse,


que al de Inglaterra y al de Escocia ciega,


sin poder aguantarse en sus fronteras.


Veráse la lujuria y vida muelle


de aquel de España y del de la Bohemia,


que ni supo ni quiso del valor.


Veráse al cojo de Jerusalén


su bondad señalada con la I,


y con la M el contrario señalado.


Veráse la avaricia y la vileza


de quien guardando está la isla del fuego,


donde Anquises su larga edad dejara;


en abreviadas letras su escritura


para dar a entender cuán poco vale,


que mucho anotarán en poco espacio.


Enseñará las obras indecentes


de su tío y su hermano, que una estirpe


tan egregia y dos tronos ensuciaron.


El que está en Portugal y el de Noruega


allí se encontrarán, y aquel de Rascia


que mal ha visto el cuño de Venecia.


¡Dichosa Hungría, si es que no se deja


mal conducir! ¡y dichosa Navarra,


si se armase del monte que la cerca!


Y creer se debiera como muestra


de esto, que Nicosia y Famagusta


se reprueban y duelen de su bestia,


que del lado de aquéllas no se aparta.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...