martes, 29 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, Canto XX

CANTO XX


Cuando aquel que da luz al mundo entero


del hemisferio nuestro así desciende


que el día en todas partes se consuma,


el cielo, que aquél solo iluminaba,


súbitamente vuelve a hacerse claro,


con muchas luces, que a una reflejan.


Recordé este fenómeno celeste,


cuando calló aquel símbolo del mundo


y de sus jefes su bendito pico;


pues que todas aquellas vivas luces


entonaron, luciendo aún más, cantigas


que se han borrado ya de mi memoria.


¡Oh dulce amor que de risa te envuelves,

qué ardiente en esos sistros te mostrabas,


de santos pensamientos inspirados!


Cuando las caras y lucientes piedras


de las que vi enjoyado el sexto cielo


sus angélicos sones terminaron,


creí escuchar el murmurar de un río


que claro baja de una roca en otra,


mostrando la abundancia de su fuente.


Y como el son del cuello de la cítara


toma forma, y así del orificio


de la zampoña por donde entra el viento,


de igual manera, sin tardanza alguna,


por el cuello del águila el murmullo


subió, cual si estuviese perforado.


Allí se tornó voz, y por el pico


salió en palabras, como lo esperaba


mi corazón, en donde las retuve.


«La parte en mí que ve y que al sol resiste


siendo águila mortal me dijo entonces-


ahora debes mirar atentamente,


pues de los fuegos que hacen mi figura,


esos por los que brillan mis pupilas,


son los más excelentes de entre todos.


Ese que en medio luce como el iris,


fue el gran cantor del Espíritu Santo,


que el arca trasladó de pueblo en pueblo:


ahora sabe ya el mérito del canto,


en cuanto efecto fue de su deseo,


por el pago que le ha correspondido.


De los cinco del arco de mis cejas,


quien del pico se encuentra más cercano,


consoló a aquella viuda por su hijo:


ahora sabe lo caro que resulta


el no seguir a Cristo, conociendo


esta vida tan dulce y su contraria.


Y aquel que sigue en la circunferencia


que te digo, en lo más alto del arco,


con penitencias aplazó su muerte:


ahora sabe que el juicio sempiterno

no cambia, aun cuando dignas oraciones


de lo de hoy abajo hace mañana.


El que sigue, conmigo y con las leyes,


bajo buena intención que dio mal fruto,


por ceder al pastor se tornó griego:


ahora sabe que el mal que ha derivado


de aquel buen proceder, no le es dañoso


aunque por ello el mundo se destruya.


Y aquel que está donde el arco desciende,


fue Guillermo, a quien llora aquella tierra


que a Federico y Carlos ahora sufre:


ahora sabe en qué modo se enamora


de un justo rey el cielo, y en el brillo


de su semblante así lo manifiesta.


¿Quién creería en el mundo en que se yerra


que el troyano Rifeo en este arco


fuese la quinta de las santas luces?


Ahora ya sabe más de eso que el mundo


no puede ver de la divina gracia,


aunque su vista el fondo no discierna.»


Como la alondra que vuela en el aire


cantando, y luego calla satisfecha


de la última dulzura que la sacia,


tal pareció la imagen del emblema


del eterno poder, a cuyo gusto


todas las cosas adquieren su ser.


Y aunque yo con mis dudas casi fuese


cristal con el color que le recubre,


no pude estar callado mucho tiempo,


mas por la boca: «¿Qué cosas son éstas?»


me impulsó a echar la fuerza de su peso:


por lo cual vi destellos de alegría.


Y luego, con la vista más ardiente,


aquel bendito signo me repuso


para que yo saliera de mi asombro:


«Ya veo que estas cosas has creído


pues yo lo digo, mas no ves las causas;


y te están, aun creyéndolas, ocultas.


Haces como ése que sabe de nombre

las cosas, pero si otros no le explican


su sustancia, él no puede conocerla.


Regnum caelorum sufre la violencia


de ardiente amor y de viva esperanza,


que vencen la divina voluntad:


no como el hombre al hombre sobrepuja,


mas la vencen pues quiere ser vencida,


y con su amor, así vencida, vence.


La primer alma y quinta de las cejas


ha causado tu asombro, pues las ves


pintando las angélicas regiones.


No dejaron sus cuerpos, como piensas,


gentiles, mas cristianos, con fe firme


en los pies por clavar o ya clavados.


Pues una del infierno, donde nunca


se vuelve al buen querer, tornó a los huesos;


y esto fue en premio de esperanza viva:


de una viva esperanza que dio fuerzas


a la súplica a Dios de revivirle,


para poder corregir su deseo.


El alma gloriosa de que hablo,


vuelta a la carne, en la que estuvo un poco,


creyó en aquel que podía ayudarla;


y creyendo encendióse en tanto fuego


de verdadero amor, que en su segunda


muerte, fue digna de estas alegrías.


La otra, por gracia que de tan profunda


fuente destila, que nadie ha podido


ver su vena primera con los ojos,


puso todo su amor en la justicia:


y así, pues, Dios le abrió, de gracia en gracia


la vista a la futura redención;


y él en ella creyó, y no toleraba


la peste de su antiguo paganismo;


y reprendía a las gentes perversas.


Las tres mujeres que viste en la rueda


derecha le sirvieron de bautismo,


antes del bautizar más de un milenio.


¡Oh predestinación, cuán alejada

se encuentra tu raíz de aquellos ojos


que la causa primera no ven tota!


Y vosotros mortales, sed prudentes


juzgando: pues nosotros, que a Dios vemos,


aún no sabemos todos los que elige;


y nos es dulce ignorar estas cosas,


y nuestro bien en este bien se afina,


pues lo que Dios desea, deseamos.»


Por la divina imagen de este modo,


para aclarar mi vista tan escasa,


me fue dada suave medicina.


Y como a un buen cantor buen citarista


hace seguir el pulso de las cuerdas,


por lo que aún más placer adquiere el canto,


así, mientras hablaba, yo recuerdo


que vi a los dos benditos resplandores,


igual que el parpadeo se concuerda,


llamear al compás de las palabras.

Castellano, paraíso, Canto XIX

CANTO XIX


Apareció ante mí la bella imagen


con las alas abiertas, que formaban


las almas agrupadas en su dicha;


un rubí parecía cada una


donde un rayo de sol ardiera tanto,


que en mis ojos pudiera reflejarse.


Y lo que debo de tratar ahora


ni referido nunca fue, ni escrito,


ni concebido por la fantasía;


pues vi y también oí que hablaba el pico,


y que la voz decía «mío» y «yo»


y debía decir «nuestro» y «nosotros».


Y comenzó: «Por ser justo y piadoso


estoy aquí exaltado a aquella gloria


que vencer no se deja del deseo;


y dejé tan completa mi memoria


en la tierra, que abajo los malvados


aun sin seguir su ejemplo, la veneran.»


Como un solo calor de muchas brasas,


de entre muchos amores, de igual modo,


salía un solo son de aquella imagen.


Y entonces respondí. «Oh perpetuas flores


de la alegría eterna, que uno sólo


me hacéis aparecer vuestros aromas,


aclaradme, espirando, el gran ayuno

que largamente en hambre me ha tenido,

pues ningún alimento hallé en la tierra.


Bien sé que si en el cielo de otro reino


la justicia divina hace su espejo


veladamente el vuestro no la mira.


Sabéis que atentamente me: dispongo


a escucharos; sabéis cuál es la duda


que en ayunas me tuvo tanto tiempo.»


Como halcón al que quitan la capucha,


que mueve la cabeza y bate alas


ganas mostrando y haciéndose hermoso,


contemplé a aquella imagen, que con loas


a la divina gracia era formada,


con cantos que conoce el que lo goza.


Dijo después: «El que volvió el compás


hasta el confín del mundo, y dentro de éste


guardó lo manifiesto y lo secreto,


no podía imprimir su poderío


en todo el universo, de tal modo


que su verbo no fuese aún infinito.


Y esto confirma que el primer soberbio,


que de toda criatura fue la suma,


por no esperar la luz cayó inmaduro;


mostrando que cualquier naturaleza


menor, es sólo un corto receptáculo


del bien que no se acaba y no se mide.


Por lo cual nuestra vista, que tan sólo


ha salido de un rayo de la mente


de que todas las cosas están llenas,


no puede valer tanto por sí misma,


que no sepa que está mucho más lejos


su principio de lo que se le muestra.


Por eso en la justicia sempiterna


la vista que recibe vuestro mundo,


igual que el ojo por el mar, se adentra;


que, aunque en la orilla puede ver el fondo,


no lo ve en alta mar; y no está menos


allí, pero lo esconde el ser profundo.


No hay luz, si no procede de la calma

imperturbable; y fuera es la tiniebla,

o sombra de la carne, o su veneno.


Bastante ya te he abierto el escondrijo


que te escondía la justicia viva,


que con tanta frecuencia cuestionaste;


diciendo: "Un hombre nace en la ribera


del Indo, y no hay allí nadie que hable


de Cristo ni leyendo ni escribiendo;


y todos sus deseos y actos buenos,


por lo que entiende la razón del hombre,


están sin culpa en vida y en palabras.


Y muere sin la fe y sin el bautismo:


¿Dónde está la justicia al condenarle?


¿y dónde está su culpa si él no cree?"


¿Quién eres tú para querer sentarte


a juzgar a mil millas de distancia


con tu vista que sólo alcanza un palmo?


Cierto que quien conmigo sutiliza,


si sobre él no estuviera la Escritura,


su dudar llegaría hasta el asombro.


¡Oh animales terrenos! ¡Mentes zafias!


La voluntad primera, por sí buena,


de sí, que es sumo bien, nunca se mueve.


Sólo es justo lo que a ella se conforma:


ningún creado bien puede atraerla,


pero aquella, esplendiendo, los produce.»


Igual que sobre el nido vuela en círculos


tras cebar a sus hijos la cigüeña,


y como la contempla el ya cebado;


hizo así, y yo los ojos levanté,


esa bendita imagen, que las alas


movió impulsada por tantos espíritus.


Dando vueltas cantaba, y me decía:


«Lo mismo que mis notas, que no entiendes,


tal es el juicio eterno a los mortales.»


Al aquietarse las lucientes llamas


del Espíritu Santo, aún en el signo


que a Roma hizo temible en todo el mundo,


volvió a decir aquél: «No sube a este reino,

quien no creyera en Cristo, antes

o después de clavarle en el madero.


Mas sabe: muchos gritan "¡Cristo, Cristo!"


y estarán en el juicio menos prope de aquel,

que otros que a Cristo no conocen; 


serán por el etíope afrentados


cuando los dos colegios se separen,


los para siempre ricos y los pobres.


¿A vuestros reyes qué dirán los persas


al contemplar abierto el libro donde


escritos se hallan todos sus pecados?


La que muy pronto moverá las plumas


y que devastará el reino de Praga,


de Alberto podrá verse entre las obras.


La pena podrá verse que en el Sena


causará, la moneda falseando,


quien por un jabalí hallará la muerte.


La insaciable soberbia podrá verse,


que al de Inglaterra y al de Escocia ciega,


sin poder aguantarse en sus fronteras.


Veráse la lujuria y vida muelle


de aquel de España y del de la Bohemia,


que ni supo ni quiso del valor.


Veráse al cojo de Jerusalén


su bondad señalada con la I,


y con la M el contrario señalado.


Veráse la avaricia y la vileza


de quien guardando está la isla del fuego,


donde Anquises su larga edad dejara;


en abreviadas letras su escritura


para dar a entender cuán poco vale,


que mucho anotarán en poco espacio.


Enseñará las obras indecentes


de su tío y su hermano, que una estirpe


tan egregia y dos tronos ensuciaron.


El que está en Portugal y el de Noruega


allí se encontrarán, y aquel de Rascia


que mal ha visto el cuño de Venecia.


¡Dichosa Hungría, si es que no se deja


mal conducir! ¡y dichosa Navarra,


si se armase del monte que la cerca!


Y creer se debiera como muestra


de esto, que Nicosia y Famagusta


se reprueban y duelen de su bestia,


que del lado de aquéllas no se aparta.

Castellano, paraíso, Canto XVIII

CANTO XVIII


Se recreaba ya en sus reflexiones


aquel beato espejo, y yo en las mías,


temperando lo amargo con lo dulce;


y la mujer que a Dios me conducía


dijo: «Cambia de idea; porque estoy


cerca de aquel que lo injusto repara.»


Yo entonces me volví al son amoroso

de mi consuelo; y no he de referiros


el mucho amor que vi en sus santos ojos:


no sólo es que no fíe en mis palabras,


sino que la memoria no repite,


sin una gracia, lo que la supera.


Sólo puedo decir de aquel instante,


que, volviendo a mirarla, estuvo libre


mi afecto de cualquier otro deseo,


mientras el gozo eterno, que directo


irradiaba en Beatriz, desde sus ojos


con su segundo aspecto me alegraba.


Vencido con la luz de su sonrisa,


ella me dijo: «Vuélvete y escucha;


no está en mis ojos sólo el Paraíso.»


Como se ve en la tierra algunas veces


el afecto en la vista, si es tan grande,


que por él todo el alma es poseída,


así en el flamear del fulgor santo


al que yo me volví, supe el deseo


que tenía aún de hablarme un poco más,


y él comenzó: «En este quinto grado


del árbol de la cima, que da fruta


siempre y que nunca pierde su follaje,


hay almas santas, que en la tierra, antes


que vinieran al cielo, tan famosas


fueron que harían rica a cualquier musa.


Contempla pues los brazos de la cruz:


los que te nombraré aparecerán


como el rayo veloz hace en la nube.»


Por la cruz vi un fulgor que se movía


al nombre de Josué, nada más dicho;


no sé si fue primero el ver que el nombre.


Y al nombre de aquel grande Macabeo


vi que otro se movía dando vueltas,


y era cuerda del trompo la alegría.


Así con Carlo Magno y con Oriando


siguió dos luces mi mirar atento


como a su halcón volando sigue el ojo.


Después vi a Rinoardo y a Guillermo


y al duque Godofredo con la vista


por esa cruz, y a Roberto Guiscardo.


Yendo a mezclarse luego con los otros,


me mostró el alma que me había hablado


qué clase de cantor era en el cielo.


Me volví entonces hacia la derecha


para ver si Beatriz, o por su gesto


o sus palabras, mi deber mostraba.


Y contemplé sus luces tan serenas,


tan gozosas, que a los demás vencía


su semblante y al último que tuvo.


Y como por sentir mayor deleite


obrando bien, el hombre día a día


se da cuenta que aumenta su virtud,


así yo me di cuenta que girando


junto al cielo mi círculo crecía,


viendo aún más luminoso aquel milagro.


Y como se transmuta en poco rato


en blanca la mujer, cuando su rostro


de la vergüenza el peso se descarga,


tal fue en mis ojos, cuando me volví,


por su blancura la templada estrella


sexta, que en ella habíame acogido.


Yo vi en aquella jovial antorcha


el destellar del amor que allí estaba


signando el alfabeto ante nosotros.


Y cual aves que se alzan de la orilla,


casi alabando ya el haber comido,


hacen bandadas largas o redondas,


así en las luces las santas criaturas


al revolotear iban cantando,


haciéndose una D, una I, una L.


Al compás de su canto se movían;


y al formar luego uno de aquellos signos,


callaban deteniéndose un momento.


¡Oh pegasea diosa, que a los sabios


los haces gloriosos y longevos,


y ellos contigo a reinos y a ciudades,


ilústreme tu ayuda, y haz que muestre

tal como aparecieron sus figuras:


y en breves versos tu poder demuestra!


Se me mostraron cinco veces siete


unas vocales y otras consonantes;


y en cuanto se formaban las leía.


«DILIGITE IUSTITIAM», verbo y nombre


fueron los que primero se formaron;


«QUI IUDICATIS TERRAM», las postreras.


Luego en la eme del vocablo quinto


ordenadas quedaron; y tal plata


bañada en oro Júpiter lucía.


Y vi otras luces que a la parte alta


bajaban de la eme, y se quedaban


cantando, creo, el bien que las traía.


Luego, como al chocar de los tizones


ardientes, surgen chispas a millares,


donde los necios suelen ver augurios,


pareció que de allí surgían miles


de luces que subían, mucho o poco,


tal como el sol que las prendió dispuso;


y en su lugar ya quietas cada una,


vi de un águila el cuello y la cabeza


representada en el fulgor distinto.


Quien pinta allí no tiene quien le guíe,


sino que guía, y de aquél se origina


la virtud que a los nidos da su forma.


Las otras beatitudes, que dichosas


de enliliarse en la ema parecieron,


moviéndose siguieron la figura.


¡Oh dulce estrella, cuáles, cuántas gemas


me demostraron que nuestra justicia


es efecto del cielo que tú enjoyas!


Y yo pido a la mente en que comienza


tu virtud y tu obrar, que vuelva a ver


de dónde sale el humo que te nubla;


tal que se encolerice nuevamente


del comprar y el vender dentro del templo


murado con milagros y martirios.


¡O milicia de cielo que ahora miro,

ruega por los que se hallan en la tierra


detrás del mal ejemplo desviados!


Antes se hacía con armas la guerra;


y ahora se hace quitando a unos y a otros


el pan que a nadie niega el santo Padre.


Pero tú que borrando sólo escribes,


piensa que aún viven Pedro y Pablo, muertos


por la viña que ahora tú devastas.


Puedes decir: «Tan fijo está mi amor


en quien quiso vivir en el desierto


y fue martirizado por un baile,


que al Pescador y a Pablo desconozco.»


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