lunes, 28 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto XI

CANTO XI


¡Oh cuán vano el afán de los mortales,


qué mezquinos son esos silogismos


que las alas te arrastran por el suelo!


Tras de los aforismos o los Iura


iban unos, o tras del sacerdocio


o del mandar por fuerza o por sofismas.


tras negocios civiles o robando,


o envueltos en el gozo de la carne


se fatigaban, o en la vida ociosa,


cuando, de todas estas cosas libre,


con Beatriz por el cielo caminaba


de forma tan gloriosa recibido.


Después que cada uno volvió al punto

del círculo en el que antes se encontraba,


se detuvo, cual vela en candelero.


Y yo escuché dentro de esa lumbrera


que antes me había hablado, sonriendo,


palabras que le daban aún más lustre:


«Igual que yo con sus rayos me enciendo,


así, mirando en esa luz eterna,


adivino el porqué de lo que piensas.


Tú dudas y deseas que te aclare


con un lenguaje claro y manifiesto,


para entender aquello que te digo,


donde antes dije: «Por donde se avanza»,


o donde dije: «No nació un segundo»;


y es necesario distinguir en esto.


La Providencia que gobierna el mundo


de modo que derrota a cualquier mente


creada, antes que llegue a ver el fondo,


para que caminase a su deleite


la esposa de quien quiso desposarla


con su bendita sangre a grandes voces,


sintiéndose más fiel y más segura,


dos príncipes mandó para ayudarla,


y en una cosa y otra la guiasen.


Todo en fuego seráfico uno ardía;


por su saber el otro fue en la tierra


de querúbica luz un resplandor.


De uno hablaré, si bien de ambos se habla

alabando a cualquiera de los dos,


puesto que a un mismo fin se encaminaron.


Entre Tupino y el agua que baja


de la cima escogida por Ubaldo,


fértil ladera pende de alto monte,


que el frío y el calor manda a Perugia


por la Puerta del Sol; y detrás lloran


Nocera y Gualdo su pesado yugo.


Por donde esta ladera disminuye


su pendiente, nacióle un sol al mundo,


como hace a veces éste sobre el Ganges.


Y así pues quien a aquel lugar nombrara

que no le llama Asís, pues esto es poco,


sino Oriente, si quiere ser exacto.


No se hallaba del orto muy distante,


cuando a la tierra por su gran virtud


logró hacer que sintiese algún consuelo;


que por tal dama, aún jovencito, en guerra


con su padre incurrió, a la cual las puertas


del gozo, cual a muerte, no abre nadie;


y ante toda su corte espiritual


et coram patrem a ella quiso unirse;


luego la amó más fuerte cada día.


Ésta, privada del primer marido,


mil cien años y más vivió olvidada


sin que nadie, hasta aquél, la convidase;


no valió oír que al lado de Amiclates


segura la encontró, al oír sus voces,


aquel que fue el terror del mundo entero;


ni le valió haber sido tan constante


y firme, que al quedar María abajo,


ella sobre la cruz lloró con Cristo.


Pero para no hablarte tan oscuro,


Francisco y la Pobreza estos amantes


has de saber que son de los que te hablo.


Su concordia y sus rostros tan felices,


amor y maravilla y gestos dulces,


inspiraban muy santos pensamientos;


tanto que aquel Bernardo venerable


se descalzó, y detrás de tanta paz


corrió, y corriendo tardo se creía.


¡Oh secreta riqueza! ¡Oh bien fecundo!


Egidio se descalza, el buen Silvestre,


tras del esposo, así a la esposa place


De allí se fue aquel padre, aquel maestro


con su mujer y su demás familia


que el humilde cordón ya se ceñía.


No le inclinó la frente la vergüenza


de ser hijo de Pietro Bernardone,


ni porque pareciera despreciable;


mas dignamente su dura intención


a Inocencio le abrió, y de aquél obtuvo


el permiso primero de su orden.


Después creciendo ya los pobrecillos


detrás de aquél, cuya admirable vida


mejor gloriando al cielo se cantara,


de segunda corona el Santo Espíritu


ciñó, por mediación de Honorio, aquel

Honorio II aprobó definitivamente la Orden en 

santo deseo de este archimandrita.


Y después que, sediento de martirio,


en la presencia del Sultán soberbia


predicó a Cristo y quienes le siguieron,


y encontrando a esas gentes demasiado


reacias, para no estar inactivo,


volvióse al fruto del huerto de Italia,


en el áspero monte entre Arno y Tiber


de Cristo recibió el último sello,


que sus miembros llevaron por dos años.


Cuando el que a tanto bien le destinara

quiso hacerle subir al galardón

que él mereció por hacerse pequeño,


a sus hermanos, como justa herencia,


recomendó su dama más querida,


y les mandó que fielmente la amasen;


y de su seno el ánima preclara


quiso salir y volver a su reino,


y para el cuerpo otra caja no quiso.


Ahora piensa en quien fuese aquel colega


digno con él de mantener la barca


de Pedro en alta mar derechamente;


y este segundo fue nuestro patriarca;


por lo cual, quien le sigue, como él manda,


sabe que carga buenas mercancías.


Mas su rebaño, de nuevas viandas


se encuentra tan ansioso, que es difícil


que por pastos errados no se pierda;


y cuanto sus ovejas más se apartan


y más lejos de aquél vagabundean,


más tornan al redil faltas de leche.


Aún hay algunos que temen el daño


y a su pastor se estrechan; mas tan pocas


que a sus capas les basta poca tela.


Ahora, si te han bastado mis palabras


y si me has escuchado atentamente,


si recuerdas aquello que te he dicho,


en parte habrás tus ganas satisfecho

al ver por qué la planta se marchita,

y verás por qué causa yo te dije

"Que hace avanzar a quien no se extravía".

Castellano, paraíso, canto X

CANTO X


Con el Amor que eternamente mana


del uno al otro, contemplando al Hijo


la Potencia primera e inefable


cuanto en espacio o mente se concibe


con tanto orden creó, que estar no puede


sin gustar de ello aquel que vuelve a verlo.


Alza, lector, hacia las altas ruedas


con la mía tu vista, hacia aquel sitio


donde dos movimientos se entrecruzan;


y allí comienza a disfrutar del Arte


de aquel maestro que tanto lo ama


en sí, que nunca de él quita la vista.


Mira cómo de allí se aparta el círculo


oblicuo que conduce los planetas,


satisfaciendo al mundo que los llama.


Pues no siendo inclinado su camino,


vano sería el influir del cielo


y casi muerta aquí cualquier potencia;


y si más o si menos se alejara


girando, de la perpendicular,


se rompería el orden de los mundos.


Quédate ahora, lector, sobre tu banco,


meditando en aquello que sugiero,


si quieres disfrutar y no cansarte.


Te lo he mostrado: come tú ahora de ello;


que a ella reclama todos mis cuidados


esa materia de que soy escriba.


De la naturaleza el gran ministro,


que la virtud del cielo imprime al mundo


y es la medida, con su luz, del tiempo,


a aquella parte arriba mencionada


junto, giraba por las espirales


que le traen cada día más temprano;


y yo estaba con él; mas del subir


no me di cuenta, como aquel que nota,


tras la idea, de dónde le ha venido.


Era Beatriz aquella que guiaba


de un bien a otro mejor, tan raudamente


que el tiempo no medía sus acciones.


¡Cuán luminosa debería ser


por sí, la que en el sol donde yo entraba


no por color, por luz era visible!


Aunque costumbre, ingenio y arte invoque


no diría lo nunca imaginado;


mas puede ser creído y desear verlo.


Y si son bajas nuestras fantasías


a tanta altura, no hay por qué extrañarse;

que más que el Sol no hay ojos que hayan visto. 


Tal se mostraba la cuarta familia


del Alto Padre, que siempre la sacia,


mostrando cómo espira y cómo engendra.


Y comenzó Beatriz: «Dale las gracias


al angélico sol, puesto que a éste


sensible te ha traído a gusto suyo.»


Nunca hubo un corazón tan entregado


a devoción y a someterse a Dios


prestamente con toda gratitud,


como yo al escuchar esas palabras;


y tanto todo en él mi amor se puso,


que a Beatriz, eclipsó en el olvido.


No se enfadó; mas se rió en tal forma,


que el esplendor de sus risueños ojos


mi mente unida dividió en más cosas.


Muchos fulgores vivos y triunfantes


vi en torno nuestro como una corona,


en voz más dulce que en rostro lucientes:


ceñida así la hija de Latona


vemos a veces, cuando el aire es denso,


y retiene los restos de su halo.


En la corte celeste que he dejado,


bellas y ricas se hallan muchas joyas


que no pueden sacarse de aquel reino;


y de éstas era el canto de las luces;


quien no tiende sus plumas a lo alto,


como de un mudo espera las noticias.


Luego, cantando así, los rojos soles


a nuestro alrededor tres vueltas dieron,


cual astros cerca de los polos fijos,


pareciendo mujeres que no rompen


su danza, más calladas se detienen


para escuchar la nueva melodía;


y escuché dentro de una de ellas: «Cuando


el rayo de la gracia, en que se enciende


un verdadero amor que amando aumenta,


tanto ilumina en ti multiplicado,

que por esa escalera te conduce


que nadie baja sin subir de nuevo;


quien te negase el vino de su bota


para tu sed, más libre no sería


que el agua de correr hacia los mares.


Quieres saber qué flores engalanan


esta guirnalda con que se embellece


la hermosa dama que al cielo te empuja.


Yo fui cordero del rebaño santo


que conduce Domingo por la senda


que hace avanzar a quien no se extravía.


Este que a mi derecha está más cerca


fue mi hermano y maestro, él es Alberto


de Colonia, y yo soy Tomás de Aquino.


Y si quieres saber de los demás


sigue con tu mirada mis palabras


dando la vuelta en este santo círculo.


Sale aquel resplandor de la sonrisa


de Graziano, que al uno y otro fuero


dio su ayuda, ganando el paraíso.


Quien cerca de él adorna nuestro coro


fue el Pedro que al igual que aquella viuda,


su tesoro ofreció a la Santa Iglesia.


La quinta luz, de todas la más bella,


respira tanto amor, que todo el mundo


saber aquí desea sus noticias;


dentro está la alta mente, en la que tanto


saber latió, que si lo cierto es cierto,


a tanto ver no surgió aún un segundo.


Ve la luz de aquel cirio, junto a ella


que aun en carne mortal por dentro supo


la angélica natura y sus oficios.


En la luz pequeñita está riendo


el abogado de tiempos cristianos


cuyos latines a Agustín sirvieron.


Ahora si el ojo de la mente llevas


de luz en luz tras de mis alabanzas,


ya de la octava te encuentras sediento.


Viendo todos los bienes dentro goza


el alma santa que el mundo falaz


de manifiesto pone a quien le escucha:


el cuerpo del que fue arrojada yace


allá abajo en Cieldauro; y a esta calma


vino desde el martirio y el destierro


ve más allá las llamas del espíritu


de Isidoro, de Beda y de Ricardo,

que en su contemplación fue más que un hombre.


Esa de la cual pasa a mí tu vista,


es la luz de un espíritu que tarde


meditando, pensaba que moría:


esa es la luz eterna de Sigiero


que, enseñando en el barrio de la Paja,


silogismo verdades envidiadas.»


En fin, lo mismo que un reloj que llama


cuando la esposa del Señor despierta


a que cante maitines a su amado,


que una pieza a la otra empuja y urge,

tintineando con tan dulces notas,

que el alma bien dispuesta de amor llenan;


así vi yo la rueda gloriosa


moverse, voz a voz dando respuesta


tan suave y templada, que tan sólo


se escucha donde el gozo se eterniza.

Castellano, paraíso, canto IX

CANTO IX


Después, Bella Clemencia, que tu Carlos


las dudas me aclaró, contó los fraudes


que debiera sufrir su descendencia;


mas dijo: «Calla y deja andar los años»;


nada pues os diré, sólo que un justo


duelo vendrá detrás de vuestros males.


Y ya el alma de aquel santo lucero


se había vuelto al sol que le llenaba


como aquel bien que colma cualquier cosa.


¡Ah criaturas impías, necias almas,


que el corazón torcéis de un bien tan grande,


hacia la vanidad volviendo el rostro!


Y entonces otro de los esplendores


vino a mí, y que quería complacerme


el brillo que esparcía me mostraba


Los ojos de Beatriz, que estaban fijos


sobre mí, igual que antes, asintieron


dando consentimiento a mi deseo.


«Dale compensación pronto a mis ansias,


santo espíritu y muéstrame le dije-


que lo que pienso pueda en ti copiarse.»


Y aquella luz a quien no conocía,


desde el profundo seno en que cantaba,


dijo como quien goza el bien haciendo:


«En esa parte de la depravada


Italia que se encuentra entre Rialto


y las fuentes del Brenta y del Piave,


un monte se levanta, no muy alto,


desde el cual descendió una mala antorcha


que infligió un gran estrago a la comarca.


De una misma raíz nacimos ambos:


Cunizza fui llamada, y aquí brillo


pues me venció la lumbre de esta estrella.


Mas alegre a mí misma me perdono

la causa de mi suerte, y no me duelo;


y esto tal vez el vulgo no lo entienda.


De la resplandeciente y cara joya


de este cielo que tengo más cercana


quedó gran fama; y antes de extinguirse,


se quintuplicará este mismo año:


mira si excelso debe hacerse el hombre,


tal que otra vida a la vida suceda.


Y esto no piensa la turba presente


que el Tagliamento y Adigio rodean:


ni aun siendo golpeada se arrepiente;


mas pronto ocurrirá que Padua cambie


el agua del pantano de Vincenza,


porque son al deber gentes rebeldes;


y donde el Silo y el Cagnano se unen,


alguien aún señorea con orgullo,


y ya se hace la red para atraparle.


Llorará también Feltre la traición


de su impío pastor, y tan enorme


será, que en Malta no hubo semejante.


Muy grande debería ser la cuba


que llenase la sangre ferraresa,


cansando a quien pesara onza por onza,


la que dará tan cortés sacerdote


por mostrar su partido; y dones tales


al vivir del país se corresponden.


Hay espejos arriba que vosotros


llamáis Tronos, y Dios por medio de ellos


nos alumbra, y mis dichos certifican.»


Aquí dejó de hablar; y me hizo un gesto


de volverse a otra cosa, pues se puso


una vez más en la rueda en la que estaba.


El otro gozo a quien ya conocía


como preciada cosa, ante mis ojos


era cual un rubí que el sol hiriese.


Arriba aumenta el resplandor gozando,


como la risa aquí; y la sombra crece


abajo, al par que aumenta la tristeza.


«Dios lo ve todo, y tu mirar se enela


le dije santo espíritu, y no puede


para ti estar oculto algún deseo.


Por lo tanto tu voz, que alegra el cielo


con el cantar de aquellos fuegos píos


que con seis alas hacen su casulla,


¿por qué no satisface mis deseos?


No esperaría yo a que preguntaras


si me intuara yo cual tú te enmías


«El mayor valle en que el agua se vierte


sus palabras entonces me dijeron-


fuera del mar que a la tierra enguirnalda,


entre enemigas playas contra el curso


del sol tanto se extiende, que ya hace


meridiano donde antes horizonte.


Ribereño fui yo de aquellas costas


entre el Ebro y el Magra, que divide


en corto trecho Génova y Toscana.


Casi en un orto mismo y un ocaso


están Bugía y mi ciudad natal,


que enrojeció su puerto con su sangre.


Era llamado Folco por la gente


que sabía mi nombre; y a este cielo,


como él me iluminó, yo ahora ilumino;


que más no ardiera la hija de Belo,


a Siqueo y a Creusa dando enojos,


que yo, hasta que mi edad lo permitía;


ni aquella Rodopea que engañada


fue por Demofoonte, ni Alcides


cuando encerró en su corazón a Iole.


Pero aquí no se llora, mas se ríe,


no la culpa, que aquí no se recuerda,


sino el poder que ordenó y que provino.


Aquí se admira el arte que se adorna


de tanto afecto, y se comprende el bien


que hace que influya abajo lo de arriba.


Y a fin de que colmados tus deseos


lleves que en esta esfera te han surgido,


debiera referirte aún otras cosas.


Quieres saber quién hay en esa hoguera

que aquí cerca de mí lanza destellos


como el rayo de sol en aguas limpias.


Sabrás que en su interior se regocija


Raab; y en compañía de este coro,


en su más sumo grado resplandece.


A nuestro cielo, en que la sombra acaba


de vuestro mundo, aún antes que alma alguna

por el triunfo de Cristo, fue subida.


Convenía ponerla por trofeo


en algún cielo, de la alta victoria


obtenida con una y otra palma,


pues ella el primer triunfo de Josué


favoreció en la Tierra Prometida,


que poco tiene el Papa en la memoria.


Tu ciudad, que es retoño del primero


que a su creador volviera las espaldas,


cuya envidia ha causado tantos males,


crea y propaga las malditas flores


que han descarriado a ovejas y a corderos,


pues al pastor en lobo han convertido.


Por esto el Evangelio y los Doctores


se olvida, y nada más las Decretales


se estudian, cual sus márgenes indican.


De esto el Papa y la curia se preocupa;


y a Nazaret no van sus pensamientos,


allí donde Gabriel abrió las alas.


Mas pronto el Vaticano y otros sitios


elegidos de Roma, cementerios


de la milicia que a Pedro siguiera,


del adulterio habrán de verse libres

Portfolio

       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...