lunes, 28 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto V

CANTO V


«Si te deslumbro en el fuego de amor


más que del modo que veis en la tierra,


tal que venzo la fuerza de tus ojos,


no debes asombrarte; pues procede


de un ver perfecto, que, como comprende,


así en pos de aquel bien mueve los pasos.


Bien veo de qué forma resplandece

la sempiterna luz en tu intelecto,

que, una vez vista, amor por siempre enciende; 


y si otra cosa vuestro amor seduce,


de aquella luz tan sólo es un vestigio,


mal conocido, que allí se refleja.


Quieres saber si con otras ofrendas,


halla reparo quien rompe su voto,


tal que en el juicio su alma esté segura.»


Así Beatriz principio dio a este canto;


y como el que el discurso no interrumpe,


prosiguió así sus santas enseñanzas:


«El don mayor que Dios en su largueza


hizo al crearnos, y el que más conforme


está con su bondad, y él más lo estima,


tal fue la libertad del albedrío;


del cual, a los que dio la inteligencia,


fueron y son dotados solamente.


Ahora verás, si tú deduces de esto,


el gran valor del voto, si se hace


cuando consiente Dios lo que consientes:


porque al cerrar el pacto Dios y el hombre


se hace holocausto de aquel gran tesoro,


que antes te dije; y lo hace un acto suyo.


¿Así pues qué reparo se hallaría?

Si piensas que usas bien lo que ofreciste,


con latrocinios quieres dar limosna.


Ya lo más importante te he explicado;


mas puesto que la Iglesia los dispensa


y esto a lo que te digo contradice,


en la mesa es preciso que aún te sientes,


pues el seco alimento que comiste,


para su digestión requiere ayuda.


Abre tu mente a lo que te revelo


y guárdalo bien dentro; pues no hay ciencia


si lo que has aprendido no retienes.


Dos cosas intervienen en la esencia


de este gran sacrificio: una es la cosa


que se ofrece; y la otra el pacto mismo.


Esta segunda nunca se cancela


si no es cumplida; y con respecto a ella


antes te hablé con toda precisión:


por ello los hebreos precisaron


el seguir ofreciendo, aunque la ofrenda


se pudiera cambiar, como ya sabes.


La otra, que te mostré como materia,


bien puede ser de un modo que no hay yerro


si por otra materia se permuta.


Mas la carga no debe transmutarse


libremente, y precisa de la vuelta


de la llave amarilla y de la blanca;


y sabrás que los cambios nada valen,


si la cosa dejada en la cogida


como el cuatro en el seis no se contiene.


Y por ello a las cosas tan pesadas


que la balanza inclinan por sí mismas,


satisfacer no puede otra ninguna


No bromeen con el voto los mortales;


sed fieles; mas no hacerlos ciegamente,


como Jefté ofreciendo lo primero;


quien hubiera mejor dicho "Mal hice",


que hacer peor cumpliéndolo; y tan necio


podrás llamar al jefe de los griegos,


por quien lloró Ifigenia su belleza,

y con ella las necios y los sabios


que han escuchado de tal sacrificio.


Sed, cristianos, más firmes al moveros:


no seáis como pluma a cualquier soplo,


y no penséis que os lave cualquier agua.


Tenéis el viejo y nuevo Testamento,


y el pastor de la Iglesia que os conduce;


y esto es bastante ya para salvaros.


Si otras cosas os grita la codicia,


¡sed hombres, y no ovejas insensatas,


para que no se burlen los judíos!


¡No hagáis como el cordero que abandona


la leche de su madre, y por simpleza,


consigo mismo a su placer combate!»


Así me habló Beatriz tal como escribo;


luego se dirigió toda anhelante


a aquella parte en que el mundo más brilla.


Su callar y el mudar de su semblante


a mi espíritu ansioso silenciaron,


que ya nuevas preguntas preparaba;


y así como la flecha da en el blanco


antes de que la cuerda quede inmóvil,


así corrimos al segundo reino.


Allí vi tan alegre a mi señora,


al encontrarse en la luz de aquel cielo,


que se volvió el planeta aún más luciente.


Y si la estrella se mudó riendo,


¡yo qué no haría que de mil maneras


soy por naturaleza transmutable!


Igual que en la tranquila y pura balsa


a lo que se les echa van los peces


y piensan que es aquello su alimento,


así yo vi que mil y aún más fulgores


venían a nosotros, y escuchamos:


«ved quién acrecerá nuestros amores».


Y así como venían a nosotros


se veía el placer que las colmaba


en el claro fulgor que desprendían.


Piensa, lector, si lo que aquí comienza

no siguiese, en qué forma sentirías


de saber más un anhelo angustioso;


y verás por ti mismo qué deseo


tenía de saber quién eran éstas,


cuando las vi delante de mis ojos.


«Oh bien nacido a quien el ver los tronos


del triunfo eternal fue concedido,


antes de que dejase la milicia.


de la luz que se extiende en todo el cielo


nos encendemos; por lo cual, si quieres


de nosotros saber, sáciate a gusto.»


De este modo una de esas almas pías


me dijo; y Beatriz: «Habla sin miedo,


y cree todas las cosas que te diga.»


«Bien puedo ver que anidas en tu propia


luz, y que la desprendes por los ojos,


porque cuando te ríes resplandecen;


mas no quien eres, ni por qué te encuentras


alma digna, en el grado de la esfera


que a los hombres ocultan otros rayos.»


Esto dije mirando a aquella lumbre


que primero me habló; y entonces ella


se hizo más luminosa que al principio.


Y como el sol que se oculta a sí mismo


por la excesiva luz, cuando disipa


el calor los vapores más templados,


al aumentar su gozo, se ocultó


en su propio fulgor la santa imagen;


y así me respondió, toda encerrada


del modo en que el siguiente canto canta.

Castellano, paraíso, canto IV

CANTO IV


Entre dos platos, igualmente ricos


y distantes, por hambre moriría


un hombre libre sin probar bocado;


así un cordero en medio de la gula


de fieros lobos, por igual temiendo;


y así estaría un perro entre dos gamos:


No me reprocho, pues, si me callaba,


de igual modo suspenso entre dos dudas,


porque era necesario, ni me alabo.


Callé, pero pintado mi deseo


en la cara tenía, y mi pregunta,


era así más intensa que si hablase.


Hizo Beatriz lo mismo que Daniel


cuando aplacó a Nabucodonosor


la ira que le hizo cruel injustamente;


Y dijo: «Bien conozco que te atraen


uno y otro deseo, y preocupado


tú mismo no los dejas que se muestren.


Te dices: "Si perdura el buen deseo,


la violencia de otros, ¿por qué causa


del mérito recorta la medida?"


También te causa dudas el que el alma


parece que se vuelva a las estrellas,


siguiendo la doctrina de Platón.


Estas son las cuestiones que en tu velle


igualmente te pesan; pero antes


la que tiene mas hiel he de explicarte.


El serafín que a Dios más se aproxima,


Moisés, Samuel, y aquel de los dos Juanes


que tú prefieras, y también María,


no tienen su acomodo en otro cielo


que estas almas que ahora se mostraron,


ni más o menos años lo disfrutan;


mas todos hacen bello el primer círculo,


y gozan de manera diferente


sintiendo el Soplo Eterno más o menos.


Si aquí los viste no es porque esta esfera

les corresponda, mas como indicando

que en la celeste ocupan lo más bajo.


Así se debe hablar a vuestro ingenio,


pues sólo aprende lo que luego es digno


de intelecto, a través de los sentidos.


Por esto condesciende la Escritura


a vuestra facultad, y pies y manos


le otorga a Dios, mas piensa de otro modo;


y nuestra Iglesia con figura humana


a Gabriel y a Miguel os representa,


y de igual modo al que sanó a Tobías.


Lo que el Timeo dice de las almas


no es similar a lo que aquí se muestra,


mas parece que diga lo que siente.


Él dice que a su estrella vuelve el alma,


pues desde allí supone que ha bajado


cuando natura su forma le diera;


y acaso lo que piensa es diferente


del modo que lo dice, y ser pudiera


que su intención no sea desdeñable.


Si él entiende que vuelve a estas esferas


de su influjo el desprecio o la alabanza,


quizá a alguna verdad el arco acierte.


Torció, mal comprendido, este principio


a casi todo el mundo, y así Jove,


Mercurio y Marte fueron invocados.


Menos veneno encierra la otra duda


que te conmueve, porque su malicia


no podría apartarte de mi lado.


El que nuestra justicia injusta sea


a los ojos mortales, argumento


es de fe, no de herética perfidia.


Mas como puede vuestra inteligencia


penetrar fácilmente esta verdad,


como deseas, he de darte gusto.


Aun cuando aquel que la violencia sufre


a quien la fuerza nada le concede,


no están por ello estas almas sin culpa:


pues, sin querer, la voluntad no cede,


mas hace como el fuego, si le tuerce,


aunque sea mil veces, la violencia.


Si se doblega, pues, o mucho o poco,


sigue la fuerza; y así hicieron éstos,


que al lugar santo regresar pudieron.


Si su deseo firme hubiera sido,


como fue el de Lorenzo en su parrilla,


o con su mano a Mucio hizo severo,


a su camino habrían regresado


del que sacados fueron, al ser libres;


mas voluntad tan sólida es extraña.


Y por esta razón, si como debes


la comprendes, se rompe el argumento

que te habría estorbado aún muchas veces.


Mas ahora se atraviesa ante tus ojos


otro obstáculo, tal que por ti mismo


no salvarías, sin cansarte antes.


Yo te he enseñado como cosa cierta


que no puede mentir un alma santa,


pues cerca está de la verdad primera;


y después escuchaste de Piccarda


que Constanza guardó el amor del velo;


y así parece que me contradice.


Muchas veces, hermano, ha acontecido


que, huyendo de un peligro, de mal grado


se hacen cosas que hacerse no debieran;


como Almeón, que, al suplicar su padre


que lo hiciera, mató a su propia madre,


y por piedad se hizo despiadado.


En este punto quiero que conozcas


que la fuerza al querer se mezcla, haciendo


que no tengan disculpa las ofensas.


La Voluntad absoluta no consiente


el daño; mas consiente cuando teme


que en más penas caerá si lo rehúsa.


Así, cuando Piccarda dijo aquello


de la primera hablaba, y yo de la otra;


y las dos te dijimos la verdad.»


Fluyó así el santo río que salía


de la fuente en que toda verdad mana;

así mis dos deseos se aplacaron.


«Oh amada del primer Amante, oh diosa,


cuyas palabras dije así me inundan,


y enardecen, que más y más me avivan,


no son mis facultades tan profundas

que a devolverte don por don bastasen;


mas responda por mí Quien ve y Quien puede. 


Bien veo que jamás se satisface


sino con la verdad nuestro intelecto,


sin la cual no hay ninguna certidumbre.


Cual fiera en su cubil, reposa en ella


en cuanto que la alcanza; y puede hacerlo;


si no, frustra sería los deseos.


Por ello nacen dudas, cual retoños,


al pie de la verdad; y a lo más alto,


cima a cima, nos lleva de este modo.


Esto me invita y esto me da fuerzas


a preguntar, señora, reverente,


aún por otra verdad que me es oscura.


Quiero saber si pueden repararse


los votos truncos con acciones buenas,


que no pesaran poco en la balanza.»


Y Beatriz me miró, llenos sus ojos


de amorosas centellas tan divinas,


que, vencida, mi fuerza dio la espalda,


casi perdido con la vista en tierra.


Castellano, paraíso, canto III

CANTO III


El sol primero que me ardió en el pecho,


de la verdad habíame mostrado,


probando y refutando, el dulce rostro;


y yo por confesarme corregido


y convencido, cuanto convenía,


para hablar claramente alcé la vista;


mas vino una visión que, al contemplarla,


tan fuertemente a ella fui ligado,


que aquella confesión puse en olvido.


Como en vidrios diáfanos y tersos,


o en las límpidas aguas remansadas,


no tan profundas que el fondo se oculte,


se vuelven de los rostros los reflejos


tan débiles, que perla en blanca frente


no más clara los ojos la verían;


vi así rostros dispuestos para hablarme;


por lo que yo sufrí el contrario engaño


de quien ardió en amor de fuente y hombre.


En cuanto me hube dado cuenta de ellos,


creyendo que eran rostros reflejados,


para ver de quién eran me volví;


y nada vi, y miré otra vez delante,


fijo en la luz de aquella dulce guía


que, sonriendo, ardía en su mirada.


«No te asombre me dijo que sonría


de tu infantil creencia, pues tus plantas


en la verdad aún no has asentado,


mas vuelves a lo vano, como sueles:


lo que ves son sustancias verdaderas,


puestas aquí pues rompieron sus votos.


Mas háblales y créete lo que escuches;


porque la cierta luz que las aplaca


no deja que sus pies se aparten de ella.»


Y a la que parecía más dispuesta


para hablar, me volví, y comencé casi


como aquel a quien turba un gran deseo:


«Oh bien creado espíritu, que sientes


de los eternos rayos la dulzura


que, no gustada, nunca se comprende,


feliz me harías si me revelaras


cuál es tu nombre y cuál es vuestra suerte.»


Y ella, al momento y con ojos risueños:


«Puerta ninguna cierra nuestro amor


a un justo anhelo, como el de quien quiere


que se parezca a sí toda su corte.


Fui virgen religiosa en vuestro mundo;


y si hace algún esfuerzo tu memoria,


no ha de ocultarme a ti el ser aún más bella,


mas reconocerás que soy Piccarda,


que, puesta aquí con estos otros santos


santa soy en la esfera que es más lenta.


Nuestros afectos, que sólo se inflaman


con el placer del Espíritu Santo,


gozan del orden que él nos ha dispuesto.


Y nos ha sido dado este destino


que tan bajo parece, pues quebramos


nuestros votos, que en parte fueron vanos.»


Y dije: «En vuestros rostros admirables


un no sé qué divino resplandece


que vuestra imagen primera transmuta:


por ello en recordar no estuve pronto;


pero ahora me ayuda lo que has dicho,


y ya te reconozco fácilmente.


Mas dime: los que estáis aquí gozosos


¿deseáis un lugar que esté más alto


y ver más y ser más de Dios amigos?»


Sonrió un poco con las otras sombras;


y luego me repuso tan alegre,


cual si de amor ardiera al primer fuego:


«Aquieta, hermano, nuestra voluntad


la caridad, haciendo que queramos


sin más ansiar, aquello que tenemos.


Si estar más elevadas deseásemos,

este deseo sería contrario


a lo que quiere quien aquí nos puso;


lo cual, como verás, es imposible,


si estar en caridad aquí es necesse


y consideras su naturaleza.


Esencial es al bienaventurado


con el querer divino conformarse,


para que se hagan unos los quereres;


y así el estar en uno u otro grado


en este reino, a todo el reino place


como al Rey que nos forma en sus deseos.


Y en su querer se encuentra nuestra paz:


y es el mar al que todo se dirige


lo que él crea o lo que hace la natura.»


Vi claramente entonces cómo el cielo


es todo paraíso, etsi la gracia


del sumo bien no llueva de igual modo.


Mas como cuando sacia un alimento


y aún tenemos más ganas de algún otro,


que uno pedimos y otro agradecemos,


hice yo así con gestos y palabras,


para saber cuál fuese aquel tejido


que hasta el fin no labró su lanzadera.


«Perfecta vida y méritos encumbran


me dijo a una mujer por cuya regla


se visten velo y hábito en el mundo,


para que hasta el morir se vele y duerma


con esposo que acepta cualquier voto


que a su placer la caridad conforma.


Del mundo, por seguirla, jovencita


me escapé, refugiándome en sus hábitos,


y prometí seguir por su camino.


Hombres no al bien, al mal, acostumbrados,


luego del dulce claustro me raptaron.


Dios sabe cómo fue mi vida luego.


Y aquel otro esplendor que se te muestra


a mi derecha y a quien ilumina


toda la luz que brilla en nuestra esfera,


lo que dije de mí, también lo digo;

fue monja, y de igual forma le quitaron


de la frente la sombra de las tocas.


Mas cuando fue devuelta luego al mundo


contra su voluntad y buena usanza,


nunca el velo del alma le quitaron.


Esta es la luz de aquella gran Constanza


que engendró del segundo al ya tercero


y último de los vientos de Suabia.»


Así me dijo, y luego: «Ave María»


cantó y cantando se desvaneció


como en el agua honda algo pesado.


Mi vista que siguió detrás de ella


cuanto le fue posible, ya perdida,


se dirigió al objeto más querido,


y por entero se volvió a Beatriz;


pero ella fulgió tanto ante mis ojos,


que al principio no pude soportarlo,


y por esto fui tardo en preguntarle.

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