lunes, 28 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto III

CANTO III


El sol primero que me ardió en el pecho,


de la verdad habíame mostrado,


probando y refutando, el dulce rostro;


y yo por confesarme corregido


y convencido, cuanto convenía,


para hablar claramente alcé la vista;


mas vino una visión que, al contemplarla,


tan fuertemente a ella fui ligado,


que aquella confesión puse en olvido.


Como en vidrios diáfanos y tersos,


o en las límpidas aguas remansadas,


no tan profundas que el fondo se oculte,


se vuelven de los rostros los reflejos


tan débiles, que perla en blanca frente


no más clara los ojos la verían;


vi así rostros dispuestos para hablarme;


por lo que yo sufrí el contrario engaño


de quien ardió en amor de fuente y hombre.


En cuanto me hube dado cuenta de ellos,


creyendo que eran rostros reflejados,


para ver de quién eran me volví;


y nada vi, y miré otra vez delante,


fijo en la luz de aquella dulce guía


que, sonriendo, ardía en su mirada.


«No te asombre me dijo que sonría


de tu infantil creencia, pues tus plantas


en la verdad aún no has asentado,


mas vuelves a lo vano, como sueles:


lo que ves son sustancias verdaderas,


puestas aquí pues rompieron sus votos.


Mas háblales y créete lo que escuches;


porque la cierta luz que las aplaca


no deja que sus pies se aparten de ella.»


Y a la que parecía más dispuesta


para hablar, me volví, y comencé casi


como aquel a quien turba un gran deseo:


«Oh bien creado espíritu, que sientes


de los eternos rayos la dulzura


que, no gustada, nunca se comprende,


feliz me harías si me revelaras


cuál es tu nombre y cuál es vuestra suerte.»


Y ella, al momento y con ojos risueños:


«Puerta ninguna cierra nuestro amor


a un justo anhelo, como el de quien quiere


que se parezca a sí toda su corte.


Fui virgen religiosa en vuestro mundo;


y si hace algún esfuerzo tu memoria,


no ha de ocultarme a ti el ser aún más bella,


mas reconocerás que soy Piccarda,


que, puesta aquí con estos otros santos


santa soy en la esfera que es más lenta.


Nuestros afectos, que sólo se inflaman


con el placer del Espíritu Santo,


gozan del orden que él nos ha dispuesto.


Y nos ha sido dado este destino


que tan bajo parece, pues quebramos


nuestros votos, que en parte fueron vanos.»


Y dije: «En vuestros rostros admirables


un no sé qué divino resplandece


que vuestra imagen primera transmuta:


por ello en recordar no estuve pronto;


pero ahora me ayuda lo que has dicho,


y ya te reconozco fácilmente.


Mas dime: los que estáis aquí gozosos


¿deseáis un lugar que esté más alto


y ver más y ser más de Dios amigos?»


Sonrió un poco con las otras sombras;


y luego me repuso tan alegre,


cual si de amor ardiera al primer fuego:


«Aquieta, hermano, nuestra voluntad


la caridad, haciendo que queramos


sin más ansiar, aquello que tenemos.


Si estar más elevadas deseásemos,

este deseo sería contrario


a lo que quiere quien aquí nos puso;


lo cual, como verás, es imposible,


si estar en caridad aquí es necesse


y consideras su naturaleza.


Esencial es al bienaventurado


con el querer divino conformarse,


para que se hagan unos los quereres;


y así el estar en uno u otro grado


en este reino, a todo el reino place


como al Rey que nos forma en sus deseos.


Y en su querer se encuentra nuestra paz:


y es el mar al que todo se dirige


lo que él crea o lo que hace la natura.»


Vi claramente entonces cómo el cielo


es todo paraíso, etsi la gracia


del sumo bien no llueva de igual modo.


Mas como cuando sacia un alimento


y aún tenemos más ganas de algún otro,


que uno pedimos y otro agradecemos,


hice yo así con gestos y palabras,


para saber cuál fuese aquel tejido


que hasta el fin no labró su lanzadera.


«Perfecta vida y méritos encumbran


me dijo a una mujer por cuya regla


se visten velo y hábito en el mundo,


para que hasta el morir se vele y duerma


con esposo que acepta cualquier voto


que a su placer la caridad conforma.


Del mundo, por seguirla, jovencita


me escapé, refugiándome en sus hábitos,


y prometí seguir por su camino.


Hombres no al bien, al mal, acostumbrados,


luego del dulce claustro me raptaron.


Dios sabe cómo fue mi vida luego.


Y aquel otro esplendor que se te muestra


a mi derecha y a quien ilumina


toda la luz que brilla en nuestra esfera,


lo que dije de mí, también lo digo;

fue monja, y de igual forma le quitaron


de la frente la sombra de las tocas.


Mas cuando fue devuelta luego al mundo


contra su voluntad y buena usanza,


nunca el velo del alma le quitaron.


Esta es la luz de aquella gran Constanza


que engendró del segundo al ya tercero


y último de los vientos de Suabia.»


Así me dijo, y luego: «Ave María»


cantó y cantando se desvaneció


como en el agua honda algo pesado.


Mi vista que siguió detrás de ella


cuanto le fue posible, ya perdida,


se dirigió al objeto más querido,


y por entero se volvió a Beatriz;


pero ella fulgió tanto ante mis ojos,


que al principio no pude soportarlo,


y por esto fui tardo en preguntarle.

domingo, 20 de septiembre de 2020

Castellano, paraíso, canto II

CANTO II


Oh vosotros que en una barquichuela


deseosos de oír, seguís mi leño


que cantando navega hacia otras playas,


volved a contemplar vuestras riberas:


no os echéis al océano que acaso


si me perdéis, estaríais perdidos.


No fue surcada el agua que atravieso;


Minerva sopla, y condúceme Apolo


y nueve musas la Osa me señalan.


Vosotros, los que, pocos, os alzasteis


al angélico pan tempranamente


del cual aquí se vive sin saciarse,


podéis hacer entrar vuestro navío


en alto mar, si seguís tras mi estela


antes de que otra vez se calme el agua.


Los gloriosos que a Colcos arribaron


no se asombraron como haréis vosotros,


viendo a Jasón convertido en boyero.


La innata sed perpetua que tenía


de aquel reino deiforme, nos llevaba


tan veloces cual puede verse el cielo.


Beatriz arriba, y yo hacia ella miraba;


y acaso en tanto en cuanto un dardo es puesto

y vuela disparándose del arco,


me vi llegado a donde una admirable


cosa atrajo mi vista; entonces ella


que conocía todos mis cuidados,


vuelta hacia mí tan dulce como hermosa,

«Dirige a Dios la mente agradecida


dijo que al primer astro nos condujo.»


Pareció que una nube nos cubriera,


brillante, espesa, sólida y pulida,


como un diamante al cual el sol hiriese.


Dentro de sí la perla sempiterna


nos recibió, como el agua recibe


los rayos de la luz quedando unida.


Si yo era cuerpo, y es inconcebible


cómo una dimensión abarque a otra,


cual si penetra un cuerpo en otro ocurre,


más debiera encendernos el deseo


de ver aquella esencia en que se observa


cómo nuestra natura y Dios se unieron.


Podremos ver allí lo que creemos,

no demostrado, mas por sí evidente,

cual la verdad primera en que cree el hombre.


Yo respondí. «Señora, tan devoto


cual me sea posible, os agradezco


que del mundo mortal me hayáis sacado.


Mas decidme: ¿qué son las manchas negras


de este cuerpo, que a algunos en la tierra


hacen contar patrañas de Caín?»


Rió ligeramente, y «Si no acierta


me dijo la opinión de los mortales


donde no abre la llave del sentido,


punzarte no debieran ya las flechas


del asombro, pues sabes la torpeza


con que va la razón tras los sentidos.


Mas dime lo que opinas por ti mismo.»


Y yo: «Lo que aparece diferente,


cuerpos densos y raros lo producen.»


Y ella: «En verdad verás que lo que piensas


se apoya en el error, si bien escuchas


el argumento que diré en su contra.


La esfera octava os muestra muchas luces,


las cuales en el cómo y en el cuánto


pueden verse de aspectos diferentes.


Si lo raro y lo denso hicieran esto,


un poder semejante habría en todas,


en desiguales formas repartido.


Deben ser fruto las distintas fuerzas


de principios formales diferentes,


que, salvo uno, en tu opinión destruyes.


Aún más, si fuera causa de la sombra


la menor densidad, o tan ayuno


fuera de su materia en la otra parte


este planeta, o, tal como comparte


grueso y delgado un cuerpo, igual tendría


de éste el volumen hojas diferentes.


Si fuera lo primero, se vería


al eclipsarse el sol y atravesarla


la luz como a los cuerpos poco densos.


Y no sucede así. por ello lo otro


examinemos; y si lo otro rompo,


verás tu parecer equivocado.


Si no traspasa el trozo poco denso,


debe tener un límite del cual


no le deje pasar más su contrario;


y de allí el otro rayo se refleja


como el color regresa del cristal


que por el lado opuesto esconde plomo.


Dirás que se aparece más oscuro


el rayo más aquí que en otras partes,


porque de más atrás viene el reflejo.


De esta objeción pudiera liberarte


la experiencia, si alguna vez lo pruebas,

que es la fuente en que manan vuestras artes.


Coloca tres espejos; dos que disten


de ti lo mismo, y otro, más lejano,


que entre los dos encuentre tu mirada.


Vuelto hacia ellos, haz que tras tu espalda


te pongan una luz que los alumbre


y vuelva a ti de todos reflejada.


Aunque el tamaño de las más distantes


pueda ser más pequeño, notarás


que de la misma forma resplandece.


Ahora, como a los golpes de los rayos


se desnuda la tierra de la nieve


y del color y del frío de antes,


al quedar de igual forma tu intelecto,


de una luz tan vivaz quiero llenarle,


que en ti relumbrará cuando la veas.


Dentro del cielo de la paz divina


un cuerpo gira en cuyo poderío


se halla el ser de las cosas que contiene.


El siguiente, que tiene tantas luces,


parte el ser en esencias diferentes,


contenidas en él, mas de él distintas.


Los círculos restantes de otras formas


la distinción que tienen dentro de ellos


disponen a sus fines y simientes.


Así van estos órganos del mundo


como ya puedes ver, de grado en grado,


que dan abajo lo que arriba toman.


Observa atento ahora cómo paso


de aquí hacia la verdad que deseabas,

para que sepas luego seguir solo.


Los giros e influencias de los cielos,


cual del herrero el arte del martillo,


deben venir de los motores santos;


y el cielo al que embellecen tantas luces,


de la mente profunda que lo mueve


toma la imagen y la imprime en ellas.


Y como el alma llena vuestro polvo


por diferentes miembros, conformados


al ejercicio de potencias varias,


así la inteligencia en las estrellas


despliega su bondad multiplicada,


y sobre su unidad va dando vueltas.


Cada virtud se liga a su manera


con el precioso cuerpo al que da el ser,


y en él se anuda, igual que vuestra vida.


Por la feliz natura de que brota,


mezclada con los cuerpos la virtud


brilla cual la alegría en las pupilas.


Esto produce aquellas diferencias


de la luz, no lo raro ni lo denso:


y es el formal principio que produce,


conforme a su bondad, lo turbio o claro.»

sábado, 5 de septiembre de 2020

Castellano, Paraíso, Canto I

CANTO I


La gloria de quien mueve todo el mundo


el universo llena, y resplandece


en unas partes más y en otras menos.


En el cielo que más su luz recibe


estuve, y vi unas cosas que no puede


ni sabe repetir quien de allí baja;


porque mientras se acerca a su deseo,


nuestro intelecto tanto profundiza,


que no puede seguirle la memoria.


En verdad cuanto yo del santo reino


atesorar he podido en mi mente


será materia ahora de mi canto.


¡Oh buen Apolo, en la última tarea


hazme de tu poder vaso tan lleno,


como exiges al dar tu amado lauro!


Una cima hasta ahora del Parnaso


me fue bastante; pero ya de ambas


ha menester la carrera que falta.


Entra en mi pecho, y habla por mi boca


igual que cuando a Marsias de la vaina


de sus miembros aún vivos arrancaste.


¡Oh divina virtud!, si me ayudaras


tanto que las imágenes del cielo


en mi mente grabadas manifieste,


me verás junto al árbol que prefieres


llegar, y coronarme con las hojas


que merecer me harán tú y mi argumento.


Tan raras veces, padre, eso se logra,


triunfando como césar o poeta,


culpa y vergüenza del querer humano,


que debiera ser causa de alegría


en el délfico dios feliz la fronda


penea, cuando alguno a aquélla aspira.


Gran llama enciende una chispa pequeña:


quizá después de mí con voz más digna

se ruegue a fin que Cirra le responda.


La lámpara del mundo a los mortales


por muchos huecos viene; pero de ése


que con tres cruces une cuatro círculos,


con mejor curso y con mejor estrella


sale a la par, y la mundana cera


sella y calienta más al modo suyo.


Allí mañana y noche aquí había hecho


tal hueco, y casi todo allí era blanco


el hemisferio aquel, y el otro negro,


cuando Beatriz hacia el costado izquierdo


vi que volvía y que hacia el sol miraba:


nunca con tal fijeza lo hizo un águila.


Y así como un segundo rayo suele


del primero salir volviendo arriba,


cual peregrino que tomar desea,


este acto suyo, infuso por los ojos


en mi imaginación, produjo el mío,


y miré fijo al sol cual nunca hacemos.


Allí están permitidas muchas cosas


que no lo son aquí, pues ese sitio


para la especie humana fue creado.


Mucho no lo aguanté, mas no tan poco


que alrededor no viera sus destellos,


cual un hierro candente el fuego deja;


y de súbito fue como si un día


se juntara a otro día, y Quien lo puede


con otro sol el cielo engalanara.


En las eternas ruedas por completo


fija estaba Beatriz: y yo mis ojos


fijaba en ella, lejos de la altura.


Por dentro me volví, al mirarla, como


Glauco al probar la hierba que consorte


en el mar de los otros dioses le hizo.


Trashumanarse referir per verba


no se puede; así pues baste este ejemplo


a quien tal experiencia dé la gracia.


Si estaba sólo con lo que primero


de mí creaste, amor que el cielo riges,


lo sabes tú, pues con tu luz me alzaste.


Cuando la rueda que tú haces eterna


al desearte, mi atención llamó


con el canto que afinas y repartes,


tanta parte del cielo vi encenderse


por la llama del sol, que lluvia o río


nunca hicieron un lago tan extenso.


La novedad del son y el gran destello


de su causa, un anhelo me inflamaron


nunca sentido tan agudamente.


Y entonces ella, al verme cual yo mismo,


para aquietarme el ánimo turbado,


sin que yo preguntase, abrió la boca,


y comenzó: «Tú mismo te entorpeces


con una falsa idea, y no comprendes


lo que podrías ver si la desechas.


Ya no estás en la tierra, como piensas;


mas un rayo que cae desde su altura


no corre como tú volviendo a ella.»


Si fui de aquella duda desvestido,


con sus breves palabras sonrientes,


envuelto me encontré por una nueva,


y dije: «Ya contento requïevi


de un asombro tan grande; mas me asombro


cómo estos leves cuerpos atravieso.»


Y ella, tras suspirar piadosamente,


me dirigió la vista con el gesto


que a un hijo enfermo dirige su madre,


y dijo: «Existe un orden entre todas


las cosas, y esto es causa de que sea


a Dios el universo semejante.


Aquí las nobles almas ven la huella


del eterno saber, y éste es la meta


a la cual esa norma se dispone.


Al orden que te he dicho tiende toda


naturaleza, de diversos modos,


de su principio más o menos cerca;


y a puertos diferentes se dirigen


por el gran mar del ser, y a cada una

les fue dado un instinto que las guía.


Éste conduce al fuego hacia la luna;


y mueve los mortales corazones;


y ata en una las partes de la tierra;


y no sólo a los seres que carecen


de razón lanza flechas este arco,


también a aquellas que quieren y piensan.


La Providencia, que ha dispuesto todo,


con su luz pone en calma siempre al cielo,


en el cual gira aquel que va más raudo;


ahora hacia allí, como a un sitio ordenado,


nos lleva la virtud de aquella cuerda


que en feliz blanco su disparo clava.


Cierto es que, cual la forma no se pliega


a menudo a la idea del artista,


pues la materia es sorda a responderle,


así de este camino se separa


a veces la criatura, porque puede


torcer, así impulsada, hacia otra parte;


y cual fuego que cae desde una nube,


así el primer impulso, que desvían


falsos placeres, la abate por tierra.


Más no debe admirarte, si bien juzgo,


tu subida, que un río que bajara


de la cumbre del monte a la llanura.


Asombroso sería en ti si, a salvo


de impedimento, abajo te sentaras,


como en el fuego el aquietarse en tierra.»


Volvió su rostro entonces hacia el cielo.

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       Ramón Guimerá Lorente Beceite blog, Beseit Beseit en chapurriau yo parlo lo chapurriau  y lo escric Chapurriau al Wordpress Lo Decame...